jueves, 3 de febrero de 2022

Gracias y adiós, definitivamente.

Es la segunda vez que me despido, y será la última. Con la primera me despedí de los seguidores del blog Lienzo de Babel, pero los emplacé a visitar Mirada crepuscular, la nueva bitácora con la que quise continuar la experiencia de volcar mis opiniones sobre asuntos, digamos, menos serios y más personales. Y ya ven los resultados. La última entrada registrada en este blog ha sido la del Día de Reyes, hace un mes, y para decir obviedades que a casi nadie interesan, salvo a la familia, algunos compañeros y tres amigos. Rozando a ser septuagenario, ya creo que he dicho y comentado lo que pienso acerca de casi todo, y tiendo, por tanto, a repetirme. Seguramente, esa reiteración de asuntos y de las reflexiones que me suscitan no la percibirá el lector ocasional que tropiece con esta página, pero a mí me causa agotamiento. Estoy cansado de regresar a lo mismo para volver a desarrollar un argumento que ya he expresado, con más dedicación y entusiasmo, al menos una vez, cuando no en más ocasiones, anteriormente.

Mis comentarios acerca de la política, en general, son conocidos, tanto como mi tendencia izquierdista. Pero incluso las acciones de gobiernos o líderes “progresistas” me resultan, más que aburridas, embaucadoras, por no atacar a la raíz de las injusticias y desigualdades -lo que sería tanto como cambiar el sistema-, sino por conformarse con aliviar mínimamente las inaceptables consecuencias que estas acarrean a los más débiles y desafortunados de la sociedad. Estoy harto de cuestionar y denunciar esta situación que no hace más que empeorar continuamente, como sucede en otros ámbitos de nuestra organización social. Es lo que percibo donde quiera que dirija la mirada. El mundo parece que cambia a peor, a pesar de todos los adelantos técnicos o científicos de los que nos vanagloriamos: trompetas de guerra hasta en nuestra moderna y civilizada Europa, hambrunas en países enteros que somos incapaces de erradicar, migraciones masivas que no toleramos, explotación del hombre en nombre de “leyes” del mercado, odio, fanatismo e intolerancia crecientes, enfermedades y pandemias que se ceban sobre los más pobres e indefensos, terrorismo y crueldad en nombre de Dios o cualquier otro invento, destrucción de la naturaleza a causa del enriquecimiento de unos pocos, etc.

Al contrario de lo que nos prometieron, el transcurrir del tiempo no viene acompañado de progreso. Creíamos que este tenía sólo un sentido, hacia adelante, a mejor. Que cuanto más nos adentrásemos en el futuro, mayor sería el progreso que conseguiríamos. Pero no ha sido así.  El progreso también conlleva pérdidas y retrocesos. El progreso ha supuesto destrucción de empleo, inestabilidad laboral y precariedad salarial. También ha provocado contaminación atmosférica, la deforestación de amplias zonas verdes -los pulmones del planeta- y la desaparición de especies animales. Nos ha proporcionado una capacidad infinita para la desinformación y la manipulación más obscenas y descaradas. Y nos ha hecho perder identidad y criterio gracias a los reclamos de la propaganda y los intereses de poderosas firmas y negocios mundiales, que globalizan su mercado. Hasta la educación está dirigida a satisfacer necesidades empresariales y perseguir fines laborales, en vez de procurar conocimientos que enriquezcan a los espíritus ansiosos de sabiduría y posibiliten la emancipación de condiciones o ataduras indignas.    

Muchos ya habían previsto este desastre. Entre otros motivos, como ya señaló Baudelaire, porque “no hay más progreso que el progreso moral”. Y en este sentido, nuestra decadencia moral es espeluznante. Hemos claudicado de aquellos valores sobre los que se cimentaba nuestra moral hasta convertirla en un instrumento que todo lo relativiza en pos del consumo y el bienestar inmediatos. Nos hemos olvidado de las simientes de las que brotamos para ser lo que somos, Atenas, Roma, Alejandría…, y que nos permitieron atesorar una cultura y forjar una civilización para perseguir el deseo de disfrutar de una vida en común en paz, libertad, tolerancia y justicia. Ya no perseguimos eso, y así va el mundo. Hoy los “likes” tienen más valor que el mérito y la excelencia. Se sigue y se confía antes en un “influencer” que en un científico, un filósofo o un pensador. Preferimos las redes sociales a los libros. Hasta los gobernantes escogen la parquedad de twitter para comunicarse con los ciudadanos. Hoy se favorece el “triunfo” inmediato en detrimento del estudio y la educación prolongados. No es de extrañar, por tanto, que actualmente el fanatismo, lejos de desaparecer, crezca a pasos agigantados, como el de esos negacionistas y populistas que niegan lo evidente, en demostración de su ignorancia y estulticia.    

Este es mi estado de ánimo. Detesto reconocer que me desanima la persistencia de los problemas y la inutilidad de los esfuerzos para, al menos, descubrirlos y denunciarlos por alguien con tan poca autoridad como la mía y desde un púlpito tan insignificante como éste. Por eso me despedí y vuelvo hacerlo. Estoy cansado.

Les pido perdón. Toda la culpa es mía, por supuesto. Siento decepcionarles en la misma medida en que yo también me siento decepcionado por no estar a la altura que me había propuesto y que había prometido. No lo he conseguido. Esta aventura virtual -y vital, en cierto sentido, para mí- finaliza con estas letras. Sólo me resta insistir en el agradecimiento a los pacientes y generosos seguidores que me han dedicado su atención todos estos años. Mi gratitud hacia con ellos es infinita. Gracias y adiós.