Una orfandad que se hace más honda al no poder tampoco leer su artículo quincenal en la revista dominical del mismo periódico, donde mezclaba opinión y relatos. Me imagino que esa cabecera mediática padecerá como nadie la pérdida de un colaborador que tanta confianza y admiración despertaba entre sus numerosos lectores. Porque eso es lo que generaba la escritora Grandes en sus seguidores: admiración, confianza y credibilidad en su manera de percibir y presentar los avatares de nuestro tiempo y lugar.
Nunca antes había visto llorar a nadie por la desaparición
de una persona sólo conocida por su producción literaria. La relación que
Almudena Grandes lograba establecer con muchos de sus lectores, basada en la
claridad y sinceridad de su pluma, en esa honestidad para posicionarse a favor
de los perdedores de todas las infamias de la existencia, tanto de la historia como
de la ficción, ha hecho que los sentimientos aflorasen en los ojos de los más
sensibles. Pero he presenciado esa emotividad en el entorno de mis seres más
cercanos, haciéndome comprender la sutil pero firme ligazón que une a un
escritor con su lector.
Serán legión los que llorarán su ausencia y más los que se
sentirán huérfanos de la voz que hablaba claro desde el periódico y los libros
a quienes atendían en silencio cómplice lo que decía. Echarán de menos esa luz
que iluminaba el presente para denunciar sus miserias y esas novelas que
desvelaban con sus personajes y sus vicisitudes nuestro pasado más bochornoso o
nuestra manera de ser más repudiable. Descanse en paz la más grande de las Grandes,
Almudena.
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