jueves, 24 de junio de 2021

Semana de parches

Utilizo el sustantivo parches como sinónimo de provisional, iniciativas parciales o temporales que no resuelven pero palian un problema, forman parte, aunque de manera insuficiente, de la solución definitiva. Así, considero parches los indultos, la eliminación de mascarillas en el exterior y la reducción del impuesto del IVA en el recibo de la luz. Simples alivios a problemas no resueltos de los que, sin embargo, desconocemos las repercusiones que tendrán. Ni los indultos resuelven el conflicto que representa la actitud independentista de Cataluña para la integridad estatal y territorial de la nación española, ni la desaparición de las mascarillas significa la superación en nuestro país de la pandemia, ni la bajada del IVA corrige la arbitrariedad y el abuso en la tarifación que practican las compañías eléctricas, acostumbradas a un negocio en régimen cuasi monopolístico. Son sólo parches, aunque bienvenidos sean, que apuntan en la dirección adecuada.

Los políticos catalanes presos por delitos de sedición y malversación, que promovieron en 2017 una ruptura con la legalidad constitucional, celebraron un referéndum ilegal y declararon fugazmente la república en Cataluña, llevaban más de tres años en prisión por sentencia del Tribunal Supremo. El máximo representante de aquel Govern secesionista del que formaban parte, el expresidente Carles Puigdemont, decidió fugarse a Bélgica para eludir la Justicia, junto a algunos de sus acólitos. No quiso correr la misma suerte que sus consejeros encarcelados y ahora indultados. La existencia de estos políticos entre rejas entorpecía cualquier abordaje desde la política del conflicto catalán. Ninguno de ellos renuncia a sus ideas soberanistas, pero en una carta pública del líder del histórico partido Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Oriol Junqueras, se anuncia el rechazo a procedimientos unilaterales y contrarios a las leyes vigentes para lograr sus objetivos políticos. Recuperar la confianza, el diálogo y la tranquilidad en las relaciones entre Cataluña y España ha sido el principal motivo que el Gobierno ha esgrimido para conceder unos indultos que les perdona los años de cárcel pendientes de cumplir, pero no los libra de la pena de inhabilitación a que fueron condenados. Además, la medida de gracia está condicionada a no cometer nuevos delitos graves en un período variable de años, en función de cada indultado. También es verdad que el Gobierno ha contado con el apoyo mayoritario de los partidos, entre ellos la propia ERC, que posibilitaron la investidura del presidente socialista Pedro Sánchez y el total rechazo de la oposición conservadora, integrada por el Partido Popular, Ciudadanos y el ultraderechista Vox. Por otra parte, Europa consideraba excesivas las penas de reclusión que el delito de sedición, sin graves alteraciones públicas y sin ejercer la violencia, tiene tipificados en el Código Penal español. La libertad de esos presos, con la condición de no volver a cometer los mismos delitos, era una exigencia unánime para encarrilar las relaciones entre Cataluña y España por vías políticas, pacíficas, de lealtad institucional, de diálogo y confianza, aunque los indultos, por sí solos, no garanticen ni ese resultado ni la normalidad en la mutua y obligada convivencia.

Del mismo modo que la relajación en el uso de mascarillas en espacios abiertos, siempre que se respete la distancia interpersonal de seguridad (siguen siendo obligatorias en sitios cerrados y donde exista aglomeración de personas), no significa que el virus y la enfermedad que produce (covid-19) hayan sido derrotados. Significa, simplemente, que se avanza hacia la próxima superación de una pandemia que ha causado la muerte de millones de personas en todo el mundo y una parálisis de la economía como nunca vista en ausencia de guerras. El descubrimiento en tiempo récord de vacunas eficaces contra la infección vírica y su inoculación por grupos de edad a toda la sociedad, en una tarea titánica y encomiable en la mayoría de países, permite que las autoridades sanitarias relajen las fuertes restricciones adoptadas para evitar contagios y la propagación de esta especie de peste moderna, al mismo tiempo que se intenta recuperar progresivamente la actividad económica y el trabajo. Para temor de algunos y alegría de muchos, ya será posible andar por la calle sin portar en la cara las dichosas mascarillas. La pandemia ha sido doblegada, pero no derrotada, aunque la luz al final del túnel se vislumbre cada vez más cercana. Distinto es que estas decisiones no sean utilizadas como munición para la confrontación política y los intereses espurios de partidos y administraciones, todos ellos dispuestos a apuntarse las medidas positivas y adjudicar al adversario las negativas o duras para la población. Con o sin mascarillas, únicamente entre todos se podrá vencer, con sentido común y responsabilidad individual, este proverbial reto que nos ha tocado en suerte afrontar, asumir y, llegado el momento, superar definitivamente. El descubrimiento del rostro apunta, pues, al camino correcto.

Más complicado parece hallar una solución al coste de la energía eléctrica, siendo como es un bien de consumo de primera necesidad. Ante la última escalada injustificada de los precios, establecidos mediante un enrevesado sistema que relaciona fuentes de abastecimiento, derechos de emisión de CO2 y picos de demanda para fijar diariamente un coste medio, el Gobierno ha optado, para reducir el importe del recibo, suspender el impuesto de generación eléctrica y reducir temporalmente el tipo del IVA, del 21 al 10 por ciento. Es decir, adopta una solución transitoria, un parche temporal, que no resuelve el problema del alto coste de la energía eléctrica en España, tanto para familias como para empresas, que en los últimos años se ha incrementado en más de un 50 por ciento, mucho más que en cualquier otro suministro básico. En un mercado regulado, las compañías productoras, distribuidoras y comercializadoras de electricidad gozan de amplios márgenes para obtener beneficios, además de exenciones, compensaciones y ayudas para la evolución hacia tecnologías renovables, que en ningún caso están dispuestas, no a perder porque nunca pierden, sino a que mermen en absoluto. De ahí que trasladen al consumidor cualquier incremento del coste industrial. Queda, por tanto, pendiente una reforma en profundidad del actual Sistema Eléctrico que impida estos abusos que las eléctricas cometen gracias a su posición dominante en el mercado, prácticamente de monopolio. Por ello, este parche no es más, por su admitida temporalidad coyuntural, que un apaño momentáneo en unas circunstancias de especial dificultad para la población, que sigue siendo cautiva ante los desmanes avariciosos de las compañías eléctricas. Un parche que, en este caso, ni siquiera apunta a la buena dirección, aunque se sume a los aplicados durante esta semana en otros ámbitos. Lo dicho, una semana de parches.

lunes, 21 de junio de 2021

Otro verano

Hoy comienza el verano, según los astrónomos. Hoy es el día más largo del año, cuando más horas de sol tendremos sobre nuestras cabezas en el hemisferio norte del planeta. A partir de este día, que se conoce como solsticio de verano, las jornadas diurnas comenzarán a menguar casi imperceptiblemente cada día. Y el calor irá incrementándose hasta que, entre julio y agosto, en latitudes cercanas al ecuador terrestre, como el sur de España, sea prácticamente insoportable, obligándonos a estar sumergidos en las playas, encerrados con el aire acondicionado o aprovechando las noches para disfrutar de cierto asueto social. Lo de siempre, cada vez que llega el verano.

Pero, por segundo año consecutivo, este verano no será exactamente igual al que consideramos “normal”. Porque lo normal no es tener miedo a estar rodeados de una multitud que atiborra barras y veladores en bares y restaurantes. Ir a los cines cubriéndonos el rostro con un tapabocas. Recelar y apartarnos de quien habla muy alto a nuestro lado, por aquello de los nebulizadores y las gotitas de flugge, sea eso lo que sea. No estrechar la mano de nadie, salvo de la familia más directa. Hablar de vacunas y tasas de incidencias. Pensar que podemos enfermar y morir, como si fuera una novedad. Visitar cualquier sitio o lugar guardando distancias de seguridad. Añadir, además de barritas contra las picaduras, botes de geles con alcohol para desinfectarnos las manos cada vez que salgamos de cualquier local. Y los que no estaban habituados, no dejar de lavárselas y cerrar la portañuela del pantalón cuando hagan uso de los mingitorios públicos o privados. Y que cualquiera que te atienda en un comercio, lo haga con mascarilla en el rostro.

Si todo esto nos parece “normal”, es que estamos dispuestos a que nada nos impida disfrutar del verano como sea. Precisamente, lo que yo pienso hacer. Por supuesto. Porque, quién sabe lo que sucederá el próximo.    

viernes, 18 de junio de 2021

Nuevos aires en la política mundial

El paroxismo y la polaridad que impregnaban la política en gran parte del planeta parecen haber pasado a mejor vida. Otros aires, frescos de esperanza, soplan en el escenario de la `cosa pública´ a escala y repercusión mundial. Basten, de muestra, dos ejemplos recientes: ni Trump ni Netanyahu propalan ya sus rencores y sectarismos desde las tribunas presidenciales de sus respectivos países, aunque ambos amenacen con un retorno que, no sólo no descartan, sino que preparan concienzudamente en sus cuarteles de invierno, rumiando una venganza que los libere de la humillación de ser vistos como perdedores. Sin embargo, el mundo es mucho mejor, más dialogante y menos imprevisible, por tanto, más seguro, sin ellos. La sola defenestración de estos personajes tan autoritarios como tramposos ha supuesto que nuevos aires, limpios y transparentes al no transportar la polución de la arbitrariedad y la demagogia, renueven la atmósfera política del mundo, trayendo tranquilidad, sensatez, confianza y diálogo en las relaciones internacionales, y lealtad con sus instituciones y organismos.

Joe Biden, en lo que será el último servicio público que prestará en su vida dada su edad (78 años), ha recuperado la Casa Blanca para la alta política basada en la profesionalidad y la honestidad. Su programa se resume en la frase “América ha vuelto” con la que saluda cada encuentro que protagoniza. Pero su mayor triunfo ha sido desalojar a Donald Trump de la cacharrería de Washington en la que se desenvolvía como elefante colérico. Y está empeñado en retomar los usos y costumbres civilizados, educados y dialogantes de la política, en su más noble sentido. Lo está demostrando con el regreso de EE UU a la OMS (Organización Mundial de la Salud), la OMC (Comercio Mundial), al Pacto de París (Contra el calentamiento global) y a los demás acuerdos y compromisos que situaban a su país en la cúspide mundial en la defensa de la democracia y las libertades. De hecho, en su primera salida al exterior, Biden se ha reunido con sus aliados de la Unión Europea y la OTAN para estrechar lazos y enmendar las arbitrariedades de mal recuerdo de Trump, sin desplantes y los malos modos que este acostumbraba.

Pero el reto principal del presidente Biden es, sin duda, luchar contra las desigualdades y la polarización reinantes en su propio país, una sociedad dividida y enfrentada por las políticas sectarias y racistas que implementó su predecesor en la Casa Blanca. El odio y la violencia, puestos de manifiesto con el asalto de las turbas trumpistas al Capitolio, serán difíciles de erradicar en una población sobrealimentada continuamente de intolerancia, egoísmo y supremacismo socioeconómico. Esas heridas nacionales costarán más en cicatrizar que las transfonterizas, donde la diplomacia y el pragmatismo consiguen curas milagrosas. El tratamiento a unas y otras ya se está aplicando sin demoras, lo cual es buena señal de que el cambio ha sido favorable. Soplan, pues, otros aires.

En Israel sucede otro tanto. Tras más de una década (desde 2009) como primer ministro, el conservador Benjamín Netanyahu, el impulsor de iniciativas anexionistas de territorios palestinos, contraviniendo resoluciones de la ONU, e intervencionistas, como poder regional, en las relaciones israelíes con el entorno árabe, ha sido apeado de la poltrona por una coalición de partidos que abarca todo el espectro político. Hasta ocho formaciones de distinto signo, incluida una por primera vez de la minoría árabe, se han conjurado para apartar al incombustible Netanyahu del poder. Había hartazgo de un personaje que se aferraba al sillón gubernamental a cualquier precio. Tenía sus motivos. Porque, más que sus políticas, han sido sus problemas judiciales y la corrupción que ha crecido a su alrededor lo que ha motivado su derrota. Un nacionalista de derechas, Naftali Bennet, acaba de sustituirlo en la jefatura del Gobierno, dando fin a más de dos años de parálisis política en Israel. Una parálisis producida por cuatro elecciones generales en dos años que resultaron inútiles para formar gobierno, un impasse mantenido por la negativa de Netanyahu a abandonar un cargo que le confiere aforamiento e inmunidad ante los problemas que tiene pendientes con la justicia por fraude y soborno. Eso era hasta ahora, en que nuevos aires refrescan Israel.

No se trata, no obstante, de un cambio radical, pero sí de talante, de sensibilidad a la hora de abordar los enormes retos del país hebreo, manteniendo, al mismo tiempo, la firmeza frente a las agresiones y los enemigos. Como demostró sin vacilar el nuevo gobierno al ordenar un ataque sobre Gaza tras el envío de globos incendiarios desde la franja hacia Israel. Sin embargo, ese talante brilló en la promesa del nuevo estadista de abrir “una nueva etapa con los árabes de Israel”, considerados y tratados por Netanyahu como ciudadanos de segunda clase.  También se evidenció al ordenar el desvío del recorrido de una nueva Marcha de las Banderas de zonas palestinas, para evitar enfrentamientos innecesarios, como los sucedidos en ocasiones anteriores. Lo dicho, otros aires.

Otros aires que renuevan una atmósfera contaminada de populismo que trajeron Trump, Netanyahu, Salvini, Orbán o Bolsonaro, entre otros, con sus políticas sectarias, ultranacionalistas, aislacionistas, racistas y unilateralistas. No todos han desaparecido, pero el alivio de esperanza se nota ya en el ambiente. Algo es algo.

lunes, 14 de junio de 2021

El río de mi devenir

Volví a verlo al cabo de más de cuarenta años. Allí estaba tal y como lo recordaba desde niño en mi memoria. El mismo con el que compartí los años más felices de mi infancia y donde me refugiaba cada vez que me sentía solo y aburrido. Seguía igual de modesto y manso, indiferente a un pueblo que le daba la espalda, que lo despreciaba. En cuanto he vuelto, fui a buscarlo con la impaciencia de quien se reencuentra con un ser querido, con un amigo de la niñez. Y sentí que me atraía como entonces, con esa sensación de mutuo afecto y camaradería. Y no lo pude evitar. Me acerqué a la orilla e introduje mis manos en sus aguas quietas. Aquel río en el que tantas veces me había bañado cuando correteaba con pantalones cortos parecía recordarme y me invitaba a sentir silencio y paz, protegido por su líquido abrazo. Las cañas de la ribera aislaban aquel recodo rocoso del río, formando una especie de oasis acuoso a la salida del pueblo, al que solamente los más imprudentes e indisciplinados solían acudir. Como hacía yo cuando nadie quería mi compañía. Y allí permanecía, como esperándome, el río que tantos recuerdos me despertaba. Tantos que si regresé a mi pueblo fue para reencontrarme con él. Para reconocer cuánto había influido en mí hasta el extremo de que su imagen siempre acompañó a mis deseos y añoranzas. Es un río que no cambia, que permanece como siempre ha sido, pero que ha sido la causa de todos mis cambios, de mi marcha del pueblo y de mi regreso, incluso de mi maduración como persona. Cada vez que me bañaba en él, salía con ánimo renovado, con la voluntad de alcanzar mis sueños. Porque aquel río no me dejaba sentirme apestado entre mis amigos, incomprendido en la familia o extraño para los adultos. Él, con su quietud, motivaba mi madurez, mi constante transformación personal. Y si hoy soy lo que soy, es gracias a ese río que ahí sigue, inmutable e indiferente a todo, salvo para mí. Al contrario de lo que dijera el filósofo, era yo el que cambiaba, y no el río, cada vez que me bañaba en sus aguas. El río nunca bañó a la misma persona que una y otra vez se refugiaba en su lecho. Siempre que me sumergía en él fui una persona distinta, mientras el río permanecía indiferente, modesto y manso. Como lo recordaba y como es, siempre el mismo, aunque yo nunca lo era.     

martes, 8 de junio de 2021

Opinar de lo que se ignora

En estos tiempos excepcionales que nos ha tocado sufrir, en los que tantos problemas nos afligen, una característica parece destacar sobre todas: la imprudencia con que alardeamos de nuestra ignorancia, sin importarnos opinar de cualquier suceso que forme parte de la actualidad, tanto si disponemos de alguna información, obtenida fundamentalmente a través de las redes sociales, como si no. El caso es expresar, muchas veces de forma contundente, nuestro parecer sobre cualquier asunto, pretendiendo sentar cátedra en temas que sólo nos interesan por ocupar los titulares mediáticos.

Se opina de lo que no se sabe a ciencia cierta. A veces, en el mejor de los casos, nuestro superficial conocimiento, que nos sirve para expresar un comentario rotundo, procede del bombardeo informativo al que nos someten unos medios de comunicación que no siempre ofrecen información relevante, contrastada, completa y veraz. Y otras. en el peor, simplemente nos hacemos eco de insinuaciones, especulaciones, bulos y hasta mentiras vertidos por manipuladores, improvisados o profesionales, de datos sin contextualizar, poco homogéneos y rigurosos, o de auténticas barbaridades aireadas por interesados negacionistas y demás amantes de supuestas conspiraciones, capaces incluso de cuestionar toda evidencia, incluida la científica. Lo importante, en cualquier caso, es demostrar que se tiene una opinión, cuanto más excéntrica mejor, de cada hecho y hablar sin demostrar nada de lo que sea, tanto de las vacunas como de los indultos y hasta de la última crisis diplomática con Marruecos.

Sin embargo, esta predisposición a aventurar opiniones en público o en privado no es novedosa, ya que charlatanes han existido en todas las épocas y lugares. Lo llamativo ahora es la enorme proliferación de bocazas que disponen de capacidad para irradiar su ignorancia a través de las redes sociales hasta límites inconcebibles. Es tal su influjo que a veces causa estupor escuchar dichos comentarios en boca de un vecino al que considerábamos sensato y con sentido común. Se ha perdido la prudencia de callar lo que se ignora. No obstante, ello no es nada en comparación con lo que se oye en la barra de un bar, sitio en el que se suelen abordar y arreglar los problemas del mundo mundial, además de corregir a entrenadores y calificar a jugadores de cualquier deporte.

Pero lo más sorprendente de todo es que, lejos de combatir esta peste de pseudoautoridad autosuficiente, hasta el mismo Gobierno parece empeñado en animarla y alimentarla. Es lo que se desprende de la iniciativa de trasladar a la ciudadanía responsabilidades que no está en condiciones de asumir, por la formación que se requiere. Me refiero a la posibilidad de que decida, previa firma del correspondiente consentimiento, por si acaso, entre las marcas de Astrazeneca y Pfizer a la hora de completar la segunda dosis de su inmunización, cuando ni los médicos lo tienen claro. Que un profano en medicina, virología, inmunología o epidemiología asuma tal decisión sanitaria escapa a toda lógica. Más que criterios científicos o de salud pública, parecen predominar consideraciones políticas o de amortización del gasto farmacológico. No es de extrañar, por tanto, que cualquier persona en la calle recomiende a quien le preste oídos una u otra vacuna, según su particular criterio, sin más fundamento que la mera intuición y sin más apoyo que, en ciertos casos, su experiencia personal, que a veces ni eso. Y si esto se produce en temas de carácter científico, en los que se supone no cabe la discrepancia, es fácil imaginar la que se arma cuando se opina de asuntos que se brindan a interpretaciones diversas.

En tales casos, lo que surge son diatribas sobre la supuesta traición que comete el Gobierno si concede el indulto a los políticos catalanes encarcelados por un delito de sedición o se concibe como una medida legal de gracia que apaciguaría las tensiones territoriales con una comunidad en la que el problema identitario sólo es posible abordarlo desde la política, no con medidas judiciales o policiales. Nadie se para a valorar si es recomendable conocer la historia para expresar una opinión fundada al respecto. Basta ser visceral para oponerse o apoyar las iniciativas gubernamentales que han sido implementadas en los últimos años, máxime si el Gobierno precisa para seguir en el poder del apoyo parlamentario, entre otras, de aquellas formaciones nacionalistas implicadas en el problema, como es ERC, el partido republicano independentista que preside la Generalitat de Cataluña. No se critica que cada cual albergue su propia opinión, sino que esta se exprese con la autoridad de un doctor en Ciencias Políticas y la contundencia de una verdad revelada.

Lo mismo sucede con la crisis diplomática con Marruecos, a la que, para unos, el Gobierno no ha sabido afrontar con la determinación necesaria después de hacer gestos y tomar decisiones que han sido considerados afrentas y falta de confianza por el país vecino. Y para otros, un ejemplo más de la arbitraria política marroquí, capaz de utilizar a su propia población como medida de presión ante España por su respaldo a resoluciones de la ONU acerca del conflicto del Sáhara Occidental. Las inevitables relaciones y la codependencia entre países vecinos exigen una diplomacia de mutuo respeto, franca sinceridad, lealtad y confianza, cosa que no siempre es tenida en cuenta en las opiniones de los profanos en política internacional. Tampoco en la de esos patriotas que aprovechan estos enfrentamientos para socavar la posición de su país y negar todo apoyo al Gobierno aunque después, una vez resuelto el asunto, se pueda exigir responsabilidades donde procede, en el Parlamento. Desde “invasión” de España e “incompetencia” del Gobierno para defender las fronteras hasta el oportuno recordatorio de que aquellas son fronteras europeas, que hacen que el problema afecte a la UE y a sus acuerdos con el país marroquí, las opiniones de la gente no se han apartado de los argumentos que la propia clase política les ha ofrecido, pero sin la debida ponderación de la complejidad de los hechos. Y es que es más fácil dejarse llevar por la emoción y los prejuicios que por la valoración racional de los acontecimientos.

De este modo, es comprensible que sea difícil reprimir el impulso a opinar de cualquier cosa, tanto si nos tiran de la lengua como si no. En primer lugar, porque tenemos la tendencia a ser charlatanes. Y en segundo lugar, porque el ambiente nos predispone a elucubrar una opinión propia que nos distinga del ensordecedor griterío político y mediático al que estamos expuestos y en el que la disparidad y las contradicciones son, más que frecuentes, constantes. Puesto que no se ofrece una versión válida y única, al menos consensuada, de lo que acontece y nos pasa, cada cual construye su propia opinión, incluso sobre lo que se ignora o desconoce. Esta actitud nos hace, desgraciadamente, vulnerables a la manipulación y al engaño. Y todo ello puede ser intencionado, sin ningún género de duda. Por eso, es preferible Informarse mejor antes de abrir la boca.           

domingo, 6 de junio de 2021

Rota

Rota es uno de esos pueblos de la bahía de Cádiz, junto a Sanlúcar, Chipiona y Puerto de Santa María, al que, desde que tengo uso de razón, los sevillanos han acudido en masa para sofocar el calor en los meses más tórridos del verano. Siempre ha estado ahí, bañado por las azules aguas del Atlántico y el aire perfumado de salitre, pero nunca lo había visitado hasta ahora, gracias al azar de la pandemia, la jubilación, las ganas de recobrar la libertad de perder el tiempo y una oferta hotelera imposible de desaprovechar. Y me he llevado una grata sorpresa, sin duda favorecida por la tranquilidad de fechas todavía no vacacionales y unas ganas por recuperar aquella vieja normalidad en que nos tirábamos a la carretera, con las neveritas de las bebidas y los “tuperguares” de tortillas de patata, filetes empanados y picadillos, en busca de playas y diversión.

Rota es idéntica a otras poblaciones costeras, con sus calles estrechas del centro, chalets de antiguos esplendores y un paseo marítimo que invita a intimar con las olas, pero con una identidad o encanto peculiar. Como la cercana Chipiona, dispone la lanza enhiesta de un faro que, más que proteger a los navegantes, curiosea los movimientos de la flota de guerra que entra y sale de la Base Naval que la marina norteamericana, ya de uso conjunto con España, tiene instalada en el municipio. Esa Base militar es la desdicha y la suerte de Rota, un pueblo que ha disfrutado -y disfruta- de los réditos económicos que le brindan tan potentados huéspedes uniformados, aunque sufra la amputación de buena parte de su territorio. Y eso se nota en los mástiles turísticos de las banderas, donde ondean las enseñas de España, Andalucía y Estados Unidos de América.

Por lo demás, Rota ofrece playas de arenales finos y blancos, rincones con arcos y murallones almenados, un puerto pesquero y náutico que no carece de la banda sonora de las gaviotas, plazas y calles engalanadas con flores y tabernas que trajinan vino y cerveza, siempre acompañados con los frutos del mar, en especial los bautizados con “la roteña”, o de la tierra. Un buen sitio desde siempre que descubro hoy, para hacer bueno aquello de que nunca es tarde si… Eso, Rota.