lunes, 29 de mayo de 2023

Una odisea teatral

Han pasado cinco siglos desde que Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano lideraran la proeza de circunnavegar por primera vez el mundo, desde la desembocadura del río Guadalquivir hasta alcanzar las Islas Molucas y regresar al punto de origen, navegando siempre hacia el oeste, demostrando, así, que la Tierra era redonda.

Aquella gesta estuvo rodeada de amotinamientos, traiciones, muertes y sufrimientos, pero también de valor, heroicidades y solidaridad entre unos marineros que se aventuraron por océanos y tierras desconocidos, nunca antes explorados. Sólo una de las cinco naves que partieron y 18 marineros, comandados por Elcano, regresaron a Sevilla un 8 de septiembre de 1522 tras tres años de travesía.

El periplo estuvo plagado de acontecimientos que los llevarían a descubrir el paso por la Patagonia desde el Atlántico al Pacífico, enfrentar  tempestades oceánicas y mares calmosos, encontrar tierras nuevas y otras gentes, participar en batallas y conocer reyes locales. También los obligaría a nombrar a Elcano como nuevo capitán tras la muerte de Magallanes en una emboscada, eludir a los portugueses en las Molucas y durante el retorno a España por el Cabo de Buena Esperanza, y culminar exhaustos el empeño de hallar una nueva ruta por la que abastecerse de las apreciadas especias que iban buscando en las Molucas.

Y todo esto, en sus escenas más significativas y documentadas, es lo que muestra la pieza teatral La Odisea de Magallanes-Elcano, de la compañía Teatro Clásico de Sevilla, con la intención de que el espectador sea testigo sobre unos hechos que llevaron al ser humano a abrir una nueva página de la historia y tomar conciencia de su lugar en el mundo, cuyas dimensiones ignoraba hasta entonces. Una odisea de epopeyas y dramas narrada y representada con la plasticidad y la verosimilitud de una obra realmente impresionante y cautivadora. Una auténtica odisea teatral.

Se trata de un texto escrito por ocho autores (Javier Berger, José Luis de Blas, Borja de Diego, Paco Gámez, Ana Graciani, Carmen Pombero, Antonio Rojano y Alfonso Zurro), bajo la coordinación dramatúrgica de Alfonso Zurro, que fue elaborado para los actos de celebración de V Centenario de la primera vuelta al mundo.  Y nada como el teatro para contar una aventura extraordinaria… de locos y desde la grandeza y, sobre todo, el delirio. No se la pierdan.

sábado, 27 de mayo de 2023

No solo en el fútbol

Ahora que han finalizado las elecciones municipales y autonómicas y, con ellas, la insoportable matraca con la que nos han machacado, y cuando sus resultados, increíbles para unos e inesperados para otros, no hacen sino reflejar el despiste de unos ciudadanos que, indefensos ante las maquinaciones del poder, botan con su papeleta, cual pelotitas de un pìnball, para votar en función del impulso que les imprimen los flippers de la desinformación, llega la hora, por fin, de hablar de otras cosas, quizás más serias y preocupantes. Hablemos, cómo no, de racismo.

Se ha puesto de actualidad el asunto, nada trivial, del racismo en el fútbol debido a que, justo a mitad de la campaña electoral, un jugador del Real Madrid, de origen brasileño, fuese insultado en el estadio del Valencia con gritos de “mono” y otras lindezas por el estilo. Sin embargo, no era la primera vez que una cosa así se producía en los campos de juego españoles contra jugadores que pertenecen a otras razas o etnias, aunque vistan las camisetas de equipos tan nacionales como el citado. Pero, esta vez, el “incidente” ha acaparado la atención de los medios de comunicación por la airada reacción del jugador, enfrentándose verbalmente a los agresores, y, dado que se estaba en plena campaña, por la consiguiente “condena” pública, algunas con matices, que los políticos y otros personajes se apresuraron a expresar con la intención de arrimar el ascua a su sardina. Incluso los de Vox, que tanta xenofobia irradian en la mayoría de sus manifestaciones y mensajes, aprovecharon la oportunidad para asegurar que, en comparación, algunos de sus candidatos son objeto de una violencia mucho mayor.  Para ellos, lo condenable es la gradación del delito, no el delito en sí. Algo parecido a lo que opina la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, incapaz de mantener la boca cerrada, para quien tan grave es el insulto xenófobo como los abucheos al rey en algunos estadios. También, dirigentes de LaLiga y la FIFA y hasta el presidente de Brasil e, incluso, la propia ONU han terciado en lo que, a todas luces, es una muestra intolerable de racismo en la España que se supone moderna y plural.   

Y algo de razón deben tener.  Porque de lo que no hay duda es que el racismo en el fútbol representa, cuanto menos, un síntoma alarmante de un problema enquistado en la sociedad. Un problema que se manifiesta puntualmente, como la erupción de un volcán, cuando las heridas económicas, educacionales, sociales y, en este caso, deportivas se abren, dejando supurar lo que de verdad sentimos o pensamos. En tales situaciones se escapan expresiones que, aunque esporádicas, no dejan de ser escandalosas y paradigmáticas de un mal estructural que deteriora, si no se ataja con severidad, la convivencia y la tolerancia en nuestra sociedad.

Moro, sudaca, panchito, moreno, negrata, japo o chino para cualquier ciudadano asiático, gitano tenía que ser –cuando cometen algún delito-., entre otras, son ejemplos de términos o expresiones peyorativas con las que nos referimos, de manera discriminatoria, a ciertas minorías que cohabitan entre nosotros y que forman parte de la comunidad plural y diversa que todos integramos. En muchos casos, no somos conscientes de ese comportamiento pues solemos manifestarnos de forma racista de manera no intencionada. Es más, ni  siquiera nos reconocemos racistas, entre otras cosas, porque asumimos como normalizado el insulto en determinados contextos y situaciones. Lo que es aún peor por evidenciar una lacra larvada que sublimamos cuanto podemos, pero que denota lo que realmente pensamos y que influye en nuestra conducta y relación con otros grupos sociales.

Es por ello que, cuando las barreras educacionales y de corrección política se ven desbordadas por cualquier motivo, brotan de súbito a nuestra boca los exabruptos e insultos contra el que se distingue por su raza, color de piel, rasgos físicos, costumbres, creencias religiosas y hasta por el modo de vestir, aunque se trate de personas tan naturales del país como cualquier español de pura o impura –que eso es otra- cepa.

No podemos remediarlo. Alguna de las múltiples caras del racismo que portamos con nuestros prejuicios emerge de pronto cuando nos sentimos superiores en enfrentamientos emocionales con minorías que consideramos inferiores o peligrosas para nuestro concepto de identidad colectiva. Y tampoco podemos reprimirlo porque somos hijos de una cultura colonial que muchos todavía añoran, de una práctica religiosa que pretende imponer una tutela moral al conjunto de la sociedad y cuyo dogmatismo busca prevalecer sobre leyes, derechos y libertades duramente conquistados, y de un nacionalismo patriotero excluyente, tanto de lo propio (de ahí los conflictos entre autonomías) como de lo ajeno, especialmente si es pobre y sin recursos, como los inmigrantes que arriban a nuestras costas en frágiles embarcaciones y no en yates a Puerto Banús.  

Se trata, en definitiva, de un problema que, afortunadamente, todavía no está generalizado pero que continuamente es  alimentado por esas invitaciones al odio y a la intolerancia que se proclaman desde diversas tribunas públicas. Apologías al odio que arraigan con facilidad en suburbios  periféricos o núcleos urbanos en los que la frontera entre la zona rica y la pobre determina el disfrute o carencia de servicios, oportunidades y derechos.

Aunque cueste admitirlo, sigue existiendo un racismo basal en nuestro país, y no sólo en el fútbol, a pesar de las políticas, las campañas y la legislación con que se intenta combatirlo y erradicarlo, fomentando la igualdad, la tolerancia y el respeto a cualquier persona, sin importar su condición social, sexual, racial, cultural, económica o sus creencias. De hecho, el racismo y la xenofobia continúan siendo un problema por resolver, como recoge un informe publicado por el Ministerio de Interior, puesto que de los 1.133 casos tipificados en 2021 como delitos de odio, 465 tenían una motivación racista o xenófoba. Son casos denunciados, cuyo volumen podría ser una décima parte de los reales.

Y ambos, racismo y xenofobia, constituyen uno de los déficits o rémoras, como el machismo o la violencia contra la mujer, la comprensión lectora de muchos estudiantes y hasta nuestra incapacidad para los idiomas, que el sistema educativo no ha logrado corregir de manera satisfactoria. Pero esa es la única vía, según los expertos, de enfrentarnos  a este problema: con educación temprana y la permanente concienciación social sobre la igualdad en derechos y el respeto a la dignidad que merece todo ser humano, sin distinción. Nos queda, por tanto, mucho camino que recorrer para lograr una sociedad libre de expresiones y actitudes racistas, como las exhibidas en el campo de fútbol. Y no sólo ahí, desgraciadamente.  

lunes, 22 de mayo de 2023

El olvido es el destino

La vida no es más un cúmulo de recuerdos con los que construimos nuestro presente mientras hacemos proyectos para prolongarlos en el futuro. Sin recuerdos, la existencia no tendría sentido porque carecería de historia, de un plan por el que guiarse conforme culmina metas que definen nuevos objetivos, con cuyos recuerdos se elabora el cemento que confiere unidad y lucidez a toda vida. No es de la vida orgánica de lo que hablo, simple fisiología de lo viviente, sea vegetal o animal, sino de la vida cognitiva, consciente de su existencia y, por tanto, interrogadora de su ser, de su por qué y para qué. Y es ahí, en el raciocinio del ser reflexivo, donde los recuerdos dotan de finalidad la existencia y proporcionan coherencia temporal y simbólica a su lugar en la realidad, es decir, en el mundo. Pero, al mismo tiempo, le pronostican un final, la meta definitiva, que se alcanza cuando el olvido borra todos los recuerdos y nos abandona en la nada. Tal es nuestro destino. Y excede a la muerte biológica, porque la muerte definitiva sucede cuando morimos en los vivos, cuando ya no nos recuerdan y olvidan todo rastro de lo que, una vez, pudimos recordar. Tal vez soñar.       

miércoles, 17 de mayo de 2023

Las `artes´ electorales de la derecha

Hace pocos días comenzó oficialmente la campaña para las elecciones autonómicas (14 comunidades) y municipales del 28 de este mes, aunque ya estábamos “de facto” en plena diatriba electoral desde primeros de año. Desde entonces, el Gobierno y la oposición no han desaprovechado ninguna oportunidad para emitir eslóganes y proclamas electorales en toda ocasión propicia, viniera o no a cuento. Tanto es así que, una vez aprobadas las leyes sobre la reforma del “sólo sí es sí” y la de “la vivienda”, la legislatura podía considerarse extinguida, por lo que, de inmediato, se puso en marcha lo que se les da bien a los partidos políticos: pugnar por las mejores posiciones mediáticas de cara a la opinión pública y no dejar de hacer promesas y ofrecer soluciones que ni se cumplen del todo ni resuelven apenas nada.

De este modo, cualquier acto e iniciativa gubernamental, parlamentaria o partidaria, a partir de entonces e incluso desde antes, ha servido para hacer propaganda electoral, donde todos se afanan por presumir de méritos y bondades propios y en desmentir y desacreditar al adversario. Es decir, lo habitual en toda competición por el voto ciudadano, en que lo que a uno le parece bien, al contrincante le parece fatal. Y viceversa. Ya nos tienen acostumbrados tras más de 40 elecciones generales, autonómicas, municipales o europeas, desde 2015, y más de 200 si hacemos la cuenta desde la Transición.

Sin embargo, en esta que actualmente estamos soportando, el clima político es especialmente bronco, como si se pretendiera caldear adrede el ambiente de cara a las generales del próximo otoño, las que de verdad importan a las formaciones con posibilidad de gobernar. En semejante contexto, llama particularmente la atención la ferocidad con que la oposición de derechas en general, y el PP en particular (Vox e Isabel Díaz Ayuso son caso aparte), ataca al Gobierno con su argumentario de campaña. Da la impresión de que está indignada por no ocupar el poder en cualesquiera administraciones en que podría hacerlo. Va a por todas y con todas las armas a su alcance. Las legítimas y las ilegítimas. Con verdades y con mentiras. Con todo, incluyendo su capacidad mediática para obligar a sustituir programas de televisión por otros desde los que pueda proyectar su estrategia electoral (Rosa Quintana por Sálvame, por ejemplo).

Todo vale para desalojar, “expulsar”, “echar”, “cercar” o “derrocar” (entrecomillas los términos utilizados) al socialista Pedro Sánchez y sus socios “comunistas” de Podemos del Palacio de la Moncloa e impedirles que se apoyen en una mayoría parlamentaria con independentistas (ERC) y “terroristas” (Bildu). Esta alianza, que permitió la investidura de Sánchez al frente del primer gobierno de coalición en España desde que se restauró la democracia, es, al parecer, insoportable para la irritante “sensibilidad” conservadora, la única depositaria de las esencias nacionales, patrióticas, constitucionales, morales y tradicionales de este país, por lo que se indigna hasta el arrebato cuando no está en el machito dirigiendo el cotarro. Con ese talante resabiado diseña su campaña electoral. Lo cual es peligroso y despierta mucha desconfianza, por no decir desafección ciudadana que, por cierto, le conviene.  

Nos enfrentamos a que, en esta campaña como en anteriores desde Trump en adelante, se genere una cantidad no despreciable de bulos y fakenews que operan, fundamentalmente, con la desinformación (gobierno “frankenstein” ilegítimo, blanqueo de independentistas y terroristas, facilidad a violadores y okupas, inmigración criminalizada, etc.) y que, en su mayor parte, favorece a los partidos de la derecha y desprestigia a los de izquierdas. La capacidad de persuasión de esta información falsa o tendenciosa es notoria y, en algunos casos, determinante para el triunfo electoral. En especial, cuando el consumo de información política y el debate público se hace a través de las grandes plataformas digitales, las redes sociales y, en menor medida, los medios de comunicación de masas convencionales, no exentos estos últimos de contaminación o sesgo ideológico que alimenta una cierta polarización afectiva, que induce a valorar más las emociones y los prejuicios que los hechos, como luego veremos. Y esto lo saben todas las formaciones políticas y sus gurús publicitarios, aunque unos sean más descarados que otros a la hora de hacer uso de tal manipulación.

Y esto es, precisamente, lo que está haciendo el PP cuando vuelve a enarbolar la bandera de ETA y las “listas manchadas de sangre” en esta campaña, en vez de enfrentar programas y medidas alternativas a los problemas cotidianos de pueblos y autonomías, que es justamente de lo que se trata. Y lo hace mediante medias verdades, tergiversaciones y ocultando lo que no le conviene de los hechos, a sabiendas de que así promueve actitudes emocionales que obnubilan el juicio crítico y la capacidad de discernimiento ponderado en los receptores de sus mensajes.

Saben que, emocionalmente, da asco que antiguos terroristas, que ya cumplieron condena y están reinsertados en la sociedad, figuren en las listas electorales de un partido vasco plenamente democrático y legal, cual es Bildu, heredero de Sortu, vástago a su vez de la vieja Batasuna, brazo político de los simpatizantes y exmiembros de ETA. Pero que ello sea así, que los que en el pasado se valieron de la lucha armada y el asesinato por sus ideas separatistas puedan defenderlas ahora de manera pacífica y democrática en las urnas, es un triunfo de la democracia del que deberíamos sentirnos particularmente orgullosos. Costó mucho trabajo, vidas y sangre acabar con el terrorismo de ETA y para que los violentos asumieran que la única manera de defender sus ideas es con la palabra y la paz, participando de la política en democracia. Pero se consiguió: la democracia venció al terrorismo. Y todos los partidos democráticos que gobernaron España hicieron lo imposible por lograr tamaña proeza.

No es cuestión, por tanto, de instrumentalizar el dolor de las víctimas y el recuerdo amargo de aquella época atroz, que todos deseábamos dejar atrás, por unos réditos o cálculos electorales. Y no lo es, además, porque todos, incluido el mismo PP que ahora denuncia cualquier relación con el partido abertzale y exige su ilegalización, han alcanzado acuerdos con los violentos por conseguir la paz. No hay que tergiversar la historia ni rasgarse las vestiduras con hipócrita indignación. Porque si Sánchez es un “indecente” al permitir lo que legalmente es legal y dejar que rehabilitados socialmente, sin deudas penales pendientes, figuren como elegidos en un partido legal, ¿qué calificativo merecería José María Aznar, expresidente y todavía referente del partido que ahora clama al cielo, cuando desde su Gobierno, en 1998 ensalzó a ETA como “movimiento vasco de liberación”? ¿Y Borja Sémper, el actual portavoz del PP, cuando en 2013 afirmó que “Bildu no es ETA, lo importante es que ETA se ha acabado (…) el futuro se tiene que construir también con Bildu”? ¿O el hoy portavoz en el Senado, Javier Maroto, entonces alcalde de Vitoria, cuando alardeaba de que “no me tiemblan las piernas por llegar a acuerdos (con Bildu)”? ¿O el mismísimo PP vasco, cuando votó más de 200 veces junto a Bildu en el Parlamento de aquella comunidad, mientras su matriz nacional cuestiona ahora al PSOE por hacer lo mismo?

Estas “artes” electorales de la derecha, en las que involucra a todos sus sectores de la política, la judicial, la mediática y la económica, es nauseabunda. Porque no todo vale en unas elecciones, y menos aun intentar manipular a los ciudadanos al ocultarles hechos y promover actitudes emocionales para que piensen y decidan con el corazón y no con el cerebro, ateniéndose a la verdad. Y porque si a todos nos provoca asco que exterroristas puedan ser elegidos, aunque estén en su derecho, también sentimos repulsión y vergüenza por la utilización espuria de esos sentimientos -y de las víctimas- por meros intereses partidistas.

El peligro que conlleva una campaña así es el fomento del odio y del sectarismo más enfermizo en amplias capas de la población, cuando no se respetan ciertos límites, como sucedió con una portada de ABC, en la que aparecía una pancarta con una soflama ofensiva contra el presidente del Gobierno, destacando sobre el resto de la imagen. Y aunque el periódico se disculpó posteriormente en un editorial, no es casual ese reclamo emocional al odio en el fragor de la campaña electoral. Como tampoco es aceptable valerse recurrentemente del rechazo a ETA como ardid electoral, hasta el punto de que la propia Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio Ordóñez, diputado vasco del PP asesinado por ETA en 1995, criticara abiertamente esa estrategia: “El PP siempre nos está utilizando, jugando con ese tema. La dignidad de las víctimas empieza por el respeto”.

Por mucho que haya en juego, no es digno acceder al poder sin importar los medios y a cualquier precio. Aunque sea factible. Tales “artes” son propias de políticos sin escrúpulos ni moral, de los que, desgraciadamente, tenemos sobrados ejemplos en nuestro país como para permitir que sigan ofendiendo nuestra inteligencia e intenten manipularnos tan descaradamente. No, así no se juega.  

martes, 9 de mayo de 2023

Paz o guerra

No es mi intención hacer un juego de palabras con el título de la novela de León Tolstói, que tan bien describe la barbarie de la guerra y desmitifica la aureola mítica de sus “héroes”, sino enfrentarme a mis propios dilemas. ¿Qué actitud adoptar ante la guerra en Ucrania a causa de la invasión rusa? ¿Ayudar al agredido a defenderse? ¿O declararse a favor de la paz negando todo envío de armas a quien las necesita para combatir la invasión?

El mundo se debate hoy entre ambas disyuntivas. Europa y EE. UU. decidieron desde un primer momento enviar armamento al país invadido. China y Brasil (entre otros) se decantan, con motivos diversos, por hallar la paz mediante el diálogo y desde una cierta neutralidad. Incluso en el Gobierno de coalición español, volcado en ayudar con tanques a Ucrania y acoger a refugiados que huyen de la guerra, existen divergencias entre los socios: PSOE apoya sin reservas el derecho de los ucranios a luchar contra la invasión y expulsar al agresor; Podemos, en cambio, es de los partidarios de la paz que prefieren no socorrer al agredido porque consideran que toda ayuda militar alimenta el conflicto.

Todos hablan de paz, uno inicia la guerra y otro la sufre en su territorio. Entre tanto, el enfrentamiento bélico se cronifica y se estanca en trincheras (como las de Bajmut) que ni avanzan ni retroceden, pero que dejan un reguero de decenas de miles de víctimas, entre muertos y heridos, que no para de crecer en ambos bandos. ¿Quién tiene razón? ¿Cuál actitud es más realista y sensata?

Lo que parece cierto es que, tras más de un año de una inaudita e inconcebible guerra en el continente europeo, ambos argumentos albergan su parte de razón y, también, de error. También mucho de hipocresía. Hacer de ellos una síntesis sería lo deseado si no fueran excluyentes. Se trata, por tanto, de un dilema de complicada resolución. A ver si logro aclararme.

Los que buscan la paz, liderados por China en un afán por asumir protagonismo en las relaciones internacionales y representar al Sur global, apuestan por explorar vías alternativas que, si no bastan para frenar la guerra, al menos podrían servir para acortar su duración y los daños que ocasiona. No lo expresan abiertamente, pero anteponen la consecución de la paz al restablecimiento de la justicia. Ejemplo de ello es la actitud del presidente de Brasil, Lula da Silva, para quien Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, es igual de responsable que Putin de la guerra. El mandatario sudamericano insinúa en sus declaraciones que, en la búsqueda de la paz, ninguno de los bandos puede resultar vencedor ni perdedor, por lo que Ucrania deberá aceptar que no conseguirá todos sus objetivos militares o, lo que lo mismo, no logrará recuperar íntegramente su antiguo territorio. Algo parecido a lo señalado por Jürgen Haberman, filósofo alemán representante de la Escuela de Frankfurt, en un artículo publicado en Süddeutsche Zeitung y El País en mayo de 2022, titulado “Guerra e indignación”, aconsejando negociar porque esta guerra no se resolverá en los términos derrota/victoria. Ni Rusia puede ganarla ni Ucrania perderla. Entre otras cosas, porque si las dos primeras guerras mundiales arrasaron Europa, un nuevo conflicto nuclear la destruiría para siempre.

Por su parte, China, que mantiene estrechas relaciones comerciales y diplomáticas con Rusia, además de compartir con ella el repudio a la preponderancia norteamericana no sólo en Occidente sino como garante del orden mundial, presentó un documento de 17 puntos como base para una posible negociación. El país asiático desea convertirse en intermediador neutral a escala internacional (como puso de manifiesto al conseguir, en marzo pasado, la reanudación de los lazos diplomáticos entre dos archienemigos. Irán y Arabia Saudí), puesto que ha sido el único de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que ha presentado un plan de paz sobre la mesa. A pesar de su postura ambivalente, China no oculta sus preferencias, pues llega a calificar la guerra de simple “crisis”. Sus propuestas de paz no dejan de ser un catálogo de grandes principios que todos comparten, pero pocos -y menos la Rusia de esta “crisis”- respetan. Así, afirma, entre otras cosas, que debe respetarse la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todos los países. Sin embargo, China, alineada con Rusia, no condena la agresión a la soberanía, independencia e integridad territorial de Ucrania de manera explícita. Es verdad que tampoco ha reconocido la anexión rusa de Crimea. Y que de momento no envía armas a Rusia, aunque le presta todo el apoyo económico, diplomático y comercial que permite a Putin sortear las sanciones económicas de Occidente.

Por su parte, quienes ayudan a Ucrania a resistir la invasión rusa y defenderse de la agresión buscan reparar una injusticia. Perciben la guerra como un acto de suprema e intolerable injusticia, contrario al Derecho Internacional y a la legalidad, tratados, acuerdos y convenciones que rigen las relaciones entre Estados y países del mundo. Legalmente, la invasión rusa de Ucrania es una violación de la Carta de las Naciones Unidas. En sí misma, tal agresión constituye un crimen de Derecho Internacional al perseguir derribar un gobierno legítimamente elegido. Se trata, por tanto, de no dejar pasar una flagrante y descarada violación de la legalidad internacional y mostrar un necesario deber de solidaridad con la Ucrania invadida por Rusia sin motivo alguno. Y ello no sólo por meras razones morales, sino también prudenciales y estratégicas, entre las que también se cuelan intereses particulares u oportunistas.

El respeto a la integridad territorial y soberanía de los Estados es, en la arquitectura legal internacional, un principio sagrado e indiscutible, piedra de bóveda en la que se basan el orden y la estabilidad mundial. De ahí que la citada Carta de la ONU reconozca el derecho inherente de todos los Estados a la legítima defensa individual o colectiva, recogido también en los Principios del Tratado sobre el Comercio de Armas. Socorrer al Estado que es víctima de una violación de su derecho a la soberanía e integridad territorial es un deber para quienes defienden la democracia y el imperio de la ley. 

No hay duda, pues, de que Ucrania debe resistir y rechazar la invasión de su territorio, contando con el derecho a recibir, con tal fin, toda la ayuda armamentística, financiera, humanitaria y de cualquier tipo que necesite para su defensa. En ese sentido, Europa está especialmente involucrada en la reparación de la injusticia y el restablecimiento de la legalidad en Ucrania. Se juega su razón de ser. Porque, aunque Ucrania no pertenezca -todavía- a la Unión Europea, es parte integrante de un continente que configura progresivamente su proyecto de unidad política, lo que la convierte en el tercer ente económico-político a escala global, tras EE. UU. y China. Y desde tal punto de vista, Europa no puede dejarse chantajear con esta agresión, entre otras cosas, porque supondría una muestra de debilidad que la condenaría para siempre en sus relaciones con el agresor y otras potencias, además de un escándalo político y moral sin precedentes, contrario a sus intereses geoestratégicos.

Bajo esta perspectiva, no se puede consentir que Rusia llegue a considerar, de ningún modo, que ha ganado o puede ganar este pulso a Occidente, en que el ser de Europa está en juego. Por eso, ayudar a Ucrania a defenderse es contribuir a proteger a Europa de una agresión injusta, ilegal e inmoral. Es reparar una injusticia y restablecer la legalidad y el orden mundial quebrantados. Y evitar males mayores. Porque si cualquier “matón” puede hacer lo que le antoje, sin atenerse a ley alguna y sin que nadie le pare los pies, ¿cuál sería la siguiente balandronada rusa, su próxima víctima? ¿Georgia, Moldavia, algún país báltico? ¿Quizá Bielorrusia, si cambia de gobierno? ¿Incluso Finlandia, con frontera con Rusia como Ucrania y que ya, sintiéndose amenazada, ha ingresado en la OTAN, o Polonia que comparte historia cosaca y valores con la cultura eslava? Es mucho lo que hay en juego para Europa en la guerra de Ucrania como para confiar en que solo las palabras y las buenas intenciones, sin más, detendrán al agresor.

Aun así, los que colaboran en armar al ejército ucranio miden muy bien el alcance de dicha ayuda, limitándola escrupulosa y proporcionalmente a material defensivo y no al potencialmente ofensivo. Y ello es así porque, tanto EE. UU. como los países miembros de la OTAN y la propia UE, facilitan armamento y equipamiento a Ucrania y contribuyen a la preparación de su ejército sólo hasta un punto infranqueable: entrar en guerra con Rusia o que así perciba ella la colaboración occidental. De ahí que el objetivo de esta ayuda no sea una victoria militar sobre Rusia, sino que Ucrania no acabe derrotada ni pierda su derecho a ser un país soberano e independiente, cuya existencia como Estado y nación ucranianos niega Putin. No hay que olvidar que este país es el más reciente de las naciones europeas y que logró su independencia tras la caída de la Unión Soviética, después de siglos bajo dominio de Polonia, Austria y Rusia.

Existe, además, la posibilidad de uso de armas nucleares, con las que ha amenazado reiteradamente Rusia, lo que conferiría al conflicto bélico una inmediata magnitud devastadora no solo para Ucrania, sino para el Centro y Este de Europa por la probabilidad de la lluvia radiactiva (lluvia ácida) que generan las explosiones atómicas, de persistentes y nocivos efectos para la población. Un temor que -imagino y deseo- también guarda el mandatario ruso, a pesar de sus amenazas.

En este dilema entiendo ambas posiciones, pero me inclino por que sean castigados quienes no respetan el derecho internacional y la independencia y soberanía de los Estados. El diálogo y la negociación siempre son preferidos y necesarios, pero especialmente como método para abordar conflictos y evitar el empleo de la fuerza y la violencia. Cuando estas se desatan, contraviniendo cualquier ley y todo orden, es prioritario el restablecimiento de la legalidad y la reparación de la injusticia. De lo contrario, cualquiera que se sienta poderoso podría aplastar al débil, algo que es intolerable en democracia, sistema que reconoce a todos los Estados, grandes y pequeños, el derecho a la inviolabilidad de su soberanía, la independencia y la integridad de su territorio. Si se transige con el quebranto de estas normas básicas de convivencia pacífica entre naciones, nadie estará seguro y la inestabilidad y la desconfianza dominarán el mundo, todavía más que ahora. Y la diplomacia sería un procedimiento innecesario, por inútil. La civilización regresaría a la época medieval, cuando la actividad de muchos pueblos era el saqueo y la conquista.

En definitiva, soy partidario de dialogar y negociar, pero antes de que se emplee la fuerza o si el agresor renuncia a ella. Mientras persista en la violencia, hay que hacerle frente para evitar mayores abusos y atropellos, y para que respete un orden que, tras la segunda guerra mundial, ha traído la paz y la prosperidad a esta parte del mundo. No sé si me explico.

lunes, 1 de mayo de 2023

Otro primero de mayo

Este 1º de mayo, Día del Trabajo, como la mayoría de los anteriores, me provoca cierta decepción porque no se acaban de lograr las condiciones socio-económicas que permitan a los trabajadores celebrar el trabajo como una necesidad o un bien para una vida digna. A pesar de los años que llevamos celebrándolo, este día todavía recuerda que los obstáculos son mayores que los logros por alcanzar el pleno empleo y la retribución suficiente. Es más, a día de hoy, los salarios pierden poder adquisitivo y la inestabilidad sigue imperando en las condiciones laborales. Como consecuencia, aumentan las desigualdades, como si fueran resultado inexorable de la actividad económica, y no fruto de decisiones y políticas que cuestan trabajo erradicar y sustituir. Así, cada año y cada Día del Trabajo seguimos deseando que todas estas injusticias sean vencidas y que el trabajo, en realidad, sirva para aspirar a una vida digna. Tal es la triste decepción que me genera esta celebración, aunque reconozca que se dan pasos adelante, entre muchos hacia atrás, en las condiciones laborales y el reparto de la riqueza.  No hay voluntad de mejora debido a la concentración de riqueza y empresarial que se deriva del actual sistema económico. ¿Qué celebrar, pues?