sábado, 30 de enero de 2021

Vivencias de un (casi) enclaustrado (22)

Seguimos siendo vapuleados por la realidad. No somos capaces de superar unas adversidades que no dejan de golpearnos con saña. La vulnerabilidad que padecemos nos acobarda y paraliza. Y nos empuja a enfrentarnos unos a otros, a cuestionar los recursos que hallamos para defendernos y dudar de lo más fiable y seguro que tenemos a nuestra disposición: el raciocinio y la ciencia. Ante la complejidad del reto al que nos enfrentamos, de su difícil comprensión para el profano, recurrimos a las creencias, a los consuelos fáciles y a la cerrazón estéril del obstinado. Así, cada vez son más numerosos los incrédulos que no confían en las vacunas, como si fueran instrumentos de control y negocio y no soluciones terapéuticas contra enfermedades, como la tuberculosis, la poliomielitis, el sarampión, el tétanos, la difteria y otras, que fueron causa de una gran mortandad para la humanidad hace relativamente poco tiempo.

Estos negacionistas resucitan ahora para volver a desconfiar de la investigación y la ciencia porque su ignorancia los hace proclive a la superstición, los infundios, los designios divinos y hasta de las leyendas conspiratorias. Se dejan llevar por manipuladores que les hacen creer en confabulaciones gubernamentales que persiguen atemorizar a la población para arrebatarles o limitarles sus derechos y libertades. Consideran más convincente esa intención autoritaria en gobiernos de todo el mundo que la propagación incontrolada de una epidemia infecciosa, aunque ello suponga el parón de la economía, la pérdida de empleos, la quiebra de muchos negocios y la caída de ingresos en las haciendas públicas. Para cualquier mentalidad racional, se trataría de un despropósito, puesto que el precio a pagar, que empobrece y perjudica a todos, es demasiado elevado en coste social y económico. Pero los obtusos son así, asumen sólo lo que permiten sus limitaciones.

Lo cierto es que la pandemia continúa asolando países con su potencial endemoniado de contagios y muertes. Las primeras vacunas apenas acaban de descubrirse y ya se están distribuyendo, con enorme dificultad, a la población, en una carrera contrarreloj contra la capacidad de mutación y expansión del virus que la provoca. Y mientras se inmuniza a la ciudadanía, sólo queda el recurso del aislamiento personal y la restricción de movimientos e intercambios entre la población para combatir las sucesivas olas de contagios con que se desarrolla la pandemia. Llevamos cerca de un año enfrascados en esta lucha inimaginable contra un virus letal que cohíbe nuestras libertades. Sin embargo, es la única forma de derrotarlo, con ayuda de la ciencia. Es cuestión de paciencia, de infinita paciencia, y sentido común. No los perdamos ahora cuando el final parece más cercano. Y no demos pábulo a los rumores, infundios y mentiras con los que intentan que actuemos de forma emocional, no racional y crítica.            


jueves, 28 de enero de 2021

Su primer añito

El último nieto que se incorpora a la familia, el único varón de entre cinco voces que entonan un canto a la vida que nos hace rejuvenecer, cumple su primer año de vida. Y lo hace en medio de las vicisitudes de un año que, si no fuera por él, sería objeto de olvido y reproches. Pero su nacimiento lo convierte en una fecha a celebrar, en motivo de alegría y satisfacción por la maravillosa experiencia de su existencia, que ilumina de esperanzas y anhelos estos momentos tan angustiosos y desconcertantes. La inocencia de su cara, sus enormes y limpios ojos que escrutan con curiosidad cuanto le rodea y la sonrisa siempre dispuesta a las carantoñas y los achuchones lo convierten en el centro de atención de sus padres y también de los familiares que acuden a visitarlo, a darle la bienvenida a nuestro afortunado clan.

Un añito, breve como un suspiro, que sin embargo no le ha sido fácil, pues ha tenido que sortear un ambiente de incertidumbres por esta epidemia que asola el mundo y las dificultades de una intolerancia alimenticia que lo hacen alérgico a una proteína de la leche, la ingesta básica de todo bebé. Pero ningún obstáculo ha podido con su fortaleza por vivir y llenar de júbilo el hogar en el que, durante este primer año, sus padres se desviven por él. El mes de enero está repleto de efemérides familiares, aparte de las fiestas del calendario, pero la que añade con su nacimiento este último nieto es especialmente significativa: es el varoncito con el que iremos a cazar lagartijas al parque en cuanto sus piernas aprendan andar. No es un sentimiento machista, sino de reconciliación con lo que hemos sido, aunque sea un estereotipo: niños traviesos. ¡Felicidades, Albertito!    

miércoles, 27 de enero de 2021

Hermosos 65

El mismo día en que el poeta Antonio Machado cruzaba la frontera camino de un exilio en el que hallaría la muerte, nacía, 20 años más tarde, una paisana suya que hoy celebra unos hermosos 65 años de edad. Esa persona, sevillana y noble como aquel, es la que me ha acompañado toda la vida, ofreciéndome lecciones de generosidad, entrega y amor, sin importar cuán difíciles hayan sido las circunstancias que durante medio siglo hemos compartido. La familia que juntos formamos fue bendecida con unos hijos que le han deparado más alegrías que sobresaltos y que, siendo ya hombres y mujeres adultos, le han hecho rememorar con nostalgia los años de crianza, gracias a unos nietos envidiablemente llenos de vitalidad e inocencia.

Los 65 años que esta mujer carga sobre sus espaldas no le apagan el brillo de sus ojos ni el afán desinteresado por los suyos, por su familia. Tampoco le restan belleza ni la honestidad que siempre la han caracterizado. Ahora comienza una nueva etapa en la que recoge los frutos de su bondad y sacrificios, en la que el descanso de sobra merecido debería calmar su ímpetu y dedicación infatigable como esposa, madre y abuela. Una etapa que aparece justamente cuando todos hemos aprendido a valorar, porque nos los han impedido, que los abrazos, besos y afectos realmente indispensables son los que intercambiamos con los seres más cercanos y queridos, con nuestra familia.

Hoy, pues, es un día que la llenará de orgullo y satisfacción por las muestras de cariño que recibirá de cuantos aprecian su calidad humana y su honestidad personal. Nada en el mundo podrá arrebatarle la emoción que hará que resbalen lágrimas por sus mejillas por el afecto sincero que le mostrarán quienes más le importan, los miembros de su querida familia. Hoy, 27 de enero, celebra unos hermosos 65 años de edad, pletóricos de felicidad, la mujer de mi vida. Nos ha dado tanto que sólo puedo corresponderle con nuestra gratitud y esta declaración de amor. ¡Feliz cumpleaños!    

martes, 26 de enero de 2021

El obispo y la vacuna

Ya no es la imagen de aquellos sacerdotes portando mascarillas, mostrando ser más crédulos de la ciencia que de su fe, sino la de un señor obispo, purpurado de la Iglesia Católica, quien ofrece la última evidencia de la esencia humana, demasiado humana, del constructo creacionista que pretende ser fruto de la voluntad divina. Es lo que ha hecho aflorar la pandemia del Covid19: que de tanto sumergirnos en nosotros mismos, por no tener qué hacer ni dónde ir, hemos desalojado -cumpliendo el Principio de Arquímedes- la auténtica sustancia de lo que somos: hipócritas, egoístas, melindrosos y mentirosos, más falsos que Judas.

Así lo demuestra monseñor Sebastián Taltavull, como se llama el fariseo, obispo de Mallorca, cuando acudió a inmunizarse con la primera dosis de la vacuna de Pfizer, a principios de enero, en una residencia de sacerdotes jubilados, a pesar de no ser residente ni jubilado ni trabajador de la misma. No cumplía ninguno de los requisitos ni pertenecía a los colectivos que debían ser los primeros en vacunarse: ancianos en asilos y personal sanitario. Como buen “listillo”, no quiso esperar su turno.

El obispo se comportó de la misma manera de la que han dado muestras otros señalados “próceres” -civiles y religiosos- de nuestra sociedad, y que forma parte de la idiosincrasia que caracteriza a buena parte de los españoles en cuanto se presenta la oportunidad: disfrutar de privilegios. Así, quien más o quien menos ha recurrido a “enchufes” y contactos que le permitan librarse de normas y procedimientos que igualan sus derechos y méritos a los del común de la ciudadanía. Una conducta que siempre procura ventajas sin merecerlo para no esperar una cola, acceder a un puesto, recibir alguna prestación, conseguir un contrato, obtener una distinción o diploma y hasta recibir antes que nadie el pinchazo de una vacuna.

El prelado católico, a pesar de pretender ser un referente moral para la sociedad a la que aspira pastorear, se engaña a sí mismo con sus objeciones y excusas, al decir que actuó para “dar ejemplo” y que respondió “de buena fe” a la recomendación del papa Francisco que “instó a todos a vacunarnos”. Que se sepa, el papa no es la autoridad sanitaria que establece los protocolos de vacunación en España -un Estado aconfesional-, ni monseñor cumplió con recomendación alguna más que la que le dictó su propia posición privilegiada, que le permitió “colarse” para ser vacunado en ámbitos subordinados a su jerarquía religiosa.

Está tan extendida esa actitud picaresca en nuestro país que aparece, no sólo en el comportamiento de clérigos y feligreses, sino también entre políticos, militares, sanitarios y en cuantos se creen superiores o más indispensables que los demás. Alcaldes, consejeros de Salud, jefes del Estado Mayor, funcionarios, familiares de empleados de residencias o de personal sanitario y, también ahora, obispos cuyo reino no es de este mundo, pero se aferran a él. Pícaros todos ellos que no toleran ser tratados como cualquier ciudadano, con sus mismos derechos y obligaciones, y que reclaman prebendas y privilegios, incluso para acceder a una vacuna que se dispensa en función de la vulnerabilidad de los colectivos sociales y la capacidad de distribución y aplicación.

El personal eclesiástico, que responde sólo ante Dios, no es equiparable al personal no religioso, público y civil (militares incluidos), de cuyos cargos o puestos pueden ser desalojados por voluntad propia (dimisión) o de sus superiores (ceses), ya que están sujetos a responsabilidad civil (irregularidades) o penal (delitos). Los puestos y atribuciones de los religiosos están garantizados “eternamente” (en esta vida y, según ellos, compensados en la otra), siempre y cuando los “pecados” en los que caigan (naturalmente, contra su voluntad) puedan ser perdonados o corregidos por la jerarquía de la Santa Madre Iglesia.

Es decir, el ministro eclesiástico no dimitirá de su cargo, ni la iglesia lo relevará o destituirá, por ser sorprendido en un comportamiento inmoral, impropio de quien ejerce de tutor moral de la sociedad. Ha bastado una simple vacuna para que el obispo de Mallorca haga valer el peso de su púrpura autoridad para reclamar un trato privilegiado. Pero a diferencia de todos los demás “listillos” que no visten hábitos, que también expresan excusas banales para disculpar un uso patrimonialista del cargo o posición, el señor obispo mantiene no sólo su puesto, sino también  la pretensión de consejero moral de la ciudadanía, a la que quería dar ejemplo, aunque a escondidillas. Y el ejemplo que ofreció es el poco edificante de cómo correr para salvarse el primero. Como el capitán del Costa Concordia.          

jueves, 21 de enero de 2021

¡Estás despedido, Trump!

Joe Biden acaba de ocupar la Casa Blanca, aplicándole a Donald Trump la misma receta que el empresario, cuando actuaba como presentador del reality show “The Apprentice”, le gustaba dispensar a los perdedores de su concurso: “¡Estás despedido!”. Trump ha sido humillado donde más le duele, en su amor propio, su vanidad y su soberbia. Él, que se consideraba un triunfador nato en todo lo que se dedicara y que despreciaba a los perdedores, ha perdido la presidencia de EE UU, su más preciado trofeo, de la mano de un representante casi senil de lo que pretendía combatir con populismo y mentiras: el establishment político de Washington.

Y se ha largado sin despedirse de su sucesor, con el rabo y el orgullo entre las piernas, pero rebosante de rabia y rencor, amenazando con volver y tomarse la venganza. Toda una exhibición de la catadura moral de un ególatra patológico sin capacidad para respetar a nada ni nadie que no sea él mismo. La aventura política del tramposo magnate sin escrúpulos ha acabado como cabía esperar: sin que aceptara su derrota y provocando casi una guerra civil que sólo la solidez de la democracia norteamericana ha podido evitar.

La tarea que deja el paso de Trump es prácticamente inasumible: unificar al país, reconciliar a una sociedad dividida por los dislates de un mandatario sectario que no dudó en agitar las aguas del racismo y la violencia si le convenía, y reconciliar a los ciudadanos con la democracia y las instituciones de una nación que lidera el progreso y el mundo libre del planeta. Una tarea ingente si se le añade, además, la lucha contra la pandemia, la vuelta a los consensos y el multilateralismo político y comercial, la protección medioambiental, la igualdad social y el crecimiento económico, sin olvidar los problemas geopolíticos y de Defensa.

No serán pocos ni fáciles, pues, los retos que deberá afrontar el presidente Biden, sobre todo el de restañar las heridas causadas por el calamitoso Donald Trump. Ojalá su temple, su experiencia, su moderación y un equipo seleccionado por su competencia y valía, no por la endogamia familiar e ideológica, le permitan culminar con éxito un mandato que no ha podido comenzar con mejor pie: “Trump, you´re fired!”.

lunes, 18 de enero de 2021

Vivencias de un (casi) enclaustrado (21)

Retomo estas vivencias después de haber abandonado un enclaustramiento duro y puro hace ocho meses. En marzo pasado, las autoridades españolas impusieron unas rigurosas medidas de confinamiento domiciliario para frenar los contagios que, de manera exponencial, estaba provocando la pandemia de la Covid19. Entonces, muchos de los contagiados ingresaban en los hospitales con cuadros de neumonía y otras afecciones, de los que un número significativo debía pasar a las uci por la severa gravedad de su estado. La red hospitalaria estuvo abocada al colapso.

Casi un año después, más de un millón de españoles ha sufrido o contagiado la enfermedad y alrededor de 80.000, no existen datos precisos, han muerto por su causa. Parecía, cuando iniciamos la desescalada de aquel rígido enclaustramiento que mantuvimos durante más de tres meses, que habíamos doblegado la capacidad de transmisión de la enfermedad y que con medidas de higiene y distanciamiento interpersonal podíamos ir asumiendo una “nueva” normalidad que posibilitaría una vida más llevadera, con apertura de comercios y el retorno paulatino de la actividad laboral. Fue una ilusión.

En verano se relajaron las medidas para, entre otros motivos, “salvar” la temporada al sector turístico, la gran industria de este país. De hecho, algunos -yo entre ellos- aprovechamos la oportunidad para irnos de vacaciones, puesto que imaginábamos que sería igual pasear con mascarillas en nuestra ciudad que en la playa. Pero fue un verano extraño, en que el recelo a las relaciones y la asfixia por la mascarilla y el calor hicieron de aquellos días algo parecido a una película de constante tensión. A finales de septiembre, una segunda ola de contagios brotó para recordarnos que la enfermedad campaba por sus respetos en nuestro país y que nada la detenía, menos aún si continuábamos con el relajamiento de las prevenciones sanitarias. Así, nuevas restricciones volvieron a limitar las reuniones, las aglomeraciones y nuestra inevitable tendencia a la concurrencia social, tanto en la calle como en nuestras casas. Las nuevas medidas no fueron tan estrictas como las de marzo, pero ayudaron a rebajar la tendencia al alza de la curva de contagios, sin llegar a aplanarla.

Mientras tanto, mutaciones del virus lo convirtieron aún más contagioso, aunque no más letal. Y una tercera ola, tras volver a relajarnos en navidades, se ha precipitado sobre nuestro país y en los de nuestro entorno, todos enfrascados en una lucha desesperada contra la pandemia. Esta tercera ola ha coincidido con la masiva campaña de inmunización que se desarrolla con una vacuna que se ha elaborado en tiempo récord para proteger a la ciudadanía. Sin tiempo suficiente para vacunar a toda la población, nuevas restricciones han venido a endurecer la movilidad social y la actividad económica. Se acompañan del confinamiento perimetral -por municipios, provincias o autonomías, según la incidencia epidemiológica de cada lugar-, el cierre de comercios no esenciales y el toque de queda nocturno desde horas más o menos tempranas. Algunos responsables políticos, olvidando su defensa a ultranza de la economía, solicitan del Gobierno que decrete el confinamiento domiciliario, como el de marzo. Ya no saben cómo dosificar el “grifo” de las restricciones.

Es por ello que vuelvo a sentir que vivo otro enclaustramiento, no tan extremo como aquel, pero sí tan desesperante. Porque desespera y agobia que, después de tanto tiempo y tantas medidas, sigamos prácticamente en la misma situación que al principio, a pesar de que ya existe una vacuna que aporta alguna esperanza de vencer esta epidemia. Vuelvo, pues, a mis vivencias de un (casi) enclaustrado.   

martes, 12 de enero de 2021

La luz y el mercado

Justamente cuando un temporal de frío y nieve deja España sepultada bajo un manto blanco que cubre medio país, el precio de la luz alcanza máximos históricos en décadas, apreciándose en más de un 120 por ciento. Ello podría tener explicaciones técnicas que remiten invariablemente a la lógica del mercado y otros factores de poco claro entendimiento para quien escudriña la factura antes de abonarla religiosamente. Ninguno de tales argumentos justifica, aunque lo expliquen, tan elevado importe de la factura en momentos cruciales que hacen aumentar el consumo eléctrico. No hay razones de decencia y equidad social en el descomunal aumento del precio de la luz, llevado a cabo precisamente en lo más duro del invierno, siendo, como es, un bien o servicio esencial que goza de subvenciones o compensaciones públicas y que hasta cierto punto está regulado.

Se podrá argüir que el fuerte aumento de la demanda, unido al incremento del precio del gas que se importa para su producción y una menor generación de energía procedente de fuentes renovables (solar y eólica) explican la imparable subida del precio de la luz. Una explicación que se apoya en complicadas reglas que fijan el coste del megavatio hora, sin atender a ninguna otra razón más que al beneficio económico y no a la necesidad de los consumidores.

Las compañías eléctricas, que se reparten geográficamente el suministro energético casi de forma monopolística, aplican unas fórmulas complejas para determinar mediante subasta el precio final de la energía que ha de pagar el consumidor doméstico. Evidentemente, tal procedimiento de cálculo del coste favorece a las empresas generadoras de electricidad, no al cliente que queda a merced de factores que le son ajenos, extraños, confusos y adversos. Pero que, en ningún caso, sirven para justificar un incremento desorbitado de la energía eléctrica precisamente cuando su consumo se incrementa por causas climatológicas. Tal proceder se asemeja a la misma trampa que encarece la gasolina cuando más alta es su demanda durante los desplazamientos vacacionales. En ambos casos, se aprovecha la mayor demanda para encarecer abusivamente un producto en perjuicio de los usuarios, lo que proporciona pingües beneficios a las empresas.

La “explicación” del mercado, dios supremo de la economía capitalista, posibilita las subidas de precio de bienes y servicios cuando la demanda aumenta, pero, curiosamente, no contempla, en sentido inverso, la exención de ningún coste cuando los mismos no se utilizan. En el caso de la energía eléctrica, aunque no encienda ni una bombilla en una casa vacía, la factura le seguirá llegando porque no dejará de cuantificar cualquier otro factor (potencia contratada, distribución, “alquiler” de contadores, prorrata de nucleares, etc.) que “justifique” su cobro. La prioridad, por tanto, es la obtención de ganancias económicas y no la prestación de ningún servicio, por esencial que sea. Mientras más “venden”, más rentabilidad y más margen comercial obtienen las compañías eléctricas con esas extrañas fórmulas con las que establecen un precio de coste que de forma unilateral y abusiva imponen a los clientes.

No se contentan con vender más, como cualquier negocio, sino que lo hacen cada vez más caro cuanto más venden. Extraña “lógica” mercantil que sólo se aplica en aquellos sectores dominados por prácticas monopolistas. Y esta es la razón, no el mercado, que “explica” los inexplicables incrementos de precio de determinados productos cuando su demanda es necesaria. No atienden a la necesidad, sino a la rentabilidad empresarial, aunque sean considerados servicios o bienes esenciales, básicos para el funcionamiento de la sociedad, y por ello sometidos a la intervención del Estado para regular, a cambio de otras contrapartidas, su oferta, distribución y coste.  

Tal es la posición de dominio de estas compañías que, si no se aceptan sus normas, le cortarán sin remordimientos la luz, aunque esté muriéndose materialmente de frío. Es lo que ha pasado en el asentamiento marginal de Cañada Real, de Madrid, donde han interrumpido el suministro eléctrico en viviendas que no podían hacer frente a la factura. Y han cortado la luz cuando la nieve cubría calles, campos y tejados de medio país, convirtiendo España en un congelador imposible de soportar sin medios de calefacción. Pero esta circunstancia excepcional de la climatología, con temperaturas desplomadas a mínimos históricos, no ha importado a las compañías eléctricas, muy hábiles en explicar su comportamiento mercantil con fórmulas y recetas de imbricada complejidad a la hora de determinar, de manera unilateral, el coste de sus servicios. Muy celosas, en fin, de proteger y garantizar sus lucrativos rendimientos económicos.

A nadie convencen, pero todos están obligados a someterse a sus dictados. El Gobierno anuncia estudiar medidas, pero es parte de los beneficiados con ese proceder tarifario. La mitad de la factura son impuestos que recauda el Estado, al que no le interesa perder ingresos. Sin embargo, aparenta estar preocupado por las repercusiones sociales que conlleva la aplicación estricta de la lógica mercantil. Y promete reformas y buenos propósitos que se quedan siempre en meras intenciones que sólo sirven para elaborar titulares de prensa. Mientras tanto, decenas de familias de Cañada Real y otros sitios llevan semanas soportando el rigor del invierno con mantas y fogatas, como ciudadanos de tercera categoría de un país que margina a su población en función de su capacidad económica. Y eso que la Constitución, de la que emana toda la legalidad vigente, lo define como un Estado Social… etc. Estos derechos constitucionales no son de aplicación cuando las leyes del mercado son predominantes. Por eso las compañías de electricidad hacen lo que les da la gana. Es lo que hay.    

jueves, 7 de enero de 2021

Adiós, míster Trump.

La era Trump ha durado, afortunadamente, sólo cuatro años. El impresentable presidente de EE UU abandonará la Casa Blanca el próximo 20 de enero, cediendo a duras penas el sillón del Despacho Oval a Joe Biden, el ganador de unas elecciones que Donald Trump se ha resistido reconocer para dedicarse a elaborar artimañas legales e ilegales con las que retener el poder y alterar el resultado de las urnas.

Su última maniobra, que puede costarle consecuencias penales, ha sido lanzar a sus huestes al asalto del Capitolio, donde se han producido cuatro muertes y diversos heridos durante el enfrentamiento de la turba con la policía. Si tal hecho hubiera acontecido en Venezuela, la instigación de Trump a los desórdenes ya habría recibido las más enérgicas repulsas políticas, diplomáticas y hasta económicas, mediante el bloqueo comercial a un régimen que habría sido calificado de dictadura bananera.

El vergonzoso comportamiento de Trump en sus finales horas presidenciales puede reportarle consecuencias judiciales, si se demuestra su participación, como instigador y autor moral, en un suceso que los norteamericanos jamás hubieran imaginado: el cuestionamiento de su sistema democrático y la destrucción o desobediencia a sus instituciones, todo ello impulsado desde la propia Casa Blanca. Nunca antes un presidente norteamericano había hecho tanto daño a su país, dividiendo a la población y buscando el enfrentamiento y la crispación social, como el bochornoso Donald Trump.

Ojalá se refugie en sus torres hoteleras de decoración hortera de nuevo rico y se dedique, hasta el fin de sus días, a sus negocios y chanchullos empresariales, en los que las trampas, sus modales y su mediocridad le bastan para enriquecerse. Y que deje que el país sea dirigido por personas más capacitadas y decentes. Su patochada en la política ha durado demasiado tiempo, algo insoportable, no sólo para EE UU, sino para el resto del mundo. Adiós, míster Trump.  

lunes, 4 de enero de 2021

68 en 21

Son curiosos los números, los datos numéricos. Permiten jugar con ellos y con su significado. Mezclar datos con los que establecer alguna relación aleatoria, banal, pero llamativa. Por ejemplo, este 2021 cumplo 68 años. Tengo 68 en 2021. 68 en 21, un titular con cierto misterio, como clave de una incógnita. Y, en cierto sentido, es así. Es toda una incógnita saber qué significa alcanzar los 68 años de edad en 2021 o qué consecuencias tendrá en mi futuro. No son más que números, cifras que nada influyen, salvo en lo que expresan: una edad y un año del calendario. Cualquiera que haya cumplido los 68 años siente el vértigo de una vida que ya se precipita por su declive, sin importar el año en que ello suceda. Da igual 2021 que 1893 ó 2057. Tal vez varíen las expectativas de supervivencia, pero poco más. El vértigo a un final cada vez más próximo es el mismo en cada época. Y 2021 es sólo una fecha que establece el inicio de la tercera década del siglo 21. Una cifra convencional, pero que a escala humana y en tiempos contemporáneos trae consigo un leve aroma de optimismo, en comparación con 2020, el año de la pandemia, la enfermedad que se cebó principalmente con los más viejos, con los vulnerables que ya arrastraban numerosas patologías, cualquiera de las cuales podía acabar con ellos en cualquier momento. Un virus nuevo, sin tratamiento posible, fue la puntilla para muchos de esos ancianos, demasiados. 2021 ha llegado con la esperanza de una vacuna que puede ser eficaz para detener la mortandad y los contagios. Que yo haya llegado a los 68 después de esquivar tan nefasto 2020 es toda una oportunidad. Un misterio. Una cábala. De ahí el juego de cifras, el baile de números. Entretiene y permite pensar en lo que somos: vidas que se expresan en cifras y expectativas sin sentido. Una farsa.

viernes, 1 de enero de 2021

2021, una promesa de esperanza.


Conjuramos el tiempo ido para recibir el venidero con ánimo resuelto. Nos despojamos de los miedos del pasado para abrazar un futuro de confianza y optimismo. Aspiramos a que el nuevo año nos permita olvidar el que dejamos atrás, que nos instaló en el cuerpo demasiados temores y padecimientos, así como el recuerdo amargo de las vidas que nos arrebató. Y esperamos que nunca más nos sintamos tan indefensos y vulnerables como hemos sido en el año que, por fin, dejamos atrás. Por eso anhelamos que 2021 sea la promesa de una oportunidad para la esperanza, con la certeza de que nada impedirá que la alegría vuelva a iluminar nuestros rostros, desprovistos ya de mascarillas. Feliz año.