domingo, 25 de julio de 2021

De vacaciones en el Museo

Aprovechar las vacaciones para hacer aquello para lo que nunca hallamos tiempo y hacerlo cuando precisamente más tranquilos podemos realizarlo, sin aglomeraciones ni prisas (más por la pandemia que por las vacaciones), es lo que acabamos de hacer en estos días: visitar el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Una visita que, en cada ocasión, te sorprende más gratamente. Y sorprende por el tesoro artístico que alberga la segunda pinacoteca más importante de España, después de la del Museo del Prado de Madrid.

Adentrarse en el antiguo Convento de la Merced, reformado y ampliado desde 1835 para convertirse en la sede del Museo de Bellas Artes, es asistir a una lección de historia sobre la pintura sevillana, desde el Barroco hasta el Romanticismo, pasando por el Renacimiento. Allí encontraremos obras de Murillo, Zurbarán o Valdés Leal, entre otros. Y también esculturas de Torrigiano, Martínez Montañés y Juan de Mesa. Además de dibujos y otras piezas.

Hay que reconocer que, siendo jóvenes, era aburrido ir al Museo. Pero conforme tu formación te hace consciente de la importancia y el valor de las obras que allí se exponen, la sorpresa no deja de aparecer en cada nueva visita, como nos ha pasado esta última vez. Sorprendidos y maravillados del tesoro que tenemos en nuestra ciudad y que es más apreciado por turistas que por nosotros mismos. La vida de un museo son sus visitantes, los que hacen que su contenido no languidezca entre la indiferencia social y la desidia institucional. Aprovechemos estas fechas de remanso vacacional para insuflar vida al museo y cultura a nuestras vidas. Saldrán gratamente sorprendidos.





(Fotografías del autor) 

domingo, 18 de julio de 2021

La Herradura

Otro verano más, y también distinto, de vacaciones con pandemia. mascarillas, recelos y restricciones. Pero esta vez fue mejor, a pesar de todo y de su brevedad. Una semana escasa, pero intensa. Cambiamos de aires sin abandonar Andalucía y su litoral, que se extiende por el Atlántico y el Mediterráneo. Y en vez de hundir nuestros pies en arenas finas y blancas de playas infinitas que se pierden a ambos lados del horizonte, optamos por escabullirnos a calas rocosas cubiertas de chinos o cantos rodados, en las que un paisaje de impresionante belleza hacía que las montañas acabaran precipitándose, entre peñascos y acantilados, sobre las olas del mar.

Fue todo un descubrimiento sumamente agradable apurar una semana en La Herradura, un rincón paradisíaco de la costa tropical granadina. Un pueblo arrinconado entre montes de la Cordillera Penibética y el mar Mediterráneo, que aprovecha esas aguas transparentes y el paisaje montañoso para cautivar a cuantos lo visitan con imágenes que nada tienen que envidiar a las de la isla de Capri. Allí sucumbimos a sus encantos, con vistas panorámicas de una costa abrupta pero amable y unas playas, recatadas y coquetas, donde te podías sumergir sin dejar de dejar de ver tus pies jugando con la luz y las piedrecillas en el fondo de un mar cristalino.

La Herradura, como otras localidades costeras de Granada, es una alternativa al turismo de masas que abarrota destinos habituales del veraneo vacacional, en los que las aglomeraciones suponen un peligro en tiempos epidémicos como los que vivimos. La tranquilidad y la belleza del enclave obligará, con toda seguridad, a futuras visitas.

viernes, 9 de julio de 2021

¿Sólo los jóvenes son culpables?

La actual pandemia del SarsCov-2 -un nuevo coronavirus sumamente infeccioso que provoca la enfermedad Covid-19- cursa mediante oleadas de contagios, dependiendo de la mutabilidad de un patógeno que, como todo ser vivo (aunque un virus sea la mínima expresión de vida), se adapta al ambiente y a las facilidades que halla para expandirse o transmitirse de un huésped a otro. La lucha contra esta dinámica activa del germen, tratando de impedir su letalidad y el número de contagios, está siendo sumamente compleja, por la dureza de las medidas que se han debido de adoptar (limitación de ciertos derechos y libertades), y demasiado larga, por el tiempo que han tenido que mantenerse tales medidas, algunas de las cuales siguen en vigor, con más o menos rigor, año y medio después de implantarse.

El descubrimiento de una vacuna (o varias) contra la Covid en tiempo récord para la ciencia (todavía no ha hecho lo mismo contra el Sida, por ejemplo), capaz de inmunizar a la población ante la infección (protege de los casos más graves y mortales de la enfermedad, pero no de la posibilidad de contagios asintomáticos), ha permitido realizar una “desescalada” de las restricciones, hasta el extremo de que ya se ha recuperado la movilidad de la población por todo el territorio, la reapertura sin apenas limitaciones del comercio y la hostelería (de hecho, de toda la actividad industrial y mercantil) y se está reactivando el turismo, tan rentable en esta época estival, en función de las normativas para los viajeros en el país de origen y las exigencias requeridas en el de destino (visados de vacunación, cuarentenas, pruebas PCR y de antígenos, etc.). Todo ello ha dado la sensación de que la enfermedad ha sido vencida y que la normalidad volvía a nuestra cotidianeidad. Es, por supuesto, una sensación errónea.

En estos momentos, estamos asistiendo a una quinta ola de la pandemia en España, que afecta principalmente a personas jóvenes y maduras, entre los 20 y 50 años de edad. Y se culpa de ello a la conducta irresponsable de las más jóvenes y adolescentes, incapaces de reprimir sus impulsos gregarios de diversión, de ocio entre amigos y de fiestas (ya sea en el interior de establecimientos o al aire libre). ¿Pero son realmente los jóvenes los causantes de esta quinta oleada del virus que ha multiplicado exponencialmente los contagios? Lo dudo, por mucho que se repita este mensaje, acompañado de imágenes de “botellonas” y aglomeraciones juveniles, a través de los medios de comunicación.

Y lo dudo porque, en primer lugar, es injusto, además de ingenuo, esperar de los jóvenes un comportamiento impropio de su edad y más acorde al de la madura experiencia, la de los mayores que los señalan con el dedo acusador. Son estos, y no aquellos, los que debían prever y contrarrestar, como padres o autoridades, la innata reacción de la juventud ante una situación sin restricciones y de apertura de la actividad económica, incluida la nocturna. Si se le permite viajar, acudir a locales de diversión y participar en cuantas ofertas lúdicas le brinda el negocio del ocio, ¿qué se esperaba, que no sucumbiera a sus impulsos hormonales? Si ni siquiera en los bares que frecuentan los “mayores” se cumplen las distancias de seguridad, el uso de mascarillas y, con frecuencia, el aforo permitido, menos aún podía esperarse que se atiendan tales normas entre chavales que apenas son conscientes de la gravedad de esta crisis sanitaria, inédita para todos, y la conveniencia de unas medidas de prevención contra algo que apenas les afecta en su vida diaria, salvo los impedimentos que en cualquier ámbito (familiar, educativo, deportivo, social, etc.) les genera las restricciones, como al resto de la población.

El reproche a la juventud resulta tanto más injustificado por cuanto parece obedecer a la búsqueda de un chivo expiatorio ante una situación descontrolada que no se ha sabido, podido o querido atajar. Y es injusto porque, en segundo lugar, los jóvenes, simplemente, están pagando las consecuencias de una actitud poco rigurosa, por expresarlo elegantemente, de quienes asumen con dudas y vacilaciones (a todos los niveles: estatal, autonómico y municipal) la responsabilidad de afrontar con contundencia esta crisis sanitaria, compatibilizando la protección de la salud y el mantenimiento de la economía. Y, esto, en el mejor de los casos. Porque, en el peor, tampoco se ha dudado en instrumentalizar y manipular esta grave coyuntura sanitaria para la confrontación política y el desgaste del adversario, jugando con la salud de los ciudadanos.

Por tanto, ¿quiénes son los culpables? ¿Los jóvenes, que salen desbocados a disfrutar de las relajaciones de una desescalada que se les ha brindado en bandeja, o quienes les facilitan, invitan y estimulan a ejercer esa “libertad” de calles y cañas en contra de la opresión a que obligan las restricciones? Hay un componente hipócrita en señalar a los jóvenes por una quinta ola de la pandemia cuando ni siquiera se les ha vacunado, pero se les ha abierto las puertas de una “normalidad” que posibilita su desfogue, disfrutando de aquellas “libertades” que les ofrece el ocio y su negocio.

Los verdaderos culpables de esta nueva ola de infecciones no son los jóvenes precisamente, sino quienes tienen la responsabilidad de enfrentarla y combatirla desde los diversos puestos gubernamentales -por cierto, todos de acceso voluntario- donde se deciden las iniciativas que se ponen en marcha y las normativas legales que obligan su cumplimiento para hacerlas eficaces. ¿O acaso deben asumir los jóvenes la responsabilidad de la ampliación del horario de la hostelería y del número de comensales por mesa y de veladores en la calle, de la organización de viajes turísticos o de fin de curso, de la disposición de hoteles y demás establecimientos para acogerlos, de la oferta nocturna regada de alcohol en discotecas, locales o pisos que se lucran con sus desmanes?

No son los jóvenes los que determinan las medidas epidemiológicas a seguir, los criterios de vacunación de la población, las limitaciones y restricciones de derechos y de la actividad económica y de cuantas decisiones han sido pertinentes para afrontar la pandemia. Y lo que es más grave, tampoco son los jóvenes culpables de toda la política sanitaria y de orden público que posibilita las concentraciones, las fiestas, los viajes y el consumo colectivo que tanto se cuestionan por considerarlos causantes de esta nueva ola de contagios.        

Y no lo son porque no quisiera creer que se les exige a los jóvenes que no se comporten como lo que son, afortunadamente jóvenes, para que los demás sigamos aparentando ser serios y responsables. Una excusa para nuestra manifiesta mediocridad en la gestión de la pandemia ¡Con lo fácil que resulta echarle la culpa siempre a otro!                   

lunes, 5 de julio de 2021

Sin

Without (Sin) es un libro de poemas desconcertante, por el dramatismo de sus versos. Dicen que es “la esencia de la mejor poesía” de su autor, el norteamericano Donald Hall. Y realmente es desgarrador por la intensidad emocional con que describe, de manera lírica, la enfermedad, muerte y ausencia siempre presente de su esposa Jean Kenyon, también poeta, fallecida de leucemia, quince meses después de su diagnóstico.

Tu presencia en esta casa / es casi tan enorme / y dolorosa como tu ausencia.

Todo el libro es un poema que nace del dolor y el vacío que ocasionan el sufrimiento y la pérdida de quien fue algo más que una compañera de vida y profesión, sino el alma que infunde aliento vital a su pareja, cuya ausencia se hace presente en cada objeto, cada espacio y cada hora que sobreviven a su desaparición. Un espanto, a veces descrito con rabia, que aflora desde el diagnóstico y tratamiento de una fatalidad tan injusta como ineludible.

“Morir es fácil”, dijo ella. / “Lo peor es… la separación”. / Cuando dejó de hablar / se tumbaron los dos juntos, tocándose, / y ella clavó en él / sus bellos ojos enormes, redondos y marrones, / brillando sin pestañear, / y radiantes de amor y miedo.

“Sin” es lo que queda cuando nos arrebatan lo más preciado y nos precipitan abruptamente al abismo de la soledad más hiriente, la del vacío en que todo carece de sentido. Sin embargo, también es un canto al amor que se llora desde la nostalgia que ocasiona su pérdida, mediante versos crudos que mezclan un lenguaje directo y lírico, que convierten bello el sufrimiento. Entre toda la poesía elegíaca, es uno de los poemarios más impactantes y emotivos que he leído.

Without (Sin)

vivíamos en una nación como una pequeña isla de piedra / sin color bajo nubes grises y viento / lejos del inmenso océano la leucemia / linfoblástica aguda sin gaviotas / ni palmeras sin vegetación / ni vida animal sólo percebes y musgos / color plomizo que oscurecían a medida que / lo hacían los meses  

domingo, 4 de julio de 2021

La pocilga del mundo

La acción del ser humano en el planeta es dañina, completamente destructiva. Ningún otro animal del mundo provoca cambios tan desastrosos en su hábitat hasta el punto de causar su propia desaparición. Normalmente, la extinción de cualquier especie se debe a factores ambientales ajenos a la actividad animal, excepto en el hombre. La actividad humana es la razón del calentamiento global, la deforestación de los bosques, del aire irrespirable y de convertir el mundo en una pocilga inmunda. Llenamos de basura y desperdicios cuanto nos rodea, desde nuestros barrios, ciudades, campos, ríos y mares, hasta el espacio exterior que poblamos de satélites artificiales que abandonamos, tras su vida útil, para que se destruyan y desintegren en la atmósfera cuando caigan a la Tierra. Una Tierra convertida, por tierra, mar y aire, en estercolero de todo tipo de basuras. Ya no es extraño encontrar mascarillas en el fondo del mar. Ni bastoncillos a los que confundir con algún alga para hallar asidero. ¡Un asco!