viernes, 29 de diciembre de 2023

Balance apresurado del año

2023 no ha sido un año fácil ni feliz. Más bien ha resultado problemático y revoltoso. Trajo como herencia  la guerra sin sentido y fratricida de Ucrania, invadida por la acomplejada Rusia con la excusa de “desnazificar un país vecino a pesar de estar gobernado por un judío. A ella se sumó otra guerra con peores y más crueles intenciones, esta vez  en el empobrecido y minúsculo enclave palestino de la Franja de Gaza, al que Israel bombardea brutalmente en respuesta a un ataque de la milicia terrorista de Hamás contra poblados agrícolas israelíes. Estos últimos causaron 1.600 muertos en Israel, y la desproporcionada venganza israelí suma ya más de 21.000 palestinos muertos y el desplazamiento de la totalidad de la población, que se siente acorralada y sin protección en cualquier rincón del territorio al que huya. Si antes aquello era una cárcel, ahora es una ratonera que se destruye sin misericordia. Ambas son guerras carentes de motivo, pero que se valen de los más variopintos argumentos para justificarlas. Y que a nadie convencen, salvo a sus promotores. Aparte de otros conflictos que continúan activos en el mundo (Siria, Yemen, Pakistán, etc.), sólo con los anteriores basta para calificar a 2023 como uno de los peores años para la legalidad internacional, la diplomacia y la paz en el planeta.

Por otra parte, un rejuvenecido espectro del fascismo, como lo fuera el deshilachado fantasma del comunismo, recorre actualmente el mundo y continúa su imparable expansión entre países que parecían protegidos por democracias más o menos consolidadas. Junto a los Orbán, Salvini, Le Pen, Meloni, Trump,  Bolsonaro, Abascal y demás ralea, a finales de 2023 se unió a ellos Milei, en Argentina, con su discurso de la motosierra, carajo. Todos y cada uno de estos estrambóticos personajes de la extrema derecha representan el resurgir de un neofascismo que, cual virus patógeno, infecta las democracias para acabar con ellas mediante un ideario totalitario, antidemocrático y ultranacionalista que se distingue por su sectarismo, intolerancia, racismo, desigualdad y violencia. Todos comparten un único objetivo: implantar “un encuadramiento unitario de la sociedad”, en definición de Norberto Bobbio.

Aquí, en España, estuvimos a punto de izar al gobierno a nuestra extrema derecha de Vox, cuyo líder, el enardecido Santiago Abascal, ya acariciaba la vicepresidencia. La ola conservadora que barrió municipios y comunidades en mayo pronosticaba un asequible triunfo de la derecha en las generales de julio. Faltaron cinco votos para conseguirlo. Los mismos que sumaron las izquierdas para impedirlo, permitiendo la reedición del gobierno de coalición de PSOE y Sumar, al que las derechas del PP y Vox, enrabietadas por unas expectativas frustradas, acusan de ilegal, traidor y otras lindezas por el estilo. Y no se les pasa el berrinche: continúan sin admitir su derrota ni asumir que, en democracia, a veces se gana y otras se pierde. Legítimamente. Hasta concentraciones diarias siguen organizando frente a la sede madrileña del PSOE para exigir que se les devuelva lo que consideran suyo por voluntad divina: el poder. Rezan incluso para que dios o el ejército atienda sus rogativas extemporáneas.

Entre tanto, el Gobierno en funciones, salvo el último mes, ejerció la presidencia rotatoria de la Unión Europea con un balance legislativo de récord. Es verdad que no todos los asuntos de la agenda fueron resueltos, pero los más destacados encontraron solución bajo la presidencia semestral de España. Y como guinda, la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño, consiguió ser elegida presidenta del Banco Europeo de Inversiones, demostrando el peso y la confianza que España merece en Europa, a pesar de las descalificaciones y advertencias catastrofistas con que la derecha española, tan patriota ella, tacha al gobierno en cualquier foro y ocasión.

A esta inestabilidad política durante gran parte del año, habría que añadir la pertinaz sequía que sufre el país desde hace tres años. La situación es grave, aunque se procura no alarmar a la población. Particularmente, en Cataluña y Andalucía, donde la escasez de precipitaciones hace que el volumen del agua embalsada no supere el 20 por ciento. Ya se han implantado restricciones al uso agrícola y al ornamental (riego jardines, fuentes, etc.). Pero si en la próxima primavera no llueve en abundancia, los recortes del suministro de agua afectarán al uso doméstico. Sin embargo, seguimos ampliando regadíos en la agricultura, llenando piscinas y autorizando industrias que precisan enormes cantidades de agua para su funcionamiento. Es decir, todavía no hacemos un uso racional y sostenible de un bien escaso como el agua en nuestro país, como si estuviera garantizado que cada temporada las nubes proveerán tan vital elemento. 2023 ha sido un año seco y, para colmo, el más cálido de la historia. ¿Y qué hacemos? Pues, como la derecha en Madrid, rezar. Y tomar iniciativas cosméticas de cara a la galería: publicar bandos con consejos para evitar el despilfarro (No vaciar las cisternas, cerrar el grifo durante el cepillado de dientes, etc.). Eso sí, se aprovecha la situación para aumentar las tasas municipales en el recibo del agua y tratamiento de residuos urbanos. Ya está la derecha pensando en pedir la dimisión de Pedro Sánchez por no garantizar el suministro de agua a los españoles, como hizo el popular “Juanma” Moreno en Andalucía por no atender a los regantes ilegales de Doñana. Todo vale para la crispación, la confrontación y la polarización, término, este último, elegido por la FundéuRAE, como palabra del año. Y no me extraña. Pero aun falta por elegir al polarizador del año (persona o colectivo). Yo lo tengo claro.

En resumen: 2023 ha sido difícil y complejo, porque, además de lo señalado, la inflación, la incompleta recuperación tras la pandemia y las carencias que todavía nos acompañan han hecho que despidamos el año con la esperanza de que 2024 sea un poco mejor. Sólo un poquito mejor, en el que las instituciones funcionen como es debido, los políticos se comporten con responsabilidad y educación, la economía atienda también a los desfavorecidos, la cultura abarque a todos, el deporte proporcione alegrías, las creencias se reserven a la intimidad y los templos y la sociedad asuma y respete la pluralidad y diversidad de sus miembros. ¿Acaso es mucho pedir? Yo creo que nos lo merecemos después de tantas guerras, pandemias, volcanes y crisis diversas. Ya es hora de normalidad y relaciones civilizadas, como país y como personas.

sábado, 23 de diciembre de 2023

Última semana

Apuramos la última semana del año, de Nochebuena a Nochevieja, con la impresión de que los años se precipitan sin remedio y apenas nos permiten diferenciar el ayer del hoy, un ayer cada vez más lejano y un presente inaprensible y raudo. Es tan veloz la carrera que los calendarios solo sirven para registrar una fugaz sucesión de meses que se acumulan desordenados en la memoria, como escombros caídos de un edificio en ruina. Años que se escurren entre los rutinarios ciclos de las estaciones y que agotan nuestra capacidad para la sorpresa  y nos instalan en el pesimismo más decepcionante, aquel que no tiene ilusión por nada y que califica cualquier novedad como más de lo mismo. Únicamente los niños son capaces de disfrutar de estas fiestas con sincera emoción, llenos de ingenuidad y libres de hipocresía, porque en sus ojos todavía brilla la alegría de las vacaciones y el misterio de los regalos.

Este año, como todos, se presta a dar relevo numérico al siguiente para que la existencia celebre una contabilidad que carece de sentido. Porque nada cambia, a pesar de las promesas y los brindis. Puede que haya, en competición absurda, más luces en las calles que nos invitan a un consumo inútil con la esperanza de no vernos orillados de la euforia mercantil que ha transformado unas fechas familiares en carnavales de ostentación y felicidad por decreto.  Todo permanece inmutable en el teatro del mundo, salvo los niños con su inocencia y nosotros, que nos hacemos viejos, un estatus que antes otorgaba respeto senatorial y que hoy te condena al aislamiento físico y psíquico de un asilo, donde no estorbes.

El mundo no cambia, en fin. Es así de tozudo. Los poderosos persisten en amasar sus fortunas y los pobres, en no dejar de soñar que les toca la lotería, ya que la suerte, siempre incierta y arbitraria, es el único consuelo. Unas guerras toman el relevo de otras para que no se detenga el gasto en munición que sostiene el próspero negocio de la muerte. Populismos con nuevo envoltorio resucitan viejos regímenes totalitarios y reaccionarios, que se presentan con el disfraz de la libertad, la raza y, otra vez, la religión. La democracia y los derechos, en cambio, van y vienen, ¡ay!, según conveniencia de las élites locales y globales dominantes. Unas élites que consienten que acudamos cada cuatro años a votar para que nos entretengamos con unas urnas cuyos votos tienen un valor desigual, como la desigualdad que todavía nos divide en favorecidos o perjudicados, en función de la cuna y el lugar donde hayamos venido al mundo. En todas partes del mundo nada cambia por más que sumemos años a la historia de la humanidad. Simplemente se adapta al nuevo dígito para que todo siga como estaba y nadie escape de su lugar en la sociedad.    

Esta última semana finaliza dando lugar al cambio convencional del año cuando arranquemos la hoja del calendario. El sol mantendrá a nuestro planeta girando alrededor de su esfera incandescente para que los días y las noches se alternen en nuestras vidas, como lleva millones de años sucediendo. Pero esta última semana será distinta, para quien así la transite, porque contribuirá, con su convencionalismo, a mostrarnos que la existencia es lo único que cambia ante la indiferencia de los días. Celebremos, por tanto, que, a pesar del vértigo de los años acumulados, podemos contarlo. Es el motivo por el que también recurro al tópico de desearles ¡felices fiestas!     

domingo, 17 de diciembre de 2023

Holocausto palestino

Utilizo holocausto para expresar lo que, según el diccionario de la RAE, en su primera acepción, significa el término: “gran matanza de seres humanos”, pero también para valerme de la connotación que, en su segunda acepción, infiere: “exterminio sistemático de judíos…”. Porque con holocausto nos referimos, habitualmente, al genocidio cometido por el régimen nazi de Hitler contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando asesinaron a seis millones de judíos europeos. Esa matanza es conocida también por el término hebreo Shoá. Además, tradicionalmente para los israelitas, el holocausto era el sacrificio religioso en que se quemaba una víctima. Se trata, por tanto, de una palabra que engloba para los hebreos historia, costumbres y religión. Pero parece que olvidan todos sus significados.

Porque lo que está haciendo actualmente el Gobierno hebreo de Netanyahu es un holocausto del pueblo palestino: una masacre, una matanza, el exterminio, si no sistemático, constante y paulatino de los seres humanos que históricamente habitaban Palestina, el territorio que hoy ocupa Israel y de donde los quiere expulsar o eliminar. El último capítulo de este plan de exterminio es la actual ofensiva bélica de Israel sobre la Franja de Gaza, en la que, aplicando la “doctrina Dahiya”, está golpeando a la indefensa población gazatí de manera desproporcionada con toda la maquinaria militar disponible, sin discriminar entre civiles y combatientes de Hamás, al considerar que todos ellos son objetivos legítimos. Es decir, los judíos contemporáneos están cometiendo un holocausto sobre el pueblo palestino, olvidándose de su propia historia, costumbres y creencias.

No hay otra forma de entender la enloquecida reacción “defensiva”, promovida por el gabinete sionista de Netanyahu, tras el ataque terrorista de la milicia palestina de Hamás contra algunos poblados rurales israelíes, limítrofes con Gaza, en los que causó 1.200 israelíes asesinados y secuestraron otros 230 que retienen en Gaza como rehenes. El contra-ataque “defensivo” de Israel ha ocasionado, hasta la fecha, más de 19.000 gazatíes muertos, entre ellos 7.000 niños,  5.000 mujeres y miles de desaparecidos, sin importar si eran civiles o combatientes. Y donde ha matado a personal sanitario y periodistas, destruido más de 50 instalaciones de la ONU, 26 hospitales, 55 ambulancias, 81 mezquitas, 278 escuelas y decenas de miles de viviendas y edificios públicos. Dado este balance, más que legítima defensa, lo que está practicando en Gaza es una venganza que transgrede el Derecho Internacional Humanitario y que persigue un fin preciso: el exterminio de la totalidad de la población palestina gazatí.

Algo que también, aprovechando la operación militar sobre Gaza, se está haciendo en Cisjordania, aunque en menor medida pero con idéntica desconsideración de vidas inocentes. Allí los pasos fronterizos con Jerusalén, controlados por Israel, han sido cerrados y las incursiones militares y los arrestos arbitrarios se han incrementado considerablemente desde el pasado 7 de octubre. El resultado es de más 300 palestinos muertos, entre los que hay que contar más de 70 niños, nueve de ellos a manos de colonos israelíes. Sin ningún motivo que justifique la acción israelí, estas cifras de muertos palestinos son ya las más altas desde la Segunda Intifada, convirtiendo al año 2023 en el más sangriento en la Cisjordania ocupada, un territorio palestino al que Israel continuamente salpica con colonias ilegales de asentamientos judíos.       

Y todo ello gracias a que Israel, al no tener que atender otros frentes bélicos con sus vecinos por contar con la cobertura estadounidense en la región, se puede concentrar tranquilamente en aplastar al pueblo palestino en sus menguantes territorios de Gaza y Cisjordania, hasta su total aniquilación, si la comunidad internacional no lo impide. Un auténtico holocausto.

Pero, más allá de repetir en dirección opuesta –de víctima a verdugo- la historia y las costumbres hebreas sobre el holocausto, Israel también se deja llevar por las connotaciones religiosas del término, al creerse el “pueblo elegido” por Dios y considerar a Palestina la “tierra prometida”. Tal componente religioso no es más que el fruto de una lectura fundamentalista de los textos bíblicos, de la que extrae la leyenda de que esa tierra palestina le pertenece por “Derecho Divino”.  De ahí que, desde la fundación del Estado hebreo hace 75 años, Israel esté obsesionado y absolutamente convencido en ocupar totalmente la antigua tierra de Palestina, de la que expulsa o aniquila su población árabe, a la que sacrifica bajo el fuego de las bombas en pos de ese designio religioso. Holocausto del pueblo palestino en su tercera acepción.

Ya no se acuerdan los judíos –o sus gobernantes más radicales- que fueron víctimas del holocausto de Hitler. Pero, si lo recuerdan, no han aprendido que la matanza de seres humanos es un crimen injustificable e inextinguible de lesa humanidad. Y que del mismo modo que ellos todavía persiguen a criminales nazis para hacer justicia, también podrían los dirigentes y responsable hebreos ser buscados y condenados en el futuro por la expulsión del pueblo palestino de sus tierras y los continuos planes que ejecutaron, con múltiples excusas, para su exterminio. Podrían ser castigados por el holocausto palestino que están llevando a cabo directamente en Gaza e indirectamente en Cisjordania.  Un sonrojante bochorno para cualquier hebreo con conocimiento de su historia, costumbres y creencias, englobadas en una misma palabra: holocausto.    

martes, 12 de diciembre de 2023

¿Quién era Kissinger?

Hace poco, supimos la noticia del fallecimiento, en Kent (Connecticut, EE.UU) de Henry Kissinger. El hecho no apareció en los medios porque el finado tuviera una edad a la que la muerte pareciera haberle concedido varias prórrogas. Sino por quien había sido. Henry Kissinger fue un todopoderoso Secretario de Estado durante las presidencias de Richard Nixon y Gerard Ford que, en la última mitad del siglo pasado, influyó y orientó la política internacional de los Estados Unidos de América (EE UU). Era la época en que EE UU estaba detrás del golpe de Estado de Chile y arrasaba con napalm Vietnam y Camboya. También, fueron los años en que Washington hacía la vista gorda cuando Pakistán masacraba Bangladesh, matando más de 300.000 personas y empujando a 10 millones de perseguidos hacia el exilio en la India de Indira Ghandi. O apoyaba la asonada del General Suharto en Indonesia, quien permaneció en el poder hasta 1998. Se podría decir, en fin, que Kissinger era el representante y teórico de la época del imperialismo cañonero que defendía la hegemonía global de los Estados Unidos de América.

Fue un personaje en verdad belicoso y ambicioso, dotado de una inteligencia privilegiada para el maquiavelismo y los tejemanejes políticos, a los que se entregaba sin reservas morales, éticas o legales. Un auténtico Rasputín de la Casa Blanca, experto en estrategia de Guerra Fría y Realpolitik e inventor de la diplomacia itinerante, lo que lo llevaría a estar presente en todos los conflictos y salsas políticas que se cocieron en aquellos años.

Acumularía tanto poder que llegó a ser la primera persona de la historia de EE. UU. en abarcar de forma simultánea los cargos de Asesor de Seguridad Nacional (1969/1975) y Secretario de Estado –ministro de Exterior- (1973/1977) de Nixon y Ford. Sin embargo, su ambición tenía un tope insuperable: como no era norteamericano nativo, no pudo aspirar a la presidencia del país, algo vetado a las personas no nacidas en EE.UU.

Heinz Alfred Kissinger era un inmigrante alemán de origen judío que huyó de su país con su familia para escapar de la persecución nazi. Natural de Fuerth (Alemania, 1923), en 1938 recaló en EE.UU, con tan sólo 15 años de edad, donde cambió su nombre por Henry. En 1942 obtiene la nacionalidad norteamericana y se integra de lleno en la sociedad yankee, alistándose al Ejército y trabajando en el Cuerpo de Contrainteligencia. Estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, en la que posteriormente también se dedica a la enseñanza, antes de dar el salto a la política bajo el paraguas del Partido Republicano. Obsesionado siempre con la política geoestratégica nacional, no dejó de trabajar como consultor de seguridad para diversas agencias gubernamentales, entre 1965 y 1968, durante las presidencias de Eisenhower, Kennedy y Johnson, hasta que finalmente Richard Nixon lo nombra, en 1969, Asesor de Seguridad Nacional y Secretario de Estado, en 1973.

Kissinger, por tanto, fue no sólo testigo, sino muñidor de buena parte de las políticas, con conflictos, fracasos y aciertos, de lo llegaría a denominarse el siglo estadounidense, aquel orden internacional posterior a 1945 en el que EE.UU. imponía su control y dominio cual gendarme mundial. Entre los logros más aplaudidos de Kissinger, que cambiaron las relaciones internacionales, figura la apertura a la China comunista y el reconocimiento diplomático del régimen de Mao Zedong, propiciando, así, la primera visita de un presidente norteamericano a China, que protagonizó Nixon en 1972. También se consideran un acierto sus políticas de distensión con la Unión Soviética y su reconocimiento como interlocutora de la hegemonía mundial (Conferencia de Helsinki, 1975). Además, como tercer logro, no puede obviarse su implicación en la búsqueda de la paz entre Israel y sus vecinos árabes, mediando para poner fin a la Guerra de Yom Kippur (1973). Son hechos que, vistos desde la actualidad, ofrecen un balance agridulce debido a la persistencia del conflicto Palestino-Israelí, la actitud agresiva de Rusia hacia Occidente y el enfrentamiento estratégico de China por disputar la hegemonía estadounidense. Fueron éxitos diplomáticos más bien temporales.

Y lo que es más grave de su legado, porque fue algo más controvertido que, a la postre, significó una derrota humillante de EE.UU,, fue su participación en los Acuerdos de París, junto a su homólogo Lê Dúc Tho, para poner fin a la guerra de Vietnam. Paradójicamente, gracias a esta labor recibieron ambos interlocutores el premio Nobel de la Paz, en 1973. El vietnamita tuvo la honradez de rechazar un galardón que premiaba unas negociaciones manchadas de sangre, acordes con la predisposición de Kissinger a valerse de la guerra como medio para alcanzar la paz, soslayando, cuando fuera preciso, el respeto a los derechos humanos y exhibiendo su simpatía por regímenes represivos y dictadores.

De hecho, la acción internacional de EE.UU., siguiendo los dictados y consejos de Kissinger, prosiguió con el apoyo a grupos nacionalistas violentos, en su pulso de poder con la Unión Soviética, como la Unita en Angola, los Contra en Nicaragua y toda clase de dictadores de África y Oriente Medio, según conveniencia de los intereses geoestratégicos de EE.UU., su país de adopción.      

Toda estas iniciativas y actuaciones de Kissinger, quien calificaba el Poder como “el gran afrodisíaco”, fueron materia para un libro de Christopher Hitchens, “El juicio de Henry Kissinger” (2001), en el que lo acusa de cometer, supuestamente, numerosos crímenes de guerra, por los cuales jamás se vio obligado a sentarse en el banquillo ni le provocaron remordimiento alguno.

Por el contrario, lo encumbraron a lo más alto del prestigio político y de la fama. Sus libros son todavía de obligada lectura entre los académicos de relaciones internacionales y los aspirantes al pragmatismo cínico en política, donde dio sobradas muestras de que, por lo general, la teoría y las buenas intenciones no siempre concuerdan con el ejercicio del poder.

Así era el Secretario de Estado más emblemático de EE.UU. que falleció el pasado mes de noviembre a los cien años de edad. Una edad que no le impidió realizar una última visita no oficial a China, protagonizando un encuentro con el presidente Xi Jinping de fuerte connotación simbólica, cincuenta años después de aquella con la que inauguró las relaciones entre EE. UU. y la China de Mao Zedong,  Y es que, dicen los que le conocieron, Kissinger conservaba aun, a esa edad provecta, la lucidez mental y la memoria, con la que repasaba su influyente y paradigmática trayectoria, sin que la conciencia le perturbase el ánimo. Todo un personaje.

jueves, 7 de diciembre de 2023

Constitución, 45 años

La Constitución española (CE) cumplió el miércoles pasado 45 años en vigor. Se convierte, así, la de más larga duración de la historia de España. Fue aprobada un 31 de octubre de 1978 por las Cortes y ratificada en referéndum constitucional el 6 de diciembre del mismo año por los españoles con su voto en las urnas. Es un hecho relevante del que deberíamos sentirnos orgullosos porque la CE situó a nuestro país, apenas recién salido de una dictadura vergonzante, entre las democracias que envidiábamos de nuestro entorno. Un orgullo que sienten incluso los que no la votaron, como fue mi caso.

Cerca del 59 por ciento del censo electoral de aquel año (17 millones largos de personas) votó a favor del texto elaborado por los ponentes de las Cortes constituyentes: Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y José Pedro Pérez Llorca por parte de UCD (partido gobernante de Adolfo Suárez), Gregorio Peces-Barba (PSOE), Jordi Solé Tura (PCE), Manuel Fraga (AP) y Miguel Roca (Minoría Catalana). El árido texto jurídico fue corregido de tecnicismos innecesarios por Camilo José Cela y su preámbulo es obra de Enrique Tierno Galván, alcalde socialista de Madrid. La Carta Magna salió adelante en todas las provincias, salvo en Álava, Guipúzcoa, Lugo, Orense y Vizcaya, donde los síes no superaron la media del censo, haciendo prevalecer la abstención. 

Yo engrosé esa lista de poco más de 8.700.000 personas que se abstuvieron. Me resistí a votarla porque incluía la aceptación de una Monarquía que no había sido sometida a consideración de los ciudadanos previamente. El referéndum constitucional era un todo inseparable: lo tomabas o lo dejabas. La democracia que nos garantizaba la Constitución no permitía, en cambio, la posibilidad de elegir democráticamente entre República o Monarquía, como anhelábamos muchos que éramos jóvenes utópicos en aquella época. No se permitió ninguna opción alternativa. Finalmente, el rey sancionó la flamante Constitución y se convocaron nuevas elecciones que inauguraron el actual periodo democrático que disfrutamos en nuestros días. De eso hace ya 45 años. ¡Y ojalá que dure otros 45 más!

Esa Ley de leyes fue fruto de unas circunstancias y de un momento dado de nuestra historia que, afortunadamente, confluyeron de forma pacífica y positiva. Sus redactores, los padres fundacionales citados, intentaron adecuar su articulado a los posibles cambios que pudieran producirse en una sociedad que, como todas, se ve sometida a modificaciones constantes. Y no deja de evolucionar. Pero el texto permanece intacto, prácticamente inalterable. Por eso, la Constitución prevé su reforma a través de dos procedimientos: uno rápido y otro más rígido (arts. 167 y 168 CE), que se diferencian en virtud de la materia afectada. El procedimiento agravado se aplica cuando la reforma afecta a los artículos relacionados con los derechos fundamentales (Título I) y a los de la Corona (Título II). Tales precauciones para la reforma, sea simple o reforzada, persiguen con su complejidad mantener la estabilidad del sistema y la supremacía de la CE sobre las leyes, pero posibilitando cambios cuando una mayoría parlamentaria amplia lo considere necesario.

Así y todo, la Constitución ha sufrido algunas, muy pocas, modificaciones. La más importante se acometió para garantizar en el texto constitucional  los derechos de los acreedores (art. 135 CE) tras el estallido de la crisis financiera de 2007. Pero continúa pendiente, aunque no sea necesaria porque no hay primogénito varón, una reforma que evite la discriminación evidente, ¡con rango constitucional!, que sufre la mujer respecto de la sucesión al trono. La Constitución señala la prevalencia del varón sobre la mujer en los derechos sucesorios, como establecían las antiguas Leyes Sálicas. Un anacronismo. Pero también una auténtica contradicción con el derecho a la igualdad de todos los españoles, sin importar condición, incluida la de género, que reconoce la propia Constitución. No se trata, por tanto, de una reforma urgente, pero sí conveniente y oportuna, por coherencia constitucional.

En cualquier caso, resultaría casi imposible, en la presente coyuntura de enfrentamiento político y crispación social, emprender reforma alguna de la Constitución. No hay más que ver las dificultades para renovar el CGPJ, que exige para su renovación, pendiente desde hace más de cinco años, una mayoría similar a la necesaria para la reforma de la Constitución. Si no somos capaces de respetar las normas –aun declarándonos constitucionalistas- para renovar un órgano constitucional, menos aún seremos capaces de acometer ninguna reforma de la Constitución, como precisa Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional, en un artículo reciente.     

A pesar de sus defectos, la Constitución española  ha legitimado un Estado social y democrático de Derecho que, si bien es manifiestamente mejorable, es el que ha proporcionado el mayor período de libertad, justicia, igualdad y pluralismo de España, como propugna en sus valores superiores. Ha posibilitado el mayor período de democracia, paz, progreso y tolerancia que jamás hemos disfrutado en este país nuestro, tan inclinado al cainismo. Y eso es algo que hay que agradecer, incluso, por quienes en su día no ratificamos su aprobación y por esos otros que, a día de hoy, abogan por derogar una Constitución que les reconoce el derecho para disentir y cuestionarla.

La Constitución nos enseña que los derechos y las libertades no son concesiones permanentes, sino conquistas democráticas que constantemente hay que defender y preservar en la calle, en el trabajo, en los templos, en la convivencia y en todos los lugares donde se pongan en cuestión. Esa es la mejor y más eficaz manera de celebrar el 45º aniversario de nuestra Constitución.

domingo, 3 de diciembre de 2023

La música de diciembre

Cada vez que llega este mes, en mis oídos resuena una melodía de piano que siempre acompaña los días cortos, fríos y fantasmagóricos del invierno. Desde hace décadas no dejo de relacionar esa música con la estación que nos obliga a abrigarnos y buscar refugio en el calor placentero del hogar o dejándonos acariciar por tímidos rayos de sol. Es la música de diciembre que desde entonces no dejo de aconsejar desde esta bitácora y que, otra vez, vuelve a encabezar mis predilecciones para un mes que se presta al intimismo y a la introversión, como fórmula apropiada para dejarse transportar por los ensueños y los ensimismamientos que las notas de December nos producen. Gracias a las notas armoniosas de su melodía es posible desconectar de las urgencias contingentes de la rutina para reposar en la placidez de una tranquilidad espiritual que sosiega al alma más inquieta y desesperada. Tal es el estado al que me eleva esta música de diciembre desde que la escuché por primera vez. Y no dejo de acurrucarme en ella desde entonces.



     

sábado, 2 de diciembre de 2023

Una legislatura a cara de perro

Con la investidura de Pedro Sánchez, la formación de su gobierno y la inauguración oficial, el pasado miércoles, de la XV Legislatura por parte del rey Felipe VI en sesión solemne en Las Cortes ante congresistas y senadores, daba comienzo el nuevo curso político, probablemente el más abrupto, crispado y turbio de los últimos tiempos.

Aunque, bien mirado, ninguno de los gobiernos socialistas anteriores, desde Zapatero hasta el actual, ha disfrutado de una atmósfera de colaboración y lealtad por parte de la oposición conservadora como para describir a esta legislatura de la más cuestionada, tensionada y bronca desde la restauración de la democracia en España. Siempre ha habido confrontación, unas veces con buenos modos y otras, desabridas.

Desde que el PP es PP (AP nunca gobernó) jamás ha dejado de acusar a los gobiernos socialistas de todas las catástrofes habidas y por haber cada vez que se ha visto obligado a ocupar los bancos de la oposición. Con Aznar hasta Rajoy, pasando por Casado y acabando con Feijóo, el mantra de los conservadores ha sido, inevitablemente, la ineptitud de cualquier gobierno socialista y el peligro que representa para la unidad de España, a las tradiciones más señeras o al bienestar y la moralidad de los españoles.

Pueden variar las excusas, pero no el núcleo de un relato que adaptan a la actualidad de cada época. Así, lo que antes era ETA, ahora el arma arrojadiza es Hamás; o la crisis financiera de 2008 se convierte hoy en la del covid del 2019 como ejemplo de gestión nefasta. España, según el discurso eterno de la derecha, siempre está rompiéndose, desde entonces  hasta hoy. Y siempre por culpa de algún gobierno socialista. El que sea y haga lo que haga. Es la manera de hacer política de la derecha, su política. Y es su forma de entender el país, su modelo de país. No se les puede pedir más.

Por eso no es  de extrañar que sigan comportándose de igual forma, pero en esta ocasión animados y acompañados por los cachorros ultras de Vox, que se desgajaron del árbol común de los herederos del franquismo, y que los espolean a ser más agresivos si cabe, como si sólo las derechas fueran las únicas legitimadas para gobernar España, esa patria que tanta saliva les genera y de la que no se separan, cargándola en pulseritas rojigualdas en la muñeca. La sufren, cuando no gobiernan, como si fuera una posesión privada e intransferible que se verá desvalijada si es administrada por otros que no sean ellos. La izquierda cuando gobierna es una `okupa´, como la definen en pancartas y eslóganes.

Tal es el ambiente enrarecido con el que se inicia la actual legislatura. Vuelven a poner en cuestión la legalidad del actual gobierno, la legitimidad de Pedro Sánchez para gobernar, la limpieza electoral, la constitucionalidad de algunas leyes e, incluso, a distorsionar la realidad para poner en duda valores democráticos con tal de tachar al gobierno de totalitario y procurar una dictadura. Si sabrán ellos, viendo de donde proceden ideológicamente, lo que es realmente una dictadura que, mira por dónde, la última de las cuales jamás han condenado. Será que la añoran.

No contentos con promover escraches diarios, durante semanas, ante la sede madrileña del PSOE, con convocar a corresponsales de prensa extranjera para pedir auxilio por España, con hacer el ridículo en Europa en su afán por frenar una ley que se tramitará por los procedimientos legales, como cualquier ley orgánica, en un parlamento democrático, y con cuestionar las instituciones del Estado sin importarle la desafección de la sociedad no sólo hacia las instituciones, sino también hacia el propio régimen democrático de nuestro país, las derechas, no contentas como decimos, se valen además de su presencia en las instituciones para boicotear la acción de un gobierno al que pretenden desprestigiar por todas las maneras posibles: con la verdad o con la mentira, con la lealtad o la deslealtad, con honestidad  o desvergüenza, legal o torticeramente.

No tienen empacho en instrumentalizar el Senado y el CGPJ para usarlos como terminales institucionales en su confrontación a muerte con el Gobierno y obstaculizar iniciativas gubernamentales. En cualquier otro país causaría bochorno, por ejemplo, que el mandato del CGPJ lleve cinco años caducado debido a la obstinación del PP por impedir que sus miembros reflejen las mayorías elegidas del Congreso de los Diputados, como establece la Constitución, con tal de no perder la mayoría conservadora que todavía conserva de legislaturas anteriores. ¡Y luego se declaran constitucionalistas!

Ya ni las Cortes ni el rey son dignos de su consideración y confianza. Al segundo lo insultan cada noche en esos escraches, en pancartas y gritos con el apodo de “Felpudo VI”, y las primeras son objeto de desplante y mala educación al negar el aplauso al discurso de la tercera autoridad del Estado en el acto de inicio de la XV Legislatura. Y es que así son las derechas si no comulgas con sus ideas. No les gustó, al parecer, que la presidenta del Congreso subrayara que “la decisión de esta mayoría parlamentaria es legítima y emana de la voluntad de los ciudadanos ejercida el 23 de julio”. ¿Acaso es falso? Tampoco serían de su agrado que enumerara leyes aprobadas en las Cortes que han supuesto nuevos derechos y ampliado libertades para el conjunto de la sociedad. ¿Destacar los frutos legislativos del Parlamento es una provocación para las derechas? Por lo visto, sí.  

Cada vez que la izquierda accede al poder, la derecha reacciona de manera exagerada con amenazas, insultos y descalificaciones por no poder impedirlo ni arrebatárselo. Pero esta vez, además, porque el Ejecutivo de coalición se inaugura impulsando una ley de amnistía que causa un rechazo visceral no sólo en sectores conservadores, sino también en no pocos integrantes de la izquierda y otros estamentos sociales. Para colmo, las negociaciones entre el PSOE y Junts, cuyo acuerdo fue clave para lograr la investidura, se cubre de un velo de opacidad que oculta, dicen que momentáneamente, la identidad de la persona o institución que verificará su cumplimiento*. Es decir: más leña para la desconfianza y munición para la oposición. Y, por si no fuera poco, unas declaraciones de Pedro Sánchez sobre la reacción de defensa de Israel que excede el derecho humanitario causa una grave crisis diplomática, cuyo alcance está por determinar. Crisis que el PP aprovecha, cómo no, para que su nuevo portavoz inaugure el cargo acusando a Sánchez de ponerse “del lado de los terroristas”, en alusión a Hamás, sin que le conmueva al portavoz, tan cristiano y devoto él, los más de 15.000 muertos inocentes de Gaza que nada tuvieron que ver con el ataque terrorista a Israel. Lo que ya decía: ahora Hamás sustituye a ETA en el fangal político en el que gusta chapotear la derecha.

Se barrunta, por tanto, una legislatura polarizada, tensa, bronca  y complicada, sobre la que nadie apuesta por su duración. Y no sólo por la constante labor de zapa de las derechas, sino también por la complejidad y las dificultades que caracterizan las relaciones del Gobierno con unos socios parlamentarios, diversos y con intereses opuestos entre algunos de ellos, con los que tendrá que negociar todas y cada una de sus iniciativas gubernamentales. De ahí que la legislatura no se prevea fácil ni cómoda, hasta el extremo de poder calificarla, sin riesgo a equivocarme, de abrupta, crispada y tensa. A cara de perro, vamos.

-------

Actualización: 3/12/2023

A última hora de ayer, 2 de diciembre, se dio a conocer el nombre del verificador o coordinador de las negociaciones entre PSOE y Junts: el salvadoreño Francisco Galindo Vélez (1955), abogado, diplomático y vinculado a la agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR.