jueves, 28 de julio de 2022

Extremadura orillada

Existen regiones condenadas a soportar los condicionamientos históricos que las mantienen atadas al infradesarrollo y la falta de oportunidades. Y, aunque mucho se ha avanzado en dotar equitativamente de recursos a las comunidades que conforman el puzzle territorial de nuestro país, constituido como Estado Autonómico, continúa sin ser suficiente, equilibrado o eficiente lo alcanzado en este aspecto, puesto que se sigue primando en atención, inversiones y presupuestos a las comunidades más desarrolladas en detrimento de las más necesitadas de ayuda y medios. Prueba de ello son las chapuzas y los problemas que han jalonado la puesta en ¿servicio? del supuesto “AVE extremeño”. Un bochorno y una ofensa para Extremadura.

No voy a entrar en consideraciones técnicas que los ingenieros sabrían resolver si contasen con los fondos pertinentes. Enlazar ferroviariamente la capital de España con las principales ciudades extremeñas no debiera ser más difícil técnicamente, ni por orografía ni por distancia, que hacerlo con Andalucía, Cataluña, Valencia o Galicia, por ejemplo. Sin embargo, el retraso de décadas con el que se está construyendo esta vía rápida hacia Extremadura no sólo es considerable, sino humillante para los extremeños y para quienes aspiramos a relacionarnos con esa comunidad en condiciones semejantes a cualesquieras regiones del país.

Se le están escamoteando a Extremadura los instrumentos que posibilitarían su más acelerado desarrollo económico y social, a pesar de que cuenta con recursos humanos y materias primas que lo harían factible casi de inmediato, si contase con las infraestructuras necesarias. La obligada cohesión territorial y social, que deberían orientar las iniciativas emanadas del Gobierno central, está siendo orillada por una política miope que no atiende por igual a todas las regiones, y que obvia, incluso, los objetivos a medio y largo plazo que dinamizarían -y rentabilizarían- las inversiones del presente.

Porque hay que ser muy ciego para no percibir que Extremadura se convertiría en un importante y estratégico nodo ferroviario -ubicado probablemente en Mérida-, si dispusiese de los ramales oportunos, que conectaría a España con Portugal y Andalucía occidental con el noroeste peninsular, sin necesidad de pasar por Madrid, con todo lo que ello significaría para la industria., el comercio, el turismo y las relaciones nacionales e internacionales.

Es evidente que a muchos y muy poderosos les disgusta este futuro de un desarrollo equitativo y justo para todos porque disfrutan de privilegios, con los desequilibrios regionales, que les permiten reclamar financiaciones “a la medida” e inversiones estatales en función de sus particulares “estatus” diferenciales.

Ojalá no sean estos los motivos que orillan a Extremadura de la red de alta velocidad ferroviaria y que, en las últimas semanas, han dado el espectáculo de “inaugurar” reiteradamente, con fallos, retrasos y averías, un “AVE extremeño” que no es más que un tren rápido que carece de máquinas AVE, doble vía y electrificación en todo el trayecto. Lo dicho: un bochorno y una afrenta injusta.         

miércoles, 27 de julio de 2022

Me ratifico en mi tristeza.

Ayer se hizo público el fallo del Tribunal Supremo, que ratifica en su mayor parte la sentencia de la Audiencia de Sevilla, por la que se condena en firme a dos expresidentes de la Junta de Andalucía, cinco exconsejeros y otros altos cargos por el fraude continuado cometido con los ERE bajo gobiernos socialistas del PSOE. El asunto, que la derecha se encarga de airear como el “saqueo” cometido por un “régimen” (marcas -deíxis- que delatan la presunta objetividad de cierta prensa) y restregar a la cara de los dirigentes actuales del partido socialista, es de suma gravedad, gran trascendencia y enorme letalidad para el prestigio de una formación que, sin embargo, no ha sido como tal inculpada de delito alguno. Tanto se ha hablado del fraude de los ERE, maximizándolo unos y minimizándolo otros, que hasta yo mismo no encuentro nada nuevo qué decir, como no sea ratificarme en la frustración que me producen estas actuaciones reprochables y la tristeza que empaña lo conseguido, que no ha sido poco, por unos dirigentes que no han sabido, querido o podido impedir que la hierba de la corrupción creciera bajo sus pies. Por eso, me ratifico en lo que ya expresé en su tiempo y que sigue entristeciéndome todavía con más razón, aunque me mantenga firme en mis convicciones ideológicas y lealtades políticas. Hoy es triste leer los periódicos.

lunes, 25 de julio de 2022

Retorno a la rutina...

A muchos les parecerá incomprensible que, tras las vacaciones veraniegas (tengan la duración que sea), algunos jubilados deseen el retorno a la rutina cotidiana. Tales sorprendidos podrán pensar que es indistinguible la pasividad diaria con la holganza vacacional. Ignoran cuán equivocados están. Porque las vacaciones son siempre idénticas: un cambio de paisaje y de hábitos (despreocupación horaria, senderismo, baños en la playa, abusos gastronómicos, etc.), tanto si disfrutas de una edad activa (laboralmente) o pasiva. Pero la cotidianeidad rutinaria del resto del año es diferente, al menos para quienes, aparte del trabajo, albergan otras inquietudes y “aficiones”. Y recuperar el tiempo de esas otras dedicaciones, tan fundamentales cuando ocupan y preocupan la atención del jubilado, es motivo de anhelo cada vez que se ve alterado, aunque sea por unas vacaciones que se supone sirven para recargar “energías” y recobrar “fuerzas”. Obvian, los que creen que el descanso vacacional es exigencia de la actividad laboral, que también los pasivos pensionistas se sienten revitalizados tras las vacaciones para recuperar su dedicación jubilar. Y la añoran porque, para un jubilado, no es lo mismo la rutina cotidiana que el ocio veraniego. Lo viven y lo sienten tan distintos como el trabajo y las vacaciones, a pesar de la creencia general de muchos ocupados. Porque no es igual, ni equiparable, no hacer nada a lo que estabas obligado (vacaciones) que hacer lo que te apetece, satisface y enriquece (que es la jubilación para muchos). Por eso, el retorno a la rutina diaria es, para el jubilado, una añoranza que siente a los pocos días de iniciar unas vacaciones, en gran medida, por imperativos familiares. No es que no le agrade tomar vacaciones, justamente cuando ya nada se lo impide (a Dios gracias, aunque también a su salud y a sus aportaciones a la tesorería territorial de la seguridad social) sino que le fastidia cada año tener que diferenciarlas de su estado pasivo a todo el que lo confunde. Así que, un año más, por fin recupero mis rutinas y dedicaciones de jubilado. Y puedo contarlo, lo cual es aún más satisfactorio.

lunes, 18 de julio de 2022

Tráiler de mi libro de relatos

Un montaje audiovisual para dar a conocer mi libro "Cuentos minúsculos que se asoman a realidades sorprendentes". Quienes lo hayan leído comprenderán las imágenes y los rótulos que las acompañan. Y quienes no, confío en que les incite a leerlo.



domingo, 3 de julio de 2022

Malos tiempos.

Son tiempos cínicos y cenizos. Tiempos impensables de pasos atrás y desigualdades sin complejos. De retóricas militaristas y retrógradas, de descarada y orgullosa exhibición de egoísmo e intransigencia. En suma, tiempos dedicados a destruir lo conseguido y recuperar el dogmatismo excluyente que creíamos haber superado. No, no son tiempos ni para la lírica ni para la tranquilidad. Están repletos de horas difíciles y dolorosas, tiempos que abochornan.

Este cambio venía produciéndose paulatinamente desde hacía años. Habituados a dar dos pasos adelante y uno hacia atrás, de repente hemos comenzado a invertir la marcha: ahora adelantamos un paso para retroceder dos. Regresamos más atrás de donde habíamos partido. Es decir, volvemos a las andadas y a la estrechez mental del pasado, cuando la crítica, como la minifalda, estaba mal visto, casi un pecado. Trajimos esto con nuestros miedos y desconfianzas. Por el temor a perder privilegios y valores asentados, como el machismo, el nacionalismo, el clasismo social y el conservadurismo tradicionalista, y por sentirnos huérfanos de la archicultura pop y del poder militar (bajo la bandera de las barras y las estrellas) e ignorados a nuestra suerte por una economía, estúpidos, que sólo persigue beneficios.

Lo vimos claro con Trump y sus tropelías de chulo barato, pero forrado de botines rapiñados con profesionalidad esquilmadora. Otros, ya antes, habían abonado el terreno mental que facilitó nuestra conversión retrógrada. Estuvieron Reagan y Thatcher, los Bush y Merkel. Aquí afloraron Aznar y Rajoy. Y en todas partes, otros de idéntica calaña. Las libertades y los derechos comenzaron a ser “pulidos” en nombre de la Seguridad y la Sostenibilidad, tanto del país como de los bancos. Fue entonces cuando consentimos guerras preventivas en busca de armas inexistentes y rescates de sistemas financieros quebrados por la avaricia de sus gestores, que nos achacaron vivir por encima de nuestras posibilidades. ¿Se acuerdan?

No fue hace tanto. De todo ello salimos más empobrecidos y vulnerables. Los recortes y las precariedades que trajo la austeridad calaron hasta los huesos, obligándonos a mirar al ombligo antes que a la miseria colectiva. Pagamos el pato. Perdimos la fe en las bondades de la democracia y sus instituciones. Circunstancias que propiciaron que los populistas crecieran como hongos, ofreciendo milagros que solventarían todos nuestros problemas. Llegaron a convencernos, como lo hace cualquier charlatán, de que ellos atenderían nuestras reclamaciones, diciéndonos lo que queríamos oír: que la culpa siempre es de los otros, del vecino, del inmigrante, del feminismo “ideológico” (¿existe algo que no sea ideológico?), de la diversidad social, del multilateralismo, de la globalización y ahora, por último, de los rusos capitaneados por Putin.

De este modo empezamos a desmontar lo logrado. Empezamos a repartir culpas. Criminalizamos la migración de los pobres y perseguidos, no la de los pudientes con sus yates, porque no aceptamos a los “sin papeles” aunque vengan a hacer lo que nosotros rechazamos: trabajar sin condiciones en la fresa, en los andamios, bajo los invernaderos o en un bar. Pero abrimos las puertas a futbolistas endiosados y artistas del famoseo que, en cuanto pueden, cometen fraudes fiscales, eluden impuestos y evaden capitales. A los que huyen del hambre y la violencia los acusamos de constituir un ataque a nuestro país y estilo de vida, como si sus vidas y sus necesidades fueran distintas de las nuestras. Se crea un problema que los populistas se comprometen arreglar de un plumazo, mediante muros por tierra, mar y aire. Es así como se ocasionan muertes de infelices inocentes en las vallas de Melilla, en el mar de Ceuta o en los camiones de Texas. Y si consiguen entrar, los expulsamos sin contemplaciones o les negamos asistencia sanitaria porque no los consideramos ciudadanos nacionales. Nos molestan. Creemos, como Trump, que podrían invadirnos y degradar nuestra sociedad del confort tan bien ordenada.

Si toleramos aquello, no es de extrañar que los avances sociales y las libertades sean víctimas de nuestras debilidades y temores. De este modo, los derechos conquistados por la mujer para lograr la plena igualdad con el hombre sufren enseguida la embestida reaccionaria del machismo. Así, altos togados de la legalidad norteamericana revocan leyes que reconocían el aborto como un derecho de la mujer, dueña de su cuerpo y de su voluntad. Después de décadas de un derecho que arrebataba a la superstición, por muy religiosa que fuese, fundamentos que debían basarse sólo en la ciencia y que a la mujer afectan, magistrados conservadores, convenientemente aupados a puestos vitalicios, consiguen retrotraerlo a la época en que estaba restringido por una tutela moral de la sociedad. El Tribunal Constitucional español, tan contaminado por la política como el norteamericano, tiene pendiente sentencias sobre el aborto y otros recursos que, gracias a la mayoría conservadora que se resiste renovar (como la del Poder Judicial), adolecerán de parecida mentalidad retrógrada. Y es que la derecha es reacia a mantener derechos que amplían las libertades de las personas si cuestionan su modelo social, ideológico, cultural y económico, salvo si les reportan votos. Entonces, se les llena la boca de “libertad”.

Tales retrocesos en lo social y lo económico se extienden también en lo militar. Recuperamos la política de bloques y trincheras. De bandos antagónicos, agrupados en alianzas “defensivas” que se vigilan mutuamente, que hacen renacer la guerra fría de antaño. Pronto reinstalaremos los “checkpoint charlie” fronterizos para cruzar de un ámbito militar a otro. Es verdad que ha sido la invasión rusa de Ucrania lo que ha resucitado las trompetas a la movilización de Occidente, pero también que la OTAN, nuestro bando aliado, ha ido acercándose al territorio que considera una amenaza, englobando antiguas partes del mismo, como las repúblicas bálticas. Si yo fuera ruso, me pondría nervioso. Como me pondría nervioso si fuera norteamericano ante el avance del desaparecido Pacto de Varsovia hasta la isla de Cuba o Venezuela. Es lo que le ha pasado a Putin, pero reaccionando con el impulso de un violento: propinando golpes para que no le sustraigan lo que considera suyo. Los juegos geoestratégicos de un bando y otro los acaban sufriendo inocentes que nada se les ha perdido en el conflicto, y los paga la parte más débil, muriendo bajo las bombas o endeudándose para armarse hasta los dientes. No hay otra. A nosotros, afortunadamente, nos toca aumentar la partida del gasto militar reduciendo inversiones en sanidad, educación y obra pública. Y apretarnos el cinturón para una economía de guerra y por las carencias energéticas y alimentarias, instrumentalizadas como armas bélicas, que la guerra de Ucrania está ocasionando. Sólo la OTAN sale fortalecida y, con ella, la industria militar. La vieja máxima latina, “Si vis pacem, para bellum”, se convierte en el lema de estos tiempos que nos hacen desandar el camino del progreso.

No hay duda, pues, de que caminamos hacia atrás, tanto por lo señalado como por otros muchos asuntos. Recuperamos antiguas actitudes intransigentes y viejos lastres dogmáticos que nos impiden avanzar. Por tal razón son tiempos cínicos y cenizos. Y julio no ha hecho más que empezar. ¡Felices vacaciones, si es que pueden o les dejan!