miércoles, 28 de abril de 2021

Desencanto con Savater

Me entristece que mis ídolos me defrauden. Desde mi más errabunda juventud, Fernando Savater siempre fue para mí una referencia icónica que me enseñó abrir mi mente a lo que la ignorancia, los prejuicios y los moldes establecidos me tenían vedado. Gracias a él pude conocer, no sólo una ética del compromiso y el deber, sino también a pesimistas tan deslumbrantes como Emil E. Cioran. Incluso el marxismo eclético de mis primeras inquietudes políticas, que me alejaba tanto de los regímenes capitalistas como de los comunistas, parecía estar influenciado por el cuestionamiento del filósofo vasco de cualquier sectarismo ideológico, tan férreo en el comunismo, del identitario, tan común en los nacionalismos, o del político, consustancial a los partidos. Ni que decir tiene, pues, que Savater fue como un faro que alumbró mi camino a través de las ideas del ser y el mundo, previéndome de los dogmatismos.

Pero me ha decepcionado con su último posicionamiento político (Convencido, El País, 24/4), en relación con las elecciones madrileñas al Gobierno regional, que lo llevan a optar por la candidata conservadora y actual presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, quien no descarta coaligarse con la extrema derecha para gobernar, si fuera necesario. No me esperaba que el admirado filósofo de mi devoción completara un giro tan copernicano en su evolución ideológica: desde aquel pensamiento libertario, con el que se mofaba del referéndum constitucional de 1978, hasta este conservadurismo de ultraderecha, que se proclama único intérprete de esta Constitución que hoy nos ampara. Aunque era previsible este viraje ideológico, puesto que ya en 1981 escribía en uno de sus libros: “He sido un revolucionario sin ira, espero ser un conservador sin vileza”, no deja de causar un doloroso desencanto.

Fernando Savater, como todo librepensador, suele ser provocador, irónico e inquieto. Cambia de opinión conforme reconoce errores, aprende y discurre cosas nuevas o cambian las coyunturas. Si hay algo dinámico, de ninguna manera sólido eternamente, son las ideas, siempre subalternas del conocimiento y la realidad. Es, por tanto, normal y necesario que evolucionen. También los pensadores e intelectuales. Mantener actitudes inalterablemente estáticas e inmutables es requisito para llegar a ser arcaico y obsoleto. Es preferible evolucionar en la vida y en las ideas, como hace la ciencia, a permanecer inmóvil e inmutable, como pretenden las religiones, que jamás cambian por mucho que los hechos y el raciocinio rebatan sus dogmas y elucubraciones.

Pero recorrer de parte a parte el arco ideológico de la política, en contradicción con lo que anteriormente se mantenía, no significa vitalidad intelectual, sino pérdida de convicciones. Savater, por circunstancias vitales muy desagradables, no perdona a quienes toleran que antiguos separatistas que defendían el terrorismo se decanten por la política, aunque sí comprende que los herederos del franquismo, que también asesinó indiscriminadamente, ejerzan de intachables y angélicos demócratas, cuya compañía se considere más digna que la de los “separatistas y bolivarianos de guardarropía”. Causa estupor que, después de abogar por que cualquier idea pueda ser defendida pacíficamente en democracia, se alinee uno con los que piensan que la libertad es otra cosa, más relacionada con el patrimonio que con las ideas o la filosofía.

Eso sí, Savater reconoce, al menos, que votar al PP le cuesta. Pero no será tanto, cuando publica estar convencido. “Cosas veredes, amigo Sancho”, se han de ver para que los mitos se nos caigan del guindo. 

lunes, 26 de abril de 2021

El envenenamiento de la democracia

La pluralidad democrática permite que formaciones políticas contrarias a la propia democracia puedan existir bajo su amparo legal. Grupos radicales ultraconservadores o antisistema emergen a la sombra de las libertades que la democracia extiende a cualquier ideología, incluidos el fascismo, el comunismo o el independentismo. Cumpliendo con la apariencia de respetar las reglas de la libre confrontación de ideas y el sufragio universal, estas formaciones ultras subvierten el sistema democrático para imponer sus objetivos, muchos de ellos contrarios con algunos derechos y libertades consagrados por todo sistema democrático. A veces, incluso, hacen bandera de una actitud abiertamente antidemocrática al presentarse como defensoras de tradiciones y esencias de un supuesto patriotismo que sólo ellas saben interpretar y representar.

No es extraño, pues, que estos partidos radicales no oculten ser anti-autonómicos, anti-europeístas, anti-inmigrantes, anti-feministas y anti-cualquier cosa que consideren contrario al concepto de país y modelo social que ellos encarnan. Más aún, hasta se declaran partidarios de ilegalizar a partidos adversarios como si fueran enemigos mortales de la población, sean izquierdistas, fascistas o simplemente liberales. No toleran la pluralidad de otras formaciones, pero exigen ser tratados y tolerados como ellas, con derecho a participar en democracia para difundir su ideario y captar adeptos, manipulando y exagerando los problemas o necesidades de la población, así como de las coyunturas por las que atraviesa el país. De hecho, son expertos en hacer, de la anécdota, categoría y de las emociones, un arma política. No utilizan argumentos o datos contextualizados, sino impresiones, sensaciones y prejuicios para ganarse a la gente mediante la emoción, no por la razón. Y, así, acaban infiltrándose paulatinamente por todo el sistema y sus instituciones, segregando un sutil veneno de sectarismo, odio y violencia, que causa polarización y desestabilización en la sociedad y, a la postre, crisis y quiebra de la convivencia y la democracia, Este es el verdadero peligro de los grupos radicales saprófitos de la democracia: subsisten gracias a ella hasta destruirla. Un peligro letal si no se combate a tiempo y con determinación.

No hay duda de que, en España, el veneno a la democracia y la convivencia pacífica ha sido inoculado y está alcanzando niveles tóxicos para la sociedad. Nunca antes, en nuestra moderna democracia, la confrontación política y las amenazas veladas o francas a contrincantes electorales habían sido tan agresivas y descaradas. El enfrentamiento partidista y los mensajes provocadores, cuando no los insultos, conforman el grueso de las campañas electorales, como la que se desarrolla en Madrid en la actualidad para la elección del Ejecutivo regional. Mítines con grescas y peleas, descalificaciones groseras, utilización de la pandemia para criticar al adversario, intentos de sortear la legalidad para reclutar candidatos de última hora, mentiras, medias verdades y tergiversaciones a diestro y siniestro y, por último, envío de cartas con amenazas de muerte (balas y cuchillos incluidos) a candidatos de la izquierda y miembros del Gobierno. Una convulsión político-social que recuerda mucho a los tiempos de la revolución de 1917, que desestabilizó la Monarquía parlamentaria de la Restauración, y.de la sublevación militar que acabó con  la Segunda República de 1931, por citar ejemplos de distinto color, ambos períodos de reformas, democracia y sustentados por sendos Estados de derecho, pero combatidos por los radicales, fanáticos e intransigentes con odio y violencia.

Si no se actúa con determinación, los síntomas de este envenenamiento político que sufre el país podrían empeorar, como pasó en aquellos años. Es, por tanto, necesario aplicar un antídoto eficaz que devuelva la sensatez, el respeto y la mesura a la práctica política y a la convivencia tolerante en España. Y el mejor antídoto es impedir que las mentiras, las tergiversaciones y los malos modos se impongan en el ejercicio de la política, ni siquiera como excusa de una campaña electoral. Pero la vacuna realmente definitiva es el voto, la papeleta que se le niega al agresivo, al radical, al que no respeta a sus adversarios políticos ni al ciudadano, al que intenta engañar como a un niño mediante un populismo paternalista saturado de mentiras.

Hay que detener y eliminar este veneno que se infiltra por el sistema político como un cáncer hasta alcanzar las instituciones. Hay que impedir que los radicales avancen hasta ocupar órganos del poder (nacional, autonómico o local) desde los cuales, cual metástasis, seguir envenenando al resto de la población con medidas e iniciativas que causan división, enfrentamientos, desigualdad, pérdida de derechos y quiebra social.

La ultraderecha es el agente más tóxico de este veneno que, hoy en día, corroe a la democracia. No es el único, pues otros agentes, izquierdistas y separatistas, también son asimilables por su efecto perturbador y desestabilizante de la democracia y la convivencia, aunque actúen con menos agresividad. Vox es la marca de la extrema derecha en España. Se trata de un partido tradicionalista y ultraconservador que se vale del populismo patriotero para ganarse la confianza de la gente. Su ideario es excluyente, sectario y reaccionario, contrario al Estado de las Autonomías, a la Unión Europea, a la igualdad entre hombres y mujeres, a la separación Iglesia-Estado, a la educación laica, no segregacionista y pública, a la lucha contra el cambio climático, a la sostenibilidad y la defensa del medio ambiente, a los Derechos Humanos y la solidaridad con los migrantes, al multilateralismo en las relaciones internacionales y hasta a la Constitución española en aquellas cuestiones que no son de su agrado, especialmente las que reconocen derechos y libertades sin distinción por sexo, raza, religión o educación.

Vox nació por decisión de Santiago Abascal, un exmiembro del Partido Popular, bajo los auspicios de otros movimientos similares en Europa, como el de Viktor Orbán (Fidesz-Unión Cívica) en Hungría, Marine Le Pen (Agrupación Nacional) en Francia, Matteo Salvini (Liga del Norte) en Italia, Alexander Gauland (Alternativa para Alemania) en Alemania, Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal) en Brasil, y tantos otros. También EE UU sufrió la calamidad de tener un presidente populista y ultraconservador con Donald Trump, que hizo todo lo que pudo y más por encumbrar y promover todos estos grupos por el mundo. Se caracterizan por ser partidos ultranacionalistas, xenófobos, racistas, misóginos, tradicionalistas, supremacistas, autoritarios, negacionistas y excluyentes. Actúan exagerando los problemas del país donde emergen para atraer y convencer a la gente, a la que seducen con recetas simplistas y draconianas que prometen resolver de un plumazo cualquier problema. Contra la inmigración, un muro y criminalización del inmigrante. Contra la complejidad de la economía, aislacionismo, aranceles y abandono de las instituciones regulatorias internacionales. Contra la crisis sanitaria, negación y críticas a la OMS. Contra la diversidad, supremacismo racial y religioso. Y así con todo: todo muy fácil.

Son partidos que envenenan las democracias de sus países, nada resuelven y acaban limitando o lastrando las conquistas sociales y de libertades logradas en sus respectivas naciones, tras el espejismo inicial con el que consiguieron el triunfo electoral. En España van por el mismo camino: envenenando el debate político, cuestionando el sistema, agitando la crispación, destruyendo la convivencia pacífica y la tolerancia e implantando, donde pueden y gobiernan, el sectarismo, la desigualdad y la pérdida de derechos. No hay que ser ciegos ante el desafío que representan y actuar en consecuencia. No se puede banalizar el peligro que suponen ni contemporizar, por cuotas de poder, con ellos. Hay que tenerlo en cuenta a la hora de votar.   

jueves, 22 de abril de 2021

Varias Españas

Aute. Autorretrato, 1988.

Cuando ni para luchar contra una pandemia que a todos afecta nos ponemos de acuerdo, es que no hay dos Españas, como advirtiera Machado, sino varias y diversas. Un problema que resolvió Luis Eduardo Aute, por las siglas de los siglos, en un poema que sustituye la “Ñ” por la NH portuguesa (de igual pronunciación), para incorporar Portugal en esta Iberia individualista y cainita:

El problema de España resuelto por las siglas de los siglos Amén Jesús

Estado

Surreal

de

Pueblos

Apátridas

y

Naciones

Histéricas

Asimétricas

Igual a: I.D.E.M.*

*IDEM: Iberia Deconstruida de Estados Mixtos (o Mestizos).

Extraído del libro Auténtico. Antología poética, retrospectiva gráfica, editorial Ya lo dijo Casimiro Parker. Madrid, 2020.

martes, 20 de abril de 2021

Un dron en Marte

Otro hito de la astronáutica. El pequeño dron que transportaba el “rover” de la NASA Perseverance, que “aterrizó” en Marte en febrero pasado, ya ha realizado su primer vuelo en aquel planeta.  Ha sido un vuelo corto, de poco más de medio minuto elevado a escasos tres metros de altura, para probar su funcionamiento. Con todo, se trata del primer artefacto autopropulsado que ha volado en otro mundo, es decir, el primer vuelo extraterrestre de un artefacto construido por el hombre.

Ingenuity, que así se llama el dron, es una especie de caja con patas, de cerca de dos kilos de peso, dotada de dos pares de aspas contrarrotatorias, a modo de helicóptero, en su parte superior, que giran a más de 2500 revoluciones por minuto para conseguir volar en la débil atmósfera de Marte, un 99% menos densa que la de la Tierra. Lograr que cumpliera su función con éxito es un alarde histórico de la tecnología astronáutica. Ese pequeño vuelo de prueba supone un salto cualitativo en la exploración espacial, pues permite investigar un planeta que disponga de atmósfera, además desde satélites en órbita y vehículos sobre la superficie, con naves voladoras que amplían el horizonte de observación.

El vuelo realizado ayer por el “helicóptero” del Perseverance sirvió para tomar fotografías aéreas del cráter Jezero, donde se halla el “rover”, además de inmortalizar el momento con una imagen de la sombra que proyectaba el propio dron sobre la superficie de Marte.  A partir de ahora, desarrollará una serie de vuelos, previstos en su programación, para explorar los alrededores, pero sin alejarse más de un kilómetro del “rover”, ya que ese es el alcance de su antena. En total, realizará cuatro vuelos en el plazo de un mes, con desplazamientos horizontales y a distinta altitud sobre la zona. Las imágenes que enviará, que ya se aguardan con expectación, serán a buen seguro espectaculares. Y no es para menos, porque lo que resta es enviar naves tripuladas a Marte. No se impacienten.

lunes, 19 de abril de 2021

Belén o Bosé

Ayer, domingo, la televisión en España ofrecía una de esas dicotomías que ponen en evidencia la sensibilidad del espectador. Nos enfrentaba a la disyuntiva de tener que elegir entre el buen gusto o el morbo. Y todo ello por la sencilla razón de que, simultáneamente aunque por distinto canal, se emitía por la Sexta (Lo de Évole, 21:25h.) la segunda parte de la entrevista al cantante Miguel Bosé, ampliamente publicitada durante toda la semana por la emisora, en la que el artista redundaría en sus teorías negacionistas sobre la pandemia, y por La 2 de TVE (Imprescindibles, 21:30h.), el documental “La corte de Ana”, sobre la trayectoria de la también artista y cantante Ana Belén, en el que se desgranaban los más de 50 años de profesión, vivencias y opiniones que ha generado una mujer de un talento excepcional.

Para mí, no había discusión. Entre Belén o Bosé, no dudé en elegir el programa de la cadena pública sobre una artista que, en cualquier otro país, hubiera sido considerada una de las glorias incuestionables del cine, el teatro y la música, no sólo por sus dotes profesionales, sino también por la elegancia, la inteligencia y la integridad ética de su persona. Como cabía esperar, Belén no defraudó, como sí hizo un Bosé instalado en la decadencia de sus dos identidades, la de Miguel y la de Bosé, la personal y la artística. Ambos artistas simbolizan con sus trayectorias la historia de nuestro país de las últimas décadas, desde la irrupción de las libertades con la democracia hasta la polarización que enerva a la sociedad en la actualidad.

Ana Belén, desde su más tierna juventud, no ha dejado de trabajar hasta convertirse en una actriz respetada y una cantante de talento impresionante. Ello, empero, no la ha empujado a encerrarse en una torre de marfil ni a negar su compromiso con la lucha por la libertad y la democracia de este su país, incluyendo la reivindicación de derechos para los profesionales de su gremio, cuando ello representaba exponerse a un serio peligro en los estertores de la dictadura. Repasa su vida en el documental sin renegar de aquel compromiso ideológico ni renunciar a unas convicciones que ha mantenido con coherencia a favor de la convivencia pacífica, tolerante y respetuosa que se supone en un país democrático. Su vida, pues, corre pareja a las vicisitudes del país que se libró de las cadenas dictatoriales y se ilusionó con una Transición que lo instaló entre las democracias más sólidas del entorno. Sin dejar de trabajar y asumiendo cada vez mayores retos profesionales, Ana Belén exhibe una trayectoria de más de 54 años de superación, esfuerzo y responsabilidad que la encumbran como una artista única y excepcional, si más apoyo que el coraje que empujó a una niña de Lavapiés a hacer lo que le gustaba: cantar.

Miguel Bosé, hijo de famosos, también fue un joven que revolucionó la música moderna española, no sólo por su voz, sino también por la capacidad intencionadamente ambigua de interpretarla. Una trayectoria artística que, al contrario de la de Ana Belén, no ha sabido o podido mantener hasta el presente. En los últimos años, de Bosé sólo se conocen escándalos por su vida íntima o sus declaraciones negacionistas. En la entrevista con el periodista Jordi Évole, como anunciaba la publicidad del programa, el cantante se reafirmó en sus teorías de negación de la pandemia, contra las vacunas, sobre conspiraciones mundiales de políticos, multimillonarios psicópatas y farmacéuticas por controlar a la gente mediante virus y vacunaciones y contra aquellas militancias que había practicado en el pasado. De hecho, negó haberse vuelto conservador, sino más lúcido. Tampoco aportó prueba alguna de sus denuncias y rehuyó contrastar sus opiniones con científicos por no considerarse acreditado, pero creyéndose no estar equivocado. Una sinceridad anulada por la soberbia. Su vida es también paralela a la de un país que se ha desencantado de la democracia, siempre compleja e imperfecta, para entregarse a los cantos de sirena de un populismo manipulador que promete soluciones simples y radicales a cualquier problema.

Si, a través de sus trayectorias, Ana Belén se manifestaba en sus inicios artísticos por las libertades, Bosé hacía activismo en su declive artístico contra el uso de las mascarillas, pero eludiendo asistir a tales convocatorias. Hoy en día, Belén sigue cantando y dando conciertos, y Bosé ha perdido la voz y se dedica a los bulos negacionistas. Representan dos rumbos vitales, dos historias, un mismo país. Con toda seguridad, el de Bosé sería el más visto, pero el de Belén fue el más exquisito, interesante y enriquecedor de ambos programas. Por todo ello, yo preferí Belén a Bosé.       

miércoles, 14 de abril de 2021

90 años de un sueño

Hoy se cumplen 90 años de la proclamación de la Segunda República española, 90 años de un sueño roto por los enemigos de la libertad, la democracia y el progreso sin tutelas en un país al que el sueño se le transformó en pesadilla. Aquella ilusión, aplastada enseguida por la fuerza de las armas y el odio, no se esfumaría por completo. Todavía existen soñadores que desearían convertir en realidad aquella utopía de un país gobernado por representantes elegidos por sus ciudadanos, incluida la jefatura del Estado, cuya legalidad no dependa de linajes sanguíneos o leyendas divinas, sino de la democracia y las leyes. Hoy se cumplen 90 años de un sueño que, a pesar del tiempo transcurrido y la propaganda en contra, desvela e ilusiona a muchos españoles. Un sueño aun posible al menos… de recordar.  


 

lunes, 12 de abril de 2021

¿AstraZeneca? ¡Venga!

El descubrimiento y fabricación de un remedio terapéutico contra la covid-19, esta pandemia que ni en nuestras peores pesadillas creíamos posible que pudiera arrasar al mundo moderno, ha constituido una carrera contrarreloj de la biología y la industria. Acortando plazos de ensayos y experimentación, y recurriendo a la cooperación entre laboratorios que dejaron de lado la competición para dedicarse a la investigación consensuada, varias vacunas han sido puestas, en tiempo récord, a disposición de la medicina para inmunizar y proteger contra una enfermedad que se ha extendido por medio mundo y se ha cobrado la vida de millones de seres humanos. El esfuerzo farmacológico ha sido impresionante, lo que demuestra que con voluntad, ciencia y medios se pueden combatir y hasta derrotar (en ello estamos) cualquier enemigo infeccioso, por poderoso y mortífero que sea, como este nuevo virus microscópico pero mortal que no entiende de fronteras, razas, capacidades económicas o sistemas políticos para convertirnos en víctimas de su letalidad.

Ha sido tanta la expectación por disponer de una vacuna que nos librara de esta peste que, de manera obsesiva, se ha hecho un constante seguimiento informativo sobre su descubrimiento y desarrollo. No ha habido día en que los medios de comunicación informen de la más nimia eventualidad en la fabricación, conservación, distribución, resultados y efectos secundarios de las distintas vacunas que afortunadamente han comenzado a inyectarse a la población. Noticias, comentarios y opiniones que, en cualquier otra circunstancia, no escrutan tan minuciosamente ningún procedimiento o producto de los que habitualmente hacemos uso. Ni tantos profanos valorando las decisiones de los expertos y el proceder y valor de la ciencia.

No se cuestiona, en absoluto, el derecho del ciudadano a la información precisa y pertinente, pero sí la sobreabundancia de opinión y comentarios, en su mayor parte emitidos por ignaros en la materia, que crean confusión y recelo en la opinión pública, ofreciendo datos descontextualizados o apreciaciones precipitadas. Es lo que sucede con la vacuna británica de AstraZeneca, de la que se han detectado reacciones adversas de trombosis en una proporción de un caso por millón. Ello ha creado cierta inquietud en la población por el tipo de vacuna que podría recibir para inmunizarse de la covid-19. Una inquietud comprensible, pero injustificada. Comprensible por ser un hecho noticioso que de manera insistente reclama la atención del ciudadano, también por las reacciones de la autoridad sanitaria, más pendientes de la opinión pública de cada país que de la científica, a la hora de determinar la población objeto a la que estaría indicada, según información del laboratorio fabricante y de la Agencia del Medicamento que la autoriza. Pero no justificada porque los efectos secundarios son tan infrecuentes que apenas significan peligro alguno en comparación con los beneficios que reporta la vacuna, máxime si se comparan con los que cotidianamente asumimos con otros productos.

Es un axioma que ningún medicamento es totalmente seguro. Todos presentan riesgos que se han de valorar en función de los beneficios que proporcionan. Un fármaco es eficaz e idóneo si en esa balanza estos son muy superiores a aquellos. Por ejemplo, la probabilidad de reacciones adversas, errores o incidentes en una transfusión sanguínea es de 20 por cada 10.000 componentes transfundidos, según el estudio de hemovigilancia de la Dirección General de Salud Pública de 2016. Sin embargo, nadie duda de una transfusión cuando realmente se requiere (Hemorragias, intervenciones quirúrgicas, enfermedades hematológicas, etc.), y el número de vidas salvadas gracias a ella es infinitamente superior al de puestas en peligro.

Con la vacuna de Osford-AstraZeneca el riesgo de una reacción trombótica es tan remoto que recelar de su idoneidad es una temeridad propia de ignorante. Por eso, si me preguntan si confiaría en ser vacunado con ella, respondería al instante: ¡venga!

jueves, 8 de abril de 2021

El pin parental

Si la derecha siempre ha supuesto un freno para el progreso y las libertades en nuestro país (estuvo en contra del divorcio, lo está del aborto, el matrimonio igualitario, el feminismo, la educación laica, la eutanasia, etc.), la ultraderecha es, sin disimulo, un claro retroceso hacia actitudes sectarias que implican la pérdida o amputación de derechos trabajosamente conquistados que garantizan la igualdad, la pluralidad y la tolerancia en una sociedad moderna, civilizada y democrática, posibilitando la convivencia pacífica y sin exclusiones.

Lo malo es que esa ultraderecha, cuya presencia era minoritaria en nuestra democracia, ya no es tan testimonial, sino que ha accedido a un gobierno regional en España con la firme intención de implantar lo que denomina “pin parental”. Hasta ahora, la ultraderecha sólo se había limitado a favorecer desde el Parlamento, con su voto, la formación de Ejecutivos conservadores, encabezados por el Partido Popular en solitario, o en coalición con Ciudadanos, como sucede en Andalucía, Castilla y León y Murcia. Y es, precisamente, en ésta última región -y, probablemente, también lo sea en Madrid, si no fallan las encuestas de las próximas elecciones de mayo- donde la extrema derecha ha entrado a formar parte del gobierno autonómico murciano con la determinación de desarrollar su ideario retrógrado. Es decir, ya no es posibilidad sino una realidad la irrupción de la ultraderecha en el poder en España.  

¿Pero qué es el pin parental? Es un eufemismo que disimula su significado real: un veto a la libertad de cátedra y a la educación pública. Se trata de dar potestad a los padres para vetar determinadas materias o contenidos impartidos como actividades extraescolares o complementarias en la enseñanza reglada. Su objetivo no es otro que impedir que en la escuela se inculque a los niños el respeto a la diversidad, la igualdad entre hombres y mujeres (lo que desprecian como ideología feminista), la supremacía de la razón -y la ciencia- sobre las creencias o la existencia de diversas identidades de género y orientación sexual distintas de la heterosexual, y tan respetables como esta.

La ultraderecha persigue que los padres determinen el temario formativo del profesorado en la enseñanza pública. De la concertada y privada no tiene objeciones, puesto que casi en su totalidad es de titularidad religiosa, es decir, católica y, por definición, conservadora, tradicionalista y contraria a los avances de la ciencia, las costumbres y la sociedad. El pin parental puede parecer un asunto baladí de asignaturas complementarias, pero el peligro de arrebatar al Estado la exclusividad de diseñar, en beneficio de todos, el modelo de enseñanza que hace posible, no sólo satisfacer el derecho a la educación, sino actuar contra las desigualdades y carencias de oportunidades derivadas de las condiciones de origen de los alumnos, es que, por vía del previo consentimiento de los padres, podría llegarse a vetar el evolucionismo en favor del creacionismo, el calentamiento global, la investigación genética, la solidaridad y el respeto al otro y diferente, incluso las vacunas y otros avances terapéuticos, si nada de ello coincide con la mentalidad y las creencias de padres o tutores. Retornaríamos, así, a una educación sectaria, inmovilista y prácticamente estamental, tutelada por cada gremio ideológico social, sin ambición universalista y comprensiva de una realidad dinámica.

Eso es lo que persigue la ultraderecha en Murcia y en todas partes, si la dejan:  tener capacidad de regular, desde el poder donde gobierne, la cartera de educación para inocular su sectarismo dogmático desde las escuelas. Se comporta con la misma intolerancia que muestra la derecha en su conjunto, al querer imponer sus ideales y valores a toda la sociedad, como si fueran verdades reveladas o absolutas. Por eso representa un freno, cuando no un retroceso, para el progreso y las libertades. La izquierda, en cambio, no obliga que sus conquistas sean aceptadas y asumidas por todos los ciudadanos. Aborta quien quiere, se divorcia quien lo pretende y contrae matrimonio igualitario el que lo desea, sin imposición y sin prohibir lo contrario.

Permitir la implementación del pin parental sería hurtar a la educación pública obligatoria la posibilidad de actuar como “ascensor social” y de emancipación para aquellos alumnos sin recursos que no pueden financiar su formación y están condenados por el estrato social del que proceden. Y la ultraderecha pretende implantarlo porque es consciente de que la educación es el mejor instrumento en manos del Estado para luchar contra las desigualdades, los grilletes de la ignorancia, los privilegios de unos pocos y los abusos contra una mayoría que sufre opresión y falta de oportunidades. Desea unas enseñanzas que consoliden un modelo social y económico injusto, que sean reflejo de las costumbres, ideas y poderes establecidos en cada momento y lugar, pero opacas a los avances de la ciencia, la ética, los derechos y las libertades.

Si los padres que aspiran a que sus hijos sean mejores y con más posibilidades que las que ellos tuvieron, si la comunidad educativa lo consiente sin revelarse y si la población en general lo permite con su voto, el veto parental será pronto una realidad extendida, una vuelta al Antiguo Régimen, en el que imperaba una educación estamental, sectaria y anquilosante, que condenaba a la gente a conformarse con las condiciones en las que había nacido. No es, pues, asunto del que podamos reírnos como si fuera una ocurrencia intrascendente, sino algo muy serio que compromete nuestro futuro y, lo que es peor, el de nuestros hijos.