sábado, 27 de abril de 2024

Así no, presidente.

Cuando escribo estas líneas no conozco la decisión de Pedro Sánchez de continuar o no como presidente del Gobierno. Sus dudas obedecen a las acusaciones aireadas por la derecha y la extrema derecha sobre presuntos delitos de corrupción que implican a miembros de su familia, en particular a su mujer Begoña Gómez. Y aunque es evidente que tales acusaciones forman parte de la guerra sucia que las derechas de este país promueven para intentar obstaculizar y, si es posible, derribar el Gobierno del líder socialista, que cuenta con el apoyo de todos los partidos representados en el Congreso de los Diputados, excepto, precisamente, los de de derechas, parece que esas acusaciones sin pruebas colman el vaso del presidente Sánchez. Más aun cuando un juez ha admitido a trámite una denuncia formulada por el pseudosindicato ultra Manos Limpias, que eleva la presión sobre el entorno del presidente a niveles judiciales, a pesar de que el texto de la denuncia no aporta indicio alguno de delito, como marca la ley procesal, sino que reproduce meros recortes periodísticos extraídos de medios de la derecha mediática. La denuncia está firmada por el presidente de Manos Limpias, un exdirigente de Fuerza Nueva y “caballero de honor” de la Fundación Francisco Franco.

Por todo ello, Pedro Sánchez ha decidido, a través de una carta dirigida a los ciudadanos, tomarse unos días para reflexionar si merece la pena que su familia sea objeto de esta brutal campaña de desprestigio y bulos para que él siga ocupando la presidencia del Gobierno. Y el plazo que se concedió para decidirlo expira el lunes, días después de que yo escriba este comentario. Pero, incluso sin conocer su decisión, me atrevo a expresar mi opinión al respecto.

Reconozco que comprendo el impulso del presidente de tirar la toalla. Yo mismo, en circunstancias infinitamente menos relevantes pero igual de trascendentes para mi, he optado por abandonar sitios y ocupaciones que causaban tensión en las relaciones con mi familia o en mi tranquilidad personal. Porque lo que más corroe la moral de cualquiera que se entrega honestamente a realizar su trabajo es que éste no sólo no sea reconocido por sus resultados, sino que se intente infravalorarlo y hasta desprestigiarlo por cuestiones personales, envidias o rivalidad profesional. Y si esto sucede en el ámbito individual y anónimo de cada cual, no cuesta trabajo imaginar lo que se sufre cuando tu objetivo es, nada menos, que el progreso del país y la mejora de la vida de todos los ciudadanos. La frustración que se debe sentir ha de ser inmensa cuando tus adversarios políticos, en vez de plantear alternativas políticas y defenderlas ante los ciudadanos en las instancias y por los cauces que dispone la democracia, recurren al insulto, a la difamación, las calumnias, los bulos y las mentiras no solo sobre tu persona, sino incluso contra de tu familia, sin importar el daño reputacional y emocional que puedan causar. Llega un momento en que ya no se aguanta más y entran ganas de dejarlo todo. Máxime si, como parece, nadie reconoce mérito alguno al trabajo realizado.

Desde el mismo instante en que ganó aquella moción de censura al Gobierno conservador de Mariano Rajoy, en 2018, tras haber sido condenado el partido gobernante por corrupción, las derechas no han dejado de emprender cualquier iniciativa que contribuyese a deslegitimar y entorpecer los sucesivos gobiernos de izquierdas encabezados por Pedro Sánchez. Las derechas no toleraron que las desalojaran del poder, y menos de forma tan humillante, mediante la única moción de censura que ha tenido éxito en la democracia española. Pero todavía menos aun por el motivo que la motivó: la censura a un PP condenado por corrupción. Desde entonces andan enrabietadas por desprestigiar a un Gobierno al que califican desde el primer día como “ilegítimo”, aunque posteriormente fuera ratificado en las urnas. Y no dudan en implicarlo en cualquier escándalo de corrupción que puedan atribuirle, sea cierto o no, con pruebas o sin ellas. Así hasta hoy, cuando parece que, al fin, han hallado el punto débil de Pedro Sánchez: su esposa, a la que acusan de tráfico de influencias. Y el presidente ha dicho basta y parece decidido a dimitir.

Pero así no, presidente, no renuncie de esta forma a la posibilidad de gobernar que le fue confiada democráticamente por los ciudadanos en las últimas elecciones generales. No conceda este triunfo a quienes buscan vencer de mala manera, usando todos los turbios instrumentos de guerra sucia -judicial y mediática-, para obligarle abandonar. Por muchos que sean quienes le atacan de manera tan espuria, son muchísimos más los que le apoyan con sinceridad, desde el compromiso con la democracia, en defensa de los valores y las conquistas que representa la opción política que usted lidera. No los defraude dimitiendo, señor presidente.

Ya sabemos cómo las gasta la derecha cuando se propone derribar, sin esperar el resultado de las urnas, a un adversario ideológico. Juan Carlos Monedero, Mónica Oltra, Victoria Rosell, Pablo Iglesias, Irene Montero, Carlos Sánchez Mato y hasta el juez Garzón, que quiso enjuiciar los crímenes del franquismo, son ejemplos, entre otros, de los cadáveres que la derecha deja en el camino, tras someterlos al acoso político, mediático y judicial, en su encarnizada lucha por el poder a cualquier precio. No se sume usted a esa lista y demuestre que se puede vencer a esta derecha, por muy sucio que actúe. No permita que la derecha consuma el golpe de  tumbar un gobierno por medio de maniobras turbias e inmorales en vez de por el resultado de los votos. La calidad de nuestra democracia depende de la resistencia que muestran los que creen en ella y tratan de evitar que sea erosionada y cuestionada por esos desestabilizadores de la derecha y la ultraderecha, que no aceptan un país diferente al de su modelo nacional-católico. Usted, señor presidente, encarna hoy la resistencia frente a esos nostálgicos de regímenes que no respetan la democracia y que contaminan el debate público con mentiras, bulos, tergiversaciones, insidias, manipulaciones, amenazas e  insultos. Esa “nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones insondables”, como diría Umberto Eco, no puede doblegarle.  Asi no, presidente.

Que sean los ciudadanos con su voto los que le marquen la salida del poder, los que le retiren su confianza para continuar gobernando. Mientras eso no suceda, usted tiene la obligación de cumplir su compromiso electoral con los votantes. Todos aquellos que han visto mejorado su salario mínimo se lo exigen. Y los que se benefician de un contrato indefinido, en vez de temporal, en el trabajo. También se lo piden los que han tenido la oportunidad de recibir la ayuda del ingreso mínimo vital o el bono con el que pueden tener acceso a la oferta cultural de su ciudad. Son muchos cuya voz no resuena con el estruendo de los sectarios, pero que también deberá escuchar para ponderar su decisión. Como la de los jóvenes que consiguen estudiar gracias al incremento en el número de becas y demás ayudas familiares. La de los amparados con las medidas de protección frente al desempleo. Y las de esa mitad de la población que, por ser mujer, todavía es víctima de la discriminación y la desigualdad que sufre en muchos aspectos de su vida, incluida su propia seguridad personal frente a la violencia machista. No debe olvidar usted a quienes conservaron su trabajo, gracias a los Ertes ideados por su gobierno, durante la pasada pandemia y la crisis económica. Ni a los beneficiados por las ayudas para combatir la inflación y el alza de precios de la energía y la cesta de la compra a causa de la guerra en Ucrania. Tampoco puede defraudar a los que sobrevivieron a la pandemia del coronavirus al no negar con sus políticas la gravedad de la situación ni la atención que se debía a la población con las vacunas y el reforzamiento de la atención médico-hospitalaria, en contraste con otras administraciones que dejaron morir a ancianos en las residencias por no derivarlos a centros sanitarios. Por favor, señor Sánchez, no desista usted de seguir defendiendo el nivel adquisitivo de las pensiones y la regeneración de nuestra democracia. Permanezca usted en su puesto para seguir procurando la recuperación de la memoria democrática de nuestro país y el reconocimiento a las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura.

Ya sabemos, señor presidente, que la presión y la ofensiva que usted soporta es prácticamente inaguantable. Nadie, en cualquier otro puesto, lo soportaría.  Pero en el que usted ocupa, en la gobernación del país, debe usted resistirla y vencerla. Más que por su bien o el de su familia, por el bien de la inmensa mayoría que confía en usted y en su labor. No permita que se salgan con la suya, mediante una ofensiva inmoral e indigna, los que no consiguen el refrendo de las urnas. Es la democracia lo que está en juego. Y la democracia siempre merece la pena. Piénselo bien.            

martes, 16 de abril de 2024

Feria clasista

Esta semana se celebra en Sevilla su celebérrima Feria de Abril, la fiesta primaveral por excelencia de una ciudad fiel a sus costumbres y celosa de su arraigada personalidad. Tanto que ni en el real de la Feria, ese espacio efímero de jolgorio en casetas de lona engalanadas con farolillos y calles por las que circulan coches de caballos, jinetes, flamencas y toda clase de personajes, olvida sus esencias. Y su esencia es una clara distinción de clases sociales que, entre bailes por sevillanas y brindis con manzanilla o rebujito, no hacen más que representar o aparentar su estamento en un ambiente de falsa y feliz convivencia.

Ya desde sus orígenes, a mediados del siglo XIX, como feria mercantil agrícola y ganadera, los sevillanos aprovecharon el certamen comercial para disfrutar de unos días de bailes y cantes, hasta el punto de que los comerciantes tuvieron que solicitar al ayuntamiento un mayor control policial porque tenían dificultades para realizar sus tratos. En aquellos tiempos, las faldas largas y los mantones, como se vestían las cigarreras, era la indumentaria habitual de las mujeres, de la que deriva el actual traje de flamenca. Para unas era su vestido diario, y para otras, un traje confeccionado para engalanarse y exhibirse, como fijó en un óleo el pintor costumbrista Gonzalo Bilbao.

Y es que, una vez instituida oficialmente la fiesta, precisamente a instancias de dos concejales, de origen vasco y catalán, respectivamente, pronto comenzó la Feria a atraer primero la curiosidad, luego la visita y finalmente la participación de los habitantes de la ciudad y de gentes de todo el país y hasta del extranjero. Se convirtió, así, en el espacio propicio para que todo el mundo intentara parecer lo que le gustaría ser pero que no era, representar el personaje o la capacidad que anhela, al menos, durante los días de feria, y mezclarse en falsa convivencia en una festiva farándula de apariencias.

Porque eso es la Feria. Salir aunque no se pueda y mezclarse con quienes el resto del año marcan claras distinciones. Todos intentan ser cordiales, generosos y alegres, aunque con diferencias. Los menos pudientes se conforman con pasear y dejarse ver deambulando hacia ningún sitio por esa ciudad efímera de luces, música y saludos, mientras los privilegiados se reúnen en sus casetas privadas, cerradas para los demás, compartiendo palmas, gambas y vinos con los de su clase. Unos acuden a pie o en bus, y otros en taxis o coches de caballos. Pero todos se cruzan por el real como si fueran vecinos de una misma comunidad, ocultando cada cual sus pequeñas miserias y mostrando la máscara de su representación en ese escenario apretujado de la feria, como diría Paco Robles.

Es, también, lugar de relaciones fortuitas o acordadas. De sonoros y efusivos abrazos, grandes sonrisas y generosas invitaciones a “tómate una copa” en la trastienda de la caseta, donde se ubica el ambigú que no para de despachar vinos, cervezas y platos de gambas o “pescaíto” frito. Pero solo una vez porque la generosidad ha de ser correspondida. Los que no pueden permitírselo, miran y pasean. Y hasta es posible que conozcan a alguien que les permita acceder a una caseta y afrontar de su bolsillo lo que allí consuman, mientras los niños bailan y los padres observan el teatro del que participan, a ser posible, con traje y corbata, y la parienta,  de flamenca. Porque el disfraz es imprescindible. Si no, la imagen que se ofrece es la de un extraño o excluido de la fiesta, seguramente un gorrón.

Y ese es el peor estigma con el que podrían señalarte. Algo así como un apestado. Por eso, si deseas participar y disfrutar de la Feria de Sevilla, ciudad clasista donde las haya, lo mejor es aparentar, gastar tus ahorros y batir las palmas. Hacer como si fueras uno más de los que desde el real se van a los toros a fumarse un puro antes de regresar a la caseta para pasar la noche de fiesta.  Y así, día tras día. ¡Olé!   

lunes, 15 de abril de 2024

Capitalismo sin trabajadores

Hace bastante tiempo que lo vengo observando. No hay más que mirar alrededor: desaparecen personas que atiendan a los clientes o usuarios en cada vez más sectores de la economía. Negocios en los que te obligan a servirte tú mismo o bien te despacha una máquina. Al parecer, no es una moda pasajera sino un signo de estos tiempos que ha venido para quedarse y que se extenderá por doquier. Al parecer, es imparable e irreversible porque es sumamente rentable. ¡Es la economía, estúpido!, como me aclararía algún iluminado neoliberal.

Lo comencé a notar, hace años, en las gasolineras, donde empezó a ser raro hallar un empleado que te surtiera el combustible y al que pagabas sin bajarte del coche. Con él desapareció también el detalle esporádico de limpiarte el parabrisas mientras llenabas el depósito. Los gasolineros no daban para tanto pues las plantillas de las estaciones de servicio menguaban de forma exponencial. Al final, tuvimos que acostumbrarnos, a regañadientes, a servirnos nosotros mismos; eso sí, pagando previamente al único empleado que estaba al frente del negocio.

Fue todo un síntoma de lo que nos aguardaba. Porque ya ni siquiera encuentras a ese único empleado en las gasolineras sino estaciones con surtidores automáticos que, con el señuelo de rebajarte unos céntimos el litro de gasolina, carecen de trabajadores. Son las gasolineras low cost, que proliferan como setas. Negocios sin personal. Estaba emergiendo un nuevo capitalismo: el capitalismo sin trabajadores. Aquella tradicional relación de la explotación capitalista, que confrontaba Capital y Trabajo, quedó superada y afloraba la era del Capital que no precisa de la fuerza del Trabajo. Asomaba la era del post-trabajo. Mal asunto… para los trabajadores.

Los supermercados pertenecen a otro sector que sigue un camino parecido, evolucionan de idéntica manera, aunque de forma más pausada porque su negocio no se limita a un solo producto sino a muchos, y por ello deben ir adaptándose y perfeccionando el sistema. Con todo, intentan ya convencerte de la ganancia de tiempo y la mejoría (?) que supone que tú mismo pases la compra por lectores de códigos de barras y pagues, al final, el importe mediante tarjeta bancaria. Supermercados con una nueva línea de cajas sin cajeros o cajeras. Las colas, es verdad, son menores que en las cajas convencionales, pero eso es cuestión de tiempo. Del tiempo que tarden en sustituir todo el personal de cajas por cajeros de autocobro.  

Hasta Zara, la celebérrima firma textil, está optando por este sistema en sus nuevas o renovadas tiendas. Y no tardaremos en ver su expansión a muchos más sectores comerciales. Pero lo que más me llama la atención, causándome cierta desazón, es que a mucha gente, por esnobismo o seducidos por la novedad, le parezca ese “cóbrese usted mismo” muy moderno o guay y se preste aceptarlo con entusiasmo. Será porque nadie de su familia ha sido despedido de ningún supermercado o una gasolinera, sectores que abrieron el camino al nuevo capitalismo sin trabajadores.

Y no son los únicos. También los bancos fueron unos adelantados de este nuevo paradigma del capital cuando instalaron cajeros automáticos en todas sus sucursales y distribuyeron, gratuitamente al principio, la correspondiente tarjeta a los titulares de cuenta. Así empezaron a domesticarnos a la nueva servidumbre. Porque, al poco, todos los bancos fueron eliminando sucursales y cobrando por expedir una tarjeta de débito que ya era imprescindible para poder operar con tu cuenta bancaria. Dejaron de precisar empleados y fueron cerrando oficinas, hasta el punto de que hoy cuesta encontrar una oficina, no digamos cerca de tu domicilio o trabajo, sino incluso en muchas localidades pequeñas y medianas. Además, tienes que abonar unas tasas anuales por la tarjeta, la uses o no, y, encima, pagar una comisión cada vez que saques dinero en los pocos cajeros que tengas la suerte de hallar.

El cambio ha sido tan rentable que se ha convertido en uno de los chollos que proporciona dividendos estratosféricos a los bancos. Casi ganan más por tasas que por préstamos e intereses del dinero. Para esos templos de la especulación monetaria todo son ganancias, porque tú les hace su trabajo y, para colmo, pagas por ello. Señal inequívoca del nuevo capitalismo que se impone. Y que irá a más, tal vez a peor y, con seguridad, a mucha mayor escala.

Porque el Capital no se conforma nunca con los beneficios que obtiene. Siempre aspira a más, más rentabilidad y menores gastos. Los presupuestos de cualquier empresa prevén para cada ejercicio incrementar sus ganancias y reducir gastos. Ya sabemos que para el capital los trabajadores representan un coste. Un gasto insoportable que, cuando puede, tiende a eliminar o, al menos, reducir. Antes lo hacía recortando plantillas. Y ahora, con el nuevo capitalismo, evitando depender de trabajadores para obtener más rentabilidad. Y lo está logrando. Está reemplazando al trabajador físico, el recurso humano, por la máquina. Algo que hasta el mismo Keynes había avizorado cuando predijo, en 1930, que el avance tecnológico nos conduciría a una edad de tiempo libre y abundancia.  Si asumimos tiempo libre por paro, el gran economista no se equivocaba.  

A estas alturas, ya son tantos los ejemplos de este capitalismo sin trabajadores que lo percibimos como normal, algo propio de estos tiempos en los que prima la máxima rentabilidad al menor costo. Y aflora por doquier, en toda clase de negocios y servicios. De hecho, nos resulta rutinario llevar la ropa a lavanderías autoservicio, adquirir productos en máquinas expendedoras, acudir a páginas web en vez de a una inmobiliaria para gestionar un alquiler vacacional o un trastero, adquirir billetes de avión o tren de manera on line, limpiar el coche en un túnel de lavado automático, etc. 

Sin embargo, la cosa apunta a peor. La irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) complica todavía más, si cabe, este sombrío panorama para el trabajador. Según el banco Goldman Sachs, la IA podría reemplazar 300 millones de trabajos en todo el mundo y afectar a casi una quinta parte del empleo. Y se quedaba corto. Porque otros analistas estiman que cerca de la mitad de todos los empleos existentes quedarán absorbidos por la IA y el desarrollo de la automatización.

Es fácil comprobarlo. No hay más que llamar por teléfono a alguna institución o servicio de atención al cliente de cualquier oficina o empresa, donde lo habitual es que te responda un chatbot programado para reconducir tu petición o aconsejarte que acudas directamente a su página web para realizar la gestión. Aducen, al implantar esa atención automatizada, que es por tu comodidad. El mismo argumento que esgrimen los supermercados y cuantos automatizan sus servicios. El artefacto mecánico o electrónico se impone a la presencia humana. La abolición del trabajo es un proceso en marcha, según sentenció ya en los años ochenta del siglo pasado el sociólogo André Gorz. Y es imparable. Tan ineludible que, como sostiene Marta Peirano en el artículo Tentadoras falsas promesas, publicado en TintaLibre, “la cumbre del capitalismo es ese universo de plusvalía sin trabajadores, sin esa carne imperfecta que ha sido reemplaza por la propiedad intelectual”.

Y es que, gracias a la IA, vamos camino de fábricas sin apenas obreros, de radares y alarmas en vez de policías o vigilantes, de consultorios sin médicos, de redacciones sin periodistas, de administraciones sin funcionarios, de tiendas sin empleados, de cines donde todo es automático, de libros, publicidad, pinturas o canciones compuestos por esa Inteligencia Artificial adecuadamente entrenada, y, así, hasta un largo etcétera. Porque no hay marcha atrás. El capitalismo sin trabajadores, sin personas vinculadas a un puesto de trabajo, avanza rampante, excluyendo al ser humano, a la fuerza del Trabajo.

Desgraciadamente, lo aceptamos sin preocuparnos siquiera, mientras no nos afecte. Ya Internet y su mejor arma, el teléfono portátil, erróneamente llamado móvil (¿alguien lo ha visto con ruedas?), han ido acostumbrándonos paulatinamente a estar subordinados a la primacía de la máquina. A integrar en nuestra conducta cotidiana el pago sin dinero, es decir, mediante tarjeta o el móvil, a las relaciones virtuales, al consumo on line, al teletrabajo, al ocio a través de pantallas, al contenido de medios por streaming, etc.  Llegará, pues, el día en que no haya nadie en carne y hueso para atendernos en ningún sitio. Se habrá alcanzado entonces el triunfo definitivo del nuevo capitalismo sin trabajadores, ese futuro de negocios sin empleados.

Un futuro del que ignoro si, los que nos conducen a él, han tenido en cuenta que, cuando desaparezcan los trabajadores, ¿quién comprará lo que produzcan las máquinas? En ese futuro sin salarios, ¿quién contribuirá a la Seguridad Social y al sostenimiento de las arcas públicas? ¿Cómo obtendrán sus rentas los trabajadores sin empleo? ¿Se procederá, entonces, a repartir el poco trabajo que reste entre todos los trabajadores? ¿Se instaurará, para ello, la semana laboral de tres días para que haya trabajo para todos?  En definitiva, ¿de dónde extraerá el Capital su beneficio cuando no haya consumidores?

Albergo, en fin, tantas dudas que no puedo más que declararme pesimista. Lo siento.

miércoles, 10 de abril de 2024

Muere el padre de la partícula de Dios

No es que haya muerto Dios, pero casi. Un casi que esgrimen los físicos y científicos que exploran, de forma empírica y racional, la realidad en busca de lo que la constituye, sin embarcarse por atajos que generan consuelo a nuestra orfandad existencial con supersticiones o creencias trascendentes. Nada más fácil y cómodo que un chamán o una religión para explicar lo desconocido. Lo difícil es descubrir causas y leyes que demuestran y den respuestas objetivas, de manera científicamente verificable, a las grandes preguntas que el ser humano lleva haciéndose desde hace miles de años: qué somos y dónde estamos o, lo que es lo mismo, de qué está hecho el ser y la naturaleza, incluyendo ese vasto universo que todo lo abarca.

Y un científico así, que se hacía preguntas que dieran respuesta a lo que se ignora, era Peter Higgs, un físico británico, nacido en Newcastle upon Tyna, que dedicó su vida a la investigación y la enseñanza. Fue el que sugirió la existencia de un tipo de partícula que explicaría el origen de la masa en las partículas elementales, anticipando el descubrimiento de la famosa `partícula de Dios´, el bosón de Higgs, un hallazgo que roza los límites de Dios en la comprensión del mundo existente. El pasado 8 de abril, Higgs falleció en su casa de Edimburgo a los 94 años de edad, tras una breve enfermedad. Moría el padre de la partícula de Dios.

Higgs y su colega belga Francois Englert preconizaron por primera vez, en 1964, la existencia de un tipo de partícula que explicaría el mecanismo por el cual se origina la masa en las partículas elementales subatómicas, mecanismo que se conoce como el “campo de Higgs” y que requiere la existencia de una partícula que lo componga, llamada “bosón” de Higgs”. Para adivinar la importancia de esta propuesta de Higgs, bastaría con saber que si un electrón no tuviera masa no habría átomos. Y sin átomos no habría química ni tampoco biología. Es decir, nada existiría: no estaríamos aquí.

La teoría de Higgs dio lugar, a partir de 2008, a varios experimentos que buscaban comprobar la existencia de esa partícula tan escurridiza. Pero no sería hasta 2012, gracias a los experimentos desarrollados con el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) de la European Organitation for Nuclear Research (CERN), ubicados en Suiza, cuando se consiguió descubrir la existencia de una partícula tan extraordinaria. Fue posible porque el LHC permite colisionar protones a velocidades cercanas a las de la luz que dan por resultado nuevas partículas. Y, entre ellas, el buscado bosón de Higgs.

Confirmada con este experimento la predicción que habían formulado Higgs y Englert en 1964, la Academia sueca les concedió en 2013 el Premio Nobel de Física a ambos científicos, cuya labor abriría las puertas para profundizar en la investigación de aspectos desconocidos del universo, como la energía y materia oscura, que constituyen el 95 por ciento del mismo.  Un año más tarde, en 2013, Peter Higgs,Francois Englert y el laboratorio europeo CERN fueron galardonados en España con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

La partícula prevista por ambos físicos constituye la última pieza que completa el Modelo Estándar de la Física de Partículas que sustenta la comprensión científica del universo, al describir todo lo que se sabe de las partículas que lo componen y cómo actúan entre ellas.  “Incluso cuando el universo parece vacío, este campo está ahí”, como adujo la Academia Sueca en la entrega del premio.

Se refería al campo de Higgs, formado por innumerables bosones, que impregna todo el universo, lo permea todo, de tal manera que las partículas elementales que interactúan con él adquieren masa, mientras las que no interactúan con él no la tienen. Es decir, la masa de las partículas estaría causada por una “fricción” con el campo de Higgs, por lo que partículas que tienen mayor fricción con el campo adquieren mayor masa.

La Física de las Partículas contempla hoy dos tipos de partículas subatómicas: fermioles y bosones. Los fermioles componen la materia, como el electrón, el protón y el neutrón, mientras los bosones portan fuerzas o interacciones, como el fotón, el gluón y otros bosones, responsables de las fuerzas electromagnética (fotón), nuclear fuerte (gluón) y nuclear débil (bosones W y Z) . La interacción de unas y otras explicaría muchos aspectos de la estructura microscópica y macroscópica de la materia. De ahí que la investigación en relación al bosón de Higgs continúa imparable, en especial en relación a las propiedades del mismo, lo que requerirá, sin duda, mucho tiempo y datos. Sin atajos acomodaticios.

Y todo ello gracias a la paciencia e inteligencia de un físico teórico que no necesitaba a Dios para intentar comprender el mundo y a nosotros mismos. Por eso la ciencia lamenta su muerte y le profesa enorme admiración y respeto. Y el homenaje de este humilde artículo. Descanse en paz.

sábado, 6 de abril de 2024

El norte para un sureño

Visitar cualquier lugar del norte de España, sobre todo los de la cornisa cantábrica, es para alguien del sur apreciar el envés de su geografía cotidiana: verdor por doquier, lluvias periódicas y clima agradable. Y eso, y mucho más, fue lo que supuso mi corta pero intensa visita a Santander, la capital de Cantabria. Tenía ganas de conocerla “de cerca”, sabedor de sus encantos naturales. Y no defrauda.

Santander es acogedora y abarcable, de ese tamaño justo para no andar todo el día en taxis, sino en lentos recorridos a pie para contemplar sin agobios el palpitar de sus calles, sus gentes, sus paisajes, su cultura y su gastronomía.  Pero hay que tener piernas porque la ciudad, adaptándose como un guante a su geografía, se derrama desde las lomas de la cordillera hasta el borde serpenteante de la costa. Y justo allí, frente al mar Cantábrico, se levanta, como un vanguardista faro alado, el Centro Botín, espacio expositivo en el que, por un lado, puedes extasiarte mirando el mar y, por el otro, quedarte embrujado con un cuadro o una obra de algunas de sus muestras, como me sucedió con Juan Gris, Francis Bacon y Sorolla el día que lo visité. Además, si la jornada no es muy ventosa ni lluviosa, puedes subir a un elevado mirador exterior desde el que asombrarte con las tonalidades inquietas del mar frente a un telón de montañas.

En la otra punta de la ciudad pero no excesivamente lejano, sin apartarte de la costa, es posible hallar dos de los arenales playeros con más solera de Santander, la playa de Peligros y la del Sardinero. Y entre ambas, la península de la Magdalena, donde se ubica, en lo más alto, el palacio del mismo nombre, construido a principios del siglo pasado, por suscripción popular, para alojar a la familia real española. Hoy en día sirve como lugar de congresos y encuentros, y sede de la Universidad Internacional de Cantabria. Es el edificio más emblemático de Santander y ejemplo de la arquitectura civil del norte de España.

En pleno centro de la ciudad, antes de perderte por sus calles y catar pinchos en sus numerosos antros de solaz y cervecera plática, es recomendable, si se quiere conocer el origen no solo de los cántabros sino del hombre, visitar el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, uno de los museos más didácticos y atractivos que he conocido nunca, donde de manera escrita, audiovisual, física y táctil te explican cómo se descubren los yacimientos arqueológicos, se datan sus hallazgos y cómo evolucionamos y aprendimos a crear y usar herramientas desde la prehistoria. Es conveniente ver este museo antes de acudir a esa obra maestra del primer arte de la humanidad que es Altamira, uno –si no el primero- de los motivos de visitar Santander.

Evidentemente, la cueva original, por su fragilidad, tiene muy limitada y controlada su visita, existiendo una lista de espera de lustros. Pero ha sido recreada en un museo, la Neocueva de Altamira,  que reconstruye la original tal y como era cuando la habitaron distintos grupos humanos, desde hace 36.000 años hasta hace 13.000, en que un desplome de rocas taponó su entrada. En la neocueva se reproduce al milímetro ese lugar del Paleolítico, descubierto en 1879 por Marcelino Sanz de Santuola y su hija Marta, cuando precisamente ella, por su estatura al ser niña, que seguía de pie a su padre y podía mirar al techo, dijo: “¡Papá! ¡Mira qué bueyes!”

Acababa de descubrir la mejor representación del arte rupestre del mundo y uno de los más importantes de la Prehistoria en la cueva de Altamira, situada en el municipio de Santillana del Mar. Allí, sobre el techo de la cueva, donde apenas llega la luz, el hombre prehistórico había pintado y grabado animales (siempre los mismos: ciervos, bisontes, caballos, toros y cabras) y signos abstractos y figuras  que parecen humanas. Muchos de esas pinturas aprovechan las formas de la roca y las grietas de manera sorprendente para crear animales en distintas actitudes (De pie, enfrentados, bramando, echados sobre el suelo, revolcándose, etc.). A pesar del tiempo, son pinturas de enorme calidad en las que usaron el carbón vegetal (de pino) para el negro y óxido de hierro para los rojos. En ellas aparecen estilos y técnicas artísticas diferentes porque engloban un período de más de 20.000 años. Y plasman la forma de entender el mundo de aquellos seres humanos que habitaron la cueva en el inicio de nuestra historia.

Solo por esto es bastante para decidirse visitar Santander y dejarse seducir con sus encantos naturales, gastronómicos y culturales. Merece la pena.

viernes, 5 de abril de 2024

La “concordia” del agresor

En España todavía no hemos resuelto civilizada, democrática y éticamente la profunda herida y división que supuso para la población, la de entonces y hasta la de hoy, la Guerra Civil y la posterior dictadura que promovieron los agresores fascistas que se rebelaron contra el gobierno de la Segunda República. Ni siquiera, a estas alturas de la historia, hemos sido capaces de condenar sin ambages un levantamiento militar cruento y despiadado, un auténtico golpe de Estado, contra la legalidad de un Estado democrático, como era el de aquel gobierno republicano que luchaba contra imposiciones religiosas, económicas y sociales que privilegiaban a los poderosos y contra las disensiones internas de partidos enfrentados con visiones diferentes.

Décadas de férrea represión militar a los derrotados -militares y civiles-, mediante ajusticiamientos de los considerados traidores por defender la legalidad y con purgas, inhabilitaciones profesionales e incautaciones de bienes al resto de los que no se adhirieron al violento e indigno bando nacional, han incrustado en los supervivientes y sus descendientes una involuntaria actitud defensiva que ha interiorizado incluso el lenguaje de los vencedores, cuyos “valores” continúan condicionando el presente después de cerca de un siglo de aquella tragedia. Esa actitud contemporizadora de los vencidos y el rencor cainita de los herederos y simpatizantes de los vencedores es lo que explica que, hoy en día, subsistan fuertes reservas y hasta rechazo para afrontar sin dogmatismo unos hechos que se deberán asumir y condenar para que puedan ser superados en una auténtica reconciliación del pasado.

Pero todavía, hoy, hay quienes justifican y banalizan aquella guerra fratricida, añoran el autoritario régimen opresor que homogeneizó durante cuarenta años la sociedad con el molde retrógrado, carente de libertades y derechos, que impuso el dictador. Todavía hay quienes continúan negando el reconocimiento a las víctimas de tan oscura y sangrienta época, postergando cuanto pueden  no solo el reconocimiento de la dignidad y la memoria que merecen como inocentes sino también la recuperación de los restos, esparcidos en fosas anónimas, de los muertos y desaparecidos en la guerra y durante la larga noche de la posguerra para que sean enterrados por unos familiares que no cejan en buscarlos.

Es más, aun hay quienes pretenden que no figure en el libro de la historia la negra página de un período que nuestro país sólo pudo pasar tras el fallecimiento natural, en su cama del Palacio del Pardo, del dictador, lo que posibilitó la restauración de la democracia que ahora disfrutamos, la misma que se arrebató por las armas a la República. Una democracia que, con sus bondades para todos –como no puede ser de otra forma-, ampara la libertad de los que la combaten e intentan amordazarla para que se olvide un pasado que la explica y cuyo recuerdo obliga a valorarla y preservarla para evitar que ningún enfrentamiento violento vuelva a repetirse en España.

Esta democracia que se tardó en conseguir -la última de Europa- y que reconoce la pluralidad y diversidad de la sociedad española, es la que permite a la extrema derecha -los nostálgicos de la falta de libertades y de la censura- acceder a instituciones y gobiernos desde donde se dedica a blanquear la dictadura, justificar la Guerra Civil, seguir olvidando a las víctimas y manipular o falsear la historia. Es decir, a desandar todo lo avanzado en reconciliación, tolerancia, libertades y paz en nuestro país gracias a la memoria de un pasado vergonzoso cuyas cicatrices es imperativo restañar definitivamente.

Por eso causa suma intranquilidad que el PP y Vox, unidos en tal propósito, se dediquen a derogar leyes de Memoria Democrática en las comunidades autónomas donde gobiernan para sustituirlas por otra que llaman cínicamente de “concordia”. Es lo que han hecho o está en trámite, como primera medida adoptada, en Valencia, Aragón y Castilla y León (y continuarán haciendo en Andalucía, Murcia y Extremadura, si no al tiempo), utilizando el mismo truco legal y lingüístico con que rechazan la violencia machista para rebautizar sus políticas negacionistas de protección a la mujer como “violencia intrafamiliar”.

La supuesta “concordia” de la derecha y su vástago radical, representados por PP y Vox, sólo persigue la obstrucción de la verdad histórica, la falsedad de los hechos, la impunidad de sus criminales y la equiparación de verdugos y víctimas para que no se siga cuestionando la Guerra Civil ni los cuarenta años de dictadura franquista. Quiere impedir que se condene el franquismo, de cuyas ubres ideológicas y culturales se sienten alimentados y vinculados, cual herederos, hasta el punto de compartir la versión sectaria de los vencedores. Y por eso evita condenarlo expresamente, porque, bajo su concepto de concordia, resulta igual la democracia republicana que la dictadura franquista, el bando sublevado que el ejército leal a la legalidad, el botín de los vencedores (que explica el origen de muchas fortunas) que los expolios a los vencidos (que todavía ni pueden exigir la restitución de sus titulaciones académicos), los caídos por la “gracia de Dios” que los miles de muertos y desaparecidos forzosos que descansan en cunetas y fosas, el enaltecimiento de los vencedores que el olvido de los vencidos.

Tal es el significado de la concordia que pretenden las derechas patrias. Pero no es una actitud nueva. La derecha, de siempre, nunca se ha preocupado en serio por una reconciliación real. De ahí que sea reacia a condenar con honestidad y franqueza el franquismo. Y que se haya opuesto, en 2007, a la prudente ley de Memoria Histórica que impulsó el expresidente Zapatero, y que, antes aun, tampoco permitiera la inclusión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía en el currículo escolar. Se trata de la misma actitud intransigente que explica que, en las ciudades y pueblos donde gobierna, los consistorios en manos de la derecha se ufanen en  retirar o recortar drásticamente las ayudas a la protección de la mujer,  dejar de descubrir fosas comunes de represaliados por la dictadura e, incluso, negar el cambio en el callejero de la toponimia apologética del franquismo, entre otras iniciativas retrógradas.

Las derechas de este país no toleran una sociedad plural y diversa que aspira superar las  rémoras de un pasado bochornoso, cuyo conocimiento pueda ser accesible con rigor histórico. Porque no conocer el pasado convierte a un país en vulnerable frente a los manipuladores de la historia. Como los que emprenden esta campaña actual cuya finalidad es “reescribir la historia hasta convertirla en irreconocible”, como sostiene el profesor de la Universidad del País Vasco, Jesús Casquete, autor del libro Vox frente a la historia. Una manipulación que se materializa desmontando la legislación memorialista y utilizando un lenguaje de equidistancia que ya empleaban algunos líderes del PP desde antes de la Transición, para los cuales, a efectos institucionales, no solo las víctimas sino también los victimarios merecen el mismo trato. De este modo consiguen edulcorar o camuflar el amargo recuerdo de la dictadura y la sinrazón de una guerra fratricida.

Causa sonrojo, pues, que todavía no hayamos resuelto democrática y civilizadamente esta herida que nos divide, como hicieron otros países democráticos europeos que sufrieron idénticas experiencias autoritarias y en los que, no solo se ha condenado los hechos nefastos de su pasado, sino que en las escuelas se enseña que la lucha por las libertades públicas y los valores inherentes a la democracia es el arma más eficaz para evitar las consecuencias de los autoritarismos. Con ello no hacen otra cosa que seguir las recomendaciones y políticas europeas e internacionales de memoria histórica, que parten de la premisa de que la base más firme para la democracia es el conocimiento cabal de los episodios antidemocráticos sucedidos en el pasado, como fue el franquismo en nuestro país. Sin embargo, en España no hemos sido capaces de reconciliarnos realmente con el pasado porque las derechas han impedido toda revisión de la historia heredada del franquismo. Alemania e Italia, por ejemplo, han emprendido procesos de desnazificación y desfasticización que impregnan hasta las constituciones de esos países, sin que se haya abierto herida alguna. Aquí, en cambio, no supimos, no pudimos o no quisimos que la Carta Magna española recogiera ninguna prevención antifascista o, lo que es lo mismo, antifranquista.

Y eso es, justamente, de lo que carecen las leyes de “concordia” que impulsan las derechas, extremas o no, cuando pretenden blanquear el pasado franquista. No cumplen con la función de conocer el pasado y reconocer, resarcir y reparar a las víctimas de un golpe de Estado y posterior dictadura. Omiten en su articulado toda referencia a la Guerra Civil y el franquismo. Y no pueden cumplirlo porque la derecha y la extrema derecha están en contra de esa finalidad, ya que están en desacuerdo con la lectura rigurosa de ese pasado que para ellas fue glorioso. Creen que investigar seriamente y dar a conocer, con medios y procedimientos públicos, lo sucedido en la Guerra Civil y la dictadura es una especie de revanchismo que divide a los españoles. Cuando lo que en verdad divide a la sociedad y facilita su polarización es la ignorancia de la historia y la versión sesgada que difunden los vencedores de un pasado ignominioso.

Aun hoy, sorprendentemente, las derechas y sus  acólitos siguen en contra de cualquier legislación memorialista que se elabore con la intención de cauterizar la herida aun abierta y la división que la Guerra Civil y la dictadura franquista causaron en este país. Pero aun más sorprendente es que los mismos que exigen a otros perdón y arrepentimiento por culpas –ya saldadas judicialmente- del pasado, como a los nacionalistas abertzales, para considerarlos dignos de respeto en las instituciones democráticas, sean los que ni han pedido perdón ni condenan un pasado luctuoso que significó el mayor crimen colectivo y el régimen más represivo y totalitario acaecido en España en el siglo pasado. Y que, encima, tengan la desfachatez de presentarse como adalides de la “concordia”. “Manda huevos”, como diría uno de ellos.

martes, 26 de marzo de 2024

Oportunidad perdida

Como años anteriores, en la madrugada del 30 de marzo se vuelve a perder una oportunidad para dejar las cosas del reloj como están. Es decir, no tocar las manecillas para adelantar una hora en todos los relojes de España y perpetrar el enésimo cambio oficial de horario en nuestro país. ¿El motivo? Suena a chiste, pero todavía se esgrime el ahorro de energía eléctrica como justificación. Y se añade que sirve para aprovechar mejor la luz natural. Serían argumentos válidos si viviéramos en latitudes del norte de Europa. Pero, ¿con el calor, qué hacemos? De eso no dicen ni pío. Tampoco de que se gasta más electricidad con el aire acondicionado que con una bombilla. ¿Dónde está, entonces, el supuesto ahorro eléctrico? No sabe, no contesta.

Lo cierto es que se cambia la hora por inercia desde la crisis del petróleo de los años 70 del siglo pasado, pero sin que ningún estudio serio avale económica y científicamente la medida. Ni siquiera las recomendaciones de la Sociedad Española del Sueño. Además, el cambio continuará vigente en España al menos hasta 2026, según Orden del PCM/186/2022, a pesar de que la Comisión Europea planteara suprimir este sistema definitivamente en 2018 y permitiera a cada estado elegir un solo horario entre el de verano o el de invierno. El único gremio que apuesta decididamente por mantener el cambio de hora y hacer que el sol nos alumbre hasta cerca de las 10 de la noche en verano es el hotelero y hostelero. Su interés particular prevalece, de este modo, al interés general de la población. Y las autoridades, tan panchas e indecisas, lo consienten.

Así pues, por mucho que protestemos, no hay marcha atrás. De hecho, desde la noche del sábado 30 de marzo al domingo 31, los relojes españoles adelantan una hora, por lo que las 2:00 se convierten en las 3:00 de la madrugada. Se adopta, así, lo que se conoce como horario de verano. Es un cambio que se produce dos veces al año, coincidiendo con el último domingo de marzo (verano) y de octubre (invierno). Este sistema se comenzó a utilizar por primera vez durante la Primera Guerra Mundial y se extendió a más países debido a la crisis energética de finales de 1973, cuando la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) redujo la producción y elevó el precio del petróleo, lo que llevó a Europa a establecer, ya con regularidad, el cambio horario en 1981.

Sin embargo, tales cambios vinieron a complicar nuestro desbarajuste horario, puesto que ya, en 1940, durante la dictadura de Franco se estableció que España adoptase el horario de Alemania, país aliado, diferencia adicional que aun se mantiene. Es decir, aunque por nuestra posición geográfica nos correspondería regirnos con el huso horario UTC+0 (Tiempo Coordinado Universal), desde aquella decisión franquista nuestro horario se regula por el huso UTC+1. Pero ahora, con el cambio de verano, adoptamos el horario correspondiente al huso UTC+2. Es lo que explica que, cuando recuperamos el horario de invierno, sigamos manteniendo una hora de diferencia con el horario de Portugal, país que comparte nuestra posición geográfica, y no Alemania. Y en verano, dos, porque nuestros vecinos no cambian la hora. Es decir, dos horas de diferencia respecto al sol, a partir de marzo, en un país meridional de Europa, el más cercano al ecuador, lindante con África, que hace que la intensa radiación solar que recibimos no disminuya hasta bien entrada la noche. ¿Supone eso, en verdad, algún ahorro en la factura energética del país? Nadie presenta datos objetivos al respecto.

Hace tiempo que se debate sobre la conveniencia de mantener un horario fijo durante todo el año, particularmente el del invierno.  Por varias razones. Por un lado, porque los beneficios energéticos no son tales o son irrisorios. Y por otro lado, porque esos cambios periódicos afectan al ritmo circadiano de muchas personas, las más vulnerables a causa de la edad, como niños y ancianos, que sufren alteraciones en sus pautas de sueño/vigilia, de alimentación y hasta hormonales. Sin embargo, esos problemas de salud en un sector nada desdeñable de la población parecen menos importantes que los beneficios económicos del sector turístico de nuestro país.

Dada su posición geográfica, España disfruta de horas de sol suficientes, incluso en invierno. De ahí la conveniencia de mantener fijo el horario de invierno. Además, atrasar el amanecer y el crepúsculo no aporta ventajas significativas más allá de prolongar la luz diurna hasta cerca de las 10 de la noche, cosa que repercute en trastornos del sueño y en desajustes de todo tipo no deseados.  

Por ello, en 2018, el Gobierno acordó la creación de una Comisión de expertos para estudiar la reforma del horario oficial, elaborar un informe al respecto y evaluar la conveniencia de mantener en España un horario fijo. Sus propuestas, tras tanto tiempo, siguen guardadas en un cajón.

Mientras tanto, continuamos jugando con las agujas del reloj para que amanezca y anochezca en función de meras conveniencias crematísticas que sólo benefician a un sector de la economía del  país, el cual, por otra parte, tampoco saldría perjudicado si se consolidara un horario oficial fijo durante todo el año. Es más, todos saldríamos ganando. Unos, en el bolsillo; otros, en salud. Seguro. 

jueves, 21 de marzo de 2024

MAR bravío

El mar no siempre está en calma. En ocasiones se vuelve bravío y sus aguas se agitan inclementes, zarandeando embarcaciones y generando olas que golpean con furia la costa hasta arrebatar su arena o erosionan espigones y acantilados hasta romperlos. Pero el mar al que me refiero no es ningún  océano de los que cubren el globo, sino una persona concreta. Él mismo prefiere ser conocido por el acrónimo de su nombre, MAR. Será porque se siente identificado con lo bravío del mar. Ahora está en el candelero por esa cualidad de su carácter, ser un bravío bocazas. Y muy peligroso dadas sus relaciones políticas con las que consigue arrimarse al poder, como hizo en su Valladolid natal, donde comenzó a ganarse la vida como periodista, y como hace ahora en el Madrid de las cañas de Isabel Díaz Ayuso, por quien vuelve a desatar su bravía lengua viperina.

Estamos hablando de Miguel Ángel Rodríguez, un curioso personaje capaz de proferir amenazas e insultos cada vez que quiere intentar amedrentar a un tertuliano, un adversario o un enemigo. En cuanto se calienta, empieza a responder con improperios y descalificaciones personales como mejor arma dialéctica. No lo puede reprimir porque es lo mejor que sabe hacer de siempre. Es bravío por naturaleza.

Miguel Ángel Rodríguez Bajón, alias MAR, es actualmente jefe de gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Ia `popular´ Isabel Díaz Ayuso. Ella lo fichó como jefe de campaña en 2019 y en las elecciones de 2021. Durante la pandemia lo asciende a director de su gabinete, donde se encarga de construir la imagen de líder de la presidenta, consiguiendo que se convierta en la cara visible de la oposición al Gobierno de Pedro Sánchez. No en balde, MAR tiene experiencia como periodista, publicista, asesor de Comunicación y político, por lo que domina el arte de la persuasión y la lógica del populismo, sin rehusar al lenguaje agresivo, faltón y, si se tercia, vulgar.

A raíz del escándalo generado al descubrirse que la pareja sentimental de Ayuso defraudó 350.951 euros a Hacienda por el cobro de comisiones millonarias, obtenidas con la venta de mascarillas durante la pandemia a la Comunidad de Madrid, el ideólogo y mano derecha de la presidenta mandó varios mensajes intimidatorios de whatsapp a la periodista del digital elDiario.es que publicó la noticia. En la investigación periodística se informaba sobre una trama de facturas falsas y empresas pantallas que permitieron al novio de la presidenta madrileña  embolsarse dos millones de euros en contratos de mascarillas. En sus mensajes MAR amenazaba con “triturar” al periódico y avisaba de que “vais a tener que cerrar”. Y lo remataba con “idiotas. Que os den”. La periodista pregunto a continuación: “¿Es una amenaza?”. “Es un anuncio”, contestó el ínclito MAR en una conversación iniciada y finalizada por él.

Como es natural, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y novia del defraudador, comenzó a reaccionar, negando los hechos y acusando de conspiraciones al Gobierno, a Hacienda, a la Fiscalía y a los medios de comunicación, mientras cambiaba sus explicaciones conforme afloraban nuevos datos. Entre otros, que el defraudador intentó vender vacunas contra la covid a Costa  del Marfil cinco veces más caras de lo que costaban, a 17 euros en vez de los tres euros que realmente valían, a fin de obtener una comisión del 7,5 % que le proporcionaría más de dos millones de euros de beneficio. Aquel país de África, pobre pero no tonto, no aceptó.

Otro dato que también ha salido a la luz es que el piso de 208 metros cuadrados, valorado en un millón de euros, en el que vive la Presidenta de Madrid con su pareja desde 2021, había sido adquirido en exclusiva por este espabilado comisionista gracias, presuntamente, al dinero defraudado. En realidad no es un piso, sino dos: uno encima del otro. Juntos suman más de 300 metros cuadrados. El inferior está a nombre de él. Y el de arriba, un ático con terraza, a nombre de la empresa Babia Capital, SL, cuyo administrador único es el abogado del novio.

En honor a la verdad, hay que reconocer que el propio defraudador había reconocido los delitos de los que se le acusa puesto que intentaba alcanzar un acuerdo con la Fiscalía de Madrid  para rebajar la condena y su cuantía al aceptar los cargos. Lo que evidencia que un novio que sale “rana” le puede pasar a cualquiera. O un hermano que también aprovecha la pandemia para forrarse con las comisiones de mascarillas. O colaboradores imputados y condenados de otra expresidenta madrileña que fue maestra de la actual. E, incluso, otra expresidenta de la misma Autonomía -y del mismo partido-, que fue pillada “in fraganti” birlando perfumes…. En fin.

Pero, en esta ocasión, la cosa comienza a enredarse aun más cuando interviene, en defensa de Ayuso (que algo sabrá -o no- de los negocios con quien comparte catre y afanes), su fiel escudero bravío. Y MAR lo hace a su estilo: esparciendo amenazas, calumnias e infundios a diestro y siniestro. Primero filtra los correos entre el abogado del defraudador y la sección de delitos económicos de la Fiscalía de Madrid, para luego poner en duda la probidad de la Fiscalía. Inicia, así, una campaña de desinformación con la que alimenta la especie del complot que todos los poderes del Estado promueven contra Isabel  Díaz Ayuso. Después amenaza a periodistas y medios de comunicación por investigar el asunto. Y, no contento con eso, se inventa bulos que envía a la prensa afín para señalar a periodistas “encapuchados” que supuestamente acosan a vecinos y que intentan entrar a la vivienda de la presidenta madrileña, facilitando la identificación y fotos de reporteros de los medios que cubren el caso y contrastan la información. Cuando la patraña ha sido difundida por esa prensa afín, admite finalmente ser el autor de los bulos. Pero, lo grave, no es que se dedique a fabricar fakenews desde un despacho oficial, sino que elabore una forma nada sutil de lista negra de periodistas de medios que le molestan. Algo de lo que tiene experiencia desde sus inicios.

En 1987 andaba cubriendo la campaña electoral de José María Aznar a la Presidencia de Castilla y León. Y acabaron siendo tan amigos que, tras la victoria electoral, Aznar lo nombra Portavoz de la Junta de aquella  Comunidad Autónoma durante el bienio de 1987-89. Ya en ese tiempo fue acusado de ser el inspirador de una lista negra de periodistas sospechosos por cuestionar al Gobierno regional. ¿Qué castigo sufrió? Le nombran, en 1990, director de la Oficina de Información del Partido Popular. Y se relaciona tan bien que aparece como pagador de dinero negro, en 1992, a una presentadora de televisión en los famosos papeles de Bárcenas –extesorero nacional del PP-, hechos que tuvo que reconocer. Lo de la listas negras le es, por tanto, familiar como un consumado experto.

También en amenazas. Véase si no. Aznar se lo trajo a Madrid y en el primer Consejo de Ministros  lo nombró secretario de Estado de Comunicación y, de hecho, Portavoz del Gobierno, en 1996. Desde ese puesto amenazó al entonces dueño de Antena 3, Antonio Asensio, gritándole por teléfono al periodista José Oneto, delante de testigos: “Dile a tu jefe que va a ir a la cárcel”. “No voy a parar hasta que Asensio acabe en la cárcel”. “Te avisaré un minuto antes”. ¿Qué había hecho Asensio, por Dios? Pues, simplemente, no plegarse a las presiones del Gobierno para vender los derechos de varios clubes de fútbol al holding audiovisual  que estaba levantando la Telefónica del compañero de pupitre de Aznar, Juan Villalonga, y vendérselos a Sogecable, la empresa de televisión por satélite de Prisa, editora de El País, periódico, por supuesto, “sospechoso”. Sus amenazas y chantajes quedaron al descubierto en una Comisión Constitucional del Congreso en 1997. Y dimitió por motivos personales en 1998.

Pero continúa erre que erre. Porque como tertuliano no tiene parangón para el espectáculo tabernario. Abre la boca y escupe sapos y culebras. Ni siquiera Eduardo Inda es tan capaz para la bronca, tal vez  Federico Jiménez Losantos se le acerca. En el programa de 13Tv “El cascabel al gato”, profirió sin rubor insultos al Gran Wyoming, presentador de “El Intermedio” en la Sexta televisión, que le rebatió unas afirmaciones suyas sobre los funcionarios: “Se me ha puesto a parir, cocainómanos incluidos”. E insistió: “El cocainómano Monzón (apellido real de Wyoming) diciendo barbaridades. El cocainómano ese sigue ahí, a saber a quién le pasa cocaína, lo estoy investigando”.

Tan bravío es que por culpa de esa boca ha sido, en ocasiones, condenado, a pesar de sus “padrinos” en el poder. Es lo que sucedió en 2011 cuando lo condenaron por tildar reiteradamente de nazi, en dos programas de televisión, al doctor Luis Montes, anestesista y coordinador de Urgencias del hospital Severo Ochoa,  por supuestas sedaciones irregulares realizadas en ese centro médico, aunque ya la Audiencia de Madrid había archivado el caso. Y cuando fue condenado por provocar un accidente de tráfico en Madrid, en 2013, por conducir borracho. Sufrió un año de retirada del carnet de conducir.

Ahora se ha pasado. No sorprende a nadie. Pero se ha extralimitado, quizás creyéndose más fuerte que nunca, porque en cualquier democracia su comportamiento como jefe de gabinete de la presidenta madrileña es incompatible con un cargo público. Y porque ha atacado la libertad de prensa y el derecho a la información de los ciudadanos.

Así de bravío es Miguel Ángel Rodríguez, alias MAR, el goebbel propagandístico de la presidenta de Madrid, cuyo novio ha resultado ser un defraudador fiscal y un comisionista sin escrúpulos.  Al parecer, en tales ámbitos hay que ser así, carentes de escrúpulos y ser bravíos. De Ayuso ya hablaremos en otra ocasión.

domingo, 17 de marzo de 2024

Sí es no y no es sí

Cuando se planta en no, se aviene luego a volver a negociar, y cuando parece que está a punto de llegar a un acuerdo, dice que no lo firma. No es sí y sí es no. Tal es la táctica que sigue el Partido Popular (PP) a la hora de negociar con el Gobierno la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), caducado desde diciembre de 2018, para impedir la elección de los nuevos vocales, por mayoría cualificada de tres quintos de ambas Cámaras, como exige la Constitución y regula una Ley Orgánica. Una táctica obstruccionista de manual, la del no es sí y sí es no, que figurará en el Libro del Filibusterismo Político en España.

 ¿El motivo? ¿La defensa de la independencia de los jueces para decidir su propio órgano de gobierno? ¡Quiá! Asegurarse la mayoría de vocales que desde 2013, cuando el PP consiguió mayoría absoluta, hace predominante el voto conservador en el tercer poder del Estado, a pesar de que desde diciembre de 2018 la composición del tribunal debería ser progresista, en función del resultado de aquellas elecciones, como marca la Constitución.  En la actualidad, tras las bajas por jubilación, una dimisión y un fallecimiento, el CGPJ está constituido por 16 miembros de los veinte que debería tener: 10 de tendencia conservadora, incluido el presidente suplente, y 6 progresistas. Y ese equilibrio de fuerzas favorable a la derecha es lo que no está dispuesto el PP a perder. Como sea.

La importancia del CGPJ radica en que es el órgano de gobierno del Poder Judicial, según establece el artículo 122.2 de la Constitución, que se encarga, entre otros asuntos, de ”los nombramientos, ascensos y traslados de los jueces, la inspección del funcionamiento de los Juzgados y Tribunales y de la exigencia de responsabilidad disciplinaria a los miembros de la carrera judicial”. Está compuesto por 20 vocales, los cuales eligen a un presidente que ostenta, a su vez, la presidencia del Tribunal Supremo.  El mandato es por un período de cinco años. Todos los vocales, seleccionados de candidaturas de las asociaciones judiciales, son propuestos por una mayoría de tres quintos de las Cámaras y nombrados por el rey.

Repasar la historia de las zancadillas del PP a la negociación es sumamente ilustrativo del proceder obstruccionista de un partido que, en teoría, se declara democrático, dice defender la Constitución y aspira gobernar respetando el Estado Social y democrático de Derecho en el que se cimenta el sistema político español vigente. Pero incumpliendo sus normas, como se deduce de su proceder, al menos, en este asunto de la renovación del CGPJ.

La cosa comenzó antes de que finalizara el mandato del CGPJ, en diciembre de 2018. En aquella fecha se rompió el acuerdo entre el PP de Pablo Casado y el Gobierno de Pedro Sánchez a causa de la filtración de un whatsapp de Ignacio Coisidó, portavoz entonces del PP en el Senado, en el que se jactaba del control “desde detrás” que ejercería su partido desde el Tribunal Supremo, cuyo presidente ya habían acordado que fuera  Manuel Marchena, y que ostentaría el mismo cargo en el CGPJ. “Y además controlando la Sala Segunda (del Tribunal Supremo) desde detrás y presidiendo la Sala 61”, escribía el senador en su mensaje sobre la elección del magistrado. Marchena dimitió al hacerse pública la jugada.

 Posteriormente, en 2020, Pablo Casado alegaría no poder alcanzar ningún acuerdo “con quienes piden la abdicación del rey, la independencia de Cataluña y el blanqueamiento de los batasunos”, con la intención de impedir que Podemos, partido coaligado con el PSOE en el Gobierno, participara en las negociaciones. Preferían, como reconocería Teodoro García Egea, que “todo siga como está a que entren miembros de Podemos” en el CGPJ.

Con el tiempo, las excusas fueron otras. Tras las elecciones de Madrid y los indultos concedidos por el Gobierno a líderes independentistas catalanes, el PP comenzó a pedir, como condición previa, que se modifique el sistema de elección de los jueces para “despolitizar la Justicia”. Era la zancadilla número 14, tras varias anteriores, que ponía Casado para impedir la renovación del órgano de los jueces con el pretexto de que fueran “los jueces quienes elijan a los jueces” y no las Cortes Generales. Es decir, que los 12 vocales judiciales, de los 20 que componen el CGPJ, sean elegidos únicamente por la carrera judicial, sin que intervenga el Parlamento, como recoge la Constitución y regula la Ley Orgánica del Poder Judicial. Una propuesta contraria a la reforma acometida por el propio PP y un PSOE en la oposición.

Y por qué se eligen así? Porque, al encomendar la Constitución el nombramiento de las vocalías del CGPJ a las Cortes, estas vocalías se eligen por un sistema de extracción entre 36 candidatos propuestos por las distintas asociaciones judiciales o jueces no asociados con avales. De este modo, la representación de la soberanía popular puede escoger entre distintas sensibilidades que responden a las representadas en las Cortes en cada mandato. Ello asegura una conformación plural del CGPJ que se corresponde con una sociedad y una judicatura también plural. Se trata de un sistema democrático para elegir un órgano de gobierno del único poder del Estado que no está refrendado democráticamente en las urnas.

Precisamente por eso, por tener que corresponder con las mayorías representadas en las Cortes, es por lo que el PP pretende ahora modificar la forma de elección de los miembros del CGPJ. Las fuerzas conservadoras son minoría en el Parlamento. Pero es algo que no hicieron cuando Rajoy gobernaba y a lo que el PSOE no se había opuesto. Sin embargo, desde que es mayoritaria la izquierda en el Congreso ha usado esta excusa, desde Casado hasta Feijóo, para continuar bloqueando la renovación de dicho órgano.

Incluso ha llegado a condicionar la renovación a la de otros órganos, en un acuerdo global, que incluyera también al Tribunal Constitucional. Pero alcanzado un pacto, en el último momento también Feijóo se echó para atrás. Sí pero no. Esta vez la excusa fue la reforma del delito de sedición, a pesar de que Cuca Gamarra, portavoz del PP en el Congreso, desvinculara una cosa de la otra.

Y así, zancadilla tras zancadilla, se han sucedido las excusas hasta hoy, cuando el PP exigió para entablar la enésima negociación la mediación del comisario de justicia de la Unión Europea, el conservador Reynders, quien propuso que se abordara la modificación de la norma para la elección del CGPJ una vez este se haya renovado. Para chasco del PP, la Comisión Europea recomendó que se renueve primero el CGPJ con la normativa actual y después se proceda a reformar la norma.

En vista de lo anterior, hubo que buscarse una nueva excusa para obstaculizar las negociaciones que mantenían  el ministro de Justicia Félix Bolaños y el europarlamentario del PP Esteban González Pons. Y la encontraron en la Ley de Amnistía, iniciativa en trámite que ya conocían cuando pidieron la mediación europea. Con esta última suman, pues, más de 20 excusas para seguir incumpliendo la Constitución y continuar bloqueando la urgente renovación de un Consejo General del Poder Judicial, cuyos miembros llevan más de un lustro en funciones con el mandato caducado.     

Lo grave es que, seguramente, el PP continuará con esta táctica a la espera de unas próximas elecciones en las que aspira acceder al Gobierno para elegir la mayoría de las vocalías que corresponda a su representación en las Cortes Generales. Y no depondrá su actitud bloqueadora a pesar del descrédito que está causando a la institución y el daño que ocasiona a la imagen de la justicia española en los ámbitos nacional y europeo. Así se comporta un partido que se declara constitrucionalista

viernes, 8 de marzo de 2024

Ser mujer

Voy a intentar ponerme en la piel de una mujer. Es la forma con la que quiero adherirme a las reivindicaciones que se expresan cada año el 8 de marzo, Día internacional de la Mujer. Aunque sé que no conseguiré comprender ni su punto de vista ni toda la problemática  que conlleva la condición femenina, no rehuiré meterme en ese jardín tan complejo.  Porque ser mujer, peor antes pero también ahora, considero que es difícil y harto sufrido. Todos los seres humanos tenemos que luchar para vivir y convivir en este mundo, pero las mujeres aún más por el mero hecho de ser mujer y tener que subordinarse a un contexto social, cultural, económico, laboral y hasta religioso machista discriminante.

Sinceramente, no sé cómo lo soportan sin organizar una revolución para su emancipación y liberación. Por mucho menos, como una simple linde fronteriza o la avaricia, los hombres han emprendido confrontaciones bélicas de una crueldad inimaginable. Sin embargo, el sometimiento de la mujer al hombre no ha generado ninguna batalla sangrienta de idéntica magnitud y crueldad. Más bien, se han limitado a exigir poco a poco, paso a paso, sus derechos y la igualdad de condiciones que los hombres. Hay que reconocer que, desde los tiempos de nuestras madres y abuelas, se ha avanzado hacia esa meta, pero de manera muy lenta e insuficiente.

Aun faltan muchas barreras por derribar. Porque queda  mucho, por ejemplo, para lograr la conciliación de la maternidad con el desarrollo personal y profesional de la mujer. La brecha salarial que todavía las penaliza se mantiene intacta en innumerables ámbitos laborales, en los que su presencia es percibida como un desafío al predominio masculino. Que una mujer conduzca un autobús o pilote un avión todavía despierta recelos a esos machistas que se sienten agredidos por que la mujer se incorpore, como un igual, en tales espacios ocupacionales tradicionalmente ejercidos por los hombres. Y no lo asumen como lo que es: normal.

Porque ser mujer es luchar cada día por exigir el reconocimiento y el respeto de todos, tanto de hombres como, también, de mujeres. Y porque no se trata de ser un instrumento útil para determinadas tareas, curiosamente las que los varones no prefieren y rechazan, sino ser tratada como una persona poseedora de los mismos derechos y obligaciones que los hombres, en igualdad de condiciones. Se trata, pues, de una lucha infatigable y abrumadora, porque cansa exigir lo obvio, lo natural, lo justo cada día y en todas partes. Y encontrar en la mayoría de esos sitios incomprensión y hasta el insulto, cuando no la agresión física o el desamparo legal, como sucedía hasta ayer mismo en casos de violación.

Ser mujer es tan duro y extenuante que muchas mujeres renuncian a mantener esa lucha diaria por su dignidad ante su pareja, su padre, su jefe o sus amigos y desconocidos en cualquier circunstancia donde haya que librarla para no sentirse humilladas o minusvaloradas, sea en el ascensor, en la cama, en la oficina, en el bar o en la calle. El campo de batalla es inmenso y ocupa todo el espacio que comparten hombres y mujeres, es decir, el espacio de la vida, desde que se nace hasta que se muere. E incluye hasta la vestimenta y la apariencia física. Desde mi posición como hombre, es una lucha insoportable.

Y aun más intolerable cuando se es víctima de abusos y de una violencia machista que cada año asesina a decenas de mujeres. Cuando se es percibida como un objeto destinado a satisfacer los impulsos animales del hombre embrutecido, acostumbrado a  creer que la mujer es una posesión de su propiedad, explotada a su antojo. No me imagino ser mujer en esas condiciones de esclavitud física y psíquica, solo explicable por toda una estructura social que lo fomenta y consiente. No podría soportarlo. Por eso me adhiero a la conmemoración del Día de la Mujer. Su lucha sería menos dificultosa con la colaboración de los hombres que hacen suya su causa. Porque la comprenden. Y para ello sólo hay que ponerse en su lugar.

jueves, 7 de marzo de 2024

¿Aprendimos algo del 11-M?

Se han cumplido exactamente dos décadas del mayor atentado terrorista cometido en España y en Europa por fanáticos islamistas abanderados por Al Qaeda. Aquel 11 de marzo de hace 20 años las bombas segaron las vidas de 193 personas y causaron heridas de diversa consideración a otras 1.900 que aun recuerdan con dolor y cierta sensación de abandono tan espeluznante experiencia. También es la fecha en que un Gobierno temeroso de perder el poder fabricó deliberadamente la mayor mentira jamás construida para ocultar la autoría yihadista del atentado y culpar sin pruebas a ETA, al menos hasta la celebración de unas elecciones generales, previstas para cuatro días después de la masacre que dejara en estado de shock a la sociedad española. Transcurridos estos años, parece que esa tentación de valerse de la falsedad y la manipulación con fines políticos sigue siendo una socorrida herramienta habitual que no causa reservas éticas o morales a los protagonistas actuales de la confrontación partidista. ¿Se ha aprendido algo de aquellos hechos del 11-M para que la política reniegue de recurrir a la desinformación como método para elaborar “hechos alternativos” que favorezcan sus intereses? Cualquier lector medianamente informado está en condiciones de responder tan retórica pregunta.

Pero yo añadiría que, en tanto en cuanto los responsables de aquellas mentiras jamás se han arrepentido de su conducta y nunca han pedido perdón por ello, nada ha cambiado en el comportamiento de los políticos en la actualidad. Antes al contrario, la mentira, el engaño y la manipulación se han convertido en usos convencionales del debate político, hasta el extremo de minusvalorar conscientemente el daño que ello ocasiona a la legitimidad de los procedimientos democráticos de nuestro sistema político y a la credibilidad y confianza en las instituciones. Todo aquel engranaje para inventar conspiraciones continúa aplicándose con la finalidad de derrotar al adversario político, pero ahora con más fuerza, con mejores y más potentes instrumentos para difundir bulos y más eficiencia a la hora de confundir y engañar a amplios sectores de la población con patrañas, medias verdades y mentiras.

Nada, por tanto, se ha aprendido de aquellos brutales atentados, cuando 11 artefactos hicieron explosión en cuatro trenes de Cercanías en las estaciones de Atocha, el Pozo y Santa Eugenia de Madrid, a primeras horas de la mañana del jueves 11 de marzo de 2004. Es más, quienes por pudor corporativo entonces se mantuvieron al margen de la diatriba política y mediática, ahora participan sin complejos y sin quitarse la toga en campañas políticas que legalmente no les está permitido, dada la separación de poderes en que se basa toda democracia. Tanto es así que algunos jueces y magistrados no tienen empacho, a día de hoy, en adoptar decisiones judiciales e instruir causas que parecen destinadas a contrarrestar iniciativas del poder legislativo o del ejecutivo. De ahí que, si la primera lección del 11-M fue la necesidad de un poder político que no mienta a los ciudadanos, la prevalencia de la mentira como arma rutinaria hoy día en la confrontación política demuestra el nulo aprendizaje que se ha conseguido, a pesar  de haber sido testigos del peligroso daño que produce una mentira de Estado para la convivencia de cualquier comunidad. Desgraciadamente, nada se ha aprendido del 11-M.     

Y es que la política, ejercida desde el poder o la oposición, continúa intentando dirigir la respuesta de la sociedad y la formación de la opinión pública para determinar su sentido y controlar sus efectos y consecuencias. Y ello, a pesar de que la reacción ciudadana al 11-M demostró, con el resultado de las elecciones del 14-M, que cuando el cuerpo social toma consciencia de la manipulación de la que es objeto, no se deja engañar fácilmente y exige que se le cuente la verdad. La gente tolera hasta cierto punto las artimañas políticas, pero no consiente la burda mentira, la tergiversación grosera y la manipulación constante como forma de ejercer la política o como método de derrotar al adversario para acceder al poder o mantenerse en él. Reclama honestidad, transparencia y dignidad. Y una información veraz y hasta donde sea posible exhaustiva, dado que el fortalecimiento de la democracia descansa en el apoyo social a la misma, en la confianza que despierta en la población y en el conocimiento real, sin ocultamientos ni mentiras, de las amenazas a las que se enfrenta, como el terrorismo. Porque es, desde la lealtad con los ciudadanos y sobre una fundada opinión pública, como puede hacerse frente a todo intento de manipulación o destrucción que provenga de cualquier ámbito de poder, ya sea político, económico, militar o religioso.

Por eso fracasaron las mentiras elaboradas por el Gobierno sobre la autoría del 11-M. Porque solo por desconocimiento se podía sostener que el atentado era obra de la banda terrorista de ETA. Ni la policía que lo investigó, ni los jueces que juzgaron a los culpables ni la población que asistió conmocionada al espanto se tragaron aquella trola, mantenida obsesivamente solo por evitar que la gente relacionada el atentado con el terrorismo yihadista y la implicación de España en la ilegal guerra de Irak. Por eso Aznar, presidente del Gobierno, prohibió la emisión de una entrevista en exclusiva al presidente norteamericano George W. Bush, con quien aparecía en la famosa foto de las Azores junto a Blair y Barroso, del corresponsal de Televisión Española en Estados Unidos, Lorenzo Milá. Y por eso también evitó a toda costa mostrar unidad de acción con el resto de partidos en apoyo del Gobierno, como pidió el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Todos tenían dudas de la versión de Aznar. Máxime cuando ya en octubre de 2003 Osama bin Laden había señalado a España como país al que castigar por ser “uno de los pilares de los Cruzados y sus aliados” en esa guerra de Irak. Eran evidentes, a las pocas horas de producirse los atentados, los indicios que apuntaban al yihadismo islámico.

Pero parece que todavía no lo hemos comprendido, aunque hayan pasado veinte años. No hemos comprendido que con mentiras no se gana la confianza de la población ni se consigue su apoyo en los momentos difíciles. Que no hay que negar los hechos, sino informar rápidamente  desde el primer momento. Y que, también, hay que reconocer los errores. No se puede, como hizo el entonces ministro de Interior, Ángel Acebes, dar seis ruedas de prensa para ofrecer solo valoraciones y suposiciones políticas, intentando escamotear la cruda realidad, que el atentado era obra de terroristas islamistas. Y lo que es más indigno: se mintió a sabiendas de que se falseaban los hechos a conveniencia del partido en el poder. Por eso, hoy, con ocasión del XX Aniversario del 11-M, ni siquiera se van a celebran actos oficiales para honrar a las víctimas y no olvidar un hecho tan deleznable. No parecen dignas de reconocimiento para unas autoridades incapaces de aprender ninguna lección.

De ahí que no se haya aprendido a no utilizar el dolor de las víctimas, como se hizo electoralmente con las del 11-M, sino confortarlas y acompañarlas en su inmerecido e injusto sufrimiento. No se ha aprendido que faltar a la verdad provoca traumas que, ni en el transcurrir del tiempo, dejan de ensanchar la brecha social que aun caracteriza a la sociedad española en forma de crispación, intolerancia y división. Se continúa ignorando la lección y alimentando con mentiras tal despropósito, sin querer darnos cuenta de que la agitación y los enfrentamientos que en la actualidad padecemos son consecuencia del indigno comportamiento mostrado ante aquellos –y otros- hechos. De la impunidad con que se fabricó una mentira sobre el peor atentado sufrido en nuestro país. Y los responsables, tan tranquilos, sin rendir cuentas. Nada, pues, hemos aprendido. Y así nos va.