viernes, 8 de marzo de 2024

Ser mujer

Voy a intentar ponerme en la piel de una mujer. Es la forma con la que quiero adherirme a las reivindicaciones que se expresan cada año el 8 de marzo, Día internacional de la Mujer. Aunque sé que no conseguiré comprender ni su punto de vista ni toda la problemática  que conlleva la condición femenina, no rehuiré meterme en ese jardín tan complejo.  Porque ser mujer, peor antes pero también ahora, considero que es difícil y harto sufrido. Todos los seres humanos tenemos que luchar para vivir y convivir en este mundo, pero las mujeres aún más por el mero hecho de ser mujer y tener que subordinarse a un contexto social, cultural, económico, laboral y hasta religioso machista discriminante.

Sinceramente, no sé cómo lo soportan sin organizar una revolución para su emancipación y liberación. Por mucho menos, como una simple linde fronteriza o la avaricia, los hombres han emprendido confrontaciones bélicas de una crueldad inimaginable. Sin embargo, el sometimiento de la mujer al hombre no ha generado ninguna batalla sangrienta de idéntica magnitud y crueldad. Más bien, se han limitado a exigir poco a poco, paso a paso, sus derechos y la igualdad de condiciones que los hombres. Hay que reconocer que, desde los tiempos de nuestras madres y abuelas, se ha avanzado hacia esa meta, pero de manera muy lenta e insuficiente.

Aun faltan muchas barreras por derribar. Porque queda  mucho, por ejemplo, para lograr la conciliación de la maternidad con el desarrollo personal y profesional de la mujer. La brecha salarial que todavía las penaliza se mantiene intacta en innumerables ámbitos laborales, en los que su presencia es percibida como un desafío al predominio masculino. Que una mujer conduzca un autobús o pilote un avión todavía despierta recelos a esos machistas que se sienten agredidos por que la mujer se incorpore, como un igual, en tales espacios ocupacionales tradicionalmente ejercidos por los hombres. Y no lo asumen como lo que es: normal.

Porque ser mujer es luchar cada día por exigir el reconocimiento y el respeto de todos, tanto de hombres como, también, de mujeres. Y porque no se trata de ser un instrumento útil para determinadas tareas, curiosamente las que los varones no prefieren y rechazan, sino ser tratada como una persona poseedora de los mismos derechos y obligaciones que los hombres, en igualdad de condiciones. Se trata, pues, de una lucha infatigable y abrumadora, porque cansa exigir lo obvio, lo natural, lo justo cada día y en todas partes. Y encontrar en la mayoría de esos sitios incomprensión y hasta el insulto, cuando no la agresión física o el desamparo legal, como sucedía hasta ayer mismo en casos de violación.

Ser mujer es tan duro y extenuante que muchas mujeres renuncian a mantener esa lucha diaria por su dignidad ante su pareja, su padre, su jefe o sus amigos y desconocidos en cualquier circunstancia donde haya que librarla para no sentirse humilladas o minusvaloradas, sea en el ascensor, en la cama, en la oficina, en el bar o en la calle. El campo de batalla es inmenso y ocupa todo el espacio que comparten hombres y mujeres, es decir, el espacio de la vida, desde que se nace hasta que se muere. E incluye hasta la vestimenta y la apariencia física. Desde mi posición como hombre, es una lucha insoportable.

Y aun más intolerable cuando se es víctima de abusos y de una violencia machista que cada año asesina a decenas de mujeres. Cuando se es percibida como un objeto destinado a satisfacer los impulsos animales del hombre embrutecido, acostumbrado a  creer que la mujer es una posesión de su propiedad, explotada a su antojo. No me imagino ser mujer en esas condiciones de esclavitud física y psíquica, solo explicable por toda una estructura social que lo fomenta y consiente. No podría soportarlo. Por eso me adhiero a la conmemoración del Día de la Mujer. Su lucha sería menos dificultosa con la colaboración de los hombres que hacen suya su causa. Porque la comprenden. Y para ello sólo hay que ponerse en su lugar.

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