lunes, 27 de diciembre de 2021

La lluvia

La lluvia bendijo esta tierra, estos lares a los que la sequía amenaza cada vez más rápido con hacernos pasar sed, agotar manantiales y volver árido el campo. Justo cuando empezábamos a preocuparnos por el descenso de los embalses y los avisos de restricciones en el consumo de agua volvían a prepararse, la lluvia hizo su aparición, cubriendo el cielo de nubarrones que durante una semana regaron con generosidad esta parte del país, precisamente la más necesitada de agua. Los barrancos que habían olvidado para lo que servían, se transformaron de súbito en torrenteras por donde se precipitaba el agua que la tierra ya no podía absorber y devolvía a los arroyos y ríos. Se anegaron riberas y el verdor recubrió la piel chamuscada del paisaje. Era la lluvia, esa bendita lluvia que vuelve a librarnos de males mayores, a limpiar el aire de nuestros venenos y a alegrarnos la vista y el alma con su presencia y sonido en la naturaleza. Gracias, lluvia. Bendita seas.    

jueves, 23 de diciembre de 2021

Feliz Navidosis

 


Esa inflamación recurrente que te hace comer, beber, reunirte con compañeros, amigos y familia, hacer regalos, felicitar a propios y extraños y consumir lo que no necesitas como si el mundo se fuera acabar después de estas fiestas. Cuídate de esta pandemia. Se puede ser feliz sin tanto dispendio y comedia.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Virus y lava

Cuando ya la mayor parte de la población está vacunada y empieza a relajar las restricciones adoptadas para prevenir infecciones, recuperando una cierta normalidad en los hábitos sociales, una nueva oleada de contagios hace temer que la pandemia vírica, como el volcán de Canarias, no acaba de extinguirse y sigue causando estragos. Todavía no estamos seguros frente a peligros que distan estar bajo control. Uno expulsa lava desde hace más de 80 días cada vez que se le antoja, dando pequeños descansos que confunden a los geólogos que monitorizan su actividad, y el otro sigue campando entre la población hace cerca de dos años infectando cuanto halla y puede, sean no vacunados, niños o huéspedes con débiles defensas, lo que permite al virus mutar para hacerse más esquivo y contagioso, aunque tal vez no tan patógeno.

Ambas desgracias golpean inmisericordes a la gente y a la economía, afectando gravemente tanto la salud como los medios de vida de millones de personas, muchas de las cuales no consiguen sobrevivir a la enfermedad o superar la pérdida de trabajo y bienes. Una situación que jamás podía imaginarse y menos aún prever, acostumbrados como estamos a vivir de prisa el presente sin pararnos a pensar un futuro más sosegado y equilibrado. Y justo cuando creíamos tener todo controlado, la tierra bajo los pies se sacude de nuestro peso como pulgas y los elementos más rudimentarios de la vida ponen contra las cuerdas al organismo más complejo y pretensioso de la misma, al rey de la creación y viva imagen de su dios imaginado.

Tras esta sexta ola que vuelve a zambullirnos en incertidumbres, quizás haya que reubicar nuestra posición en el mundo, con humildad y lucidez, para hacer compatible la civilización con la naturaleza, dejando de creernos dueños y señores de un planeta que no nos pertenece en exclusiva y en el que hasta los virus se rebelan.               

viernes, 3 de diciembre de 2021

Ensoñaciones musicales

El trozo de una melodía emergió de manera suave en la banda sonora de las imágenes mafiosas, adictamente sugestivas, de un capítulo de la serie Peaky Blinders, que llamaron inmediatamente mi atención. La canción me resultaba conocida, aunque no aquella versión. La voz desgarrada del intérprete y el minimalismo musical, compuesto sólo de notas de piano y bajo, profundizaban la atmósfera nostálgica de alguien, al que se refiere la letra, que hace recuento de un pasado militar cuando desaloja lo acumulado en su garaje. Poseo desde hace muchos años el disco de Paul Young que incluye ese bello tema: Soldier´s things, pero ignoraba al autor de la versión que acababa de escuchar en la serie. No tardé en encontrarlo: era Tom Waits, el compositor originario de la canción. Descubro que sería Paul Young el que la versionaría años más tarde. Ambas versiones son, en cualquier caso, estremecedoramente hermosas, cada una a su estilo. No obstante, también hallé otra versión instrumental aún más evocadora, interpretada por el saxofonista de jazz fusión Eric Leeds. Es la que les ofrezco para su estimación ¿Qué les parece?





miércoles, 1 de diciembre de 2021

Otro diciembre

Diciembre, al fin, otro diciembre que vuelve a marcar el final convencional del año mediante esos períodos cíclicos con los que medimos el paso del tiempo, si es que tal cosa existe. Y un nuevo diciembre, tan igual y tan distinto a cualquier otro, en que lo único que cambia somos nosotros, los que nos afanamos en racionalizar su medida, su transcurrir desde el pasado hasta el presente y proyectarlo hacia el futuro.

Y como cada año, fiel a mis debilidades, tan influyentes o más que mis fortalezas, vuelvo a rememorar y recomendar la manera más grata de celebrar este mes icónico del cambio de ciclo, sino con música, esos sonidos armónicos que estimulan estados de ánimo que nos permiten apreciar la nívea belleza de la estación que ahora comienza. Diciembre, para mí, siempre se acompaña de las notas musicales de George Winston, de esa melodía que invita al recogimiento y la reflexión, y al recuerdo nostálgico de aquellos momentos felices que nos ha proporcionado la vida a lo largo, precisamente, del tiempo. Por eso, soy incapaz de desligar sentimentalmente diciembre de December, sin que la emoción que me despierta esta fecha no haga germinar la que me provoca esta pieza de piano, fundiéndose ambas en un único estremecimiento. Siéntanlo.


     

lunes, 29 de noviembre de 2021

Huérfanos de Almudena

No puedo resaltar la calidad literaria de Almudena Grandes puesto que personas más cualificadas que yo, simple lector, ya lo han hecho y lo hacen con ocasión de su muerte, acaecida anteayer de manera súbita para los que desconocíamos la lucha que mantenía contra una despiadada enfermedad. Pero sí puedo destacar la orfandad que causa su ausencia a quien todos los lunes, sin faltar salvo en agosto, iniciaban la lectura del periódico por la página -la contraportada- en la que aparecía su columna de opinión. Porque era eso, precisamente, lo que buscábamos en el periódico: su parecer sobre las injusticias y opresiones que cada día azotan a los más desafortunados y humildes de nuestra sociedad: los perdedores de cualquier batalla contra los abusos y la iniquidad, y por la libertad, la justicia, la igualdad y la dignidad.

Una orfandad que se hace más honda al no poder tampoco leer su artículo quincenal en la revista dominical del mismo periódico, donde mezclaba opinión y relatos. Me imagino que esa cabecera mediática padecerá como nadie la pérdida de un colaborador que tanta confianza y admiración despertaba entre sus numerosos lectores. Porque eso es lo que generaba la escritora Grandes en sus seguidores: admiración, confianza y credibilidad en su manera de percibir y presentar los avatares de nuestro tiempo y lugar.

Nunca antes había visto llorar a nadie por la desaparición de una persona sólo conocida por su producción literaria. La relación que Almudena Grandes lograba establecer con muchos de sus lectores, basada en la claridad y sinceridad de su pluma, en esa honestidad para posicionarse a favor de los perdedores de todas las infamias de la existencia, tanto de la historia como de la ficción, ha hecho que los sentimientos aflorasen en los ojos de los más sensibles. Pero he presenciado esa emotividad en el entorno de mis seres más cercanos, haciéndome comprender la sutil pero firme ligazón que une a un escritor con su lector.

Serán legión los que llorarán su ausencia y más los que se sentirán huérfanos de la voz que hablaba claro desde el periódico y los libros a quienes atendían en silencio cómplice lo que decía. Echarán de menos esa luz que iluminaba el presente para denunciar sus miserias y esas novelas que desvelaban con sus personajes y sus vicisitudes nuestro pasado más bochornoso o nuestra manera de ser más repudiable. Descanse en paz la más grande de las Grandes, Almudena.     

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Un relámpago consciente.

“Un relámpago entre dos oscuridades”, así definió la vida Vicente Aleixandre en un poema inmemorial, algo fugaz que nos acongoja cuando percibimos “la vida, el instante del darse cuenta entre dos infinitas oscuridades” de las que procedemos y a las que retornaremos, sin más sentido que esa “súbita iluminación, un gesto, un único gesto” que posibilita el “reconocimiento expreso donde yo me siento y me soy”. En este tiempo postrero en que cruzamos el invierno de la existencia, con propensión a fijarnos en maravillosos asuntos insustanciales, sirve de consuelo y estímulo la pertinaz ayuda de la poesía para que nos rescate de la oquedad cósmica que habitamos. Posiblemente, cosas de sensiblera senectud que nos distraen de la árida cotidianeidad en la que prevalecen, rampantes, la vulgaridad y su fiel escudera, la mediocridad. Más que periódicos y telediarios, resulta aconsejable dedicarse a la lectura de libros, como La poesía española de la II República a la Transición, de Ángel L. Prieto de Paula (Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2021), para sumergirse en el panorama de la lírica en castellano, del interior y del exilio, que no puede ser etiquetada de “franquista” no sólo por razones cronológicas, sino además por elaborarse, en su mayor parte, en contra de él. Poesía e Historia para pensar el presente de este relámpago consciente de su ser. Un lío. 

domingo, 14 de noviembre de 2021

El fracaso de Glasgow

La cumbre de la ONU sobre el cambio climático celebrada en la ciudad inglesa de Glasgow no pasará a los anales de la lucha medioambiental, como sucedió con el Acuerdo de París. Sí en ésta se fijaron metas ambiciosas para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero, en aquella de la pérfida Albión sólo se acordaron propuestas pragmáticas no vinculantes para que cada país haga lo que pueda a la hora de emprender la vía de la descarbonización en sus fuentes energéticas. Glasgow apela al voluntarismo y París asumía objetivos concretos obligatorios. A este paso, difícilmente se avanzará gran cosa en frenar el progresivo incremento de la temperatura atmosférica, acelerado por la actividad humana, que ya provoca alteraciones climáticas severas, perjudiciales para el planeta y quienes lo habitan. Lo de Glasgow es, sin duda, un fracaso sin paliativos a la hora de tomar medidas firmes y válidas contra el calentamiento global, se pinte como se pinte el dificultoso balance final. Las futuras generaciones nos reprocharán, con toda justicia, que apenas hayamos hecho nada por impedir la hecatombe climática pronosticada que le dejaremos en herencia por avaricias y egoísmos de unos y otros países.        

lunes, 8 de noviembre de 2021

Encantamiento con Cuenca

Iba predispuesto a no dejarme sugestionar con el reclamo propagandístico de “Cuenca, ciudad encantada”, siendo consciente de que la publicidad genera expectativas que luego distan mucho de la realidad, no se cumplen. Lo mejor del mundo es, en la mayoría de las ocasiones, lo más normalito y habitual que puede hallarse en cualquier parte, donde se reproducen espacios, edificios, avenidas, jardines y comercios de marcas nacionales o transnacionales todos iguales, como clonados en cualquier urbe que se visite, y en que la única diferencia distinguible estriba en la gastronomía local o el acento de la gente.

Pero con Cuenca me equivoqué, al menos con su parte antigua, el centro histórico que se aferra a la roca que ha sido esculpida durante milenios por los ríos Júcar y Huécar hasta dejarla aislada de la serranía a la que pertenece. Entre las hoces que han cavado esos ríos se yergue el promontorio en el que los árabes fundaron una ciudad fortificada, rodeada de murallas y coronada por un castillo, que pretendía ser inexpugnable. Tales ruinas son los cimientos del casco histórico de Cuenca, al que se accede por empedradas calles empinadas que culminan en una especie de descansillo, un ensanche donde se ubica la Plaza Mayor, presidida por la Catedral, la primera de estilo gótico de Castilla, que mandó construir el rey Alfonso VIII sobre los restos de la mezquita de la fortificación árabe. Desde allí se continúa ascendiendo hasta alcanzar la cima del promontorio, coronado por las ruinas de un castillo medieval del que sólo se conserva parte del lienzo de su entrada, y desde donde la vista se extasía con la panorámica de esa Cuenca que desafía la gravedad con sus balcones voladizos, que sobresalen sobre los riscos de la roca, hasta convertirse en el símbolo más emblemático y turístico de la ciudad.

La verdad es que causa impresión esa singularidad trepadora de Cuenca para conquistar un terreno hostil y peligroso como mejor estrategia defensiva a lo largo de su historia. Hoy, dentro del recinto reducido de su casco histórico, aparte de las piedras y ruinas monumentales, podemos encontrar atractivos reclamos culturales, como son los Museos de Cuenca, el de Arte Abstracto y el de Ciencias de Castilla-La Mancha. Además, tabernas, braserías, restaurantes y otros establecimientos hosteleros salpican los rincones por los que serpentean las vías que suben y bajan la Cuenca más sorprendente que podamos imaginar y de la que no puedes evitar acabar encantado. El encantamiento con Cuenca es, en su caso, un hecho real y no un eslogan publicitario.   

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Contra el coche

Que existe una política activa contra el automóvil en ciudades como Sevilla es de sobra conocido por cualquier ciudadano que haya osado adquirir un vehículo a motor para su uso particular. El coche todavía no es un artículo ilegal, pero ya es perseguido, restringido y sancionado como si fuera una droga, a pesar de los pingües beneficios que reporta a las arcas municipales. El Impuesto de Circulación, que todo vehículo ha de pagar religiosamente para poder transitar las calles, y el de Bienes Inmuebles (IBI), que grava las supuestas plusvalías que cada año genera una vivienda, son las mayores fuentes de ingresos de los ayuntamientos en cualquier pueblo o ciudad. Pero si finalmente comulgas con ese afán de expulsar el coche de las ciudades y te resistes a comprar uno, convirtiéndote en un eremita urbano, inmediatamente la industria del motor y el Gobierno comienzan a lanzar advertencias lastimeras sobre el descenso de producción en la industria automovilística y de las consecuencias que ello acarrea al volumen ingente de trabajadores que depende, directa o indirectamente, del sector. Al parecer, la solución pasa por comprar coche y dejarlo aparcado para no contaminar ni saturar la circulación, sustituyendo el vehículo privado por el transporte público para trayectos urbanos y metropolitanos. O, al menos, eso es lo que se deduce de unas medidas cada vez más coercitivas y hasta irracionales contra el automóvil.

Si no, observen la fotografía que ilustra este comentario. Toda una zona de aparcamientos, de más de ciento cincuenta metros de longitud, que era utilizada por los propietarios de las viviendas lindantes y los clientes de los comercios frente a ella, ha sido suprimida de la noche a la mañana, sin contemplaciones. La que existía en la acera opuesta, ya había sido anulada por la construcción de un carril para bicicletas. Se trata de una avenida importante, una vía radial que sale de la ciudad en dirección noreste, razón por la que se llama Carretera de Carmona. Por lo que se ve, ya no se trata sólo de prohibir circular, como si fuera un delito, sino también de aparcar, cosa al parecer tan grave o más que la primera. Echándole buena fe para asumir que no se deba circular, no se comprende por qué no se puede aparcar.

Es cierto que cada vez hay más coches mientras las calles y avenidas siguen siendo las mismas, salvo en áreas nuevas de crecimiento urbano en la periferia. La excusa medioambiental y la densidad del tráfico sirven para perpetrar estos despropósitos a la hora de presumir sensibilidad ecológica en municipios presuntamente “verdes”, pero sin que merme la recaudación fiscal. La idea es acabar con el coche en las ciudades, sin que se deje de comprarlos, de manera que sólo taxis, autobuses, motocicletas, bicicletas y patinetes conformen el parque motorizado de las urbes modernas. Y si usted no tiene garaje para su coche, vaya a buscarse la vida a otra calle, y continúe pagando su “sellito” del coche.

La situación, para más “inri”, sería de risa si no fuera porque a los “iluminados” de la iniciativa se les ha escapado las consecuencias de extrema peligrosidad que se podrían derivar. En su fanatismo por impedir cualquier posibilidad de aparcar, instalando marmolillos de hierro atornillados a la calzada, también están obstaculizando el acceso de ambulancias o bomberos a las viviendas o comercios de la calle que precisen de su intervención urgente. Además, se imposibilita, incluso, detener el vehículo para que se bajen quienes deban acudir a un Centro de Salud ubicado a pocos metros de esta zona de aparcamientos anulados. Si esta medida ha rendido algún beneficio a la circulación, cosa que se desconoce, ha sido a costa de provocar problemas y perjuicios mayores a los vecinos y viandantes de la zona. Sevilla aspiraba a ser la ciudad de las personas, pero no cuenta con ellas ni con sus necesidades de movilidad. Un hábitat sostenible no se consigue sólo con prohibiciones y sanciones que criminalizan al coche, sino concienciando sobre la preservación del medio ambiente y facilitando la transición a un modo más sostenible de nuestro estilo de vida, que, por cierto, nos ha sido impuesto. Y, de momento, sólo se ha optado por las multas y la demagogia.

lunes, 1 de noviembre de 2021

Noviembre

Inauguramos el undécimo mes del año, el penúltimo del calendario que sirve de antesala al final y comienzo del ciclo anual con el que medimos el paso del tiempo. Noviembre arranca con la celebración a los muertos, con el recuerdo gris y triste de lo perdido, antes de señalarnos la proximidad de la estación blanca y gélida del invierno, cuando la esperanza de la vida inverna para resurgir por doquier en la flora y la fauna. Es también mes de lluvias y atmósferas plomizas que invitan al silencio detrás de las ventanas, absortos con las lágrimas que resbalan por los cristales. Días de intimidad o aventuras, para abrirse o cerrarse a lo desconocido o acumulado en la mochila de la experiencia, de lo vivido, sea dulce o amargo. Así es noviembre, con ese pesimismo optimista con el que afrontamos el transcurrir de la existencia... o del amor, como esta canción de Guns N´Roses: "November rain".


   

martes, 26 de octubre de 2021

La estupidez de los tontos

Que estamos rodeados de tontos es una realidad innegable, a menos que sea tonto quien disienta. Y de los tontos, ya se sabe, sólo cabe esperar estupideces. Hoy en día, las tonterías y estupideces se expanden con enorme facilidad y mejor acogida. El ambiente favorece la buena cosecha de tontos que pululan por doquier, en todos los ámbitos de la sociedad. Porque son tiempos maniqueos en los que florecen el populismo más descarado, la posverdad de las fakenews, los nacionalismos de “lo mío” exclusivo, lo “políticamente correcto” para no desentonar de la opinión general, el lenguaje inclusivo, la “ilógica” del mercado, el animalismo “sectario” para con otras especies, el feminismo de postín o la simple desidia intelectual y crítica. Todo ello hace que la estupidez no conozca límites, a pesar de ser más dañina que la pura maldad. No se la combate con la debida firmeza. De ahí que sea útil identificar la estupidez y a los tontos que la propagan.

Ese es el propósito de un librito sumamente entretenido. Se trata de Breve tratado sobre la estupidez humana*, un ensayo -dos veces bueno, por breve y por bueno- escrito por Ricardo Moreno Castillo, matemático y filósofo, con el que es imposible no ir poniendo rostros a las descripciones que hace el autor de los “tontos a medias, los medio tontos, los tontos a ratos, tontos para una cosa y no para otra, tontos de solemnidad, el tonto a tiempo completo, el que no abre la boca si no es para soltar una necedad, el tonto que no hay por dónde cogerlo”. Es decir, el libro va dirigido contra los idiotas, necios, majaderos, bobos, imbéciles, mentecatos, obtusos, cenutrios y demás ralea de tontos habidos y por haber, con la declarada intención de desenmascararlos y evitar que sigan contagiando de estupideces el pensamiento y la conducta del ciudadano inteligente que se siente aturdido por la proliferación de tantos tontos por doquier.

Es una obra recomendable. Y es oportuno leerla porque actualmente las bobadas resplandecen más que nunca gracias a las redes sociales y las subvenciones oficiales. Además, junto a otras recomendaciones, reproduce un consejo de Mark Twain sobre el trato con los tontos: “Nunca discutas con un estúpido. Te hará descender a su nivel y ahí te gana por experiencia”. No tiene desperdicio.

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*: Ricardo Moreno Castillo, Breve tratado sobre la estupidez humana. Fórcola ediciones. Madrid, 2018. 

domingo, 24 de octubre de 2021

¿Último cambio de hora?

El próximo fin de semana (30 de octubre) se realizará el enésimo cambio de hora, ojalá sea el último, con el que se retrasará una hora en el reloj y se volverá al horario de invierno. Con todo, el recuperado horario invernal no coincidirá con el que corresponde al huso horario oficial de nuestro país, el mismo que el de Reino Unido y Portugal, por lo que seguiremos con una hora de adelanto. Sin embargo, este horario de invierno es el más idóneo con la luz solar y los biorritmos orgánicos controlados por nuestro reloj interno, denominado ritmo circadiano, que se coordina con los ciclos de día y noche, es decir, sueño/vigilia. Es por eso que nos entra sueño cuando oscurece, despertamos al amanecer, estamos más activos de día y nos relajamos al anochecer. Cada vez que se modifica la hora el cuerpo lo acusa y tarda en adaptarse, trastornos que suelen afectar más a las personas de mayor edad y a los niños, provocándoles cansancio, problemas digestivos, pérdida de sueño y hasta dolores de cabeza o migrañas, entre otros efectos.

Sin embargo, debido a la latitud geográfica en que se ubica España, al sur de Europa, nunca ha habido justificación real para realizar cambios en el horario que suponen alargar el día hasta las diez de la noche o más, como acontece durante el verano. La crisis energética de 1973, originada por la guerra entre árabes e israelíes, fue la causa para proceder, por primera vez en tiempos de paz, a un cambio horario -horario de verano- que permitía una hora más de luz al día, lo que en teoría debía suponer un ahorro en el consumo de derivados del petróleo. Desde entonces, cerca de 70 países, la mayoría de ellos en el hemisferio norte, practican el cambio de hora. Pero lo que es comprensible para los países del norte, donde oscurece temprano, no resulta conveniente en los del sur, como España, sometidos a una fuerte irradiación solar por su cercanía al ecuador terrestre. En estas latitudes, lo que se ahorra, si es que se ahorra, en bombillas se gasta, multiplicado por cien, en climatizadores de aire. No hay, por tanto, razones claras para imponer a la población dos modificaciones horarias al año que acaban afectando a la salud y la conducta de las personas, a menos que existan otras intenciones no declaradas.

Parece evidente que el horario de verano beneficia, fundamentalmente, a la industria turística y hostelera, no al conjunto de la actividad económica del país. Pero, por mucho que tan inapropiado horario, que no sirve para conseguir un verdadero ahorro energético, permita la máxima rentabilidad del sector mercantil más importante de nuestro país, no deja de ser una iniciativa que supedita el interés general de la población al particular del negocio turístico. Y, lo que es peor, se mantiene durante décadas a pesar de su ineficacia ahorrativa, aunque ocasione perjuicios a gran parte de la población, la más vulnerable, que afectan a su salud y equilibrio psíquico o emocional.

Esperamos, pues, que el próximo sea el último cambio de horario que se produce en España, no sólo por las razones reseñadas, sino también para cumplir con la directiva europea que insta a mantener un horario inalterable todo el año, preferentemente el de invierno. Ojalá el Gobierno siga las recomendaciones de los expertos, como hizo con la pandemia, y nos regale a partir del 31 de octubre un horario permanente más apropiado a nuestras necesidades humanas. Salvo los que tienen sangre de lagartos o intereses de por medio, todos se lo agradecerán.     

lunes, 18 de octubre de 2021

Carencias en Atención Primaria

Que la medicina primaria deja mucho que desear es de sobra conocido por todos sus usuarios, es decir, por la población en general. Pero que, en contra de lo esperado, ésta haya empeorado, en especial desde los recortes y el “austericidio” con los que la maltrató el gobierno de Mariano Rajoy, es algo que resulta, cuando menos, indignante, al tratarse de un servicio básico y esencial para la integridad física los ciudadanos, es decir, para la prevención y mantenimiento de la salud de las personas, sin importar condición. La Atención Primaria, la que se presta en consultorios, ambulatorios y centros de salud como primeros escalones del Servicio Público de Salud, falla y está a punto de colapsar, si es que no lo ha hecho ya.

A la estructural falta de recursos materiales, que impide el pleno desarrollo de una medicina preventiva y asistencial entendida como tal (laboratorios, radiografías, sala de curas y primeros auxilios, etc.), se une en los últimos años una escasez, ya raquítica, de personal que abochorna a los propios profesionales que prestan servicios en la Atención Primaria. Todo lo cual ocasiona, no sólo la insatisfacción y la desconfianza de los usuarios, sino también la saturación permanente de las urgencias de los hospitales, adonde se dirigen los demandantes de una atención médica incluso sin la debida indicación del médico de cabecera.

El apoyo de las nuevas tecnologías no ha venido a paliar las carencias de los centros de salud. Es más, a veces, incluso, las ha empeorado, al resaltar los males que perduran en los mismos. Sólo el esfuerzo coyuntural emprendido con ocasión de la pandemia del coronavirus, concentrando personal y medios a este fin en exclusiva, ha permitido que la batalla contra la Covid-19 haya resultado encomiable, por cuanto ha posibilitado la vacunación de la población con una celeridad sorprendente. Pero una vez controlada la infección, la vuelta a la “normalidad” asistencial ha puesto en evidencia las insuficiencias del sistema. Máxime si el programa informático de cita previa no funciona a pleno rendimiento en todas las ocasiones y la atención telefónica en los centros de salud permanece inoperativa de forma continua. Todo lo cual obliga al acceso presencial a los mostradores de estos centros a la hora de tramitar cualquier asunto burocrático, como los partes de baja médica y la renovación de prescripciones farmacológicas. Es inaudito que para estas gestiones administrativas se tenga que ir en persona a hacer cola a un centro de salud.

Pero lo que es más grave: el tratamiento y seguimiento de patologías crónicas se ha enlentecido hasta niveles preocupantes, por cuanto incide en el deterioro de los enfermos que las padecen. Y ello es debido porque no existe personal suficiente en medicina primaria para aliviar el atasco asistencial acumulado. Una cita médica puede tardar más de diez días en conseguirse. Y una derivación a un especialista puede demorarse más de medio año en programarse. Las “famosas” listas de espera diagnóstica y quirúrgica han dejado de servir para medir la calidad de la atención sanitaria en nuestro país, simplemente porque sus registros han sido desbordados por la realidad. Y ello no es explicable, menos aún justificable, por la pandemia.

Y es que, a pesar de todas las promesas y anuncios propagandísticos efectuados al respeto, ninguna mejora sustancial se ha acometido en Atención Primaria, más allá de contratar personal eventual para atender “vacunódromos” de urgente pero también temporal necesidad. Si las tecnologías no palian sus carencias y la falta de recursos, tanto humanos como materiales, sigue siendo endémica, la Atención Primaria en nuestro país no dejara de ser el patito feo de la sanidad pública, y sus fallos y disfunciones continuarán siendo el motivo de queja de sus sufridos usuarios. No hay que ser un experto en Salud Pública para percibirlo, sino un simple ciudadano que hace uso de su tarjeta sanitaria.       

miércoles, 13 de octubre de 2021

Sentirse viejo

Ser viejo y sentirse viejo son dos cosas diferentes. Lo primero va determinado por la edad, y lo segundo por los síntomas con los que el cuerpo va declarando su agotamiento y cansancio, con los que acusa los golpes sufridos, desde fuera y desde dentro, a lo largo de la vida. Pero también existe una forma ajena de sentirse viejo: cuando los demás te lo recuerdan al enfrentarte, sin pretenderlo la mayoría de las veces, a tu propia imagen temporal. Esta última manera de sentirse viejo la estoy padeciendo cada vez con más frecuencia.

Es lo que me sucedió hace poco cuando, durante un paseo dominical por el centro de la ciudad, disfrutando de un día espléndido que invitaba a dejarse arrastrar entre callejuelas bañadas de luz y bendecidas por una temperatura agradable, de súbito una señora me clavó su mirada fija, impidiéndome el paso. Sin desearlo, me detengo más sorprendido que asustado, presagiando que, como solía ser habitual, mi despiste congénito me enfrente ante algún conocido del que no recuerde ni el nombre. Estuvimos mirándonos seis o siete segundos, que me parecieron eternos, mientras rebuscaba en mi mente las fichas olvidadas de la memoria de amigos, compañeros o extraños con los que hubiera mantenido una relación antigua ya interrumpida. No sería la primera vez que habría charlado con alguien al que remotamente sabía que debía conocer pero no terminaba por recordar, siguiéndole el hilo de la conversación. No fue el caso.

Tras esos segundos de escrutadora mirada, en los que ella permaneció muda pero sonriente, un fogonazo de lucidez me permitió identificar aquel rostro. Ya no era el de la niña y adolescente que tenía almacenadas en mis recuerdos, sino el de una señora que jamás hubiera reconocido entre la multitud. Era la hija de un vecino con el que durante años compartimos alegrías y quebrantos mientras crecían nuestros hijos y hacíamos frente a unas hipotecas que devoraban nuestras menguadas nóminas. Milagrosamente, su nombre surgió de mi boca para alivio de la situación, pero también como recordatorio de que el tiempo nos consume a todos. Si ella ya era mayor ante mis ojos, yo sería ante los suyos, a pesar de sus halagos corteses, prácticamente una momia. Y es que los otros también nos hacen sentir viejos.

Pero por si no tenía bastante escarmiento, aquel mismo día y durante el mismo paseo un señor mayor con sombrero pronuncia mi nombre a viva voz mientras nos cruzamos en un puente, obligándome a mirarlo y detenerme. Insiste en preguntarme si me llamo así. Esta vez la lucidez no acude en mi ayuda. Como le confieso que no lo reconozco, comienza a contarle a su acompañante que yo era compañero suyo del bachillerato, que era natal de un país caribeño y que, junto a otros colegiales, compartimos unos años de estudios y gamberradas. La descripción del contexto de mi adolescencia desempolvó mi memoria, y los rasgos de aquel hombre mayor se fueron aclarando hasta coincidir con los de un antiguo camarada de mocedad. Y otra vez la vejez de otros sirve de espejo de la propia. Por mucho que intentemos ignorar el paso del tiempo, engañando a nuestros sentidos de sus heridas, serán los otros los que harán, aun sin pretenderlo, que nos sintamos viejos, aunque la edad y sus síntomas hayan sido clementes con uno. Todo se confabula para que no olvidemos que los años no perdonan a nadie. Maldita sea.    

domingo, 3 de octubre de 2021

Por fin, octubre

Por fin ha llegado octubre, aunque desde finales de septiembre estuviera otoñando. Por fin el aire fresco tonificando el rostro, las nubes rompiendo la monotonía azul del cielo, los recuerdos infantiles de los días llorosos, la paleta de ocres y pardos en los árboles que se desnudan para invernal y esa mirada gris que contagia de nostalgia al pensamiento ensimismado. Al fin llega la temporada benigna que nos libera de la dictadura del sol y las playas para propiciarnos la aventura de pueblos, montañas, caminatas, paisajes y ventas con olor de lumbres, asados y charlas. De la tierra seca al verdor de caminos y laderas. De la arena ardiente al refrescante ambiente de los ríos que rumorean entre las rocas y los recodos de la ribera. Por fin llega octubre con su promesa otoñal de un año nuevo que se renueva plagado de esperanzas. Por fin.   

lunes, 27 de septiembre de 2021

Ni pandemia ni "ná"!

Por una vez, desde tiempos inmemoriales, España estaba sorteando una de esas calamidades que, de manera recurrente, asuelan al mundo y no era objeto de cuestionamiento o menosprecio para las demás naciones supuestamente más avanzadas de su entorno. El país se estaba librando del azote de una inesperada pandemia que, no sólo mataba a muchos de los que contagiaba, sino que desencadenaba, además, la ruina económica en prácticamente todas las naciones por donde pasaba. España, por tanto, se había erigido sin proponérselo en una excepción milagrosa en la lucha contra la crisis sanitaria y el dictador que había sucedido al dictador que sucedió al primer dictador no cabía en sí de gozo. Sus políticas de mano firme y puño de hierro se habían mostrado sumamente eficaces contra la enfermedad, mejor incluso que contra la población a la que oprimía. Cada dos o tres semanas aparecía por televisión más risueño que nunca, lo que ya en sí despertaba curiosidad por verlo, o delegaba en algún miembro de su Gabinete, para dar explicaciones del éxito de su gestión frente a un enemigo invisible, quizá ni rojo ni masón, pero también peligroso y letal. Sus conciudadanos, súbditos de un Régimen que se sucedía a sí mismo, asistían a estas retransmisiones sumidos en una extraña sensación ambivalente, entre afortunados o manipulados protagonistas de una especie de show de Truman. Crédulos y desconfiados al mismo tiempo. Y es que la España diferente parecía que, esta vez, era realmente diferente, y para bien.

-Mira, abuelo, otra vez sale por la tele el almirante que dirige el ministerio de Sanidad y Familia, ese de pelo tan blanco como su uniforme. Dice que ni pandemia ni , que seguimos inmunes al dichoso virus ese que se ha extendido especialmente entre las decadentes democracias, que todo lo relajan, hasta la salud de las personas.

-¡Anda, no le hagas caso Alvarito, que siempre dice lo mismo con tal de colgar medallas al Gobierno y quedar bien ante el mandamás Aznar! Como han hecho todos anteriormente. Desde Franco, luego Fraga y ahora Aznar, a lo que único que se dedican es a mantener al país herméticamente aislado del exterior. Ni podemos salir ni casi nadie entrar, así ¿cómo se va a producir ningún contagio?

-Pero algo de razón lleva. Lo que en otras partes acaban de descubrir como confinamiento, aquí lo llevamos practicando cerca de un siglo. Y ha resultado ser la medida epidemiológica más eficaz contra la enfermedad. ¿No es suerte?

-Si tú lo crees… ¡Qué daría yo por que algún político nos incite a reclamar libertad, libertad, incluso para elegir entre enfermar o emborracharnos…! Eso sí sería una auténtica revolución, y no la de esas democracias liberales de Europa que nos miran con tanto desdén, como si fuéramos unos apestados.

-¡Pero, abuelo, estás desatado! Te repito lo que tú siempre me dices: que no hable muy alto, que las paredes son de papel y cualquier vecino puede ser un chivato dispuesto a labrarse una segura carrera política, con cargo al ministerio de Interior.

Juan sonrió y continuó junto a su nieto viendo la televisión sin abrir boca hasta que el almirante acabó su loa a los méritos gubernamentales con un “¡Viva España, arriba España!” que los dos musitaron entre dientes, de manera involuntaria, a fuer de la costumbre. Y a punto estuvieron de levantar el brazo si no hubieran cruzado miradas y ahogado el impulso.

-¿Te puedo hacer una pregunta, abuelo?, dijo Álvaro mientras se levantaba del sofá para apagar el televisor. Y sin esperar permiso, inquirió: ¿Es preferible la seguridad de una cárcel a los peligros de la calle? Juan lo observaba con los ojos muy abiertos, esperándose las acostumbradas cuestiones que a bocajarro le planteaba su nieto más díscolo y con el que, sin embargo, más congeniaba. Te lo planteo porque, aunque está bien que nos hayamos librado de esa pandemia por estar viviendo como en otro planeta, a más de uno, si le dieran oportunidad, yo entre ellos, escogería el riesgo de contagio que conlleva la libertad de reunión, de moverse por donde apetezca y hasta de intercambiar opiniones sin miedo ni cohibiciones. Esta paz de los cementerios, como la denostaban en tus tiempos, o esta protección de hermética urna de cristal, en la que vivimos encerrados ahora, ¿te parce bien?

-Hombre, Álvaro, la virtud se halla en el término medio, te lo he dicho mil veces. No sé si porque eres más joven, pero tú eres más inconformista que yo y te cuesta comprender que cada país es fruto de la manera de ser de sus habitantes. Aquí no somos capaces de vivir en libertad, no sabemos ser responsables y enseguida queremos imponer a los demás nuestro punto de vista particular, como ha ocurrido siempre que nos han abierto la mano. ¿Qué es lo mejor? Lo mejor depende de para quien. Para unos es una cosa y, para otros, la contraria. Yo creo que a nosotros nos ha ido bien, muy atados y controlados, pero sin esas controversias y enredos que se ve por la tele que pasan en el extranjero. Además, gracias al autoritarismo del Gobierno, hemos salvado la vida los españoles. ¿Cuántos hubieran muerto por disfrutar del desahogo de esa libertad que tanto mencionas? Ni se sabe, pero seguro que muchos más que en otros países similares, debido a las estrecheces en ayudas y recursos que soportamos, tanto materiales como humanos, a causa del boicot que nos hacen desde fuera. He escuchado que ha habido países que no tenían mascarillas suficientes ni para repartir entre los sanitarios de los hospitales. ¡Imagínate aquí! Aznar será todo lo antipático que tú quieras, pero sabe administrar el país, no hay duda.

-Pero, abuelo, reconócelo: esto no es normal. Vale que, por casualidad, el sistema “autoritario”, como tú lo llamas, haya servido para protegernos de una epidemia mundial, pero ese no era su objetivo ni finalidad. Este sistema dictatorial, que es lo que es, no simplemente autoritario, lo que pretende es que obedezcamos borreguilmente sin rechistar, sin pensar, sin hablar, sin escuchar siquiera. Hemos tenido suerte, vale, pero nada más. Pero lo que sigo sin entender es que esta situación se perpetúe durante décadas, aguantando a tres dictadores consecutivamente. ¿Cómo hemos llegado a esto?

-¡Ay, nieto, qué impulsivo y protestón eres! España es el resultado de nuestros defectos más que de nuestras virtudes. Al parecer, cargamos con más prejuicios y complejos que valor y confianza en nosotros mismos. Desde que dejamos de ser un imperio que dominaba medio mundo, no acabamos de levantar cabeza. Todos los intentos por ser libres acabaron en violencia, con golpes de estado que los impidieron y cortaron en seco, segando vidas, si era preciso. Es lo que ocurrió en el Sexenio Democrático, que desembocó en la proclamación de la Primera República, abortada abruptamente por el golpe del general Pavía, allá por el siglo XIX. Antes se había producido otro intento, como consecuencia de la Guerra de la Independencia, cuando nos enfrentamos a Pepe Botella, como apodaban a José Napoleón, y su pretensión de ser rey de España. Los contrarios, hartos de tanto absolutismo, se conjuraron en Cádiz y redactaron una Constitución que abolía el Antiguo Régimen. Ni dos años duró. El regreso de Fernando VII, conocido como rey felón, fue suficiente para que, contando con apoyos militares y partidarios del absolutismo, se cercenara otra vez aquel intento de ser un país en libertad y democracia.

-¡Pero, abuelo, esas son batallitas antiguas…!      

-¡Qué va! Son algunos de los antecedentes de una constante de nuestra historia. La Segunda República, ya en el siglo XX, instauró un régimen democrático en España, que generó mucha ilusión, pero también muchas antipatías. Tantas que, a los cinco años, se produjo la Guerra Civil de Franco, que se sublevó contra ella y la defenestró, dejando cadáveres repartidos en fosas comunes y cunetas por todo el país. Salvo el fugaz momento de la Transición, más un suspiro que otra cosa, que fue sofocado contundentemente por el teniente coronel Tejero, pistola en mano en el Congreso, nunca más hemos vuelto a tentar el destino con aventuras democráticas. Franco detentó un poder dictatorial hasta que murió de viejo en su cama, dejándolo todo atado y bien atado, incluido el títere que había escogido para sucederle y que resultó ser un sinvergüenza de campeonato, entre mujeriego y corrupto, como se ha visto después. Hizo bien Tejero impidiendo aquel chanchullo de democracia con otro rey felón. Se requería a alguien del régimen y al que el Estado le cupiera en la cabeza, sin titubeos ni tutías. Se barajaron varios nombres, entre militares y civiles, hasta que Fraga se prestó encantado a continuar la tarea de su bien amado Caudillo. Y cuando a él también le llegó el chocheo, un cachorro suyo, leal e implacable como buen hijo del Régimen, le sustituyó. Aznar, un técnico de Hacienda, recibió el apoyo unánime de las Cortes, hace cuarenta años, y desde entonces mantiene nuestro país quieto como una piedra y dócil como un corderito.

El nieto escuchaba absorto las palabras de su abuelo, pero no daba crédito que se desprendiera de lo narrado el inevitable vínculo que condicionaba el destino de un país a la falta de libertad y no reconocimiento de derechos que en cualquier otra parte son indiscutibles. Tres dictadores en cerca de un siglo es, por mucho que el abuelo lo explicara, injustificable. Y que, por simple azar, el régimen asfixiante y claustrofóbico que esos tres tiranos habían mantenido en el tiempo haya sido beneficioso para protegernos de la pandemia, eso no lo exime del altísimo precio que nos ha hecho pagar en contrapartida. Cien años sin libertad para librarnos dos años de una enfermedad. ¿Cuántos muertos y cuánta cárcel ha pagado este país para sortear una pandemia que ni es la primera ni será la última?

Esta era la pregunta que le pensaba formular al abuelo cuando, al darse la vuelta desde la ventana, lo observó cabeceando un sueñecito en el sofá, tal vez vencido por el esfuerzo de exponerle aquella explicación histórica sobre el infortunio de España. También pretendía proponerle el jueguecito que a ambos entretenía de imaginar realidades paralelas para elucubrar lo que hubiera pasado si las cosas hubieran sido distintas a como han sido, pensar cómo actuaríamos ante una situación así si fuésemos una democracia más de Europa. Pero lo dejaría para otra ocasión, no sólo por la visión plácida de la siesta del abuelo, sino porque imaginar futuros distópicos es caer en disquisiciones inútiles de salón que a nada conducen. Prefirió dejarlo descansar, pero manteniéndose completamente decidido a enfrentarse con cualquiera que viniera a refocilarse ante él con aquello de que, gracias a Dios, “ni pandemia ni ”. Estaba harto de los corifeos del poder.  

lunes, 13 de septiembre de 2021

Amenaza de otoño

Aunque es pronto, no para la estación pero sí para el clima, el otoño nos envía la amenaza de sus días grises, frescos pero bochornosos, con lloviznas breves como suspiros que apenas mojan las calles. Después del calor y la luminosidad cegadora de un verano que a veces parecía querer derretirnos, el día de hoy ha amanecido apagado por esas nubes oscuras y tristes que no saben si llorar o romperse para que los rayos del Sol alcancen la tierra. Una estampa típica de un otoño que asoma por el horizonte con amagos que nos hacen albergar la esperanza de un tiempo nuevo, de un cambio en la naturaleza y en nosotros. Y de una vida que continúa sus ciclos a pesar de los miedos que nos han invadido durante estos años de zozobra y pandemia, Por eso, que el otoño comience a anunciarse en el calendario, con la avanzadilla de días plomizos y húmedos, renueva la confianza de un futuro en que la normalidad volverá a marcar nuestras rutinas. Ojala todas las amenazas que nos acechan sean tan esperanzadoras como la del día de hoy.   

sábado, 11 de septiembre de 2021

Vulnerables

Un día como hoy, de hace 20 años, el primer mundo, el Occidente más desarrollado que lidera Estados Unidos de América (EE UU), sufrió un ataque terrorista de magnitudes dantescas, haciendo estrellar tres aviones civiles llenos de pasajeros, secuestrados por asesinos kamikazes, contra edificios simbólicos del poder económico y militar de la primera potencia mundial. Desde ese día tomamos consciencia de que el mundo era limitado, no tenía fronteras y era vulnerable al fanatismo de lunáticos que declaran la guerra a nuestro estilo de vida y nuestros valores.

Cerca de 3.000 personas murieron, y decenas de miles de heridos, en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington. Las dos torres acabaron derrumbándose, con sus inquilinos dentro, por efecto del golpe y los incendios, y un boquete inmenso dejó constancia del impacto del avión en un lateral del Pentágono, Un cuarto avión, al que sus pasajeros impidieron heroicamente lograr su objetivo, se precipitó contra el terreno sin llegar a estrellarse contra el Capitolio. Al Qaeda perpetraba, así, el mayor y más sangriento atentado en un país occidental, lo que supuso el inicio de una batalla sin cuartel contra sus miembros y la liquidación en Afganistán, por fuerzas especiales de EE UU, de su líder más carismático, el saudí Osama Bin Laden. Transcurridos 20 años, el mundo es más inseguro, vive con miedo de nuevos atentados del extremismo islámico, como los acaecidos en Niza, París o Londres, y las libertades quedan supeditadas a criterios de seguridad y vigilancia.

El Ejército más poderoso del planeta, con ayuda de tropas aliadas, no ha podido completar la misión de sembrar la democracia y los valores occidentales en la tierra que daba refugio físico e ideológico a los terroristas de Al Qaeda, Afganistán. La retirada de EE UU de esta “última” guerra no ha sido encomiable, intentando evacuar contrarreloj a su personal y colaboradores, aunque fuera probablemente la única opción posible. Allí, los talibanes celebran esta fecha como un triunfo que les permite recuperar su país. Aquí, en Occidente, recordamos el 11 de septiembre como el día más negro de nuestra historia que nos hizo sentir vulnerables. Todavía no acabamos de comprender las enseñanzas de este enfrentamiento de civilizaciones, del que ninguna de las partes parece tener asegurada la victoria confiando sólo en la fuerza y la violencia. Es un día para reflexionar.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Apatía

Llevo una temporada sintiendo apatía, esa abulia o pereza que se instala en nosotros y nos hace estar desanimados para emprender cualquier cosa, cualquier actividad física o cognitiva. No es cansancio, sino hartura. Y no es por la edad o cosas de viejo, más bien por cierto pesimismo ante situaciones, actuaciones y problemas que resurgen indefinidamente ante la negligencia y falta de interés con que se abordan. Como si fuéramos incapaces de aprender de la experiencia y volviéramos a incurrir en la misma arbitrariedad cortoplacista con que se resuelven coyunturas desde visiones o estrategias interesadas, particulares. Y eso cansa a todo espectador que confía en un cambio de actitud en los protagonistas del espectáculo, en los guionistas del drama que a todos nos afecta, y que tenga en cuenta y no ofenda a la inteligencia del público, a los sufridores de tanto bochorno e indecencia.

Porque ni nuestros dirigentes ni una parte de la población están a la altura que se espera de ellos. El sectarismo de unos y la estulticia de otros hacen que el país en su conjunto parezca dar pasos hacia atrás y retome comportamientos que creíamos superados con el progreso en lo material y el avance en valores y derechos. Es descorazonador que, en un país líder en leyes sociales que persiguen la protección de la igualdad y la diversidad en una sociedad moderna y plural, surjan de nuevo voces de odio, las afrentas de la intolerancia y los actos de desprecio y violencia hacia el otro que no encaja en vetustos esquemas de falsa e impuesta uniformidad identitaria, cultural y social. Cuando creíamos que habíamos superado clichés y prejuicios, entre otras cosas por ser pioneros en reconocer legalmente el matrimonio entre homosexuales, combatir la violencia machista que sufre la mujer, priorizar la salud frente a cualquier otro interés mercantil y defender la pluralidad ideológica y política, como corresponde a cualquier democracia que se precie, vuelve el triste espectáculo de los patriotas de las esencias rancias, de los que aún cuestionan la violencia de género, discrepan de los derechos de las minorías, victimizan al inmigrante y al desfavorecido, expanden carnets de demócrata o constitucionalista entre sus pares para deslegitimar a los adversarios y reescriben el pasado que desvela sus simpatías.

La mediocridad, los abusos y los egoísmos afloran una y otra vez en capas y estamentos de nuestra sociedad, dando lugar a chapuzas, componendas y corruptelas que hacen abochornar al más iluso y optimista de sus miembros, favoreciendo la desafección y la desconfianza en buena parte de la población. De ahí el hartazgo y la apatía que se acentúan cuando conquistas laborales son laminadas por prioridades económicas, comerciales o empresariales, cuando derechos sociales son desatendidos por intereses políticos o financieros, cuando el interés común se supedita al particular.

Quien haya sido testigo de una farsa así en la convivencia entre poderosos y débiles, en la que sus relaciones se reescriben constantemente para afianzar los privilegios de unos y mantener a otros en su condición y sitio, cambiando sólo expresiones y caretas que actualizan la obra sin alterar el guion, no puede evitar el sopor y el hastío. Un drama vital que provoca apatía al más pintado. Como me sucede a mí de un tiempo a esta parte. Y no creo que sea el único ni tampoco por la edad. Pero puede que esté equivocado y, en realidad, comience a sentirme viejo. ¡Quién sabe!           

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Filosofía e Historia

Hablar de Filosofía y hablar de Historia es referirse a disciplinas que paulatinamente van perdiendo peso en la enseñanza reglada de nuestro país, o que han desaparecido ya de ella, como es el caso de la primera. Se tratan de asignaturas troncales que engrosaban el ámbito de las consideradas Humanidades, donde compartían cobijo con Literatura, Geografía, Ética, Arte, las Lenguas Clásicas, etc., materias relegadas casi en su totalidad por la emergencia de una enseñanza utilitarista en la que predominan asignaturas prácticas, útiles para la formación de estudiantes con los conocimientos concretos que demanda el mercado laboral.

En la actualidad, las Humanidades ocupan menos de la cuarta parte del tiempo empleado en el currículo escolar de la Enseñanza Secundaria. Sin embargo, una formación basada sólo en saberes empíricos y técnicos sustrae a la persona del conocimiento integral que le permitiría tener una visión más completa y comprensible de la realidad y de sí mismo como persona individual y social, no sólo productiva. Se le hurtan herramientas para conseguir esa capacidad crítica con la que enfrentarse a los dogmas de lo establecido por mandato de la autoridad, la tradición, las creencias o la simple desidia cultural, cuando no los convencionalismos basados en prejuicios.

La pérdida de la Filosofía ha sido largamente denunciada no sólo por los académicos de la asignatura sino incluso por el alumnado consciente de una amputación formativa que le restará capacidades y oportunidades para enfrentarse a un mundo complejo con argumentos sólidos y racionales, cercenándole la potencialidad de cuestionar dogmas religiosos, sociales, científicos y culturales aceptados sin más por un juicio conformista y nihilista. Y ello, simplemente, por esa tendencia de convertir la educación (fruto de educar: “nutrirse de conocimiento”) en compartimientos estancos o parcelación de saberes condicionados por las necesidades y exigencias del mundo del trabajo, y no para fortalecer nuestra naturaleza de seres pensantes que hacen uso de un raciocinio robustecido por el saber.

Esta marginación de la Filosofía en el sistema educativo, como expone Víctor Gómez Pin en su último libro acerca de El honor de los filósofos, ha sido denunciada en múltiples ocasiones y lugares por todo aquel que percibe esta afrenta a una formación humanística e integral, a pesar de que este clamor por la sabiduría, que tanto admiramos cuando la descubrimos en quienes la cultivan, se pierda en el desierto.

Pero la situación puede ir ar peor, puesto que ya no sólo no se enseña a reflexionar sobre las dudas que nos presenta la existencia, sino que, además, la enseñanza de la Historia, ese relato del pasado que nos impregna como individuos y como sociedad, también está siendo objeto de interpretaciones y fragmentaciones que magnifican o mitifican aspectos relacionados con la raza, la religión, la nación, la lengua o cualquier otra manifestación organicista suprasubjetiva.

La explicación y enseñanza de la Historia, del pasado de las sociedades humanas, ha de ser racional, riguroso, probatorio y demostrativo, es decir, veraz y crítico, para que constituya un antídoto contra la ignorancia que alimenta la imaginación interesada o mistificadora de un pasado mítico. Y esa racionalidad histórica ha de inculcarse como materia educativa en la enseñanza secundaria, cuando los jóvenes desarrollan la capacidad para el pensamiento complejo y el razonamiento abstracto, como advierte Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea, en un reciente artículo (“La Historia en secundaria: una necesidad cívica”, El País, 27/08/21). 

Las tensiones que sufre la Historia al ser utilizada con intereses ideológicos, nacionalistas o populistas, mediante lecturas sesgadas que subrayan la “identidad” de toda colectividad humana de cualquier índole (ya sea de parentescos, etnias, razas, religiones, etc.), dificultan su enseñanza objetiva, científica y académica en la escuela. Sin una conciencia histórica que nos explique que somos fruto de un tiempo previo y un espacio geográfico, y sin capacidad para reflexionar sobre el presente en el que nos desenvolvemos, difícilmente llegaremos a comportarnos como sujetos libres y responsables, comprometidos con el desarrollo de nosotros mismos y la sociedad de la que formamos parte.

De ahí la importancia de la Filosofía y la Historia en la formación de cada persona, en estos tiempos, precisamente, de “líquidas” convicciones y fáciles ensoñaciones.

jueves, 26 de agosto de 2021

Los Rolling no son eternos

Van despareciendo los mitos que creíamos imperecederos, aquellos que nos permitieron forjar creencias, dieron valor a nuestros conocimientos y nutrieron la cultura que nos servía de asidero en la vida. Pero, a estas alturas del descreimiento que los años instalan en nosotros, sabemos que nada es eterno, ni siquiera los Rolling Stones, la mítica banda inglesa de rock que, desde una lejana adolescencia, alegraba el son de nuestros confiados pasos callejeros. El batería del grupo, Charlie Watts, aquel que nos deslumbrara con el ritmo en Honky Tonk Woman, acaba de fallecer en Londres, a los 80 años de edad. La biología, como era de esperar, rendía tributo a la muerte. Y los demás componentes del grupo, que son de la misma quinta, tarde o temprano sucumbirán al destino inefable que aguarda a todo ser vivo, sea artista, sabio o idiota. Pero ser testigos del final de una histórica aventura musical, que marcó nuestras vidas, no deja de ser ingrato: nos enfrenta a la pérdida irremediable de lo que creíamos eterno, la desaparición de nuestros mitos. Porque los Stones eran un icono de la música contemporánea, incluso en su actual período de genial senectud. Y lo seguirán siendo aunque desaparezca el último de sus integrantes y ya nada sea lo que era. Sus discos y grabaciones perdurarán a todos nosotros, haciéndonos recordar los tiempos gamberros en que nada nos satisfacía, salvo Satisfaction.

 



    

jueves, 19 de agosto de 2021

Desfasado

Llevo unos años sintiéndome desfasado de los tiempos actuales, arrollado y superado por una realidad que cada vez me cuesta más trabajo comprender y asumir. Al parecer, estoy convirtiéndome en un ser anticuado, cuyas ideas y valores han quedado obsoletos al no ser idóneos ni útiles para conducirse en la vida hoy día. Irremediablemente, me he ido incorporando a la banda de vejestorios que no paran de refunfuñar y cuestionar los usos y costumbres que imperan en la actualidad y que se dedican a contar “batallitas” antiguas y hacer comparaciones con hechos del pasado de los que fueron testigos. Tal es, al parecer, la ocupación postrera de una gran parte de los jubilados, entre la que me hallo. Porque todo cambia, menos uno.

Por eso atrae la atención a los ojos cansados de un pensionista la actitud incoherente de una parte de la juventud, forzada a la precariedad que le aguarda si quiere abrirse un camino autónomo en la vida. No se trata sólo de que asuma con resignación la inseguridad laboral o profesional que se le impone, sino que, encima, parece aceptar de buen grado un modelo económico que le perjudica y explota, votando a formaciones políticas que lo preconizan. Según las ideas trasnochadas de mentes arcaicas, como la mía, es una contradicción ser trabajador, máxime si no es cualificado, y considerar conveniente el modelo neoliberal que propugna la derecha. O pertenecer a sectores sociales dependientes de los servicios públicos y apoyar ideologías que se basan en la “libertad” de afrontar las propias necesidades básicas sin el socorro del Estado. Es como si ahora no se entendiese que el destino de un proletario es sufrir una vida de sacrificios y estrecheces, sin más derechos que los que consiente el mercado. Sentados en un banco del parque, los jubilados percibimos con asombro que muchos jóvenes aceptan la desigualdad sin ánimo de combatirla, al menos electoralmente, ahora que se puede.

Otra cuestión incomprensible para un viejo es el afán por la tecnología en vez de por la emancipación que atrae a las nuevas generaciones. Es cierto que la vida actual es muy cara, pero en comparación con otras necesidades perentorias, como la vivienda, los caprichos tecnológicos lo son aún más. Ese es uno de los motivos que retrasa la independencia de los jóvenes, atrapados entre unas condiciones laborales indignas y unas exigencias cotidianas costosas, respecto de sus padres, aun cuando la actualidad sea mucho menos dura y perversa que antaño. Tales prioridades resultan extrañas para un abuelo apeado del mundo moderno.

Pero no se trata exclusivamente de un conflicto generacional, sino de convicciones. Me enerva la avaricia especulativa en todo tipo de negocios que no respeta el interés social y humano. Bienes de primera necesidad, como la luz, el agua, la alimentación o la vivienda están orientados a la búsqueda de beneficios y rentabilidad, a pesar de que cuenten con recursos públicos vía impuestos que contribuyen a su financiación. Las ayudas públicas para poder acceder a algunos de ellos son tan limitadas y engorrosas que apenas palian las dificultades que ahogan a quienes no pueden costearlos. Y, sin embargo, los responsables políticos alardean de una recuperación económica que no llega a toda la población de manera equitativa. Los rescates y las subvenciones a fondo perdido están destinados, en mayor proporción, a bancos, la industria, la hostelería, compañías aéreas, incluida la iglesia, etc., sin que nadie discuta esa “paguita” de la que se benefician destinatarios poderosos, pero se cuestione la que con racanería se destina a personas extremamente vulnerables y a punto de caer en la exclusión. Y lo triste, para un anciano que conoce los giros de la vida, es que muchos trabajadores, no sólo la derecha, son contrarios a esta red de protección social que podrían necesitar en cualquier momento de su vida laboral, considerándola un despilfarro injustificado.

Desgraciadamente, existen demasiadas cuestiones que sobrepasan mi entendimiento y la lógica que me permitió transitar por la vida hasta alcanzar la dorada pasividad laboral de la jubilación, no la mental y racional. Tantas y a todo nivel que me hacen sentir un desfasado de los acelerados tiempos actuales, en los que prima lo efímero, lo espectacular y lo superficial. Como un dinosaurio que confía en su experiencia y conocimientos, asisto al derrumbe de un mundo basado en valores y certezas que es sustituido por otro sustentado en medias verdades, intolerancia, bulos y mercantilismo en todos los aspectos sociales. Un mundo donde la educación no está asegurada, las pensiones son insostenibles, el trabajo es una posibilidad y no una probabilidad, la vivienda es un lujo, el presente es convulso y el porvenir incierto.

En mi banco del parque, observo una realidad que me hace sentir desfasado porque apenas la entiendo. Y lo que es más preocupante, que cada día me resulta más confusa e incomprensible. ¿Estaré chocheando?                   

jueves, 5 de agosto de 2021

Canícula pandémica

Se entiende por canícula al período comprendido entre la segunda mitad de julio y la primera quincena de agosto por ser, en teoría, el más caluroso del año. La canícula, por tanto, es el punto álgido del verano en España, cuando el grueso de la población programa sus vacaciones en busca de las brisas del mar o de la montaña para refrescarse. Y en este segundo verano pandémico, con más razón aún. Además del bochorno térmico, insoportable en urbes como sartenes, los españoles quieren aliviar la sensación de agobio carcelario que les provoca las limitaciones y restricciones en sus hábitos cotidianos impuestas para frenar los contagios de una enfermedad imparable. Hay insaciables deseos por retomar las rutinas y sentir de nuevo la vida latir sin ataduras.

Siendo el nuestro un país turístico, dotado de una impresionante infraestructura del ocio hasta el extremo de ser la más potente industria nacional, el desahogo vacacional de los naturales está en gran medida compensando las dificultades en la llegada masiva de turistas extranjeros, hacia los que se orienta este negocio. Las ganas de asueto y los ahorros conseguidos gracias a los confinamientos y los aforos reducidos han posibilitado tal ímpetu en el consumo hotelero, hostelero y, en definitiva, de ocio, propio de la estación, pero también en el de reformas del hogar y otros gastos inhabituales en el verano.

De este modo, la canícula pandémica está favoreciendo una fuerte recuperación de la economía en España, con crecimientos superiores a la media europea, conforme avanza la vacunación y mejoran las expectativas macroeconómicas y productivas. Lo que no crece son los índices de lectura de libros y prensa ni la actividad cultural en general, que acusan los estragos causados por los impedimentos epidemiológicos a la crónica anorexia de la cultura española, que sigue siendo tan insignificante que ni ayudas reclama al Estado, como hacen la hostelería y el ocio nocturno, por ejemplo. Eso sí, la electricidad y la gasolina disparan su precio hasta cotas no vistas ni en épocas de pleno empleo, cuando ninguna crisis, ni económica ni sanitaria, castigaba al empleo y los ingresos de las familias, cercenando sus esperanzas de progreso.     

Resulta extraña esta canícula pandémica, con las impulsivas reacciones que despierta entre el personal, como si fuese la última oportunidad de disfrutarla en nuestras vidas. Una canícula que nos hace olvidar, por el ímpetu con que la celebramos, a los que sucumbieron a la letalidad de una enfermedad todavía no vencida ni a quienes quedaron en la orilla de una economía que no garantiza un salario digno y, menos aún, un puesto de trabajo al que está en condiciones de trabajar, a pesar de los Ertes y demás parches caritativos. Ojalá la canícula vuelva a ser lo que era, aquella rutina soporífera de unas horas lentas empapados en sudor, siguiendo embelesados el vuelo de las moscas.