lunes, 27 de diciembre de 2021
La lluvia
jueves, 23 de diciembre de 2021
Feliz Navidosis
Esa inflamación recurrente que te hace comer, beber, reunirte con compañeros, amigos y familia, hacer regalos, felicitar a propios y extraños y consumir lo que no necesitas como si el mundo se fuera acabar después de estas fiestas. Cuídate de esta pandemia. Se puede ser feliz sin tanto dispendio y comedia.
jueves, 9 de diciembre de 2021
Virus y lava
Tras esta sexta ola que vuelve a zambullirnos en incertidumbres, quizás haya que reubicar nuestra posición en el mundo, con humildad y lucidez, para hacer compatible la civilización con la naturaleza, dejando de creernos dueños y señores de un planeta que no nos pertenece en exclusiva y en el que hasta los virus se rebelan.
viernes, 3 de diciembre de 2021
Ensoñaciones musicales
El trozo de una melodía emergió de manera suave en la banda sonora de las imágenes mafiosas, adictamente sugestivas, de un capítulo de la serie Peaky Blinders, que llamaron inmediatamente mi atención. La canción me resultaba conocida, aunque no aquella versión. La voz desgarrada del intérprete y el minimalismo musical, compuesto sólo de notas de piano y bajo, profundizaban la atmósfera nostálgica de alguien, al que se refiere la letra, que hace recuento de un pasado militar cuando desaloja lo acumulado en su garaje. Poseo desde hace muchos años el disco de Paul Young que incluye ese bello tema: Soldier´s things, pero ignoraba al autor de la versión que acababa de escuchar en la serie. No tardé en encontrarlo: era Tom Waits, el compositor originario de la canción. Descubro que sería Paul Young el que la versionaría años más tarde. Ambas versiones son, en cualquier caso, estremecedoramente hermosas, cada una a su estilo. No obstante, también hallé otra versión instrumental aún más evocadora, interpretada por el saxofonista de jazz fusión Eric Leeds. Es la que les ofrezco para su estimación ¿Qué les parece?
miércoles, 1 de diciembre de 2021
Otro diciembre
Y como cada año, fiel a mis debilidades, tan influyentes o más que mis fortalezas, vuelvo a rememorar y recomendar la manera más grata de celebrar este mes icónico del cambio de ciclo, sino con música, esos sonidos armónicos que estimulan estados de ánimo que nos permiten apreciar la nívea belleza de la estación que ahora comienza. Diciembre, para mí, siempre se acompaña de las notas musicales de George Winston, de esa melodía que invita al recogimiento y la reflexión, y al recuerdo nostálgico de aquellos momentos felices que nos ha proporcionado la vida a lo largo, precisamente, del tiempo. Por eso, soy incapaz de desligar sentimentalmente diciembre de December, sin que la emoción que me despierta esta fecha no haga germinar la que me provoca esta pieza de piano, fundiéndose ambas en un único estremecimiento. Siéntanlo.
lunes, 29 de noviembre de 2021
Huérfanos de Almudena
Una orfandad que se hace más honda al no poder tampoco leer su artículo quincenal en la revista dominical del mismo periódico, donde mezclaba opinión y relatos. Me imagino que esa cabecera mediática padecerá como nadie la pérdida de un colaborador que tanta confianza y admiración despertaba entre sus numerosos lectores. Porque eso es lo que generaba la escritora Grandes en sus seguidores: admiración, confianza y credibilidad en su manera de percibir y presentar los avatares de nuestro tiempo y lugar.
Nunca antes había visto llorar a nadie por la desaparición
de una persona sólo conocida por su producción literaria. La relación que
Almudena Grandes lograba establecer con muchos de sus lectores, basada en la
claridad y sinceridad de su pluma, en esa honestidad para posicionarse a favor
de los perdedores de todas las infamias de la existencia, tanto de la historia como
de la ficción, ha hecho que los sentimientos aflorasen en los ojos de los más
sensibles. Pero he presenciado esa emotividad en el entorno de mis seres más
cercanos, haciéndome comprender la sutil pero firme ligazón que une a un
escritor con su lector.
Serán legión los que llorarán su ausencia y más los que se
sentirán huérfanos de la voz que hablaba claro desde el periódico y los libros
a quienes atendían en silencio cómplice lo que decía. Echarán de menos esa luz
que iluminaba el presente para denunciar sus miserias y esas novelas que
desvelaban con sus personajes y sus vicisitudes nuestro pasado más bochornoso o
nuestra manera de ser más repudiable. Descanse en paz la más grande de las Grandes,
Almudena.
miércoles, 24 de noviembre de 2021
Un relámpago consciente.
domingo, 14 de noviembre de 2021
El fracaso de Glasgow
lunes, 8 de noviembre de 2021
Encantamiento con Cuenca
Pero con Cuenca me equivoqué, al menos con su parte antigua,
el centro histórico que se aferra a la roca que ha sido esculpida durante milenios
por los ríos Júcar y Huécar hasta dejarla aislada de la serranía a la que
pertenece. Entre las hoces que han cavado esos ríos se yergue el promontorio en
el que los árabes fundaron una ciudad fortificada, rodeada de murallas y coronada
por un castillo, que pretendía ser inexpugnable. Tales ruinas son los cimientos
del casco histórico de Cuenca, al que se accede por empedradas calles empinadas
que culminan en una especie de descansillo, un ensanche donde se ubica la Plaza
Mayor, presidida por la Catedral, la primera de estilo gótico de Castilla, que
mandó construir el rey Alfonso VIII sobre los restos de la mezquita de la
fortificación árabe. Desde allí se continúa ascendiendo hasta alcanzar la cima
del promontorio, coronado por las ruinas de un castillo medieval del que sólo
se conserva parte del lienzo de su entrada, y desde donde la vista se extasía
con la panorámica de esa Cuenca que desafía la gravedad con sus balcones
voladizos, que sobresalen sobre los riscos de la roca, hasta convertirse en el
símbolo más emblemático y turístico de la ciudad.
miércoles, 3 de noviembre de 2021
Contra el coche
Si no, observen la fotografía que ilustra este comentario.
Toda una zona de aparcamientos, de más de ciento cincuenta metros de longitud, que
era utilizada por los propietarios de las viviendas lindantes y los clientes de
los comercios frente a ella, ha sido suprimida de la noche a la mañana, sin
contemplaciones. La que existía en la acera opuesta, ya había sido anulada por
la construcción de un carril para bicicletas. Se trata de una avenida importante,
una vía radial que sale de la ciudad en dirección noreste, razón por la que se
llama Carretera de Carmona. Por lo que se ve, ya no se trata sólo de prohibir
circular, como si fuera un delito, sino también de aparcar, cosa al parecer tan
grave o más que la primera. Echándole buena fe para asumir que no se deba
circular, no se comprende por qué no se puede aparcar.
Es cierto que cada vez hay más coches mientras las calles y
avenidas siguen siendo las mismas, salvo en áreas nuevas de crecimiento urbano
en la periferia. La excusa medioambiental y la densidad del tráfico sirven para
perpetrar estos despropósitos a la hora de presumir sensibilidad ecológica en municipios
presuntamente “verdes”, pero sin que merme la recaudación fiscal. La idea es
acabar con el coche en las ciudades, sin que se deje de comprarlos, de manera que
sólo taxis, autobuses, motocicletas, bicicletas y patinetes conformen el parque
motorizado de las urbes modernas. Y si usted no tiene garaje para su coche, vaya
a buscarse la vida a otra calle, y continúe pagando su “sellito” del coche.
La situación, para más “inri”, sería de risa si no fuera porque
a los “iluminados” de la iniciativa se les ha escapado las consecuencias de extrema
peligrosidad que se podrían derivar. En su fanatismo por impedir cualquier
posibilidad de aparcar, instalando marmolillos de hierro atornillados a la
calzada, también están obstaculizando el acceso de ambulancias o bomberos a las
viviendas o comercios de la calle que precisen de su intervención urgente. Además,
se imposibilita, incluso, detener el vehículo para que se bajen quienes deban
acudir a un Centro de Salud ubicado a pocos metros de esta zona de
aparcamientos anulados. Si esta medida ha rendido algún beneficio a la
circulación, cosa que se desconoce, ha sido a costa de provocar problemas y
perjuicios mayores a los vecinos y viandantes de la zona. Sevilla aspiraba a ser
la ciudad de las personas, pero no cuenta con ellas ni con sus necesidades de
movilidad. Un hábitat sostenible no se consigue sólo con prohibiciones y
sanciones que criminalizan al coche, sino concienciando sobre la preservación
del medio ambiente y facilitando la transición a un modo más sostenible de
nuestro estilo de vida, que, por cierto, nos ha sido impuesto. Y, de momento,
sólo se ha optado por las multas y la demagogia.
lunes, 1 de noviembre de 2021
Noviembre
martes, 26 de octubre de 2021
La estupidez de los tontos
Ese es el propósito de un librito sumamente entretenido. Se
trata de Breve tratado sobre la estupidez humana*, un ensayo -dos
veces bueno, por breve y por bueno- escrito por Ricardo Moreno Castillo,
matemático y filósofo, con el que es imposible no ir poniendo rostros a las
descripciones que hace el autor de los “tontos a medias, los medio tontos, los tontos
a ratos, tontos para una cosa y no para otra, tontos de solemnidad, el tonto a
tiempo completo, el que no abre la boca si no es para soltar una necedad, el
tonto que no hay por dónde cogerlo”. Es decir, el libro va dirigido contra los
idiotas, necios, majaderos, bobos, imbéciles, mentecatos, obtusos, cenutrios y
demás ralea de tontos habidos y por haber, con la declarada intención de desenmascararlos
y evitar que sigan contagiando de estupideces el pensamiento y la conducta del
ciudadano inteligente que se siente aturdido por la proliferación de tantos
tontos por doquier.
Es una obra recomendable. Y es oportuno leerla porque actualmente las bobadas resplandecen más que nunca gracias a las redes sociales y las subvenciones oficiales. Además, junto a otras recomendaciones, reproduce un consejo de Mark Twain sobre el trato con los tontos: “Nunca discutas con un estúpido. Te hará descender a su nivel y ahí te gana por experiencia”. No tiene desperdicio.
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*: Ricardo Moreno Castillo, Breve tratado sobre la estupidez humana. Fórcola ediciones. Madrid, 2018.
domingo, 24 de octubre de 2021
¿Último cambio de hora?
Sin embargo, debido a la latitud geográfica en que se ubica
España, al sur de Europa, nunca ha habido justificación real para realizar
cambios en el horario que suponen alargar el día hasta las diez de la noche o
más, como acontece durante el verano. La crisis energética de 1973, originada
por la guerra entre árabes e israelíes, fue la causa para proceder, por primera
vez en tiempos de paz, a un cambio horario -horario de verano- que permitía una
hora más de luz al día, lo que en teoría debía suponer un ahorro en el consumo
de derivados del petróleo. Desde entonces, cerca de 70 países, la mayoría de
ellos en el hemisferio norte, practican el cambio de hora. Pero lo que es
comprensible para los países del norte, donde oscurece temprano, no resulta conveniente
en los del sur, como España, sometidos a una fuerte irradiación solar por su
cercanía al ecuador terrestre. En estas latitudes, lo que se ahorra, si es que
se ahorra, en bombillas se gasta, multiplicado por cien, en climatizadores de aire.
No hay, por tanto, razones claras para imponer a la población dos
modificaciones horarias al año que acaban afectando a la salud y la conducta de
las personas, a menos que existan otras intenciones no declaradas.
Esperamos, pues, que el próximo sea el último cambio de
horario que se produce en España, no sólo por las razones reseñadas, sino
también para cumplir con la directiva europea que insta a mantener un horario
inalterable todo el año, preferentemente el de invierno. Ojalá el Gobierno siga
las recomendaciones de los expertos, como hizo con la pandemia, y nos regale a
partir del 31 de octubre un horario permanente más apropiado a nuestras
necesidades humanas. Salvo los que tienen sangre de lagartos o intereses de por
medio, todos se lo agradecerán.
lunes, 18 de octubre de 2021
Carencias en Atención Primaria
A la estructural falta de recursos materiales, que impide el
pleno desarrollo de una medicina preventiva y asistencial entendida como tal
(laboratorios, radiografías, sala de curas y primeros auxilios, etc.), se une
en los últimos años una escasez, ya raquítica, de personal que abochorna a los
propios profesionales que prestan servicios en la Atención Primaria. Todo lo cual
ocasiona, no sólo la insatisfacción y la desconfianza de los usuarios, sino también
la saturación permanente de las urgencias de los hospitales, adonde se dirigen
los demandantes de una atención médica incluso sin la debida indicación del
médico de cabecera.
Pero lo que es más grave: el tratamiento y seguimiento de
patologías crónicas se ha enlentecido hasta niveles preocupantes, por cuanto incide en el deterioro de los enfermos que las padecen. Y ello es debido porque no existe
personal suficiente en medicina primaria para aliviar el atasco asistencial
acumulado. Una cita médica puede tardar más de diez días en conseguirse. Y una
derivación a un especialista puede demorarse más de medio año en programarse.
Las “famosas” listas de espera diagnóstica y quirúrgica han dejado de servir
para medir la calidad de la atención sanitaria en nuestro país, simplemente
porque sus registros han sido desbordados por la realidad. Y ello no es
explicable, menos aún justificable, por la pandemia.
miércoles, 13 de octubre de 2021
Sentirse viejo
Es lo que me sucedió hace poco cuando, durante un paseo
dominical por el centro de la ciudad, disfrutando de un día espléndido que
invitaba a dejarse arrastrar entre callejuelas bañadas de luz y bendecidas por
una temperatura agradable, de súbito una señora me clavó su mirada fija, impidiéndome
el paso. Sin desearlo, me detengo más sorprendido que asustado, presagiando
que, como solía ser habitual, mi despiste congénito me enfrente ante algún conocido
del que no recuerde ni el nombre. Estuvimos mirándonos seis o siete segundos,
que me parecieron eternos, mientras rebuscaba en mi mente las fichas olvidadas de
la memoria de amigos, compañeros o extraños con los que hubiera mantenido una
relación antigua ya interrumpida. No sería la primera vez que habría charlado con
alguien al que remotamente sabía que debía conocer pero no terminaba por
recordar, siguiéndole el hilo de la conversación. No fue el caso.
Pero por si no tenía bastante escarmiento, aquel mismo día y
durante el mismo paseo un señor mayor con sombrero pronuncia mi nombre a viva
voz mientras nos cruzamos en un puente, obligándome a mirarlo y detenerme. Insiste
en preguntarme si me llamo así. Esta vez la lucidez no acude en mi ayuda. Como
le confieso que no lo reconozco, comienza a contarle a su acompañante que yo
era compañero suyo del bachillerato, que era natal de un país caribeño y que,
junto a otros colegiales, compartimos unos años de estudios y gamberradas. La
descripción del contexto de mi adolescencia desempolvó mi memoria, y los rasgos
de aquel hombre mayor se fueron aclarando hasta coincidir con los de un antiguo
camarada de mocedad. Y otra vez la vejez de otros sirve de espejo de la propia.
Por mucho que intentemos ignorar el paso del tiempo, engañando a nuestros
sentidos de sus heridas, serán los otros los que harán, aun sin pretenderlo, que
nos sintamos viejos, aunque la edad y sus síntomas hayan sido clementes con uno.
Todo se confabula para que no olvidemos que los años no perdonan a nadie. Maldita
sea.
domingo, 3 de octubre de 2021
Por fin, octubre
lunes, 27 de septiembre de 2021
Ni pandemia ni "ná"!
Por una vez, desde tiempos inmemoriales, España estaba sorteando una de esas calamidades que, de manera recurrente, asuelan al mundo y no era objeto de cuestionamiento o menosprecio para las demás naciones supuestamente más avanzadas de su entorno. El país se estaba librando del azote de una inesperada pandemia que, no sólo mataba a muchos de los que contagiaba, sino que desencadenaba, además, la ruina económica en prácticamente todas las naciones por donde pasaba. España, por tanto, se había erigido sin proponérselo en una excepción milagrosa en la lucha contra la crisis sanitaria y el dictador que había sucedido al dictador que sucedió al primer dictador no cabía en sí de gozo. Sus políticas de mano firme y puño de hierro se habían mostrado sumamente eficaces contra la enfermedad, mejor incluso que contra la población a la que oprimía. Cada dos o tres semanas aparecía por televisión más risueño que nunca, lo que ya en sí despertaba curiosidad por verlo, o delegaba en algún miembro de su Gabinete, para dar explicaciones del éxito de su gestión frente a un enemigo invisible, quizá ni rojo ni masón, pero también peligroso y letal. Sus conciudadanos, súbditos de un Régimen que se sucedía a sí mismo, asistían a estas retransmisiones sumidos en una extraña sensación ambivalente, entre afortunados o manipulados protagonistas de una especie de show de Truman. Crédulos y desconfiados al mismo tiempo. Y es que la España diferente parecía que, esta vez, era realmente diferente, y para bien.
-Mira,
abuelo, otra vez sale por la tele el almirante que dirige el ministerio de
Sanidad y Familia, ese de pelo tan blanco como su uniforme. Dice que ni
pandemia ni ná, que seguimos inmunes al dichoso virus ese que se ha extendido
especialmente entre las decadentes democracias, que todo lo relajan, hasta la
salud de las personas.
-¡Anda,
no le hagas caso Alvarito, que siempre dice lo mismo con tal de colgar medallas
al Gobierno y quedar bien ante el mandamás Aznar! Como han hecho todos
anteriormente. Desde Franco, luego Fraga y ahora Aznar, a lo que único que se
dedican es a mantener al país herméticamente aislado del exterior. Ni podemos
salir ni casi nadie entrar, así ¿cómo se va a producir ningún contagio?
-Pero
algo de razón lleva. Lo que en otras partes acaban de descubrir como
confinamiento, aquí lo llevamos practicando cerca de un siglo. Y ha resultado
ser la medida epidemiológica más eficaz contra la enfermedad. ¿No es suerte?
-Si
tú lo crees… ¡Qué daría yo por que algún político nos incite a reclamar
libertad, libertad, incluso para elegir entre enfermar o emborracharnos…! Eso
sí sería una auténtica revolución, y no la de esas democracias liberales de
Europa que nos miran con tanto desdén, como si fuéramos unos apestados.
-¡Pero,
abuelo, estás desatado! Te repito lo que tú siempre me dices: que no hable muy
alto, que las paredes son de papel y cualquier vecino puede ser un chivato
dispuesto a labrarse una segura carrera política, con cargo al ministerio de
Interior.
Juan
sonrió y continuó junto a su nieto viendo la televisión sin abrir boca hasta
que el almirante acabó su loa a los méritos gubernamentales con un “¡Viva
España, arriba España!” que los dos musitaron entre dientes, de manera
involuntaria, a fuer de la costumbre. Y a punto estuvieron de levantar el brazo
si no hubieran cruzado miradas y ahogado el impulso.
-¿Te puedo hacer una pregunta, abuelo?, dijo Álvaro mientras se levantaba del sofá para apagar el televisor. Y sin esperar permiso, inquirió: ¿Es preferible la seguridad de una cárcel a los peligros de la calle? Juan lo observaba con los ojos muy abiertos, esperándose las acostumbradas cuestiones que a bocajarro le planteaba su nieto más díscolo y con el que, sin embargo, más congeniaba. Te lo planteo porque, aunque está bien que nos hayamos librado de esa pandemia por estar viviendo como en otro planeta, a más de uno, si le dieran oportunidad, yo entre ellos, escogería el riesgo de contagio que conlleva la libertad de reunión, de moverse por donde apetezca y hasta de intercambiar opiniones sin miedo ni cohibiciones. Esta paz de los cementerios, como la denostaban en tus tiempos, o esta protección de hermética urna de cristal, en la que vivimos encerrados ahora, ¿te parce bien?
-Hombre,
Álvaro, la virtud se halla en el término medio, te lo he dicho mil veces. No sé
si porque eres más joven, pero tú eres más inconformista que yo y te cuesta
comprender que cada país es fruto de la manera de ser de sus habitantes. Aquí
no somos capaces de vivir en libertad, no sabemos ser responsables y enseguida
queremos imponer a los demás nuestro punto de vista particular, como ha
ocurrido siempre que nos han abierto la mano. ¿Qué es lo mejor? Lo mejor
depende de para quien. Para unos es una cosa y, para otros, la contraria. Yo
creo que a nosotros nos ha ido bien, muy atados y controlados, pero sin esas
controversias y enredos que se ve por la tele que pasan en el extranjero.
Además, gracias al autoritarismo del Gobierno, hemos salvado la vida los
españoles. ¿Cuántos hubieran muerto por disfrutar del desahogo de esa libertad
que tanto mencionas? Ni se sabe, pero seguro que muchos más que en otros países
similares, debido a las estrecheces en ayudas y recursos que soportamos, tanto materiales
como humanos, a causa del boicot que nos hacen desde fuera. He escuchado que ha
habido países que no tenían mascarillas suficientes ni para repartir entre los
sanitarios de los hospitales. ¡Imagínate aquí! Aznar será todo lo antipático
que tú quieras, pero sabe administrar el país, no hay duda.
-Pero,
abuelo, reconócelo: esto no es normal. Vale que, por casualidad, el sistema
“autoritario”, como tú lo llamas, haya servido para protegernos de una epidemia
mundial, pero ese no era su objetivo ni finalidad. Este sistema dictatorial,
que es lo que es, no simplemente autoritario, lo que pretende es que
obedezcamos borreguilmente sin rechistar, sin pensar, sin hablar, sin escuchar
siquiera. Hemos tenido suerte, vale, pero nada más. Pero lo que sigo sin entender
es que esta situación se perpetúe durante décadas, aguantando a tres dictadores
consecutivamente. ¿Cómo hemos llegado a esto?
-¡Ay,
nieto, qué impulsivo y protestón eres! España es el resultado de nuestros
defectos más que de nuestras virtudes. Al parecer, cargamos con más prejuicios y
complejos que valor y confianza en nosotros mismos. Desde que dejamos de ser un
imperio que dominaba medio mundo, no acabamos de levantar cabeza. Todos los intentos
por ser libres acabaron en violencia, con golpes de estado que los impidieron y
cortaron en seco, segando vidas, si era preciso. Es lo que ocurrió en el
Sexenio Democrático, que desembocó en la proclamación de la Primera República, abortada
abruptamente por el golpe del general Pavía, allá por el siglo XIX. Antes se
había producido otro intento, como consecuencia de la Guerra de la
Independencia, cuando nos enfrentamos a Pepe Botella, como apodaban a José
Napoleón, y su pretensión de ser rey de España. Los contrarios, hartos de tanto
absolutismo, se conjuraron en Cádiz y redactaron una Constitución que abolía el
Antiguo Régimen. Ni dos años duró. El regreso de Fernando VII, conocido como
rey felón, fue suficiente para que, contando con apoyos militares y partidarios
del absolutismo, se cercenara otra vez aquel intento de ser un país en libertad
y democracia.
-¡Pero,
abuelo, esas son batallitas antiguas…!
-¡Qué va! Son algunos de los antecedentes de una constante de nuestra historia. La Segunda República, ya en el siglo XX, instauró un régimen democrático en España, que generó mucha ilusión, pero también muchas antipatías. Tantas que, a los cinco años, se produjo la Guerra Civil de Franco, que se sublevó contra ella y la defenestró, dejando cadáveres repartidos en fosas comunes y cunetas por todo el país. Salvo el fugaz momento de la Transición, más un suspiro que otra cosa, que fue sofocado contundentemente por el teniente coronel Tejero, pistola en mano en el Congreso, nunca más hemos vuelto a tentar el destino con aventuras democráticas. Franco detentó un poder dictatorial hasta que murió de viejo en su cama, dejándolo todo atado y bien atado, incluido el títere que había escogido para sucederle y que resultó ser un sinvergüenza de campeonato, entre mujeriego y corrupto, como se ha visto después. Hizo bien Tejero impidiendo aquel chanchullo de democracia con otro rey felón. Se requería a alguien del régimen y al que el Estado le cupiera en la cabeza, sin titubeos ni tutías. Se barajaron varios nombres, entre militares y civiles, hasta que Fraga se prestó encantado a continuar la tarea de su bien amado Caudillo. Y cuando a él también le llegó el chocheo, un cachorro suyo, leal e implacable como buen hijo del Régimen, le sustituyó. Aznar, un técnico de Hacienda, recibió el apoyo unánime de las Cortes, hace cuarenta años, y desde entonces mantiene nuestro país quieto como una piedra y dócil como un corderito.
El
nieto escuchaba absorto las palabras de su abuelo, pero no daba crédito que se
desprendiera de lo narrado el inevitable vínculo que condicionaba el destino de
un país a la falta de libertad y no reconocimiento de derechos que en cualquier
otra parte son indiscutibles. Tres dictadores en cerca de un siglo es, por
mucho que el abuelo lo explicara, injustificable. Y que, por simple azar, el
régimen asfixiante y claustrofóbico que esos tres tiranos habían mantenido en
el tiempo haya sido beneficioso para protegernos de la pandemia, eso no lo
exime del altísimo precio que nos ha hecho pagar en contrapartida. Cien años
sin libertad para librarnos dos años de una enfermedad. ¿Cuántos muertos y
cuánta cárcel ha pagado este país para sortear una pandemia que ni es la
primera ni será la última?
lunes, 13 de septiembre de 2021
Amenaza de otoño
sábado, 11 de septiembre de 2021
Vulnerables
Cerca de 3.000 personas murieron, y decenas de miles de
heridos, en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de
Washington. Las dos torres acabaron derrumbándose, con sus inquilinos dentro,
por efecto del golpe y los incendios, y un boquete inmenso dejó constancia del
impacto del avión en un lateral del Pentágono, Un cuarto avión, al que sus
pasajeros impidieron heroicamente lograr su objetivo, se precipitó contra el
terreno sin llegar a estrellarse contra el Capitolio. Al Qaeda perpetraba, así,
el mayor y más sangriento atentado en un país occidental, lo que supuso el inicio
de una batalla sin cuartel contra sus miembros y la liquidación en Afganistán,
por fuerzas especiales de EE UU, de su líder más carismático, el saudí Osama Bin
Laden. Transcurridos 20 años, el mundo es más inseguro, vive con miedo de
nuevos atentados del extremismo islámico, como los acaecidos en Niza, París o
Londres, y las libertades quedan supeditadas a criterios de seguridad y
vigilancia.
viernes, 10 de septiembre de 2021
Apatía
Porque ni nuestros dirigentes ni una parte de la población
están a la altura que se espera de ellos. El sectarismo de unos y la estulticia
de otros hacen que el país en su conjunto parezca dar pasos hacia atrás y retome
comportamientos que creíamos superados con el progreso en lo material y el
avance en valores y derechos. Es descorazonador que, en un país líder en leyes
sociales que persiguen la protección de la igualdad y la diversidad en una sociedad
moderna y plural, surjan de nuevo voces de odio, las afrentas de la
intolerancia y los actos de desprecio y violencia hacia el otro que no encaja
en vetustos esquemas de falsa e impuesta uniformidad identitaria, cultural y social.
Cuando creíamos que habíamos superado clichés y prejuicios, entre otras cosas
por ser pioneros en reconocer legalmente el matrimonio entre homosexuales, combatir
la violencia machista que sufre la mujer, priorizar la salud frente a cualquier
otro interés mercantil y defender la pluralidad ideológica y política, como
corresponde a cualquier democracia que se precie, vuelve el triste espectáculo de
los patriotas de las esencias rancias, de los que aún cuestionan la violencia de
género, discrepan de los derechos de las minorías, victimizan al inmigrante y
al desfavorecido, expanden carnets de demócrata o constitucionalista entre sus
pares para deslegitimar a los adversarios y reescriben el pasado que desvela
sus simpatías.
Quien haya sido testigo de una farsa así en la convivencia entre
poderosos y débiles, en la que sus relaciones se reescriben constantemente para afianzar
los privilegios de unos y mantener a otros en su condición y sitio, cambiando
sólo expresiones y caretas que actualizan la obra sin alterar el guion, no
puede evitar el sopor y el hastío. Un drama vital que provoca apatía al más
pintado. Como me sucede a mí de un tiempo a esta parte. Y no creo que sea el
único ni tampoco por la edad. Pero puede que esté equivocado y, en realidad, comience a
sentirme viejo. ¡Quién sabe!
miércoles, 1 de septiembre de 2021
Filosofía e Historia
En la actualidad, las Humanidades ocupan menos de la cuarta
parte del tiempo empleado en el currículo escolar de la Enseñanza Secundaria. Sin
embargo, una formación basada sólo en saberes empíricos y técnicos sustrae a la
persona del conocimiento integral que le permitiría tener una visión más
completa y comprensible de la realidad y de sí mismo como persona individual y
social, no sólo productiva. Se le hurtan herramientas para conseguir esa
capacidad crítica con la que enfrentarse a los dogmas de lo establecido por mandato
de la autoridad, la tradición, las creencias o la simple desidia cultural, cuando
no los convencionalismos basados en prejuicios.
Esta marginación de la Filosofía en el sistema educativo,
como expone Víctor Gómez Pin en su último libro acerca de El honor de los
filósofos, ha sido denunciada en múltiples ocasiones y lugares por todo aquel
que percibe esta afrenta a una formación humanística e integral, a pesar de que
este clamor por la sabiduría, que tanto admiramos cuando la descubrimos en quienes
la cultivan, se pierda en el desierto.
Pero la situación puede ir ar peor, puesto que ya no sólo no
se enseña a reflexionar sobre las dudas que nos presenta la existencia, sino
que, además, la enseñanza de la Historia, ese relato del pasado que nos
impregna como individuos y como sociedad, también está siendo objeto de
interpretaciones y fragmentaciones que magnifican o mitifican aspectos relacionados
con la raza, la religión, la nación, la lengua o cualquier otra manifestación organicista
suprasubjetiva.
Las tensiones que sufre la Historia al ser utilizada con
intereses ideológicos, nacionalistas o populistas, mediante lecturas sesgadas que
subrayan la “identidad” de toda colectividad humana de cualquier índole (ya sea
de parentescos, etnias, razas, religiones, etc.), dificultan su enseñanza objetiva,
científica y académica en la escuela. Sin una conciencia histórica que nos
explique que somos fruto de un tiempo previo y un espacio geográfico, y sin
capacidad para reflexionar sobre el presente en el que nos desenvolvemos,
difícilmente llegaremos a comportarnos como sujetos libres y responsables,
comprometidos con el desarrollo de nosotros mismos y la sociedad de la que
formamos parte.
De ahí la importancia de la Filosofía y la Historia en la
formación de cada persona, en estos tiempos, precisamente, de “líquidas” convicciones
y fáciles ensoñaciones.
jueves, 26 de agosto de 2021
Los Rolling no son eternos
jueves, 19 de agosto de 2021
Desfasado
Por eso atrae la atención a los ojos cansados de un pensionista
la actitud incoherente de una parte de la juventud, forzada a la precariedad que
le aguarda si quiere abrirse un camino autónomo en la vida. No se trata sólo de
que asuma con resignación la inseguridad laboral o profesional que se le
impone, sino que, encima, parece aceptar de buen grado un modelo económico que
le perjudica y explota, votando a formaciones políticas que lo preconizan. Según
las ideas trasnochadas de mentes arcaicas, como la mía, es una contradicción
ser trabajador, máxime si no es cualificado, y considerar conveniente el modelo
neoliberal que propugna la derecha. O pertenecer a sectores sociales
dependientes de los servicios públicos y apoyar ideologías que se basan en la
“libertad” de afrontar las propias necesidades básicas sin el socorro del
Estado. Es como si ahora no se entendiese que el destino de un proletario es sufrir
una vida de sacrificios y estrecheces, sin más derechos que los que consiente el
mercado. Sentados en un banco del parque, los jubilados percibimos con asombro
que muchos jóvenes aceptan la desigualdad sin ánimo de combatirla, al menos
electoralmente, ahora que se puede.
Otra cuestión incomprensible para un viejo es el afán por la
tecnología en vez de por la emancipación que atrae a las nuevas generaciones. Es
cierto que la vida actual es muy cara, pero en comparación con otras
necesidades perentorias, como la vivienda, los caprichos tecnológicos lo son
aún más. Ese es uno de los motivos que retrasa la independencia de los jóvenes,
atrapados entre unas condiciones laborales indignas y unas exigencias
cotidianas costosas, respecto de sus padres, aun cuando la actualidad sea mucho
menos dura y perversa que antaño. Tales prioridades resultan extrañas para un
abuelo apeado del mundo moderno.
Desgraciadamente, existen demasiadas cuestiones que
sobrepasan mi entendimiento y la lógica que me permitió transitar por la vida
hasta alcanzar la dorada pasividad laboral de la jubilación, no la mental y
racional. Tantas y a todo nivel que me hacen sentir un desfasado de los acelerados
tiempos actuales, en los que prima lo efímero, lo espectacular y lo superficial.
Como un dinosaurio que confía en su experiencia y conocimientos, asisto al
derrumbe de un mundo basado en valores y certezas que es sustituido por otro sustentado
en medias verdades, intolerancia, bulos y mercantilismo en todos los aspectos sociales.
Un mundo donde la educación no está asegurada, las pensiones son insostenibles,
el trabajo es una posibilidad y no una probabilidad, la vivienda es un lujo, el
presente es convulso y el porvenir incierto.
En mi banco del parque, observo una realidad que me hace
sentir desfasado porque apenas la entiendo. Y lo que es más preocupante, que cada
día me resulta más confusa e incomprensible. ¿Estaré chocheando?
jueves, 5 de agosto de 2021
Canícula pandémica
Siendo el nuestro un país turístico, dotado de una impresionante
infraestructura del ocio hasta el extremo de ser la más potente industria
nacional, el desahogo vacacional de los naturales está en gran medida
compensando las dificultades en la llegada masiva de turistas extranjeros, hacia
los que se orienta este negocio. Las ganas de asueto y los ahorros conseguidos
gracias a los confinamientos y los aforos reducidos han posibilitado tal ímpetu
en el consumo hotelero, hostelero y, en definitiva, de ocio, propio de la
estación, pero también en el de reformas del hogar y otros gastos inhabituales en
el verano.
Resulta extraña esta canícula pandémica, con las impulsivas
reacciones que despierta entre el personal, como si fuese la última oportunidad
de disfrutarla en nuestras vidas. Una canícula que nos hace olvidar, por el
ímpetu con que la celebramos, a los que sucumbieron a la letalidad de una
enfermedad todavía no vencida ni a quienes quedaron en la orilla de una economía
que no garantiza un salario digno y, menos aún, un puesto de trabajo al que
está en condiciones de trabajar, a pesar de los Ertes y demás parches
caritativos. Ojalá la canícula vuelva a ser lo que era, aquella rutina soporífera
de unas horas lentas empapados en sudor, siguiendo embelesados el vuelo de las
moscas.