viernes, 10 de septiembre de 2021

Apatía

Llevo una temporada sintiendo apatía, esa abulia o pereza que se instala en nosotros y nos hace estar desanimados para emprender cualquier cosa, cualquier actividad física o cognitiva. No es cansancio, sino hartura. Y no es por la edad o cosas de viejo, más bien por cierto pesimismo ante situaciones, actuaciones y problemas que resurgen indefinidamente ante la negligencia y falta de interés con que se abordan. Como si fuéramos incapaces de aprender de la experiencia y volviéramos a incurrir en la misma arbitrariedad cortoplacista con que se resuelven coyunturas desde visiones o estrategias interesadas, particulares. Y eso cansa a todo espectador que confía en un cambio de actitud en los protagonistas del espectáculo, en los guionistas del drama que a todos nos afecta, y que tenga en cuenta y no ofenda a la inteligencia del público, a los sufridores de tanto bochorno e indecencia.

Porque ni nuestros dirigentes ni una parte de la población están a la altura que se espera de ellos. El sectarismo de unos y la estulticia de otros hacen que el país en su conjunto parezca dar pasos hacia atrás y retome comportamientos que creíamos superados con el progreso en lo material y el avance en valores y derechos. Es descorazonador que, en un país líder en leyes sociales que persiguen la protección de la igualdad y la diversidad en una sociedad moderna y plural, surjan de nuevo voces de odio, las afrentas de la intolerancia y los actos de desprecio y violencia hacia el otro que no encaja en vetustos esquemas de falsa e impuesta uniformidad identitaria, cultural y social. Cuando creíamos que habíamos superado clichés y prejuicios, entre otras cosas por ser pioneros en reconocer legalmente el matrimonio entre homosexuales, combatir la violencia machista que sufre la mujer, priorizar la salud frente a cualquier otro interés mercantil y defender la pluralidad ideológica y política, como corresponde a cualquier democracia que se precie, vuelve el triste espectáculo de los patriotas de las esencias rancias, de los que aún cuestionan la violencia de género, discrepan de los derechos de las minorías, victimizan al inmigrante y al desfavorecido, expanden carnets de demócrata o constitucionalista entre sus pares para deslegitimar a los adversarios y reescriben el pasado que desvela sus simpatías.

La mediocridad, los abusos y los egoísmos afloran una y otra vez en capas y estamentos de nuestra sociedad, dando lugar a chapuzas, componendas y corruptelas que hacen abochornar al más iluso y optimista de sus miembros, favoreciendo la desafección y la desconfianza en buena parte de la población. De ahí el hartazgo y la apatía que se acentúan cuando conquistas laborales son laminadas por prioridades económicas, comerciales o empresariales, cuando derechos sociales son desatendidos por intereses políticos o financieros, cuando el interés común se supedita al particular.

Quien haya sido testigo de una farsa así en la convivencia entre poderosos y débiles, en la que sus relaciones se reescriben constantemente para afianzar los privilegios de unos y mantener a otros en su condición y sitio, cambiando sólo expresiones y caretas que actualizan la obra sin alterar el guion, no puede evitar el sopor y el hastío. Un drama vital que provoca apatía al más pintado. Como me sucede a mí de un tiempo a esta parte. Y no creo que sea el único ni tampoco por la edad. Pero puede que esté equivocado y, en realidad, comience a sentirme viejo. ¡Quién sabe!           

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