martes, 30 de marzo de 2021

Vivencias de un (casi) enclaustrado (25)

Llevamos tantos meses con restricciones y medidas diversas y cambiantes contra una pandemia interminable que ya ni nos asombran ni desaniman, de lo hartos que estamos de que cada semana o ante períodos de asueto que se consideran un peligro nos vuelvan a tratar como menores de edad que hay que asustar para que no se desmadren y mantengan la disciplina.

La inicial promesa de una “nueva” normalidad que se nos vendió tras la primera desescalada se ha desvaído como la esperanza de corregir las políticas y los recursos que esta crisis sanitaria ha puesto en cuestión. Ni estábamos preparados para una situación así ni nos preparamos para las que se produzcan en el futuro. No se fortalece la sanidad ni se prevén los medios para robustecer nuestro estado de bienestar de manera que los indefensos y vulnerables de la población no sean siempre los más perjudicados. Nos avisaron que el virus no conocía fronteras, pero distingue barrios y estamentos sociales. Los ancianos de residencias, a los que se les negó la asistencia en hospitales, y el personal sanitario y de trabajos esenciales sufrieron como ningún otro colectivo las dentelladas mortales durante el primer embate de esta pandemia. Ellos, como el resto de la comunidad, siguen estando supeditados a la marcha de la economía, supremo e indiscutido bien en nuestras sociedades de consumo.

La estrategia de vacunación, cuando se consiguió fabricar un tratamiento farmacológico, tiene como finalidad la reactivación de la actividad a pleno rendimiento antes que procurar salvar vidas. Los gastos sanitarios que ocasionan los enfermos y todas las medidas de prevención establecidas para que los negocios medio funcionen obligan a elaborar un calendario de vacunas con mentalidad mercantil. Si los ancianos de residencias tuvieron prioridad para ser inmunizados fue por razones más propagandísticas que solidarias. Había que ocultar el desamparo al que siempre se les ha condenado, sin siquiera suficiente y eficaz protección médica. Aún así, después de más de dos meses de campaña de vacunación, todavía no todos los mayores de 80 años están vacunados. Al menos, los sanitarios, profesionales que podrían alertar a la población de las bondades de los instrumentos que ponemos en marcha contra esta crisis, están debidamente inmunizados. Que enfermen -y mueran- quienes deben curarnos sería un error estratégico.

Pero, tras estos dos grupos imprescindibles para publicitar una buena gestión, la campaña de vacunación persigue otros objetivos. Si no, no se entiende el salto que se ha dado, que nadie explica, para iniciar la administración de la vacuna a la población general entre 55 y 65 años, mientras se continúa con la vacunación de los mayores de 80 años. El colectivo de personas comprendido entre 65 y 79 años ha quedado rezagado, pendiente de alguna decisión incognoscible. A lo mejor es que el grupo poblacional más joven es todavía activo laboralmente y el de la franja de jubilados es… eso, no activos y jubilados. Una estrategia vacunal que no se adecúa al riesgo de mortalidad que determina la edad, como demuestran las estadísticas del Instituto de Salud Carlos III.   

Sea por lo que sea, los esfuerzos que se hacen para enfrentarnos como país a una situación sanitaria excepcional ponen en evidencia las carencias y debilidades de nuestras instituciones y de la moralidad de cada uno de nosotros como individuos. Y esa decepción es la peor consecuencia que la covid-19 nos está generando a quienes confiábamos en nuestros dirigentes y en nuestros conciudadanos. Ojalá el signo de esa “nueva” normalidad, cuando llegue, no sea el del desengaño, como en otras épocas de nuestra historia.    

lunes, 29 de marzo de 2021

Ciudadanos, el hijo pródigo

Ciudadanos inspiró con su nacimiento cierta esperanza en una derecha civilizada, moderna, libre de ataduras clericales y ultraconservadoras que, en lo social, caracterizan a la derecha capertovetónica de la España cañí, bien representada por el Partido Popular. Como partido político, Ciutadans había nacido para luchar, en sus inicios, contra el nacionalismo que dominaba la acción política y de gobierno en la Cataluña donde se fundó, en 2006. Surgió durante esa especie de “primavera” española que motivó a los descontentos con el sistema bipartidista de nuestra democracia a expresar en plazas y calles aquel grito contagioso de “no nos representan”. De la ingenuidad de aquellos indignados germinó lo que en seguida se denominaría “nuevos partidos emergentes”, los cuales en poco tiempo transformarían el cómodo bipartidismo parlamentario, que alternaba mayorías en el poder, en otro escenario más fragmentado que, no obstante, reproducía en su conjunto los dos bloques ideológicos (derecha e izquierda) de la política española. Al principio, esas formaciones emergentes buscaron diferenciarse de los partidos convencionales, pero sin dejar de alinearse en torno a sus respectivas órbitas o nichos ideológicos. Es por ello que Podemos aspiraba ser la izquierda de la izquierda (PSOE), mientras Ciudadanos pugnaba por representar la izquierda de la derecha (PP), en el sentido más liberal y menos dogmático del conservadurismo hispano. Ambas formaciones intentaban afanosamente hacerse un hueco en los extremos de los polos políticos que definen el sistema de partidos de España. Un tercero en discordia, Vox, sin problemas de identidad, se exhibía abiertamente como la derecha de la derecha, buscando atraer a toda la ultraderecha nostálgica del franquismo, la de los “blaspiñaristas” recalcitrantes que hasta entonces hallaban cobijo en la papeleta electoral del PP. Fue así como, de aquella “primavera” de hace una década, brotaría una cosecha de múltiples opciones políticas en dónde elegir, según el gusto del votante más puntilloso.

Los “naranjas” de Ciudadanos, liderados por el joven y espabilado abogado Albert Rivera, se definieron al principio como socialdemócratas, defensores de la igualdad y luchadores contra el nacionalismo. Con ese bagaje de fresca espontaneidad, Ciutadans consiguió sus primeros tres diputados en la Generalitat de Cataluña. Embriagados con tal éxito, emprenden la conquista de la política nacional con un Albert Rivera convertido ya en líder indiscutible e indiscutido de la formación. Fortaleciendo al partido con la absorción de otras pequeñas formaciones locales, diseminadas por toda la Península, a punto estuvo Ciudadanos de acariciar el poder, al lograr 57 escaños en el Congreso de los Diputados. Ya entonces se declaraba un partido liberal, que porfiaba al PP su nicho electoral, y de hecho casi lo consigue, ya que le faltaron 200.000 votos para propinar “sorpasso” a los conservadores. Sin embargo, este logro significó también el desplome de una formación que no supo digerir el triunfo ni administrar la súbita fuerza que le proporcionaba. Quería más, y lo perdió todo.

El afán por convertirse en referente de una nueva y honesta derecha española, no de la enfangada por los escándalos de corrupción que salpicaban al PP, y embebecido en la soberbia de tampoco dejar que el PSOE se hiciera con la presidencia del Gobierno, con el que llegó a firmar un acuerdo de coalición, al que sus 57 votos, sumados a los 123 de los socialistas, otorgarían mayoría absoluta, imposibilitaron lo que a todas luces parecía lo más idóneo, un Gobierno PSOE-Cs. Rivera se atrincheró en su negativa de no dejar gobernar a Pedro Sánchez, líder del PSOE. Al repetirse las elecciones, Ciudadanos se desinfla y sólo consigue diez diputados, lo que empuja a Rivera a dejar la política y a su partido hundido en la insignificancia. Durante su corta vida, el partido “naranja” ya había orillado en las cunetas a las figuras más señeras que no se doblegaron a los imperativos estratégicos del líder.

Entre 2006 y 2021 se escribe el orto y el ocaso de un partido neoconservador que retorna al hogar de la derecha española, el viejo PP. Y tanto es así que, según Juan Carlos Girauta, antiguo peso pesado de los “naranjas”, “quien no votó a Ciudadanos, se fue al PP y a Vox”. Y para que no quepa duda, lo afirma por escrito desde las páginas del diario conservador, monárquico y católico por excelencia de España, el de la grapa. Así, pues, Ciudadanos es aquel hijo pródigo que regresa a la casa del padre, el Partido Popular, del que también, por cierto, salió Vox. ¿Realmente, existen diferencias entre ellos? Ha faltado una moción de censura para obtener la respuesta.

sábado, 27 de marzo de 2021

Batiburrillo

La primavera acaba de nacer y ya el verano se deja sentir al mediodía en esas jornadas inundadas de luz que huelen a salitre. Para que la impaciencia estacional no tenga excusas climatológicas, el domingo se adelantará una hora en el reloj, con lo que el Sol podrá recrearse en recalentar nuestras cabezas hasta cada vez más tarde, arrebatándole horas a la noche. La sensación de asfixia, y no sólo por el calor, nos acompañará como una sombra con mascarillas, impidiéndonos respirar los aromas primaverales que inundan el aire y alteran la sangre. Una segunda primavera en nuestras existencias que estará vedada para toda nariz embozada y las reuniones de nostálgicos que disfrutaban con una sensibilidad a flor de piel. Sólo las vacunas parecen infundir alguna confianza en ser como éramos para estar como estábamos, confiados y sin peligros en el ambiente que nos cohíban sucumbir a los encantos de la naturaleza cuando cambia de ropaje y se viste de flores. Pero las vacunas son escasas, se administran con lentitud y no aseguran un efecto inmunológico ni suficiente ni permanente, pero sirven para que algunos privilegiados hagan uso de su facultad para saltarse las normas y adelanten su vacunación, en claro desprecio al resto de la población. Mientras tanto, los que sólo podemos aguardar lo que la suerte nos depare, seguimos celebrando que la primavera ya brilla en los pétalos de nuestros ojos, haciéndonos vibrar con un batiburrillo de sensaciones. Tantas como asuntos llaman nuestra atención y se mezclan en reflexiones abirragadas.

lunes, 22 de marzo de 2021

Twitter y el dinosaurio

Hace quince años que se inventó Twitter, esa vía de comunicación social mediante mensajes de muy pocas palabras a través del espacio digital, y todavía no he escrito ni un tuit ni he sentido necesidad de ello. Podría afirmarse que, para los adeptos a las nuevas tecnologías, hace tres lustros que soy un dinosaurio que no sabe que está extinguido, por mucho que intente emitir lamentos que nadie puede oír. Parafraseando a Monterroso, yo estaba todavía allí cuando Twitter despertó. Y ahí sigo, hecho un fósil consciente.

viernes, 19 de marzo de 2021

La poética de las luciérnagas

Hay lecturas que evaden o entretienen. Y otras que deslumbran porque nos hacen recapacitar, nos abren los ojos y nos enseñan a mirar de una manera nueva, más crítica y amplia, inclusiva. Lecturas que ayudan a entender el mundo, que es lo mismo que entendernos a nosotros mismos, y a enfrentar los retos que nos depara la vida como oportunidades de mejoramiento. Entre otras razones, porque el mundo no nos es dado acabado, sino que lo hacemos nosotros mismos constantemente, cada cual desde su singular excepcionalidad en la pluralidad de la que formamos parte. Y nos revelan que este mundo pertenece comunitariamente a todo ser humano, donde nadie puede ser considerado extraño o “ilegal”, pues es el hogar de todos.

Existen, pues, lecturas que nos deslumbran con reflexiones que nacen, precisamente, en momentos agrios de adversidad, pero que alumbran esa penumbra que habitamos o a la que nos empujan circunstancias que se empeñan en condicionarnos. Lecturas que nos permiten conocer historias de infortunio que, lejos de incapacitar, sirven para iniciar esa búsqueda de una luz, como claros en el bosque, que nos orienta hacia la comprensión y la superación, hacia el camino de un lugar mejor, más hospitalario. Y que nos muestran el ejemplo de cómo aceptar al Otro cuando uno mismo se ha convertido en Otro ante sus semejantes, siendo obligado a sentir la terrible sensación de no pertenencia y desubicación que se le infringe al que es expulsado de su propio país por causas políticas, condenándolo al exilio.

Hannah Arendt
Tal es, justamente, lo que descubrimos en un libro sorprendente y luminoso, escrito por una mujer acerca de dos mujeres que no claudicaron de su inalienable condición de ser mujeres para permitirse reflexionar y entender, desde sus respectivas experiencias vitales, todo aquello que nos circunda, la realidad poliédrica de un mundo al que ser mejor es posible. Se trata de la obra Una poética del exilio. Hannah Arendt y María Zambrano (Editorial Herder, 2021), escrito por la doctora en filosofía Olga Amaris Duarte con enorme sensibilidad y aun mayor rigor y claridad. En él se describen los avatares que padecieron la teórica política alemana y la filósofa española por no constreñir la razón a los cánones aceptados. También clarifica el sentido de las obras que nos legaron, indudablemente condicionadas por el desarraigo, en las que ofrecen una respuesta esperanzada, desde el desastre, para conseguir ese mundo mejor, compuesto de gestos nada heroicos y palabras humildes de gente común, pero justa, que sólo hace lo que debe de hacer.

Arendt, en sus estudios sobre el totalitarismo, elabora el concepto de “banalidad del mal”, por el que personas corrientes, aparentemente “normales”, llegan a cometer grandes atrocidades, convencidas de que no hacen nada malo de lo que arrepentirse, como el Holocausto en la Alemania nazi. Ella misma, por ser alemana y judía, padeció persecución, escapó de un campo de concentración en Francia y fue testigo de lo que ocupó su atención intelectual. Pero de aquellas ruinas y escombros, Arendt extrae la certeza de que el mundo no es solamente lo dado, sino lo perfectible, el espacio público construido constantemente por las palabras y las acciones de los sujetos que en él intervienen. Un espacio regulado por principios que garantizan la igualdad de derechos de una pluralidad de seres humanos singulares y donde el pluralismo, concepto clave de su teoría política, es el antídoto contra el egoísmo que alimenta los regímenes totalitarios.  

María Zambrano
Zambrano, por su parte, persigue un método nuevo de comprensión de la realidad, otra forma superior de conocer, convencida de la existencia de una razón ampliada, a la que denominó razón poética, que permite un acercamiento cognitivo alternativo, semejante a los medios de visibilidad poseídos por la persona “poéticamente o litúrgicamente”. Con ella pretende un renacer de las potencialidades espirituales y cognoscitivas del ser humano. Una oportunidad de saber que trasciende el conflicto entre filosofía, poesía y religión, superando el afán destructor de la razón cuando enfrenta lo racional con lo intuitivo, imaginado y soñado. Y es que, para la pensadora malagueña, “la filosofía es una pregunta, (y) la poesía es una respuesta a una pregunta no formulada”.  Es decir, que no existe litigio alguno entre la palabra poética y el logos filosófico, pues ambos son “dos especies de caminos que en privilegiados instantes se funden en uno solo”. Hasta el sueño tiene, en la razón poética, un potencial creador capaz de proporcionar un conocimiento alternativo, pues apela al inconsciente y a la irracionalidad como legitimadores de su validez.

Hannah Arendt y María Zambrano llevaron vidas paralelas, pero jamás se cruzaron. Ambas sufrieron exilio por pensar y ampliar los límites de la razón hasta donde no estaba permitido. Y ambas pensadoras se propusieron construir, piedra a piedra, desde la experiencia del exilio, un mundo mejor, más diáfano, habitable para la pluralidad de sus habitantes y morada del ser humano. Lucieron en una época sombría como luciérnagas en la oscuridad. Y aún hoy son capaces de deslumbrarnos.

martes, 16 de marzo de 2021

Pandemia e información

La época de la censura ya ha sido olvidada por lo remota e improbable que nos parece. Sin embargo, durante la dictadura -no hace tanto, históricamente hablando- estuvo en pleno vigor por la necesaria autorización gubernativa (previa o posterior), que la hacía visible con demasiada frecuencia mediante la retirada en los quioscos de cualquier publicación que no contara con el correspondiente consentimiento administrativo o la mutilación de páginas o artículos que eran censurados en aquellas otras a las que se les permitía una difusión amputada. Más que Ministerio de Información, lo que existía entonces era, en la realidad, una Oficina de Control y Censura, cuyas tijeras -Camilo José Cela fue un censor en esos tiempos oscuros- se cebaban, con especial ahínco, con los semanarios de información general, como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo o Cambio16, por citar algunos ejemplos. Pero de tan férreo celo no se libraban siquiera las revistas humorísticas, como fueron el caso de Por favor o Hermano Lobo, entre otras. Afortunadamente, eran otros tiempos, felizmente superados, que hoy nos parecen inconcebibles.

No obstante, no resulta tan claro que la censura haya desaparecido definitivamente. Es verdad que no se ejerce de manera tan descarada y burda, pero sí de un modo sutil, casi imperceptible. Y es que, hoy en día, existen otras formas de controlar la información que consumen los ciudadanos sin que formalmente se les impida o niegue el acceso a su derecho a la información. Más que limitársela u ocultársela, ahora se les satura de un exceso apabullante de información que mezcla noticias, opinión, especulación, datos parciales, bulos y mentiras en un tótum revolútum del que es imposible obtener un juicio de valor objetivo. Se consigue, así, que el destinatario poco habituado a distinguir el grano entre tanta paja sea incapaz de formarse una opinión fundada y válida, independiente de la que le dicta cada medio de comunicación, según su línea editorial, o la que pretenden los poderes dominantes con su capacidad propagandística. Tal saturación informativa constituye, en la práctica, una nueva forma de censura, difícilmente detectable por los ciudadanos, máxime si el flujo de información a que están sometidos no sólo es ingente, sino además contradictorio, la mayoría de las veces sin verificar ni contrastar, fragmentario y, para colmo, superficial o elaborado desde una ignorancia que se limita cortar y pegar a un ritmo que posibilite ofrecer novedades y exclusivas cada día. De ahí la dificultad de que la avalancha informativa de semejante magnitud pueda ser asimilada por alguien que, siendo por lo general profano en la materia sobre la que desea informarse, acaba convirtiéndose en víctima de una manipulación que, incluso, no pretende ser intencionada, lo cual es peor porque no se reconoce.

Se trata de un problema o peligro que se acrecienta con los nuevos canales de comunicación social que multiplican la propagación de una información no contrastada, inexacta, raramente independiente, sospechosamente vertida por intereses políticos, ideológicos o comerciales, y en no pocas ocasiones simplemente falsa, como las famosas fakenews. Desgraciadamente, es el tipo de información que abunda en las redes sociales o el mundo digital, donde la facilidad de acceso, la gratuidad, la simplicidad y el anonimato u ocultamiento de identidad facilitan un consumo generalizado de información poco fiable y confusa, cuando no tendenciosa o falaz. Esa maraña de contenidos cuestionables, sin ninguna fiabilidad, basados en su mayor parte en rumores y especulaciones más que en información verificada y de fuentes fidedignas, constituye la vía informativa por excelencia de la mayor parte de la población, la más influenciable y, por ende, manipulable.

Tal ha sido, precisamente, el inquietante panorama que ha puesto de relieve el tratamiento informativo de la actual pandemia que a todos nos ha tenido en vilo, cuando no atemorizados, impulsándonos a recabar cuánta mayor información sea posible. El incremento de horas de televisión, compra de periódicos o conexiones a internet evidencian ese súbito apetito de información al que no todos los medios han respondido con el rigor y la profesionalidad que se les supone. La mayoría de ellos han pecado de practicar desinformación con la pandemia, lo que se conoce como infodemia, por su tendencia empresarial a satisfacer las demandas de sus “clientes” si resulta rentable para la cuenta de resultados. Ofrecen lo que se vende, no siempre lo que interesa o es verdadero.

Muchos de tales medios no han sido exigentes a la hora de recoger referencias, sin ninguna verificación, sobre, por ejemplo, la hidroxicloroquina u otros fármacos que se consideraron eficaces para el tratamiento contra la Covid-19. O han reiterado hasta la saciedad los riesgos exagerados de contagio a través de las superficies. Incluso, ahora, favorecen la alarma y las sospechas a causa de algunas vacunas, sin contextualizar unos riesgos sobre beneficios que, en otros ámbitos, aceptamos como normales aun siendo infinitamente más elevados, como los accidentes a la hora de conducir y las úlceras por la ingesta de aspirinas. Todo lo cual, unido a los mensajes populistas de políticos negacionistas o más interesados por la economía que por la salud de la población -como Trump, Bolsonaro y demás compañía-, que inundan los medios de comunicación sin apenas resistencia, ha contribuido a engordar esta colosal infodemia sobre la crisis sanitaria que aún nos asola.

Pero es que, por si fuera poco, la utilización como munición para la confrontación política que se ha hecho en nuestro país de los consejos de los “expertos”, especialistas dependientes de cada Administración y Autonomía, ha favorecido la proliferación contradictoria de informes, recomendaciones, medidas, datos, hallazgos, hipótesis y opiniones sin la suficiente credibilidad experimental y una endeble interpretación científica. Excepcionales han sido aquellos medios que han filtrado toda esa sobreabundancia de información para recoger sólo la relevante y contrastada.

La mayoría sigue así, actuando como protagonista de una desinformación que ha generado más confusión y alarma que certezas sobre el virus (SARS-CoV-19) y la enfermedad (Covid-19) que provoca. Esos medios no caen en la cuenta de que repiten el “desorden informativo”* que ya hace un siglo analizó Walter Lippmann y Charles Merz, en un estudio publicado por The New Republic, en 1920, en el que se preguntaban por la validez de la información. Y es que hoy, como entonces, la fiabilidad de la información que ofrecen los medios de comunicación convencionales, los que se supone están obligados a obtener y elaborar información de manera diligente y contrastada, adolece de una excesiva confianza en las fuentes oficiales, descansa en lo que le brindan las agencias de noticias y es escasa en investigación propia, crea confusión entre información, rumores y opiniones y, más grave aún, evidencia la pobre preparación en la materia de los encargados en recogerla y elaborarla, todo lo cual distorsiona involuntariamente la realidad de la que se pretende informar para que los ciudadanos se formen una opinión fundada y válida.

Desafortunadamente, los tiempos acelerados que vivimos no ayudan a que esta forma moderna de censura pueda ser combatida por los propios medios de comunicación, con profesionalidad y mecanismos de autorregulación, dada la complejidad de la sociedad actual y la competencia desigual que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Pero tal exigencia de una información fiable y veraz sigue siendo imprescindible, hoy más que nunca, para que los ciudadanos puedan formarse una opinión pública en libertad, con rigor y sin riesgos de ser manipulados, a pesar de que la pandemia haya demostrado lo contrario.

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·        * "El `desorden informativo´ hace un siglo", por Hugo Aznar, Revista Claves de Razón Práctica, nº 274, págs. 116-125.    

domingo, 14 de marzo de 2021

Vivencias de un (casi) enclaustrado (24).

La realidad se nos ha quebrado este el último año, haciendo añicos aquello a lo que estábamos acostumbrados y que nos proporcionaba una seguridad que ahora sabemos que no era tan firme ni sólida. Hace, hoy, exactamente, un año que nos hundimos en la confusión de lo desconocido y el temor a lo peligroso. Aquella rutina de certidumbres y confianza con que afrontábamos cada día se transformó, de buenas a primeras, en jornadas cubiertas por oscuros nubarrones de desasosiego e intranquilidad que han logrado paralizarnos y amordazarnos hasta hoy, sin que la tenue esperanza de unas vacunas nos alivie el espanto.

Porque tal día como hoy, hace justo un año, fue cuando se decretó en España un Estado de Alarma con que se empezó a combatir el avance mortífero de una pandemia que ha asolado medio mundo, cobrándose centenares de vidas diarias en cada país al que impregnaba su letal aliento. Un año de forzosa introspección e insoportable soledad, al tener que aprender a vivir aislados para evitar las relaciones con los demás. Nos vimos abocados a mantenernos enclaustrados en nuestros domicilios, apurando las horas pendientes de nuestros pensamientos y sensaciones, invadidos por la nostalgia pegajosa de una vida que dejamos detrás de las ventanas, en esas calles vacías y establecimientos cerrados.

El país entero se detuvo, escondido tras unas mascarillas que nos protegían de esta nueva cara de la peste, del miedo al otro. Sólo se permitió que los servicios esenciales no interrumpieran su actividad, mientras el resto de la economía se mantuvo en vilo, con la ventilación asistida de los Ertes, para que la pérdida de empleos no fuera devastadora. Ello nos enfrentó a un dilema de imposible solución: o se priorizaba salvar vidas o se protegía la economía, puesto que ambas cosas al mismo tiempo parecían contradictorias. Nadie tenía la receta milagrosa para hacer frente a esta crisis sanitaria sin precedentes. Y se ha hecho lo que se ha podido, salvo en países donde negaron la epidemia y favorecieron el mantenimiento de la actividad económica. La historia registrará en sus páginas el nombre con el que se designa tal actitud antihumanitaria.

Lo cierto es que jamás llegamos a imaginar que una situación como ésta podría sucedernos, tan confiados como estábamos en los avances y certezas que caracterizan al mundo moderno, en el que reina la ciencia y la tecnología. Sin embargo, los contagios y las cuarentenas nos han retrotraído hasta épocas olvidadas de pandemias, supersticiones, mortandad y miseria. Es como si el futuro hubiera aparecido emulando aquel pasado sombrío que creíamos superado, obligándonos a vivir un año distópico. Este último año de pandemia que nos ha alejado unos de otros, a nuestro pesar.  

viernes, 12 de marzo de 2021

Pat Metheny, música clásica moderna

Se dice, haciendo un resumen apresurado, que la moderna es música amplificada, surgida con el nacimiento de la guitarra eléctrica y la generación beat, la formada por los inseguros y despistados que. tras la segunda Guerra Mundial, heredaron el “peor de los mundos posibles”, el que generaba una sensación de vacío por el miedo a que podía ser aniquilado, como quedó demostrado en Hiroshima y Nagasaki. Esos hípster, jóvenes “blancos negro” que empezaron a frecuentar garitos donde los afroamericanos lamentaban con el soul y más tarde con el jazz una vida siempre en peligro en la que lo único seguro era el presente, son las simientes existencialistas, en un mundo sin futuro, de lo que se denominó música rock, cuyas manifestaciones artísticas y vitales dieron lugar a toda una cultura underground, que inmediatamente fue engullida -y domesticada- por el Sistema hasta convertirla en la “archicultura pop”, un producto inofensivo que el mercado se encargó de propagar para que fuera consumido de forma homogénea a escala global.

Evidentemente, la música moderna ofrece (muchas) malas y (pocas) buenas obras, puesto que, como en todo, es cuestión de talento. Pero, a veces, emergen figuras que sobresalen por su sensibilidad y virtuosismo, como el guitarrista Pat Metheny, un exponente excepcional de la música moderna. Con raíces jazzisticas, este maestro (en todas sus acepciones) de la guitarra elabora piezas de indudable calidad que escapan de las etiquetas cosificadoras, al fundir jazz y rock para crear un sonido propio, innovador y sugerente. Mi interés por Metheny, nacido en Misuri hace 66 años, comenzó cuando adquirí su disco Offramp (1982), en los años 80 del siglo pasado, en el que aparece la pieza “Are you going with me?” que me dejó impresionado. En todos los conciertos en los que he tenido oportunidad de escucharlo en directo siempre ha tenido que tocar este tema, haciéndonos levitar de emoción. Desde entonces acumulo en mi “fonoteca” los vinilos “Pat Metheny Group” (1978), “As falls Wichita, so falls Wichita falls” (1980), “First Circle” (1989) y la banda sonora que compuso para “The Falcon and the Snowman” (1985), además de los CD “We live here” (1995), “Speaking of now” (2002), “One quiet nighy” (2003) y la selección “Selected recordings 1976-1984” (2004), con grabaciones remasterizadas.

En la actualidad, Pat Metheny aborda otros proyectos que engrandecen su genio artístico. Acaba de publicar dos suites para guitarra, que conforman el álbum “Road to the Sun”, compuestas por él pero grabadas por intérpretes de música clásica, en un afán por unir la secular dicotomía entre la música improvisada y la escrita, constreñida en las partituras. Su intención es que existan músicos capaces de tocar, un día, con una Orquesta Filarmónica y, al siguiente, con una banda de jazz o rock. Músicos que no puedan ser adscritos ni al jazz ni a la música clásica, superando y ampliando ambas categorías. Metheny considera que Chick Corea o Herbie Hancock son ejemplos de tales músicos totales que pueden leer e interpretar música compleja con enorme libertad. Y se ha propuesto demostrarlo, sin que se pierda ese “toque” personal, ese estilo suyo que caracteriza todas sus composiciones. Un motivo más para seguir prestándole atención.

miércoles, 10 de marzo de 2021

“Atasco” en Marte

El planeta Marte, el cuarto en distancia al Sol y el segundo más pequeño del Sistema Solar, se está convirtiendo en algo parecido a un destino turístico: todo el que puede se dirige hacia allá, ocasionando un “atasco” de vehículos. En el caso del planeta oxidado, los que pueden permitirse el lujo de viajar son aquellos países que disponen de una tecnología astronáutica tan avanzada como para enviar sondas espaciales a escudriñar, tanto desde órbita como sobre la superficie, un lugar tan atractivo, astronómicamente hablando.

Marte, por tanto, está de moda para la curiosidad científica, puesto que, en la actualidad, ya son múltiples las misiones que focalizan en el planeta rojo su actividad exploratoria, a cual más espectacular: desde satélites en órbita, naves que “amartizan”, robots que recorren el terreno y hasta por la recogida de muestras que se prevén traer, más adelante, a la Tierra. Todo un alarde de investigación astronáutica concentrada en nuestro rojizo vecino del Sistema Solar. Y los miembros de tan selectivo club con posibilidades de emprender estas hazañas son, por orden de llegada, EE UU (NASA), Unión Soviética, Europa (ESA, Agencia Espacial Europea), China, India y Emiratos Árabes Unidos, a los que se sumará, en un futuro cercano, Japón. No es extraño, pues, que la circulación sideral en torno a Marte nunca haya sido tan intensa y variopinta como hasta ahora.

Porque, en efecto, son tantas las misiones que, para cualquier profano en la materia, se hace complicado individualizarlas entre el alud de noticias que difunden, sobre cada una de ellas, los medios de comunicación. Sólo alcanzamos a distinguir la que protagoniza el robot Perseverance, de la NASA, que ha sido el último ingenio en “visitar” tan apetitoso destino, convirtiéndose, así, en el quinto vehículo con ruedas -rover- que recorre aquellos pedregales en busca de rastros de la existencia de agua. Su llegada fue realmente espectacular, retransmitiéndose en directo, para mayor emoción, los llamados “7 minutos de terror“ que tarda el vehículo en descender y posarse en el suelo, lo que contribuyó a aumentar el súbito interés de los que siguen estas proezas de la técnica.

Pero es que, pocos días antes, otra sonda, esta vez china, la Tianwen 1, había llegado al planeta y estaba efectuando maniobras para alcanzar una órbita apropiada y más próxima desde la que emprender las investigaciones y las mediciones atmosféricas que tiene programadas acerca de tan codiciado planeta. Por si fuera poco, esta nave china había llegado sólo un día después de la lanzada por Emiratos Árabes Unidos, la primera sonda árabe, denominada Al Amal, construida y enviada en colaboración con universidades de EE UU., con finalidad también exploratoria.

Todos estos vehículos se suman a otros que ya estaban operativos en Marte, ejecutando las misiones para los que fueron diseñados, como la Mars Odyssey (NASA), Mars Reconnaissance Orbiter -MRO- (NASA), Mars Atmosphere and Volatile Evolution -MAVEN-, un orbitador que desde 2014 estudia el clima marciano (NASA), Mars Express (ESA), Exomars TGO (ESA/Rusia) y Mangalyaan (India), sin contar las dos misiones que siguen activas en el planeta rojo: InSight y el “rover” Curiosyty.

Esta saturación de artefactos espaciales no tripulados sobre un mismo destino no tiene más explicación que la capacidad técnica para desarrollarlos y enviarlos, la oportunidad que brinda la “ventana” astronómica que pone a Marte a sólo 58 millones de kilómetros, cosa que se produce cada dos años y cincuenta días, y el deseo de acopiar conocimientos y datos que permitan una probable y futura misión tripulada al planeta más parecido al nuestro del Sistema Solar. En fin, un empeño de la inteligencia que está causando un “atasco” en Marte.

lunes, 8 de marzo de 2021

Día desgraciado de la Mujer

Hoy es el Día de la Mujer, una fecha conmemorativa que señala una injusticia social, cultural y legal: la desigualdad de la mujer respecto del hombre en cuanto a derechos y oportunidades. Es, por tanto, un día desgraciado por la necesidad de dedicar una jornada para hacer resaltar una evidencia: que no todos los seres humanos son sujetos merecedores de reconocimiento como detentadores de derechos inalienables para todos.

La mujer, formalmente idéntica al hombre en igualdad legal, sufre, en pleno siglo veintiuno, discriminación laboral, salarial, social, religiosa y cultural en virtud de su sexo, ni tiene las mismas oportunidades, aunque se les contemplen, para alcanzar las metas que su formación, dedicación, inteligencia y habilidades podrían dispensarles. Aún hoy, existen techos de cristal que impiden la igualdad de la mujer en esferas acaparadas en exclusiva por el hombre, salvo contadas excepciones.

Por mucho que el machismo bienintencionado parezca intentarlo, no se trata de corregir la discriminación de la mujer con medidas puntuales que posibiliten su presencia en todos los ámbitos de la vida social, sino que efectivamente se erradiquen comportamientos, tanto individuales como colectivos, que hacen perdurar las condiciones de desigualdad que soporta la mujer por el hecho de ser mujer. Y eso no se consigue sólo con manifestaciones y manifiestos, sino con cambios profundos en la organización social, el modelo económico y, desde luego, en la relación entre hombre y mujer basada en estereotipos tradicionalmente machistas y misóginos.

Una tarea ingente que ha de promoverse desde la educación, en la que con dinero público no deberían financiarse colegios que segreguen por razón del sexo o creencias religiosas; desde la familia, en la que una real conciliación familiar deberá facilitar el pleno desarrollo profesional o laboral de la mujer; y desde la sociedad, en la que se procuraría eliminar, con más ahínco, las barreras que todavía preservan la desigualdad efectiva de la mujer.

Se trata, pues, de una tarea que nos atañe a todos, puesto que la concienciación sobre esta injusticia se consigue antes y con mayor intensidad desde el ejemplo personal y cotidiano que con grandes muestras multitudinarias y propagandísticas. Y mi forma de participar es esta contribución a un Día de la Mujer que ha de celebrarse los 365 días del año.