viernes, 19 de marzo de 2021

La poética de las luciérnagas

Hay lecturas que evaden o entretienen. Y otras que deslumbran porque nos hacen recapacitar, nos abren los ojos y nos enseñan a mirar de una manera nueva, más crítica y amplia, inclusiva. Lecturas que ayudan a entender el mundo, que es lo mismo que entendernos a nosotros mismos, y a enfrentar los retos que nos depara la vida como oportunidades de mejoramiento. Entre otras razones, porque el mundo no nos es dado acabado, sino que lo hacemos nosotros mismos constantemente, cada cual desde su singular excepcionalidad en la pluralidad de la que formamos parte. Y nos revelan que este mundo pertenece comunitariamente a todo ser humano, donde nadie puede ser considerado extraño o “ilegal”, pues es el hogar de todos.

Existen, pues, lecturas que nos deslumbran con reflexiones que nacen, precisamente, en momentos agrios de adversidad, pero que alumbran esa penumbra que habitamos o a la que nos empujan circunstancias que se empeñan en condicionarnos. Lecturas que nos permiten conocer historias de infortunio que, lejos de incapacitar, sirven para iniciar esa búsqueda de una luz, como claros en el bosque, que nos orienta hacia la comprensión y la superación, hacia el camino de un lugar mejor, más hospitalario. Y que nos muestran el ejemplo de cómo aceptar al Otro cuando uno mismo se ha convertido en Otro ante sus semejantes, siendo obligado a sentir la terrible sensación de no pertenencia y desubicación que se le infringe al que es expulsado de su propio país por causas políticas, condenándolo al exilio.

Hannah Arendt
Tal es, justamente, lo que descubrimos en un libro sorprendente y luminoso, escrito por una mujer acerca de dos mujeres que no claudicaron de su inalienable condición de ser mujeres para permitirse reflexionar y entender, desde sus respectivas experiencias vitales, todo aquello que nos circunda, la realidad poliédrica de un mundo al que ser mejor es posible. Se trata de la obra Una poética del exilio. Hannah Arendt y María Zambrano (Editorial Herder, 2021), escrito por la doctora en filosofía Olga Amaris Duarte con enorme sensibilidad y aun mayor rigor y claridad. En él se describen los avatares que padecieron la teórica política alemana y la filósofa española por no constreñir la razón a los cánones aceptados. También clarifica el sentido de las obras que nos legaron, indudablemente condicionadas por el desarraigo, en las que ofrecen una respuesta esperanzada, desde el desastre, para conseguir ese mundo mejor, compuesto de gestos nada heroicos y palabras humildes de gente común, pero justa, que sólo hace lo que debe de hacer.

Arendt, en sus estudios sobre el totalitarismo, elabora el concepto de “banalidad del mal”, por el que personas corrientes, aparentemente “normales”, llegan a cometer grandes atrocidades, convencidas de que no hacen nada malo de lo que arrepentirse, como el Holocausto en la Alemania nazi. Ella misma, por ser alemana y judía, padeció persecución, escapó de un campo de concentración en Francia y fue testigo de lo que ocupó su atención intelectual. Pero de aquellas ruinas y escombros, Arendt extrae la certeza de que el mundo no es solamente lo dado, sino lo perfectible, el espacio público construido constantemente por las palabras y las acciones de los sujetos que en él intervienen. Un espacio regulado por principios que garantizan la igualdad de derechos de una pluralidad de seres humanos singulares y donde el pluralismo, concepto clave de su teoría política, es el antídoto contra el egoísmo que alimenta los regímenes totalitarios.  

María Zambrano
Zambrano, por su parte, persigue un método nuevo de comprensión de la realidad, otra forma superior de conocer, convencida de la existencia de una razón ampliada, a la que denominó razón poética, que permite un acercamiento cognitivo alternativo, semejante a los medios de visibilidad poseídos por la persona “poéticamente o litúrgicamente”. Con ella pretende un renacer de las potencialidades espirituales y cognoscitivas del ser humano. Una oportunidad de saber que trasciende el conflicto entre filosofía, poesía y religión, superando el afán destructor de la razón cuando enfrenta lo racional con lo intuitivo, imaginado y soñado. Y es que, para la pensadora malagueña, “la filosofía es una pregunta, (y) la poesía es una respuesta a una pregunta no formulada”.  Es decir, que no existe litigio alguno entre la palabra poética y el logos filosófico, pues ambos son “dos especies de caminos que en privilegiados instantes se funden en uno solo”. Hasta el sueño tiene, en la razón poética, un potencial creador capaz de proporcionar un conocimiento alternativo, pues apela al inconsciente y a la irracionalidad como legitimadores de su validez.

Hannah Arendt y María Zambrano llevaron vidas paralelas, pero jamás se cruzaron. Ambas sufrieron exilio por pensar y ampliar los límites de la razón hasta donde no estaba permitido. Y ambas pensadoras se propusieron construir, piedra a piedra, desde la experiencia del exilio, un mundo mejor, más diáfano, habitable para la pluralidad de sus habitantes y morada del ser humano. Lucieron en una época sombría como luciérnagas en la oscuridad. Y aún hoy son capaces de deslumbrarnos.

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