Hay lecturas que evaden o entretienen. Y otras que
deslumbran porque nos hacen recapacitar, nos abren los ojos y nos enseñan a
mirar de una manera nueva, más crítica y amplia, inclusiva. Lecturas que ayudan
a entender el mundo, que es lo mismo que entendernos a nosotros mismos, y a enfrentar
los retos que nos depara la vida como oportunidades de mejoramiento. Entre
otras razones, porque el mundo no nos es dado acabado, sino que lo hacemos
nosotros mismos constantemente, cada cual desde su singular excepcionalidad en
la pluralidad de la que formamos parte. Y nos revelan que este mundo pertenece
comunitariamente a todo ser humano, donde nadie puede ser considerado
extraño o “ilegal”, pues es el hogar de todos.
Existen, pues, lecturas que nos deslumbran con reflexiones que
nacen, precisamente, en momentos agrios de adversidad, pero que alumbran esa penumbra
que habitamos o a la que nos empujan circunstancias que se empeñan en condicionarnos.
Lecturas que nos permiten conocer historias de infortunio que, lejos de
incapacitar, sirven para iniciar esa búsqueda de una luz, como claros en el
bosque, que nos orienta hacia la comprensión y la superación, hacia el camino de
un lugar mejor, más hospitalario. Y que nos muestran el ejemplo de cómo aceptar
al Otro cuando uno mismo se ha convertido en Otro ante sus semejantes, siendo obligado
a sentir la terrible sensación de no pertenencia y desubicación que se le infringe
al que es expulsado de su propio país por causas políticas, condenándolo al
exilio.
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Hannah Arendt |
Tal es, justamente, lo que descubrimos en un libro
sorprendente y luminoso, escrito por una mujer acerca de dos mujeres que no
claudicaron de su inalienable condición de ser mujeres para permitirse
reflexionar y entender, desde sus respectivas experiencias vitales, todo
aquello que nos circunda, la realidad poliédrica de un mundo al que ser mejor es
posible. Se trata de la obra
Una poética del exilio. Hannah Arendt y María
Zambrano (Editorial Herder, 2021), escrito por la doctora en filosofía Olga
Amaris Duarte con enorme sensibilidad y aun mayor rigor y claridad. En él se
describen los avatares que padecieron la teórica política alemana y la filósofa
española por no constreñir la razón a los cánones aceptados. También clarifica el
sentido de las obras que nos legaron, indudablemente condicionadas por el
desarraigo, en las que ofrecen una respuesta esperanzada, desde el desastre, para
conseguir ese mundo mejor, compuesto de gestos nada heroicos y palabras
humildes de gente común, pero justa, que sólo hace lo que debe de hacer.
Arendt, en sus estudios sobre el totalitarismo, elabora el
concepto de “banalidad del mal”, por el que personas corrientes, aparentemente
“normales”, llegan a cometer grandes atrocidades, convencidas de que no hacen
nada malo de lo que arrepentirse, como el Holocausto en la Alemania nazi. Ella
misma, por ser alemana y judía, padeció persecución, escapó de un campo de
concentración en Francia y fue testigo de lo que ocupó su atención intelectual.
Pero de aquellas ruinas y escombros, Arendt extrae la certeza de que el mundo no
es solamente lo dado, sino lo perfectible, el espacio público construido constantemente
por las palabras y las acciones de los sujetos que en él intervienen. Un
espacio regulado por principios que garantizan la igualdad de derechos de una
pluralidad de seres humanos singulares y donde el pluralismo, concepto clave de
su teoría política, es el antídoto contra el egoísmo que alimenta los regímenes
totalitarios.
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María Zambrano |
Zambrano, por su parte, persigue un método nuevo de
comprensión de la realidad, otra forma superior de conocer, convencida de la
existencia de una razón ampliada, a la que denominó razón poética, que permite
un acercamiento cognitivo alternativo, semejante a los medios de visibilidad poseídos
por la persona “poéticamente o litúrgicamente”. Con ella pretende un renacer de
las potencialidades espirituales y cognoscitivas del ser humano. Una
oportunidad de saber que trasciende el conflicto entre filosofía, poesía y
religión, superando el afán destructor de la razón cuando enfrenta lo racional
con lo intuitivo, imaginado y soñado. Y es que, para la pensadora malagueña,
“la filosofía es una pregunta, (y) la poesía es una respuesta a una pregunta no
formulada”.
Es decir, que no existe
litigio alguno entre la palabra poética y el
logos filosófico, pues
ambos son “dos especies de caminos que en privilegiados instantes se funden en
uno solo”. Hasta el sueño tiene, en la razón poética, un potencial creador
capaz de proporcionar un conocimiento alternativo, pues apela al inconsciente y
a la irracionalidad como legitimadores de su validez.
Hannah Arendt y María Zambrano llevaron vidas paralelas,
pero jamás se cruzaron. Ambas sufrieron exilio por pensar y ampliar los límites
de la razón hasta donde no estaba permitido. Y ambas pensadoras se propusieron
construir, piedra a piedra, desde la experiencia del exilio, un mundo mejor,
más diáfano, habitable para la pluralidad de sus habitantes y morada del ser
humano. Lucieron en una época sombría como luciérnagas en la oscuridad. Y aún hoy son capaces de deslumbrarnos.
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