Evidentemente, la música moderna ofrece (muchas) malas y (pocas)
buenas obras, puesto que, como en todo, es cuestión de talento. Pero, a veces,
emergen figuras que sobresalen por su sensibilidad y virtuosismo, como el guitarrista
Pat Metheny, un exponente excepcional de la música moderna. Con raíces
jazzisticas, este maestro (en todas sus acepciones) de la guitarra elabora
piezas de indudable calidad que escapan de las etiquetas cosificadoras, al
fundir jazz y rock para crear un sonido propio, innovador y sugerente. Mi interés
por Metheny, nacido en Misuri hace 66 años, comenzó cuando adquirí su disco Offramp
(1982), en los años 80 del siglo pasado, en el que aparece la pieza “Are you
going with me?” que me dejó impresionado. En todos los conciertos en los que he
tenido oportunidad de escucharlo en directo siempre ha tenido que tocar este
tema, haciéndonos levitar de emoción. Desde entonces acumulo en mi “fonoteca” los
vinilos “Pat Metheny Group” (1978), “As falls Wichita, so falls Wichita falls”
(1980), “First Circle” (1989) y la banda sonora que compuso para “The Falcon
and the Snowman” (1985), además de los CD “We live here” (1995), “Speaking of
now” (2002), “One quiet nighy” (2003) y la selección “Selected recordings 1976-1984”
(2004), con grabaciones remasterizadas.
viernes, 12 de marzo de 2021
Pat Metheny, música clásica moderna
Se dice, haciendo un resumen apresurado, que la moderna es
música amplificada, surgida con el nacimiento de la guitarra eléctrica y la
generación beat, la formada por los inseguros y despistados que. tras la
segunda Guerra Mundial, heredaron el “peor de los mundos posibles”, el que generaba
una sensación de vacío por el miedo a que podía ser aniquilado, como quedó demostrado
en Hiroshima y Nagasaki. Esos hípster, jóvenes “blancos negro” que
empezaron a frecuentar garitos donde los afroamericanos lamentaban con el soul
y más tarde con el jazz una vida siempre en peligro en la que lo único
seguro era el presente, son las simientes existencialistas, en un mundo sin
futuro, de lo que se denominó música rock, cuyas manifestaciones artísticas y
vitales dieron lugar a toda una cultura underground, que inmediatamente
fue engullida -y domesticada- por el Sistema hasta convertirla en la “archicultura
pop”, un producto inofensivo que el mercado se encargó de propagar para que
fuera consumido de forma homogénea a escala global.
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