jueves, 26 de agosto de 2021
Los Rolling no son eternos
jueves, 19 de agosto de 2021
Desfasado
Por eso atrae la atención a los ojos cansados de un pensionista
la actitud incoherente de una parte de la juventud, forzada a la precariedad que
le aguarda si quiere abrirse un camino autónomo en la vida. No se trata sólo de
que asuma con resignación la inseguridad laboral o profesional que se le
impone, sino que, encima, parece aceptar de buen grado un modelo económico que
le perjudica y explota, votando a formaciones políticas que lo preconizan. Según
las ideas trasnochadas de mentes arcaicas, como la mía, es una contradicción
ser trabajador, máxime si no es cualificado, y considerar conveniente el modelo
neoliberal que propugna la derecha. O pertenecer a sectores sociales
dependientes de los servicios públicos y apoyar ideologías que se basan en la
“libertad” de afrontar las propias necesidades básicas sin el socorro del
Estado. Es como si ahora no se entendiese que el destino de un proletario es sufrir
una vida de sacrificios y estrecheces, sin más derechos que los que consiente el
mercado. Sentados en un banco del parque, los jubilados percibimos con asombro
que muchos jóvenes aceptan la desigualdad sin ánimo de combatirla, al menos
electoralmente, ahora que se puede.
Otra cuestión incomprensible para un viejo es el afán por la
tecnología en vez de por la emancipación que atrae a las nuevas generaciones. Es
cierto que la vida actual es muy cara, pero en comparación con otras
necesidades perentorias, como la vivienda, los caprichos tecnológicos lo son
aún más. Ese es uno de los motivos que retrasa la independencia de los jóvenes,
atrapados entre unas condiciones laborales indignas y unas exigencias
cotidianas costosas, respecto de sus padres, aun cuando la actualidad sea mucho
menos dura y perversa que antaño. Tales prioridades resultan extrañas para un
abuelo apeado del mundo moderno.
Desgraciadamente, existen demasiadas cuestiones que
sobrepasan mi entendimiento y la lógica que me permitió transitar por la vida
hasta alcanzar la dorada pasividad laboral de la jubilación, no la mental y
racional. Tantas y a todo nivel que me hacen sentir un desfasado de los acelerados
tiempos actuales, en los que prima lo efímero, lo espectacular y lo superficial.
Como un dinosaurio que confía en su experiencia y conocimientos, asisto al
derrumbe de un mundo basado en valores y certezas que es sustituido por otro sustentado
en medias verdades, intolerancia, bulos y mercantilismo en todos los aspectos sociales.
Un mundo donde la educación no está asegurada, las pensiones son insostenibles,
el trabajo es una posibilidad y no una probabilidad, la vivienda es un lujo, el
presente es convulso y el porvenir incierto.
En mi banco del parque, observo una realidad que me hace
sentir desfasado porque apenas la entiendo. Y lo que es más preocupante, que cada
día me resulta más confusa e incomprensible. ¿Estaré chocheando?
jueves, 5 de agosto de 2021
Canícula pandémica
Siendo el nuestro un país turístico, dotado de una impresionante
infraestructura del ocio hasta el extremo de ser la más potente industria
nacional, el desahogo vacacional de los naturales está en gran medida
compensando las dificultades en la llegada masiva de turistas extranjeros, hacia
los que se orienta este negocio. Las ganas de asueto y los ahorros conseguidos
gracias a los confinamientos y los aforos reducidos han posibilitado tal ímpetu
en el consumo hotelero, hostelero y, en definitiva, de ocio, propio de la
estación, pero también en el de reformas del hogar y otros gastos inhabituales en
el verano.
Resulta extraña esta canícula pandémica, con las impulsivas
reacciones que despierta entre el personal, como si fuese la última oportunidad
de disfrutarla en nuestras vidas. Una canícula que nos hace olvidar, por el
ímpetu con que la celebramos, a los que sucumbieron a la letalidad de una
enfermedad todavía no vencida ni a quienes quedaron en la orilla de una economía
que no garantiza un salario digno y, menos aún, un puesto de trabajo al que
está en condiciones de trabajar, a pesar de los Ertes y demás parches
caritativos. Ojalá la canícula vuelva a ser lo que era, aquella rutina soporífera
de unas horas lentas empapados en sudor, siguiendo embelesados el vuelo de las
moscas.