viernes, 30 de junio de 2023

Parón vacacional

En estos tiempos tan difíciles, en los que nada es seguro ni es para siempre porque la mercantilización de la vida controla hasta el derecho a descansar, anunciar que tomamos vacaciones durante el mes de julio puede parecer una provocadora excentricidad. No es la intención. Simplemente, deseamos avisar al lector ocasional -la mayoría- y al habitual -la minoría- que este blog permanecerá mudo durante ese mes. No registrará entradas a lo largo de tan caluroso y sofocante período de tiempo.

Se trata de un silencio obligado por las vacaciones veraniegas, una costumbre que el cuerpo y la mente agradecen, pero que cada vez es más difícil y problemático mantener por imperativos de la sacrosanta economía de mercado, que hasta del ocio hace una fuente de suculentos "rendimientos" lucrativos. Y no sólo como industria -la más importante del país- que explota las vacaciones como turismo estacional, generando riqueza y puestos de trabajo. Sino porque el tiempo dedicado al descanso es considerado por muchas empresas como un "gasto" insoportable que no contribuye a la "productividad" que tantos patronos persiguen en sus negocios, reacios como son a conservar o respetar derechos laborales por muy consagrados que estén.

De ahí que anunciar este parón vacacional, por corto que sea, parezca casi como alardear de un privilegio. Repito. no es la intención. Aunque es cierto que tomamos un par de semanas de asueto, el silencio del blog obedece a mi impericia patológica con las nuevas tecnologías, que me impide acceder desde la distancia a la página de esta bitácora, como hago desde el ordenador doméstico. Por ello el silencio del blog, que alargo unos días hasta que elaboro nuevas entradas. Permitidme, pues, este parón vacacional, fruto antes de mi obsolescencia informática que del relax veraniego. Soy así de torpe, no se rían. Con un poco de paciencia, en agosto retomaremos la rutina. Gracias por su comprensión. Y los que puedan, disfruten también del merecido descanso veraniego. Hasta pronto.

jueves, 29 de junio de 2023

Cuatro días

El mes de junio de 2023 será un hito emocional que nunca olvidaré por varias circunstancias, unas buenas y otras malas, que coincidieron y se concentraron en este período concreto de tiempo. De las desagradables, las que dejan una herida que nunca cicatrizará, ya hice un comentario en este blog. Toca ahora exponer las buenas, las que compensan los sinsabores de la existencia porque te insuflan el alma de felicidad. De esa felicidad que se siente al saber que formas parte de una familia que, más allá de las distancias y los problemas que siempre acompañan a cada uno de sus componentes, siempre actúa como centro de gravedad que nos mantiene unidos por la fuerza de los sentimientos.

Durante cuatro días los sentimientos y las emociones estuvieron a flor de piel a causa de una hermana que jamás creí que pudiera venir a visitarnos. Suena pueril, pero cruzar el Atlántico para encontrarse durante muy pocos días -sólo cuatro- con un familiar no es fácil ni asequible, incluso en estos tiempos en que todo aparenta estar al alcance de la mano. Pero lo hizo, movida por esa voluntad de conocer unas raíces que aparecen de vez en cuando en sus recuerdos no como fantasmas, sino como personajes y una realidad que existen allende los mares.

Y aquí vino a conocernos. Porque en la remota España se hallan los rastros de la historia de la vida de su padre, nuestro padre. Mi hermana, fruto del segundo matrimonio de un viudo que regresó a su país, nunca renunció a conocer esta rama española que sigue enraizada en Sevilla en forma de dos hermanos por parte de padre. Y lo que descubrió fue una familia que continúa extendiéndose al futuro con sobrinos y nietos, pero que no deja de girar en torno a un núcleo sólido que jamás olvida sus orígenes familiares y que se siente orgullosa de ello. Y es que, aparte de la belleza paisajística, histórica, monumental y gastronómica de la ciudad y de este país, también halló la fortaleza con que su familia hace piña indestructible y que llena los ojos de lágrimas por la emoción, la alegría y los recuerdos. Fueron sólo cuatro días, pero cuatro días de sentimientos puros y concentrados.

Gracias, hermana, por visitarnos y mostrarnos los lazos transatlánticos de la familia. Gracias, como dice otra hermana, por ayudarnos a completar el puzzle de nuestra familia. Gracias.     

sábado, 24 de junio de 2023

Lo que está en juego en las elecciones (y III)

Nos jugamos mucho en todas las elecciones y lo hacemos, a veces, sin saber muy bien qué es lo que está en juego y sin valorar siquiera qué votamos exactamente, entre otros motivos, porque nos distraen y confunden intencionadamente con medias verdades, bulos, tergiversaciones, exageraciones y francas mentiras, generados de forma masiva y constante desde antes, durante y hasta después de cada campaña, de tal manera que somos incapaces de asimilar y contrastar tantísima información y distinguir la verdaderamente relevante.

Gracias a esa estrategia de `saturación desinformativa´ es como nos predisponen a elegir, sin que rumiemos las consecuencias, entre "yo y el caos" o, como frente a las próximas del 23 de julio, entre "Sánchez y España", que es tanto como decir Sánchez y Feijóo (el orden de los factores no altera la... manipulación). Tan sencilla nos plantean la cuestión que, sin necesidad de pensarlo, resulta fácil la elección. Es como si nos enfrentaran a la disyuntiva de civilización o la selva, patria o caos, progreso o barbarie y avanzar o retroceder. ¿Quién albergaría dudas ente semejante dilema?

Sin embargo, no se trata de seleccionar simplemente entre una cosa o la otra, como si fuese entre lo bueno y lo malo, sino de algo mucho más complejo y difícil: hemos de escoger entre lo que nos conviene o nos perjudica, valorando lo que en realidad nos jugamos con una u otra opción, sin caer en la trampa de una polarización afectiva. Porque cuando nos interpelan con este tipo de alternativas, lo que se pretende es suscitar una respuesta emocional que estimule el sentimiento de pertenencia a un grupo y, por ende, el rechazo de otro, sin que nos detengamos a reflexionar sobre lo bueno o malo que podrían ofrecernos cada uno de ellos.

De este modo nos fuerzan a percibir la realidad desde unas identidades partidistas que desvirtúan o nublan la atención de lo que debiera, en verdad, interesarnos o convenirnos. Esa obnubilación gregaria hace que, incluso, lleguemos a despreciar lo que verdaderamente está en juego en unas elecciones. Es evidente que con la estrategia de la polarización afectiva se refuerza la defensa del grupo y se anula u obstaculiza la capacidad de construir nuestro propio criterio, basado en razones y argumentos fundados. Nos hace participar de un rechazo visceral que excede toda base racional. Y ello es, justamente, lo que persigue ese dilema que circunscribe la cuestión a elegir entre "Sánchez y España" o "derogar al sanchismo", induciéndonos asumir, sin más -y lo que es peor, sin pensar-, que Sánchez es la antítesis de la Patria, quien la destruye o rompe, y que Feijóo representa la España real, quien la rescata o la salva.

Frente a tales planteamientos "polarizantes" (alteran la realidad), que trascienden lo ideológico para incentivar lo emocional, la mejor vacuna es dotarse de un criterio racional que nos ayude a distinguir lo que realmente nos conviene como ciudadanos, pero también como país.  Y que nos permita, además, ser conscientes de lo que está en juego en unas elecciones que, despeñándose por una deriva peligrosa, se van a caracterizar por su extrema polarización política. Desde hace meses, ya se encargan los responsables de esta polarización de hurtarnos, valiéndose de una total falta de transparencia, los datos, las razones y los argumentos con los que podríamos elaborar un juicio racional que nos ayude a elegir con criterio y esquivar, en lo posible, la manipulación afectiva.

Ejemplo de esa estrategia polarizante y huérfana de datos fiables es la promesa del candidato del PP de revisar todas las leyes en las que el voto de Bildu ha sido determinante. ¿Debemos suponer, por tanto, que lo apoyado por Bildu no es legítimo ni válido? ¿Dejará, entonces, el candidato cuando sea presidente de indexar la subida anual de las pensiones al IPC? ¿Anulará los decretos anticrisis por la pandemia, la guerra de Ucrania, la tormenta Filomena o la erupción del volcán de La Palma? ¿Derogará la mayoría de las leyes sanitarias promovidas por el Gobierno, incluida la de la Eutanasia? ¿Revisará una por una las leyes de Presupuestos de los últimos años?

No hay que olvidar que, para poder aprobar las más de 100 leyes en la legislatura que ahora acaba, el Ejecutivo ha tenido que negociar no sólo con Podemos, sino también con los partidos nacionalistas e independentistas catalanes y vascos que le han prestado apoyo en los últimos cuatro años, incluido el propio PP. Son acuerdos parlamentarios conformes a las normas y procedimientos de un sistema democrático. ¿O acaso se pretende, en última instancia, que se haga tabla rasa de lo conseguido gracias, entre otros, al voto de Bildu (obsesión instrumental del PP), aunque sean leyes que benefician a la mayoría de la población, para que únicamente nos fijemos, con las gafas de la polarización, en la supuesta iniquidad de un Gobierno que ha recurrido al apoyo de comunistas, separatistas y filoterroristas en su acción legislativa? Sólo desde una ingenua e irreflexiva actitud emocional se podría interpretar que si uno es digno, el otro es indigno. Y ello sería así porque nos habrían obligado a percibir y valorar la realidad sólo en blanco y negro. ¿Con qué actitud votaríamos? ¿Sabríamos, de verdad, lo que nos convendría como ciudadanos de a pie? ¿Qué nos estaríamos jugando con una visión tan pobre?

Realmente, lo que nos jugamos no es poco. Podríamos tirar por la borda, si no reflexionamos con detenimiento, un modelo de sociedad plural y tolerante que nos brinde la oportunidad de convivir en paz, armonía y progreso, sin que nadie ponga en cuestión o marque límites a los derechos y libertades conquistados hasta la fecha. Y en la que se defienda el Estado de bienestar y no se desmantele lo público, permaneciendo en alerta ante cualquier retroceso de todos los progresos conseguidos. Una sociedad, en suma, libre de tutelas y dogmatismos, en la que el que desee abortar, por ejemplo, pueda hacerlo sin presiones, pero quien sea contrario a ese derecho también tenga libertad de no ejercerlo, con exquisito respeto y tolerancia hacia ambas libertades.

Eso es la libertad: que nadie imponga a otros sus creencias como las únicas posibles o verdaderas. Y eso es la tolerancia: que todos vivan su vida como decidan, sin más límite que la libertad de los demás, a quienes mi libertad no restringirá las suyas. Esto es lo que no entienden los sectarios del pensamiento conservador más radical y trasnochado, pero sumamente astuto. De ahí que intenten manipularnos -en las últimas, las próximas y en todas las elecciones- con la estrategia de la polarización y la confrontación, a fin de que no tengamos en cuenta lo mucho que podríamos perder en función de la papeleta que echemos en la urna. Y lo intentan actualizando el viejo consejo de Maquiavelo: "No hay que intentar ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira". Ya sabía entonces el amoral padre de la Ciencia Política que frente a la mentira somos increíblemente vulnerables y maleables, pues apenas podemos combatirla, como explicó también, posteriormente, Hannah Arendt en su ensayo La mentira en política

Es mucho, por tanto, lo que nos jugamos en unas elecciones. Aparte del modelo social, están en juego iniciativas que nos ha ayudado a sortear dificultades, lo que no es poco, puesto que han contribuido a que nuestra calidad de vida sea algo mejor, como el aumento del Salario Mínimo, la protección de la clase trabajadora con los Erte durante la pandemia, una Reforma Laboral que ha permitido el incremento del contrato indefinido y la estabilidad laboral, igualdad de derechos a las empleadas del hogar, el tope al gas, la subvención de veinte céntimos por litro a los carburantes, los bonos al transporte de Cercanías y medias distancias, el aumento significativo de las becas, las rebajas del IVA a los alimentos básicos afectados por la inflación y un largo etcétera de medidas progresistas que, a quienes prefieren un neoliberalismo económico, les parecen un despilfarro, un derroche y un gasto innecesario. ¿Vamos a ignorar todo ello a causa de una polarización envenenada?

Está en juego, en fin, el esfuerzo empleado en luchar contra la desigualdad y la injusticia, contra la precariedad y los abusos, contra el desmantelamiento de los servicios públicos para favorecer la iniciativa privada, contra la violencia machista y los techos de cristal, contra la misoginia, el racismo y la xenofobia, contra los negacionistas del cambio climático y de las vacunas, contra la industria esquilmadora de tierras y acuíferos, contra todo aquello que nos hace vulnerables y nos convierte en víctimas de cualquier poderoso o privilegiado en razón de su riqueza, religión, cultura, idioma o raza, contra la instrumentalización y deshumanización de las personas, degradándolas a meros objetos en tanto trabajadores o ciudadanos. Es mucho lo que está en juego en unas elecciones y que deberíamos tener en cuenta cuando vayamos a escoger una papeleta y depositarla en la urna. Piénselo, al menos, un momento. Es mucho lo que nos jugamos.    

domingo, 18 de junio de 2023

Lo que está en juego en las elecciones (II)

Aparte de Sumar, movimiento que agrupa a 15 formaciones de izquierdas (IU, Compromís, Comunes, Más Madrid, Verdes Equo, Podemos y otros) bajo una única etiqueta, los dos partidos que despiertan mayores recelos a la hora de configurar mayorías gubernamentales son EH Bildu y Vox. A los dos se los considera aliados “tóxicos” por los oponentes de cada bando ideológico. Para el PP, Bildu es el brazo político de antiguos terroristas de ETA, mientras que para el PSOE Vox representa el fascismo encarnado en la extrema derecha. ¿Son ambos, pues, igual de peligrosos para el sistema democrático, en general, y para los gobiernos en que participen, en particular? Veámoslo.

Euskal Herría Bildu (Reunir el País Vasco) es un partido que surge en 2012 de los rescoldos del antiguo partido Eusko Alkartasuna –una escisión del PNV liderada por el exlehendakari Carlos Garaikoetxea-, del pacifista Aralar (que condenó explícitamente el terrorismo), de Alternatiba –una franquicia de Izquierda Unida- y de simpatizantes de Sortu –heredero de Batasuna-, el único que puede considerarse “brazo político” de la derrotada y disuelta banda terrorista ETA. Como coalición independentista vasca, es un partido legal, democrático y contrario a la violencia, según sus estatutos, pero que presenta ramalazos de simpatía por los que abrazaron las armas, ofreciéndoles homenajes cuando son puestos en libertad tras cumplir condena como si fueran héroes (iniciativa que ya han suspendido), no acaban de ofrecer un reconocimiento rotundo a las víctimas del terror etarra (lo extienden a “todas” las víctimas) y cometen la  provocación de incluir a exterroristas (libres ya de delitos) en sus listas electorales, que luego rectifican.

Decir que Bildu es sinónimo de ETA o que sus miembros son filoterroristas es confundir malintencionadamente al electorado. Se les podría achacar que son separatistas, como también lo es la catalana ERC, pero es una opción política perfectamente legítima, siempre que se defienda de forma pacífica y por medios democráticos, como efectivamente hacen. Su acatamiento escrupuloso de la Constitución, de la legalidad y del régimen democrático, mediante el diálogo y el voto, convierte a Bildu en un participante del sistema político español tan fiable, digno y respetable como cualquier otro partido. Máxime cuando su mera existencia responde a la estrategia y los objetivos perseguidos durante años por los Pactos de Madrid y de Ajuria Enea para conseguir que ETA dejase las armas y que el nacionalismo abertzale defendiera sus ideas políticas de forma pacífica y por vías democráticas.

Pero, más por lo que son, Bildu debiera valorarse por cómo ejerce la política y por su actuación en el sistema democrático. Según Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional que revisó la calidad de sus estatutos, los de Bildu ofrecen un rechazo inequívoco a la violencia y el compromiso de buscar “un escenario de no violencia con garantías de normalización política progresiva”.  De hecho, Bildu exhibe en el Congreso de los Diputados, a tenor del citado profesor, unas intervenciones que destacan por su calidad y por el respeto a los valores en los que se sustenta la Constitución. Tanto, que no es inhabitual que apoye propuestas de otras fuerzas que benefician a la sociedad en su conjunto y no sólo las que interesan a la circunscripción del País Vasco que representa. Hasta el PP, que lo señala hipócritamente, ha sido beneficiario de los votos de Bildu (han votado juntos hasta en 127 ocasiones en el País Vasco), como también el Gobierno de PSOE-Podemos en el Congreso de los Diputados.

Pero lo que no se cuenta claramente de cara a las próximas elecciones es que Bildu no exige formar parte de ningún gobierno, como pretende Vox, por prestar su apoyo a cuantas medidas legislativas estime merecerlas. Sus aspiraciones u objetivos políticos se limitan a los municipios, diputaciones y ejecutivos de las comunidades vasca y navarra.

En cambio Vox, partido ultraconservador fundado en 2013 por militantes descontentos del PP (su líder Santiago Abascal fue durante años un destacado afiliado que ocupó puestos orgánicos, por designación o electos, tanto del PP vasco como del madrileño), sí busca con insistencia ser parte integrante de gobiernos en todos los niveles del Estado. Como partido, su creación ha sido cuando menos curiosa, pues recibió donaciones de un grupo iraní considerado terrorista y sus cuentas, opacas y falseadas, nunca reflejan la verdadera contabilidad, Muchos de sus dirigentes tienen conductas reprobables o ilegales (Iván Espinosa y Rocío Monasterio han sido condenados por facturas falsas y obras ilegales) o atesoran un historial de acusaciones delictivas o de exacerbado sectarismo y violencia. Incluso lleva en sus listas a una candidata de un pueblo de Madrid que ha sido detenida y acusada de crear una red de narcotráfico y un diputado autónomo por Valencia condenado por violencia de género.

En Vox se concentra lo más radical de la derecha española reaccionaria, desde fanáticos ultracatólicos, nostálgicos del franquismo, retrógrados moralistas, negacionistas de todo pelaje  a supremacistas de vetustos privilegios y rancias tradiciones. Se dicen liberales, pero sólo en lo económico, pues propugnan un neoliberalismo contrario a la reforma laboral, a la subida de las pensiones y del salario mínimo. Toda ayuda o subvención a los más necesitados las considera “paguitas” o “chiringuitos” a suprimir. Eso sí, la supresión del impuesto de donaciones y sucesiones y toda rebaja fiscal a las grandes fortunas, bancos  y empresas le parecen de lo más natural del mundo, así como las subvenciones a la Iglesia Católica y a las corridas de toros.

La intención declarada de Vox es eliminar normas democráticas y derechos ciudadanos conquistados después de años de lucha para imponer su ideario racista, xenófobo, antifeminista y contrario al sistema autonómico y la Unión Europea. Las suyas son las siglas de un ultraconservadurismo populista cada vez más radicalizado que se vanagloria de que sea comparado con el de Le Pen en Francia, el de Meloni y Salvini en Italia, el de Orbán en Hungría, los derrotados de Bolsonaro en Brasil y de Trump en EE UU, entre otras caretas. Es decir, forma parte de una corriente ideológica que propugna un nacionalismo conservador, nativista e iliberal, y que pretende la implosión de la UE,  niega el cambio climático, criminaliza la inmigración, rechaza las políticas de igualdad de género y desea recuperar la centralización del Estado. En palabras de la recién portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Sevilla: su objetivo es combatir “la falsa memoria histórica que desentierra muertos por votos”, acabar con “la propaganda de género”, liquidar el “fanatismo climático” y mantener una lucha decidida en “defensa de la vida”.

Lo malo es que ese discurso se va asumiendo, se está normalizando y ya apenas asusta. Hasta los mismos perjudicados por tales políticas piensan que no es para tanto, a medida que  avanza la integración de Vox, a manos del PP, primero en gobiernos locales y regionales, y más tarde en el de la Nación, si consiguen sumar entre ellos mayoría absoluta, como parece probable. Se aceptan sus propuestas a pesar de que ya sabemos cómo actúan cuando accede a los gobiernos, pues lo han evidenciado con el pin parental que intentó implantar en Murcia, la desregularización de la tuberculosis bovina en Castilla y León o la ley para ampliar regadíos en el entorno sobreexplotado de Doñana, además de recurrir al eufemismo de violencia “intrafamiliar” para negar o invisibilizar la violencia machista, su oposición frontal a la Memoria Histórica, a la eutanasia y al aborto, entre otros ejemplos de su ideario.

Se publicitan con enorme facilidad. Porque la derecha, extrema o no, cuenta, a la hora de edulcorar su imagen y el peligro que representa de regresión en derechos y libertades, con la ingente labor de una potente red de medios de comunicación que continuamente bombardea a la población con mensajes y propaganda que contribuyen a que se asuma, se normalice y se perciba, como una opción más, su oferta. Esa red se la conoce como acorazada mediática o prensa canallesca de la caverna, en la que destacan firmas tan insignes como las de Jiménez Losantos, Alfonso Ussía, Hermann Tertsch, Sánchez Dragó, Isabel San Sebastián, Juan Manuel de Prada, Antonio Burgos o Carlos Herrera, a las que se unen, en un viraje ideológico digno de estudio mental, Fernando Sabater y Juan Luis Cebrián, entre otros conspicuos zapadores, muchos de ellos cuidadosamente descritos en el libro Las Trompetas del Apocalipsis, de José María Izquierdo.

En definitiva, es mucho lo que está en juego en las elecciones. Porque en democracia todo voto es válido. Pero no cualquier voto es digno si es contrario a nuestros intereses y convicciones, si no se deposita con conocimiento de lo que supone y en coherencia con nuestras expectativas e ideas para una convivencia pacífica y tolerante en una sociedad plural y diversa. ¿Y qué es lo que está en juego? Eso es, precisamente, de lo que nos ocuparemos en un próximo artículo. 

jueves, 15 de junio de 2023

Lo que está en juego en las elecciones (I)

Todas las elecciones son importantes porque permiten que los ciudadanos elijan a quienes los van a representar en su municipio, autonomía o país por un período estipulado de tiempo. No es baladí, por tanto, que los gobernados escojan cada cuatro años a los que van a gobernar en su nombre en los distintos niveles de la Administración. Sólo por eso es imprescindible votar, aunque sintamos cierta desconfianza, frustración e, incluso, rechazo por algunos elegidos o las siglas con que se presentan. Ello sucede cuando percibimos que a quienes votamos no han sabido o podido responder a la confianza depositada  o han incumplido las promesas e iniciativas prometidas. Y es que, a veces, cuesta comprender que no siempre es posible materializar un programa electoral en su totalidad, debido a múltiples circunstancias, tanto propias como ajenas, e incluso a coyunturas nacionales o internacionales. Tal cúmulo de condicionantes es lo que obliga a definir la política como el arte de lo posible, no de lo seguro. Desde esa perspectiva es como ha de valorarse la gestión de cualquier gobernante, siempre condicionada por el contexto y las circunstancias.

Y las que han rodeado al actual Gobierno han sido sumamente extraordinarias. Basta con recordarlas: una pandemia sanitaria que ha motivado el confinamiento de la población y una vacunación generalizada en sucesivas dosis hasta lograr una inmunización total; la erupción persistente de un volcán que casi sepulta en cenizas a toda una isla canaria; una impensable guerra en Europa y la consiguiente crisis energética e inflacionaria por el veto al gas del país invasor (Rusia) que ha encarecido el gas, los carburantes, la electricidad y hasta el precio de los alimentos hasta cotas insoportables . ¿Es posible lidiar con todo ello a la vez y aplicar un programa elaborado para un contexto más “normal”? Cuanto menos, habría que estimar el esfuerzo antes de cuestionar los resultados.

En cualquier caso, el desinterés y la desconfianza no deberían impedir ejercer un derecho de vital importancia en democracia: votar. Es el único instrumento de control sobre los gobernantes que disponemos los ciudadanos. Tanto es así que los electores son  los que determinan la calidad del sistema democrático y su idoneidad para abordar los problemas de toda colectividad plural como es la sociedad española. Porque no ejercer ese derecho supondría dejarnos vencer por la irresponsabilidad. Y tal desafección provoca  anomia social, cuya mayor “virtud” es dejarnos en manos de unos pocos, de una minoría que, con su voto, determina el signo y las políticas a desarrollar por culpa del abandono o abstención de la mayoría social convocada a urnas.

Es lo que tiene la democracia: no satisface completamente a nadie, es bastante aburrida y parece un sistema ineficaz para los impacientes que prefieren soluciones tajantes, inmediatas y simples para los innumerables problemas complejos que amenazan a toda sociedad moderna, formada por grupos o colectivos desiguales y hasta opuestos en sus intereses. No hay, por tanto, que caer en el desánimo o la desidia como gustaría a quienes se quejan o intentan disuadir a los demás de que, en política, “todos son iguales”. Y ello no es así.

No todos los políticos son iguales ni todos los partidos y su ideario comparten el mismo fin. No niego que existan personajes que sólo busquen una mejora laboral o social en lo público que no consiguen, o para la que no están preparados, en lo privado. Pero son, proporcionalmente, escasos y sólo “trepan”, con su ambición y engaños, hasta niveles bajos y de menor repercusión pública, salvo esas “rara avis” excepcionales que todos conocemos. A los líderes y dirigentes de las formaciones políticas los impulsan otras motivaciones porque aspiran a implantar el modelo socio-económico que propugnan sus ideologías. ¡Ojo!: siguen existiendo las ideologías, aunque algunos lleven anunciando su ocaso desde hace décadas. De ahí que los políticos  no sean todos iguales ni se limiten a ser meros administradores o gestores de la “res pública”. Votar, por consiguiente, es la única forma, la palanca más formidable para escoger a nuestros gobernantes en función de nuestras preferencias o conveniencias. Pero se trata, tampoco hay que negarlo, de una decisión difícil que exige un mínimo de conocimiento y coherencia. Conocimiento sobre lo que representa y persigue cada gobernante, y coherencia con nuestras necesidades, intereses y aspiraciones.

Sobre todo ello decidimos en las próximas elecciones generales, en las que, como en ningunas otras, nos jugamos no pocas conquistas que, como ciudadanos, creemos  aseguradas, irrenunciables e inamovibles. Sin embargo, pueden ser puestas en cuestión y, llegado el caso, hasta ser eliminadas o recortadas si no atendemos al ideario del partido al que votamos. Saber lo que queremos o conviene, como electores, nos enfrenta a una elección que ha de ser fruto del criterio basado en la razón objetiva, alejada en lo posible de todo impulso emocional, y acorde a nuestras convicciones. Como haríamos si nos enfrentásemos a un grave problema de salud: escoger al médico con experiencia contrastada y no a un curandero que, por muchos “milagros” que sus crédulos publiciten a través de las redes sociales, no deja de ser un charlatán y una estafa. En ambas decisiones, tanto para que nos extirpen un tumor como para disponer de educación pública, intentaremos escoger a los que merezcan, por su experiencia y prestigio, nuestra mayor confianza y credibilidad. Porque votar no es un juego, sino algo muy serio y trascendental para todos, en el que ni todos los políticos son iguales, ni todos los partidos, cuando llegan al poder, implementan las políticas que convienen a nuestros intereses como ciudadanos, seamos o no asalariados, estudiantes, pensionistas,  autónomos, agricultores, ganaderos, profesionales, empresarios, mujeres, parados, financieros, inversores, investigadores o cualesquiera actividad que desempeñemos. En todos influye, de una forma u otra, la política que implemente quien gobierne. Y por ello estamos comprometidos.

De ahí que en estas elecciones confluyan tantas cuestiones relevantes que afectarán a nuestra vida cotidiana, pero de las que no nos explicitan apenas nada o, si lo hacen, sólo muy superficialmente. Empecemos por las que, a mi juicio, provocan mayor rechazo social: las coaliciones o alianzas que permiten a una minoría mayoritaria poder gobernar. Sólo dos partidos pueden necesitar alianzas gubernamentales, a causa de nuestro sistema electoral y político: el Partido Popular (conservador) y el PSOE (socialdemócrata) son los que, desde la restauración de la democracia, se han alternado en el poder en los últimos 41 años.

Dada la fragmentación parlamentaria, con formaciones a derecha e izquierda de estos dos grandes partidos, parece improbable que alguno de ellos pueda obtener la mayoría absoluta que le permita gobernar en solitario, como antaño. Precisarán de acuerdos y hasta de coaliciones de gobierno, como la que tuvo de articular el PSOE con Podemos, en la última legislatura, sumando apoyos parlamentarios de otras fuerzas nacionalistas e independentistas. O como las que está formando el PP con Vox (extrema derecha) en Autonomías y ciudades para disponer de esa mayoría que posibilita gobernar. ¿Son legítimas estas alianzas? Por supuesto que sí, aunque chillen tanto los de un lado como del otro cada vez que se vislumbra tal posibilidad. Al PP le parece impresentable que el PSOE se alíe, entre otros, con BIldu (independentista vasco) y al PSOE le escandaliza que el PP haga lo mismo con Vox. Ambos potenciales aliados son partidos radicales que comportan “peligros” de diferente naturaleza, del mismo modo que sus “pedigrí” democráticos son distintos. Y eso es lo que no nos aclaran y de lo que hablaremos en otra entrega.

jueves, 8 de junio de 2023

Mi cuñado Alberto

Alberto Guerra con su grupo Q
Ha muerto mi cuñado Alberto, arrollado por un mal que sólo necesitó cuatro meses para acabar inmisericordemente con la vida de una persona especial en mi vida. No sólo era el hermano de mi esposa, sino que fue el primer Alberto que pasó a formar parte de mi existencia. Su nombre, por lo que significaba de buena persona, tenaz, leal y cariñosa, lo han heredado su hijo mayor, uno de mis hijos y el hijo de éste, mi nieto.  Cuatro albertos que siempre remitirán a su memoria, a su imagen y a la nobleza de su forma de ser para quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo. Ese es parte del legado que nos deja.

Siempre lo admiré por la determinación con que perseguía sus sueños: la música, pero no a cualquier precio. Fue pianista en grupos y orquestas hasta que esa actividad que tanto anhelaba supuso sacrificios, no para él –dispuesto a hacerlos-, sino para la familia que formó junto a su mujer y sus dos hijos, para los que representaba el pilar de la seguridad y un modelo del que se sentían orgullosos. Nunca dejó a acariciar un teclado, pero la estabilidad que permitía afinar pianos y trabajar en una empresa que facilitaba estos instrumentos a los organizadores de espectáculos, suplió de forma regular su devoción al pentagrama.

En buena medida, mis gustos musicales estuvieron estimulados por él, dándome a conocer grupos rockeros que escapaban de mis primeras aficiones poperas. King Crimson, Uriah Heep, Yes, Jetrhro Tull o Eric Clapton, entre  otros muchos, son discos que conservo en casa, guardados como oro en paño y que me deleito en escuchar con relativa frecuencia, gracias a que me los dio a conocer cada vez que hablábamos de música.

Jamás alzaba la voz ni se enfrentaba con nadie, pero tenía las ideas muy claras sobre sus aficiones y sobre lo que debía hacer en la vida: ser un trabajador honesto e infatigable y un padre ejemplar que anteponía su familia incluso a lo que más amaba, la música. Pero el mal siempre acecha a la buena gente, a las personas nobles y abnegadas, con las que se ensaña sin piedad. Ni siquiera le dejó alcanzar una justa y merecida jubilación para descansar tras tantas obligaciones y sortear tantas renuncias. Con sólo 66 años, Alberto, mi primer Alberto, nos dejó sin pronunciar jamás ninguna queja y minimizando cualquier problema. Estoy convencido de que era consciente de la gravedad de su enfermedad, la única que yo le conocí en toda su vida, pero a la que se enfrentaba diciendo que no era nada, restándole importancia. El vacío que deja en todos, familia y amigos, es insondable. Un vacío doloroso e inconsolable. Se quedaron pendientes tardes prometidas de jam session y de verlo acompañar a su hijo guitarrista y otro amigo común baterista en un escenario. Descansa en paz, cuñado, hermano, tío, amigo.

lunes, 5 de junio de 2023

Lenguaje y lengua

Ya habíamos hablado, en una ocasión anterior, del lenguaje como peculiaridad exclusiva del humán. Nos referíamos entonces, naturalmente, al lenguaje articulado de signos del que derivan todas las lenguas que han sido y son para que los seres humanos se comuniquen entre sí,  a partir del primer gruñido que rasgó, de súbito, las entrañas oscuras de una caverna en tiempos prehistóricos. Se tardaría poco, en términos históricos, desde aquel momento para que una infinidad de lenguas se extendiera a través del mundo habitado por el más `sapiens´ de los homínidos, el ser humano. Todas esas lenguas han ido evolucionando hasta conformar un complejo y simbólico sistema de significantes y significados que posibilitan a quienes los utilizan articular lo que sienten, piensan o desean, sin apenas margen para el error y los  malentendidos. Es más, tal sistema ha permitido lograr, incluso, que lo que expresado primero oralmente se conserve y perdure, trascendiendo el espacio y el tiempo, gracias a su trascripción dibujada o escrita en paredes de cuevas, en piedras, en tablillas de barro o madera, en pieles de animales y, finalmente, en papiro o papel. Así, podemos “oír” lo expresado por otros en cualquier lugar y época.

Este último, el papel tan denostado hoy en día, ha sido y es el soporte que ha posibilitado transportar o trasmitir las palabras y, con ellas, el conocimiento por todo el ancho mundo durante cientos  de años. Como alguien dejó escrito*, el papel ha sido el eje de la libertad. Con su apogeo gracias a la imprenta y hasta con el desprecio que le dispensa Internet, el papel ha saciado como ningún otro soporte la necesidad de comunicar del ser humano, de entenderse con otros y trasladarle sus pensamientos, emociones o sentimientos. Comunicar para  comprenderse, para comprender a los demás y comprender cuanto le rodea. Pero, sobre todo, para no sentirse solo, incomprendido y vulnerable. Todo ello es posible gracias al lenguaje, a cada una de las lenguas que los pueblos han heredado de sus ancestros y que permiten obrar tal milagro comunicativo y social que caracteriza a la Humanidad entera.

Y, entre ellas, nuestra lengua, una de las más importantes: la hablan más de 500 millones de personas en el mundo. Pero, como todas, ha sufrido a lo largo del tiempo una continua evolución -desde su origen como una forma de hablar el Latín hasta la actualidad- que imposibilita que un hablante actual de español pueda entender lo escrito en la misma lengua de centurias pasadas. Entre otras cosas, porque el español, que empezó siendo el castellano de Castilla y, en el siglo XVI, el castellano de España para acabar siendo el español que se habla en el mundo, es una lengua viva que continuamente evoluciona según dictaminan los cambios lingüísticos que imponen los hablantes. Porque son ellos, los hablantes, los dueños de la lengua y los que hacen que esta pueda cambiar, crecer, generar palabras y arrinconar otras, según su voluntad o modo de usarla.

Y, cómo no, algo también pertenece al esfuerzo de otros muchos enamorados de la lengua que se preocuparon por asentar y cuidar aquel viejo dialecto romance a lo largo de su historia, protagonizando hitos relevantes para su conservación y fortalecimiento. Como el que hizo el rey Alfonso X el Sabio, allá por el siglo XIII, cuando apoyó decididamente la escritura en castellano de textos científicos, legislativos y administrativos, fomentando el rescate de los clásicos en las escuelas de traductores  de Toledo y Tarazona. O el de aquellos anónimos hablantes que, durante el período conocido como el Siglo de Oro en literatura, hicieron desaparecer sonidos medievales y engendraron otros que estabilizaron o resolvieron procesos lingüísticos, al tiempo que la lengua española se extendía a través de América, Filipinas y la expansión imperial europea. Y los que motivaron e impulsaron la fundación, en el siglo XVIII, de la Real Academia Española, con la que se intenta por primera vez, desde arriba y no por los hablantes, establecer normas del español y regular su uso, posibilitando que cualquier hablante pueda consultar la etimología y significado de cada palabra acudiendo a su obra más emblemática e indispensable: el Diccionario.  

Es indudable, pues, que el castellano tiene una larga, fecunda y entretenida historia que los filólogos no paran de estudiar e investigar para comprender por qué hablamos como hablamos, usamos los términos y frases que solemos y pronunciamos y escribimos como lo hacemos. Y es que tenemos una lengua muy muy larga**, como precisamente titula su libro Lola Pons, catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla e infatigable divulgadora de la historia de la lengua en nuestro país. En esa obra, amena pero en absoluto carente de rigor, Pons explica con erudición y frescura mucho más de lo apuntado aquí, a través de más de cien relatos sobre el pasado y el presente de nuestra lengua. Y lo hace mediante brevísimas historias que nos cuentan los sonidos que se escuchaban antes y las letras con que se plasmaban; las palabras que constituían esos sonidos y las estructuras en que esas palabras se combinaban en otro tiempo. Es decir, nos explica los fonemas, el léxico y la morfosintaxis del idioma sin que nos percatemos de ello a causa de la amenidad de los relatos.

Cualquiera que se haya detenido a pensar que ya no habla como sus padres ni tampoco como lo hacen sus hijos, que advierte el acento distinto de otro hablante o que le llama la atención las palabras diferentes o sinónimos peculiares que usa otro, incluso cualquier hablante pasivo de nuestra lengua, se sentirá fascinado y podrá disfrutar del conocimiento que sobre el español le aporta el libro Una lengua muy muy larga.  Una obra entretenida y sumamente recomendable en estos tiempos en que, como escribió Luis Vives, “no se puede hablar ni callar sin peligro”. Pero que, puestos a hacer lo uno o lo otro, procuremos hacerlo con propiedad, sabiendo lo que decimos o callamos.  

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*: Carlos Fortea, Un papel en el mundo, Trama editorial, 2023.

**: Lola Pons Rodríguez, Una lengua muy muy larga. Arpa editores, sexta edición 2023.

jueves, 1 de junio de 2023

Perder para aprender

Las elecciones locales y autonómicas del pasado mes de mayo han supuesto una derrota sin paliativos para el Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos, en particular, y, en general, para el conjunto de la izquierda. Entre otras cosas, porque es más fácil perder que ganar, aunque los datos macroeconómicos de los que podía presumir la coalición gubernamental eran -y son- realmente impresionantes. Y las medidas sociales impulsadas, que ampliaban derechos y aumentaban prestaciones y otras ayudas, también eran indiscutibles. ¿Qué pasó entonces?

Pues, precisamente, que de eso no se trataba. No se estaban eligiendo cuestiones de política nacional, sino local y territorial. Y de ellas no se discutió ni se valoró nada o muy poco. No se cuestionaban las pensiones, sino las residencias de ancianos y las guarderías; no se discernía sobre el déficit público, sino de movilidad urbana y planes de viviendas protegidas; tampoco se examinaba la política exterior de España, sino la capacidad de municipios y comunidades para atraer recursos y fomentar el establecimiento de empresas locales que creasen empleo. Incluso no se validaba la gestión de las crisis sanitaria y energéticas últimas, sino simplemente las carencias que hacen de los centros de salud y los ambulatorios un motivo de queja permanente para sus usuarios y los propios profesionales. Por no hablar, no se habló ni confrontó de ningún programa de política municipal o autonómica que pudiera convenir a los vecinos.

En estas elecciones lo que se ventilaba era la política local, la más cotidiana y cercana a los ciudadanos, y la regional, la que vertebra los distintos territorios para que participen y compartan de manera solidaria del progreso del país y de la gestión de la riqueza nacional que entre todos se genera. Pero de ello no se habló. Se prefirió plantear estas elecciones como un plebiscito previo a las generales, previstas para finales de año. Por eso se habló de Bildu y los terroristas, de “compra” de votos y presuntos amaños electorales, de racismo y xenofobia, de partidos ilegítimos y de Vox como peligros para la democracia. Y de bulos y fake news que interesaban a la derecha y que se empeñó en propalar como sólo ella sabe. Por ello, se perdieron las elecciones para la izquierda y se han adelantado las generales para cuanto antes, en julio próximo, como un remedio inmediato que pueda resarcir de la derrota.

Las últimas elecciones las perdió la izquierda y las ganó la derecha. Sobre todo, ganó el PP, que recuperó a sus votantes idos a Ciudadanos, al que dejaron sin representación en alcaldías y cámaras autónomas. Y también ganó Vox, las siglas de la extrema derecha que sigue acumulando poder para decidir en los gobiernos de municipios y comunidades. Nunca es fácil ganar, pero a la derecha no le fue difícil hacerlo, esta vez, porque sólo tenía que dejar que la izquierda perdiera ella sola, con su sopa de letras y sus trifulcas nominativas. Con todo, la manera más fácil de perder es quedándose en casa y desentendiéndose de todo.

Los votantes de izquierda, en su conjunto, no se han sentido involucrados en estos comicios, en parte por lo descrito más arriba. Salvo los del PSOE, partido que mantiene el mismo porcentaje de votos que obtuvo en las elecciones generales de 2019. Pero los que preferían a las formaciones del ala izquierda del PSOE (Podemos, Izquierda Unida, Más País, Compromís, Comunes, etc.) han comprometido, con su abstención, no sólo la existencia de sus formaciones, sino la constitución de gobiernos de izquierda en pueblos y comunidades, y lo que es más grave, la continuidad del Ejecutivo de España. Las luchas entre ellas, más tácticas que ideológicas, y los desencuentros frecuentes entre los socios de la coalición gubernamental han sido determinantes para esta indiscutible derrota de la izquierda en su conjunto. Si a ello se añade el cambio de ciclo que se está extendiendo por todo el continente a favor de partidos conservadores apoyados por populistas de extrema derecha, se podría explicar y hasta prevenir lo que ha sucedido en España. Pero nadie, ninguna encuesta ni ningún experto tertuliano, lo previó en las magnitudes con que se ha producido.

Solo queda aprender de la derrota para no cometer los mismos o semejantes errores. De ahí la apuesta, sumamente arriesgada del presidente del Gobierno, de adelantar a julio las elecciones generales, con la intención de impedir que la derecha pueda afrontarlas con los instrumentos institucionales de los poderes locales y regionales que acaba de conquistar. Y para que las formaciones a la izquierda del PSOE decidan concentrar sus fuerzas en la plataforma Sumar que promueve su líder, Yolanda Díaz, vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo. Ello no exime al propio PSOE de presentarse como partido de mayorías dispuesto a ganar, movilizando aun más a su electorado socialista y centrista, y no contentándose con resultados previos. Se busca, también, obligar al PP, partido vencedor de las últimas elecciones, a clarificar sus alianzas. Es decir, evidenciar si está dispuesto gobernar con el ariete de la extrema derecha de Vox, como ya ha hecho en Castilla y León, o busca pactos con partidos nacionalistas, allí donde su falta de mayoría absoluta lo requiera.

Si estos efectos perseguidos con adelanto electoral se materializan, es decir, si Sumar logra integrar a la izquierda del PSOE en un proyecto unitario y el PP no tiene más remedio que visibilizar y admitir su abrazo con la extrema derecha, es posible que la pérdida actual no sea completa y permita la continuidad de un Gobierno progresista en la nación. Siempre y cuando, ante el vértigo de una derrota aún mayor, los votantes se sientan impelidos inexcusablemente a acudir a las urnas. No es imposible, pero es sumamente difícil, aunque sea julio, haga calor y muchos disfruten de vacaciones. El reto es mayúsculo y digno de estudio.