lunes, 13 de marzo de 2023

El lenguaje nos hace humanos*

Si hay algo que caracteriza al ser humano y lo distingue de todas las demás especies animales es el lenguaje. Esa capacidad de comunicarse a través de signos para transmitir su pensamiento nos ha hecho humanos, junto a lo que posibilita tal facultad: el raciocinio. La razón y su fruto, el lenguaje, son atributos específicamente del humán. El lenguaje es nuestra humanidad. Tanto, que los humanos son los únicos que hablan. El resto de animales también se comunican con gruñidos, gestos, danzas, vibraciones, olores o señales químicas –feromonas-, pero son incapaces de elaborar un lenguaje basado en un sistema de signos o símbolos.

Sólo el hombre, gracias a su inteligencia, ha logrado desarrollar una forma especial y exclusiva de comunicarse con sus congéneres de manera eficaz y precisa mediante el lenguaje, un sistema estructural de signos y señales sonoras (fonemas), que sirven para  elaborar un rico léxico y una gramática recursiva. No hace uso de onomatopeyas para designar sus estados anímicos, sus necesidades o las cosas de la naturaleza, sino de un complejo sistema  con el que, de forma derivada, articula palabras que reúnen el doble rasgo del significante y del significado, lo que confiere al lenguaje, a todas las lenguas (porque todas las sociedades humanas poseen lenguas para comunicarse), versatilidad, flexibilidad y creatividad, como sostiene el pensador español Jesús Mosterín1. De ahí que el lenguaje sea el único modo de transmitir una infinidad de mensajes distintos. Es decir, lo que caracteriza al lenguaje es, según Humboldt, “el uso infinito de medios finitos”.  En ello radica la belleza del lenguaje y la libertad que otorga al hablante: belleza para expresarse libremente, aunque no de manera arbitraria. Porque tiene sus normas, como todo gramático sabe.

Estudiar o interesarse por el lenguaje es profundizar en la naturaleza humana, rastrear aquello que nos eleva sobre el resto de especies animales y sondear los cimientos que sostienen nuestra vida social. No es de extrañar, por tanto, que no sólo lingüistas o filólogos se dediquen al estudio del lenguaje, sino también filósofos, sociólogos, antropólogos, neurólogos o psicólogos. Nacemos “equipados” y predispuestos a hablar de forma natural, sin necesidad de aprender. Según Chomsky, el lenguaje no se aprende sino que se desarrolla, se accede a él con la edad, como la pubertad. Este mismo autor añade, además, que el lenguaje surge para expresar el pensamiento, no sólo para comunicar. Ambos mecanismos –del pensamiento y del lenguaje- parecen estar entrelazados, aunque se ignore cómo funcionan. Lo que sí es claro es que la capacidad lingüística es una excepción evolutiva del ser humano, que ha adaptado nuestro cerebro y el aparato fonador  para el lenguaje. Ya se conoce que la estructura cerebral que controla fundamentalmente el lenguaje se localiza en el área de Broca, cuya lesión impide al paciente articular palabras y hablar, aunque le permite entender lo que oye. Por tanto, la facultad del lenguaje está determinada por los genes e incorporada a nuestra estructura cerebral.

Hallar una teoría general que explique la estructura del lenguaje y el proceso cognitivo que lo posibilita ha sido –y es- el objetivo de los lingüistas y otros científicos, dando lugar a diversas ramas o escuelas lingüísticas, desde el estructuralismo (Sausurre) a la pragmática (Morris, Searle y otros), pasando por la semiótica (Sanders Peirce, Eco, etc.) y la filosofía del lenguaje (Locke, Alston, etc.). Cada rama se centra en un aspecto específico del lenguaje, como el estudio del significado (semántica), del contexto (pragmática), de los signos y símbolos (semiótica) o las reglas que componen una lengua (gramática), entre otras. Toda esta diversidad de teorías o enfoques lingüísticos evidencian la complejidad del lenguaje como materia de estudio. Y es que estudiar el lenguaje es pretender analizar la mente humana. 

De lo que no cabe duda es que el lenguaje es una facultad que la naturaleza ha otorgado al ser humano. Poder decir lo que pensamos, sentimos o queremos es una capacidad común del hombre que no debería diferenciarnos entre nosotros, sino distinguirnos de los animales. Entre otras cosas, porque cada lengua es atributo de la persona, no del grupo social, y reside en el cerebro, no en el territorio. Estas reflexiones, debidas al filósofo Mosterín, puede que no sean del agrado del nacionalismo identitario, dado que resultan más lógicas y demostrables que los distingos artificiales basados en el lenguaje. Esta es una razón más por la que interesarse por el lenguaje: para evitar que sea instrumentalizado con fines políticos ajenos al interés científico.

1: La naturaleza humana, Mosterín, Jesús. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2006.

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* Dedicado a mi hija Hilda, filóloga, con motivo de su cumpleaños.

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