Durante casi cuatro décadas, el mapa andaluz aparecía teñido
de rojo en su mayor parte. Y, de buenas a primeras, tras las últimas
elecciones, ha amanecido de azul, el color que simboliza el frío. Es como si
Andalucía se hubiera enfriado rápidamente. Un hecho que puede lo explique la
sociología electoral, pero no la coherencia y el interés de una inmensa mayoría
de votantes.
Con una población que mayoritariamente trabaja por cuenta ajena, con escasez de trabajo y en sectores productivos como el turismo o los servicios y la agricultura, condicionados por un mercado que impone reglas que priman la rentabilidad en detrimento de los derechos, cuesta entender ese voto masivo a los representantes del Capital, de las tradiciones y de las clases dominantes que históricamente han mantenido Andalucía anclada en el subdesarrollo económico, cultural y social. Un trabajador, por ignaro que sea en política e ideologías, no debería depositar su confianza en quienes siempre han oprimido a los obreros y los desfavorecidos con sus ideas sociales y sus recetas económicas, a pesar de que situaciones coyunturales derivadas de complejas crisis mundiales -guerras, pandemias, energéticas, etc.- parezcan aconsejar el voto a los conservadores más simpáticos y populacheros. Los intereses neoliberales que estos representan jamás coincidirán con los de los trabajadores, ni en una empresa, una finca, una diócesis o un ayuntamiento. Siempre serán opuestos y perjudiciales para la parte más débil, la que ocupa el obrero y el humilde que carece de oportunidades.
El Gobierno conservador presidido por Mariano Rajoy aplicó
una austeridad suicida a la hora de combatir la crisis financiera de 2008,
cargando sus costes sobre el empleo y el salario de los trabajadores, quienes
soportaron los mayores sacrificios para reducir lo que se consideraba “gasto”
en beneficio de empresas y bancos. La destrucción de empleos, los bajos
salarios, el empeoramiento de las condiciones laborales, la pérdida de derechos
laborales, el abaratamiento del despido, la reducción de funcionarios, la práctica
congelación de las pensiones y los recortes aplicados a las partidas
presupuestarias que conforman el Estado de Bienestar demostraron claramente
lo que defiende un gobierno conservador: al Capital. Y por si quedaba alguna
duda, el préstamo millonario solicitado a la Unión Europea para combatir la
crisis se destinó, no a la población que sufría las consecuencias de una crisis
de la que era ajena y víctima, sino a los bancos y financieras que la
provocaron con sus irregulares prácticas avariciosas. Ninguna ayuda a los
trabajadores, a quienes se los condenó a una precariedad absoluta. Ninguna
ayuda a las familias, a las que se las estranguló con recortes y recargos en
servicios públicos esenciales, como el de salud y el farmacéutico, entre otros.
Ningún socorro a la Fuerza del Trabajo ni a los indefensos. Pero ayudas,
subvenciones, préstamos y cancelación de deudas a la Fuerza del Capital, a las
empresas y los inversionistas, cuyos más acaudalados representantes aumentaron,
en medio de la crisis, su riqueza, mientras se empobrecían aún más los pobres.
Nuevas camadas de dirigentes del mismo partido, autor de tales
medidas, han sido agraciadas con el favor electoral de las clases explotadas y exprimidas,
que olvidan con facilidad quienes los han pisoteado, en virtud de una
desinformación convenientemente extendida y por el magnetismo publicitario de
una sonrisa amable. Porque, saturados de mensajes, bulos, exageraciones,
tergiversaciones y mentiras, no sólo acaban desmemoriados, sino que parecen
ciegos a la conveniencia de sus intereses, por muy desencantados y desclasados que
se sientan.
Votar a los que persiguen no dejarte en la cuneta de los sin
suerte, a los partidos que buscan cambiar las condiciones que te impiden
prosperar y progresar, a quienes luchan por que las personas y su dignidad prevalezcan
sobre las reglas y los beneficios del mercado, a aquellos cuyos ideales están
orientados hacia la igualdad, la justicia y la libertad de todos, sin
excepción, debería ser la guía de los que carecen de recursos para sufragar sus
propias necesidades, de los que necesitan de un Estado de Bienestar que les
permita acceder a la educación, la sanidad, la seguridad, la justicia y a una
vejez digna y protegida.
Por ello es triste tener que aguardar años para comprobar qué
política es la que ofrece a los trabajadores mayor seguridad y garantías de
prosperidad. Ahora que ha cambiado el color de la piel de Andalucía, podremos valorar
los intereses de clase que cada partido representa y a quienes sirve cada vez
que precisa, con una sonrisa de oreja a oreja, de tu papeleta.