sábado, 18 de junio de 2022

La Andalucía del cambio tranquilo.

A finales de 2018, el PSOE, que llevaba gobernando Andalucía desde hacía más de 35 años, volvió a ganar las elecciones (33 escaños), pero perdió el poder. Las derechas, encarnadas en varias propuestas que se diferenciaban sólo en matices, lograron sumar más votos que los partidos de izquierdas (59 vs 50). Una nueva formación populista de ultraderecha lograría el milagro de posibilitar con su apoyo parlamentario el primer Ejecutivo conservador que en democracia tomaría el timón de la Junta de Andalucía. Un hecho sin precedentes desde la restauración de la actual democracia en España. Casi cuatro años después, con las elecciones de mañana domingo, las derechas andaluzas, lideradas por el Partido Popular, se prestan a convalidar el giro perpetrado en una Comunidad que era considerada feudo histórico -o voto cautivo- de los socialistas. La única incógnita que esta ocasión presenta es si el Partido Popular conseguirá alcanzar la mayoría absoluta o, como la vez anterior, deberá contar con los votos de sus aliados ideológicos, que ya ofertan con mano tendida tal opción a cambio de compartir sillones en el Palacio de San Termo, sede del Gobierno andaluz.

Esta primera legislatura conservadora en Andalucía no ha desatado la oleada de cambios de signo contrario que se presagiaban, al menos de la magnitud que anunciaba el Partido Popular cuando estaba en la oposición. Su “cambio” ha sido discreto y moderado, como la imagen que se esfuerza transmitir su líder, el presidente Juan Manuel Moreno Bonilla. Ni las auditorías han sido de infarto, ni el adelgazamiento de la Administración, si es que se ha acometido, ha sido tan draconiano, ni las rebajas de impuestos se han notado en el bolsillo de los contribuyentes, excepto en los que manejan o heredan más de un millón de euros. Los cambios más notables ejecutados por el Ejecutivo conservador se han limitado a cuestiones nominales y estéticas, como la estilización del logo de la Junta de Andalucía hasta casi hacerlo confundir con el de un refresco energético, o la modificación del nombre de algunas consejerías para satisfacer a unos socios intransigentes que se conforman con nuevos rótulos que hagan olvidar los heredados de la etapa socialista.

Por lo demás, el PP de “Juanma” Moreno no ha querido o no ha podido emprender la “revolución” conservadora que se temía, salvo en lo superficial y anecdótico, limitándose a implementar políticas que intencionadamente han procurado no alarmar ni hacer perder la confianza de la ciudadanía que lo ha votado. Ha evitado, por lo tanto, emprender la privatización del sector público de forma masiva y desmantelar aquella administración “paralela”, plagada de funcionarios enchufados, que tanto denunciaba cuando hacía oposición. Pero ha hecho “cosas” indiciarias del ideario neoliberal que abraza.

Y aunque el cambio operado en Andalucía ha sido posible, antes que las maneras suaves y tranquilas del líder regional del PP, por el hartazgo con unos sempiternos gobiernos socialistas que agotaron su entusiasmo transformador de la sociedad para enredarse en turbios escándalos de corrupción y clientelismo, la verdad es que se materializa en la aceptación sin recelos de gobiernos de derechas. Tanto es así que se prevé un resultado espectacular del PP en estas elecciones, sin temor a que gobierne en coalición con la ultraderecha envalentonada de Vox.

Mientras tanto, las carencias crónicas que aquejan a los servicios públicos que se prestan en Andalucía siguen sin resolverse. La Sanidad continúa con su déficit de personal y recursos del que siempre ha adolecido, aunque esta situación se haya visto agravada por la aparición de la pandemia del Covid-19. Según un estudio elaborado por la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, Andalucía figura en la cola del ranking de médicos y camas por habitante y entre los últimos puestos por gasto sanitario. Sólo Murcia presenta peores indicadores. Ello explica el deterioro de la Atención Primaria y el aumento de las listas de espera quirúrgica y diagnóstica, situación que no ha podido paliarse ni aumentado la inversión con los conciertos privados ni con las ayudas extras recibidas para enfrentarse a la crisis del coronavirus.

En Educación aparece idéntico problema de falta de medios materiales y humanos. Se ha preferido fomentar la educación privada en detrimento de la pública, detrayendo recursos de esta última para incrementarlos en conciertos con la privada, lo que ha provocado ya una huelga en el sector. Las iniciativas legislativas con las que se persigue aplicar el concepto de “libertad de elección” de centro implican más inversiones para conciertos. En cambio, se cierran unidades de la escuela pública y centros rurales, además de suprimirse servicios de comedor escolar.

Y es que con “suavidad” y discreción, poco a poco, se adoptan medidas que deterioran servicios esenciales públicos que inmediatamente son sustituidos por los ofertados por el sector privado. Sin revoluciones y con moderación, se proclama que se garantiza una educación de “calidad y desideologizada”, cuando lo que se persigue es todo lo contrario. Al menos, no se implanta el “pin parental” como en Murcia, hasta la fecha.

Las elecciones este domingo supondrán, por tanto, si no se produce un terremoto, un triunfo indiscutible para la derecha en Andalucía y, lo que es peor, un ensayo sociológico sobre cómo no alarmar a la población con políticas “duras” para lograr el relevo del Gobierno de la nación, al que están decididos desbancar tanto el Partido Popular como su réplica ultra, Vox, gracias al “cambio tranquilo” con el que actúan Juanma Moreno y Alberto Núñez Feijóo. Es por ello que no es poco lo que se dilucida en Andalucía. 

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