martes, 29 de agosto de 2023

Chatarrería lunar

India acaba de conseguir, en este mes de agosto, un indiscutible éxito astronáutico al lograr que una sonda automática se pose suavemente cerca del polo sur de la Luna.  Pero ni es el único país que fija como objetivo la exploración de nuestro satélite ni su nave tampoco ha sido la primera que pasa a formar parte de los restos de artefactos terrestres que se acumulan sobre la superficie lunar. De hecho, son tantos los residuos dejados en la Luna y muchos los países que persiguen poner sus ojos y su bandera sobre un trozo del satélite que, de continuar la competición entre agencias espaciales de diversas naciones del mundo, la Luna acabará convirtiéndose en una auténtica chatarrería. Lo que sigue es un recuento no exhaustivo de lo que hemos ido dejando en la Luna como chatarra.

Y es que la Luna siempre ha atraído el interés de las potencias capaces de explorar el espacio, una carrera que iniciaron la antigua Unión Soviética y EE UU, en la década de los cincuenta del siglo pasado. Fruto de esa competición, sería la Unión Soviética la primera en enviar una nave a la Luna, en 1959, que acabó estrellándose contra la superficie del satélite. Se trataba de la sonda Luna-2, la que inició el programa soviético de exploración lunar. Es curioso que el último cacharro que, también en este mes de agosto,  se ha estrellado contra la superficie de la Luna sea, casualmente, Luna-25, la última sonda con la que Rusia retomaba su programa de exploración lunar. Entre ambas misiones, han sido más los vehículos que se estrellaron contra el satélite que los que alunizaron. En total, cinco misiones del programa Luna de la agencia espacial soviética consiguieron alunizar con éxito (9, 13, 17, 21 y 23) y otras seis acabaron impactando sin control contra el suelo de la Luna (2, 5, 7, 8. 15 y 25). Y los restos de todas ellas han quedado esparcidos sobre la superficie polvorienta de nuestro satélite, como huellas de la obsesión humana por descubrir y colonizar lo que todavía permanece lejos del  alcance de su mano. Lo malo es que Rusia no es el único país que mantiene esa ambición de explorar y conquistar la Luna, sin importar el precio de dejarla llena de desechos metálicos.

Antes del programa Apolo, con el que EE UU consiguió que el ser humano hollara la Luna por primera vez en la historia, en julio de 1969, otros proyectos habían sido emprendidos por la NASA, la agencia espacial norteamericana, hasta culminar en aquella hazaña que significó un “pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”.

Los comienzos  de la aventura lunar de la NASA se materializan con el programa Pioneer, cuyas primeras sondas bien fallaron en el despegue o bien se perdieron en el espacio. Le sucedería el programa Ranger, del que todas las naves se estrellaron contra la Luna, a lo largo de 1964 y 65. El mayor triunfo de ese programa lo consiguió la Ranger-4, que se estrelló en la cara oculta del satélite, siendo la primera nave de EE UU en impactar contra la Luna, en 1962. Allí reposan los restos de todas ellas.

Más suerte hubo con el programa  Surveyor, de cuyas siete sondas, lanzadas entre 1966 y 1968, dos cayeron violentamente contra la superficie lunar y cinco lograron alunizar como estaba previsto. Pero después de su vida útil, los restos de esas sondas automáticas, cubiertos de polvo, configuran el mapa de vertederos de naves espaciales que el hombre está dejando en la Luna. ¿Llevan la suma?

A los anteriores habría que añadir los alunizajes del proyecto Apolo, desde que Neil Armstrong desembarcara en la Luna gracias a la misión del Apolo 11, en 1969. Le seguirían otras cinco misiones (12, 14, 15, 16 y 17) que, tras alunizar, contribuyeron a incrementar el volumen de chatarra en nuestra luminosa y plateada Luna, pues, aparte de los módulos de descenso, allí dejaron abandonados desde banderas hasta vehículos todoterreno para desplazarse y otros utensilios e instrumentos de apoyo a cada misión.

Lo triste es que la situación de la Luna, como vertedero de nuestra obsesión espacial, no ha ido a mejor, sino a peor. Porque ya no son solo EE UU y Rusia los países que dominan la tecnología astronáutica y aumentan con sus misiones de chatarra la Luna. Ahora, además, hay otros actores decididos a incrementar aquel vertedero lunar.

Japón ha sido el tercer país en participar de la exploración del satélite natural de la Tierra, enviando varias sondas a su encuentro. La nave Selene fue programada para impactar contra la Luna en el 2009, como le sucediera, sin estar programada para ello, a la Hakuto-R en 2022. Por su parte, la Agencia Espacial Europea también hizo estrellar sobre la superficie selenita la nave Smart-1, en 2006. Y la India, la misma que acaba de lograr el último alunizaje con éxito en la Luna, ya había enviado varias naves con anterioridad al satélite, como la Chandrayaan-1, que transportó una sonda lunar que impactó contra el suelo lunar, y la Chandrayaan-2, que se estrelló con su módulo de alunizaje y el rover que transportaba, en 2009.

Incluso Israel, con la nave no tripulada bautizada como Beresheet-1, que se estrelló en 2019, también ha querido contribuir a enriquecer de chatarra la Luna. Pero quien más ha ayudado a ello, siguiendo los pasos de los pioneros de la cerrera espacial, ha sido China.

China, tercera potencia en la actualidad en la disputa por el espacio, ya en 2009 había sido capaz de lanzar un orbitador robotizado, denominado Chang´e-1, que, por desgracia, acabó chocando contra el satélite. El mismo destino correría la C-2. Sin embargo, la C-3 lograría alunizar sin problemas, en 2013. Y la C-4 hizo lo propio en la cara oculta de la Luna, en 2019, donde alunizó y depositó un rover para recoger datos sobre la superficie lunar. Allí siguen.

No sé si habrán contabilizado el número de misiones que tienen por objetivo la Luna. Son más de 50, y la mayoría de ellas ha dejado su cuota de residuos sobre un satélite que sólo acumulaba polvo, regolitos y cráteres. Ahora también chatarra. Pero el futuro no es más prometedor. Nuevas misiones están en marcha este mismo año o se planifican para volver a llenar de escombros metálicos nuestro romántico disco luminoso del cielo nocturno.

La NASA continúa con su Proyecto Artemis, cuyo objetivo es volver a llevar un ser humano a la Luna, con todo lo que eso representa de desperdicios sobre el satélite. Aparte de ello, también tiene en marcha diversas misiones, como la Nova-C IM-1, para explorar la explotación de recursos de la Luna, y la Peregrine Mission, para alunizar y estudiar el hidrógeno del regolito lunar. Ambas colaborarán en el envío de material a la Luna bajo el programa Artemis. Japón, por su parte, más cautelosa y con mala suerte, no abandona sus proyectos de enviar sondas a la Luna, como su proyecto SLIM, un módulo de alunizaje. Ni tampoco China, con su programa Chang´e. Ni Rusia, precisamente por resarcirse del fracaso de la misión de Luna-25. Ni, por supuesto, las agencias espaciales de India y de la Unión Europea.

Como vemos, pues, el porvenir ineludible de la Luna es convertirse en una auténtica chatarrería cósmica, con lo que dejaría de ser una fuente de inspiración para poetas y gatos. Los selenitas, si existieran, andarían contentos con sus vecinos terrícolas, que todo lo ensucian cuando no lo destruyen.

viernes, 25 de agosto de 2023

Calor, sequía y demagogia

Este verano nos está castigando, hasta el momento, con cuatro olas de calor que han derretido el país como si fuera una tableta de chocolate expuesta al sol. No resulta extraño, por tanto, que encontráramos pegajoso el asfalto de algunas calles y carreteras de buena parte de España, esa en la que la poca sombra solo la proporcionan edificaciones o caseríos, que  permanecen recalentados hasta bien entrada la noche, por culpa de la falta de una cubierta vegetal y de  refrescantes superficies líquidas que han sido víctimas del progreso y la economía. Ni siquiera las urbes de la costa y los pueblos encaramados en las montañas se han librado del infernal azote de estos episodios extremos de calor, haciendo que, por ejemplo,  Zaragoza, Orense, Valencia o Bilbao, entre otras, suden la gota gorda durante el día y afronten noches tropicales como si de ciudades caribeñas se trataran.

No, no está siendo un verano agradable en cuanto a temperaturas se refiere, en contra de lo que afirmen los negacionistas del cambio climático, quienes consideran normal y propio de la época estos continuos episodios de calor asfixiante. La realidad y la estadística los rebaten. Porque, según los registros, el  actual es el peor verano de los últimos 80 años, y no sólo en Andalucía, alcanzando temperaturas muy superiores a los 40º C. en muchos lugares y por muchos días durante cada una de esas olas caloríficas. Tanto es así que el pasado mes de julio ha sido el más cálido del siglo, según la Agencia Estatal de Meteorología. Hay que tener en cuenta  que el calor provoca muertes. De hecho, la mortalidad asociada a excesos de temperatura arroja la cifra de más de 11.000 fallecidos a causa del calor durante el verano de 2022 en España. Es importante, pues, no ignorar los efectos letales de un fenómeno que es cada vez más recurrente en España.

Si se suma a estas olas infernales la falta de lluvias que padece el país desde hace años, la situación no solo resulta complicada sino que se torna verdaderamente alarmante. Me refiero  a lluvias persistentes, más en duración que en cantidad, habituales en otoño y primavera, y no a tormentas más o menos torrenciales que tal como caen se pierden por riadas y avenidas en el mar. Y es que, a pesar de las precipitaciones registradas a comienzos de año, nuestro país se mantiene en alerta por sequía y desertización. Una quinta parte de Andalucía, por ejemplo, sufre ya un proceso de alta erosión.

Sin embargo, tampoco convendría olvidar que la sequía es un fenómeno natural, consustancial al clima mediterráneo, que estamos acostumbrados a padecer de antiguo, y que da lugar a ciclos de escasez de agua que impactan de diversas maneras en la sociedad, la economía y el medio ambiente. Es decir, no se trata de algo nuevo. Es sabido, por quienes deberían conocerlo, que estamos expuestos a este clima mediterráneo y a la variabilidad natural de las precipitaciones. ¿Qué hemos hecho al respecto?

Pues esperar la sequía para implorar con rogativas y lamentos que llueva pronto. Es lo que hemos hecho en las últimas sequías de larga duración durante los períodos de 1979-83, 1990-95 y 2005-08. La actual, como cabía esperar, está dejando los embalses en mínimos históricos, y no, precisamente, porque esta sea una sequía mucho más acusada. Tanto la sequía o las inundaciones como el calor extremo son síntomas asociados al cambio climático, que altera los ciclos de precipitaciones y las temperaturas de forma significativa. De ahí que, en la actualidad, quede disponible poca agua embalsada y siga haciendo muchísimo calor. Y lo que es peor, no solo se vacían los pantanos sino que los acuíferos están prácticamente agotados. Consecuencia: nueve millones de personas de 600 municipios, principalmente de Cataluña y Andalucía, sufren este verano restricciones de agua de manera total o parcial. En Córdoba, sin ir más lejos, cerca de 100.000 vecinos de las comarcas de Los Pedroches y El Guadiato, incluyendo Pozoblanco, no disponen de agua en sus grifos y dependen de camiones cisternas, pues el pantano que los abastece, el de Sierra Boyera, ha sido el primero en secarse completamente en España. Y en el Parque Nacional de Doñana, la laguna permanente Santa Olalla se ha secado por segundo año consecutivo. Es evidente que los efectos de la sequía en la vida diaria de las personas, en la actividad socio-económica y en los sistemas ecológicos y la biodiversidad son considerables y sumamente perniciosos.

Pero no toda la culpa recae en la sequía. Para comprenderlo habría que diferenciar entre sequía meteorológica –provocada por la escasez prolongada de precipitaciones- y sequía hídrica –el agua disponible y su gestión-. Ambos conceptos guardan relación, pero no tienen necesariamente un efecto de causalidad directo (causa/efecto). Me explico: hay veces que una sequía meteorológica no provoca sequía hídrica. Y otras, en que llueve, pero es insuficiente el agua embalsada. Los que debieran conocerlo saben que la falta de lluvias no es exclusivamente la responsable de la escasez de agua. Gran parte del problema consiste en cómo la gestionamos y  gastamos.

En España, el principal consumidor de agua, con el 80 por ciento de la demanda, es la agricultura, un pilar básico de nuestra economía. Especialmente la agricultura de regadío intensiva e industrial. Otra parte del problema lo constituye el millón de pozos y regadíos ilegales que extraen sin control  agua de acuíferos, desecando ríos y humedales y acabando con las reservas hídricas para los períodos prolongados de sequía, como el que soportamos hoy en día. Un problema que se agrava por las fugas y pérdidas que se producen en la red de suministro de agua, infraestructuras cuyo deterioro hace que cerca del 20 por ciento del volumen total de agua embalsada se desperdicie por el camino. 

Confiar en que siempre acabará lloviendo y que tendremos agua garantizada para seguir gastando en nuevos proyectos agrícolas, industriales y urbanos es, desde cualquier punto de vista, más que una temeridad, una irresponsabilidad. No hay agua suficiente, y menos aun para seguir incrementando su consumo continuamente. Sin embargo, es lo que pretende la Junta de Andalucía al aprobar multiplicar la superficie de regadío y duplicar su demanda hasta 2027, “uno de los mayores crecimientos contemplados en toda Europa”, según la WWF, en el área de Huelva y la corona norte de Doñana. Ello depende de un trasvase desde la cuenca exprimida del Guadiana a la de los ríos Piedras, Tinto y Odiel, estas últimas gestionadas por el Gobierno andaluz.

Es verdad que estas cuencas de Huelva han sido las menos afectadas por la sequía, pero por primera vez se han visto obligadas este año a imponer restricciones al riego. Y aunque el trasvase sirva, como se esgrime, para alimentar el agua superficial y aliviar la presión sobre el acuífero casi extinguido de Doñana, permitiendo cerrar algunos pozos ilegales de la zona, los agricultores confían, como se les ha prometido, ampliar sus regadíos y que los regantes ilegales sean amnistiados. También la industria onubense aspira a que se ejecute el trasvase y se impulsen las obras de Bocachanza. Como prevén los naturalistas, nunca habrá suficiente agua porque la demanda aumenta en proporción directa a las capacidades y las promesas.

Mientras no hagamos un uso eficiente del agua y se adopten medidas sostenibles para su conservación, así como la adaptación de nuestro modelo productivo y económico al cambio climático, siempre seremos deficitarios del líquido elemento. Y más en un país como el nuestro, suscrito a las sequías y proclive al derroche de agua. Eso sí, siempre podremos elaborar campañas de concienciación sobre el agua en el ámbito doméstico (que consume el 10 por ciento del agua embalsada), cuyo ahorro, en el mejor de los casos, supondría sólo el uno por ciento del agua que se gasta en el país. Es lo que hace esa Administración regional que, paralelamente, aprueba ampliar regadíos. Pura demagogia.

domingo, 20 de agosto de 2023

Favorita de paz y tranquilidad

Descubrir un rincón que no conocías en un pueblo al que llevas más de 40 años visitando es inexplicable. O solo se puede explicar por la inopia del visitante, que regresa una y otra vez  a lo conocido sin explorar lo que se oculta más allá de sus narices. Es, justamente, lo que me ha sucedido. Constantina en una localidad enclavada en plena Sierra Morena sevillana, de por sí un lugar encantador, sosegado y abarcable con sólo recorrer su calle Mesones hasta llegar al Paseo de la Alameda y volver a bajar. Un recorrido sucinto para hallar dónde tapear, comer, comprar, charlar y ver lo típico de un enclave armonioso, con la torre erguida de una iglesia y un castillo derruido  en lo alto de un cerro.

Pero hay más. Mucho más que permanece velado a quien no se aventura a indagar más allá del escaparate urbano. Y no me refiero a los cercanos Ribera del Huéznar o Cerro del Hierro, ni a la fábrica de anisados La Violetera, como tampoco a dejarse embriagar por su vino Zancúo, sus famosos “faisanes” o cualquier elaboración casera y exquisita de venado o cerdo, que convierten a la localidad un destino gastronómico de enorme interés. Constantina tiene, además, un alma secreta que revela sólo a quienes buscan algo más íntimo y menos material, a los que persiguen el paraíso.

Porque a las afueras del pueblo, a sólo tres kilómetros en dirección hacia la Puebla de los Infantes, se halla un vergel, escondido de la vista tras una cancela señalada con un minúsculo rótulo que es imposible leer desde el coche. Se trata de un alojamiento rural de sólo seis habitaciones-apartamento que inundan al visitante de paz y tranquilidad. Es la Finca la Favorita, ubicada en pleno Parque Natural de la Sierra Norte, donde sólo se escuchan el piar de los pájaros, el zumbido de las abejas, el canto de los gallos y el balido de las ovejas.

Sobre el cielo puro de la sierra sobrevuelan majestuosos águilas o buitres, haciendo círculos hasta elevarse sin apenas mover las alas. A ras de tierra, encinas y alcornoques, olivos y almendros, junto a algún eucalipto altísimo e higueras despistadas, roturan las ondulaciones de las montañas hasta el horizonte.  El sonido del agua, increíble en esta época sedienta, que mana de fuentes en los  jardines y de las bocas y tinajas de unas piscinas transparentes y nada convencionales, consigue calmar la inquietud del espíritu y las prisas que pueda albergar el visitante.

Todo contagia al huésped de calma, paz y relax, haciendo de su estancia un reposo necesario y tonificante para el alma y el cuerpo. Todo contribuye a ello. No sólo el paisaje, sino también la decoración del inmueble, una hacienda restaurada con exquisito gusto para hacerla confortable y acogedora, junto a la amabilidad y hospitalidad que derrochan sus gestores, Ana y Javier, volcados en un proyecto hotelero y agrícola totalmente compatible con el entorno de un Parque Natural que hay que respetar y proteger. Y la mejor manera de protegerlo y conservarlo es haciendo un uso racional y sostenible de sus riquezas.

Para mí ha sido un auténtico placer descubrir este lugar idílico de una Constantina que desconocía. Un remanso inimaginable en medio de la naturaleza para disfrutar del privilegio de una paz plena. Días de silencio ensordecedor y noches pletóricas de estrellas. Nada más recomendable a quienes huyen del bullicio, los ruidos y las prisas en cualquier época del año. Ya estoy deseando volver. Es lo que me pasa siempre con Constantina y ahora, también, con la Finca la Favorita. Una experiencia inolvidable.      

lunes, 14 de agosto de 2023

Puerto Rico, refugio de exiliados españoles

En España, hay quien lo olvida, hubo una guerra civil (1936-39) provocada por una asonada de militares fascistas contra el Gobierno legítimo, surgido de unas elecciones, de la República. Aquel levantamiento militar y la consiguiente guerra fratricida obligó a quienes sentían sus vidas amenazadas a huir del país (los golpistas fusilaban a toda persona que hubiera colaborado o simpatizado con la República o, con suerte, les incautaban sus bienes, despojaban de sus trabajos e invalidaban sus carreras profesionales), emprendiendo un exilio de destino incierto.

 América, por afinidad cultural e idiomática, fue uno de los destinos preferidos de los españoles a los que la guerra y la posterior represión de la dictadura franquista expulsaron de su país. De entre las naciones hispanoamericanas, en Puerto Rico hallaron refugio hospitalario un grupo muy destacado de esos exiliados forzosos, cuya presencia en la isla causó un impacto significativo que incentivó el ámbito cultural puertorriqueño. Sobre esta historia del exilio intelectual español y de reconocimiento al país caribeño que los acogió es lo que versa una emotiva exposición que se exhibe, hasta comienzos de septiembre, en la Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional de España, en Madrid. Se trata de una muestra de recuerdo, reconocimiento y gratitud muy oportuna en estos tiempos en que tendemos a soslayar la historia.

Para aquellos exiliados, el camino para llegar a Puerto Rico no fue sencillo. Muchos de ellos recalaron en la isla como escala hacia otros destinos, pues venían con un billete gestionado desde Francia por organizaciones creadas por el Gobierno republicano, exiliado en 1939 en París tras perder la guerra, en virtud de acuerdos suscritos con diversos países para recibir refugiados. De ahí que, en junio de ese mismo año, atracara en Puerto Rico el vapor francés Sinaia, que transportaba exiliados españoles desde los puertos de Setes y Marsella rumbo a México. Muchos de ellos conocían y preferían países de América Latina porque en algunos de esos lugares habían impartido conferencias y cursos con anterioridad. Así fue como comenzó a llegar a Puerto Rico un nutrido y selecto grupo de intelectuales que contribuyeron al desarrollo de la vida cultural de la isla, incluso antes de la derrota republicana en la Guerra Civil española.

Además, Puerto Rico ofrecía una seguridad añadida a la acogida, ya que contaba con el antecedente de las relaciones establecidas en los años veinte entre su Universidad y el Centro de Estudios Históricos de Madrid (CEH), creado en 1910, que permitieron forjar un intercambio cultural y académico que pivotaba entre España, Puerto Rico y Estados Unidos. Ese tejido cultural fue hilvanado gracias, entre otros, a los esfuerzos de Federico de Onís, que se empeñó desde la Universidad de Columbia (EE UU), donde ocupaba una cátedra en el Departamento de Lenguas Romances, de iniciar aquellos intercambios universitarios entre la Universidad de Puerto Rico (UPR) y el CEH. Aunque esas relaciones ya eran bastante sólidas cuando estalló la Guerra Civil, otro factor que explica la afluencia de exiliados intelectuales españoles a Puerto Rico fue, por una parte, la ideología progresista de estos y, por otra, la actitud de la persona que gestó, en la década de los 40, la renovación y reforma de la UPR: su rector Jaime Benítez Rexach, quien procuró la continuidad de unas relaciones que descansaban en la universalidad de la cultura y el saber, valores que procuró y consiguió que fueran uno de los puntales del crecimiento de la Universidad que dirigía.

Con estas premisas, la exposición de la Biblioteca Nacional rastrea documentalmente esa historia a través de las vicisitudes y el contexto vital de unas figuras de indudable relieve intelectual y artístico que hicieron de Puerto Rico su segundo  hogar, aquel que les permitiría estar activos y participar de la vida sociocultural de la isla. Esa fecunda  participación atrajo la visita de otros españoles, exiliados como ellos en otros países del continente (México, Cuba, Argentina, EE UU, etc.), para impartir charlas y conferencias, contribuyendo a enriquecerla. La relevancia del exilio español en Puerto Rico se constata con los nombres de sus figuras más insignes: Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, Pau Casals, Pedro Salinas, María Zambrano, Jorge Guillén, Francisco Ayala, Aurora de Albornoz o Federico de Onís, entre otros. Poetas, filósofos, ensayistas, violoncelistas, científicos, artistas…, la mejor y más nutrida intelectualidad española expulsada de su país por la brutalidad de los sublevados en armas. Nunca se sintieron completamente desarraigados, pues, como escribió Dos Passos, “podéis arrancar al hombre de su país, pero no podéis arrancar el país del corazón del hombre”.

La exposición madrileña se configura en torno a la relación sentimental y artística que establecieron el poeta de Moguer, Juan Ramón Jiménez, y su esposa, la también poetisa Zenobia Camprubí, desde que se hicieron novios, en la España anterior a la guerra, hasta la concesión del Premio Nobel a Juan Ramón y la muerte de ambos en San Juan de Puerto Rico. Siguiendo ese hilo expositivo, la muestra  reconstruye, mediante fotografías, documentos,  audiovisuales de la época y testimonios de intelectuales y artistas contemporáneos, un período enriquecedor, a pesar de haber sido forzado, de historia compartida entre ambos mundos culturales. Abarca una historia que se extiende entre las décadas de los años 30 y 50, y que dio lugar a una serie de confluencias que de otro modo serían impensables, al abrigo de una Universidad, bajo el rectorado de Benítez Rexach, admirador y conocedor de las ideas de Ortega y Gasset sobre la misión y función de la Universidad, que se preocupó de atraer al ámbito académico y cultural puertorriqueño a los intelectuales y artistas que huían de España durante la Guerra Civil y posterior dictadura.

Descubrimos, así, que en Puerto Rico recalan, en 1936, Juan Ramón Jiménez y su mujer, Zenobia Camprubí, y que, en 1939, el matrimonio se instala en EE UU, donde Juan Ramón imparte clases y da conferencias. Pero en 1951 retornan a Puerto Rico para no abandonarlo jamás. El poeta sentía una unión especial con la  isla, a la que llamaba “la islita verde” y la “isla de la simpatía”. De hecho, llegó a confesar que: “Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero”.

Saltando de un destino a otro, en los años 40 llega la malagueña María Zambrano, filósofa discípula de Ortega y Gasset, que hace de San Juan de Puerto Rico, durante un lustro, una capital cultural palpitante, pues se vuelca en trabajar en seminarios y conferencias, en impartir lecciones y cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR, y en participar en tertulias y acalorados debates políticos. De esa experiencia extrae la base para su obra “Isla de Puerto Rico, nostalgia y esperanza de un mundo mejor”, donde expresa: “De la isla se espera siempre el prodigio, el prodigio de una vida en paz, de la vida acordada, en una armonía perdida y cuyo lejano eco es capaz de confrontarnos con el corazón”.

También desembarca, en 1943, el poeta Pedro Salinas, otro de los integrantes de la diáspora de intelectuales españoles a causa de la guerra, perteneciente a la Generación del 27, que primero se exilia en EE UU tras pasar por Francia. En la isla encuentra acomodo profesional en el campus de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, época fecunda durante la cual escribe algunas obras inspiradas por la isla.

Podría decirse lo mismo del granadino Francisco Ayala, escritor y sociólogo, que arriba en Puerto Rico en 1950, donde, tras impartir un curso semestral como profesor invitado, el rector Jaime Benítez le encomienda la organización de los estudios de ciencias sociales y la dirección de la editorial universitaria. Funda la revista La Torre y pone en marcha la colección Biblioteca de Cultura Básica. En sus memorias recordaría: “En modo alguno esperaba yo, cuando me incorporé a la Universidad de Puerto Rico, encontrar en ella un foco tan encendido, entusiasta y estimulante como el que allí ardía”.   

Otros insignes exiliados siguieron, durante aquellos años, el camino hacia Puerto Rico. Como el compositor  y violoncelista Pau Casals, que acabó siendo responsable de la fundación de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y del Conservatorio puertorriqueño. Murió y fue enterrado en San Juan, pero restablecida la democracia en España, sus restos fueron trasladados a Vendrell, su pueblo natal.

Más tardíamente se incorporaría al grupo de exiliados Aurora de Albornoz, poeta, ensayista y profesora de literatura, que fue protagonista, testigo e impulsora del diálogo fructífero entre los españoles de ambos lados del océano, pues era hija y nieta de puertorriqueños. Al llegar a la isla en 1944, estudia en la UPR y conoce  la historia y cultura española que entonces, a causa de la censura, no se enseñaba en España (García Lorca, los Machado, etc.)

Por último, para no hacer demasiado extensa la relación, no debemos olvidar a Federico de Onís, filólogo, hispanista y crítico literario que, aunque residía en EE UU como profesor de varias universidades, aceptó la invitación de su amigo Francisco Ayala para impartir clases en el Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR, donde fundó y dirigió el Seminario de Estudios Hispánicos, al que donó su biblioteca personal. Este inquieto intelectual fue, como ya hemos dicho, actor fundamental de esa especial relación cultural entre Puerto Rico y los intelectuales españoles exiliados.

Pero más allá de los intelectuales que son objeto de la exposición de la Biblioteca Nacional, cabría añadir a la lista a muchos otros exiliados artistas y científicos españoles que también fueron acogidos cálida y positivamente en esta `Perla del Caribe´ cuya herencia hispana tanto los atraía. Desde la llegada de Cristóbal Ruiz, en 1938, hasta la de Eugenio Fernández Granell, en 1950, son varios los artistas que llegan a Puerto Rico, cuya participación favorece un rico ambiente cultural en la isla. En 1943, el rector Benítez segrega la Facultad de Artes y Ciencias para crear la de Humanidades, nombrando como primer decano a un exiliado de la Guerra Civil: Sebastián González García, que ya era profesor de Historia del Arte, desde 1939, en la Universidad de Puerto Rico.

 Lo mismo puede decirse del exilio de científicos y médicos que, aunque no muy numeroso, fue muy beneficioso para el desarrollo y progreso de las instituciones académicas y de Puerto Rico. Ellos colaboraron con las instituciones receptoras, tanto científicas como médicas y técnicas, para crear laboratorios y otros centros. Se trata de uno de los exilios menos conocido del éxodo republicano hacia Puerto Rico.

Y es que Puerto Rico no sólo era un país que atraía a las mentes más preclaras de la diáspora intelectual española, sino que, por su relación singular con EE UU y el entorno americano, también era una vía de proyección para la ingente actividad cultural de estos intelectuales hacia EE UU y otros países hispánicos del continente americano. La duración del exilio, la enorme calidad intelectual de sus figuras, su compenetración con la cultura hispanoamericana y las oportunidades que brindaba la singularidad geopolítica de la isla (Estado Libre Asociado de EE UU), hicieron que se forjara un legado cultural compartido que se prolonga en el tiempo hasta nuestros días.

La exposición “El exilio intelectual español en Puerto Rico”, comisariada por Ernesto Estrella Cózar, es un justo y oportuno tributo a tantos ilustres compatriotas que se vieron forzados a huir de su patria, a la par que una muestra de agradecimiento hacia el país que los acogió y les permitió continuar con sus afanes y fatigas. Con tal propósito, se exhiben más de un centenar de obras, tanto de las colecciones de la Biblioteca Nacional como de otras instituciones españolas y de Puerto Rico, en un intento –conseguido- de reconstruir el contexto de la historia de ese exilio español y expresar el merecido reconocimiento y gratitud a un país tan generoso.

Tanto que, frente al Museo de la Universidad de Puerto Rico, está enclavado el monumento “La bóveda del hombre”, un legado al país por parte de un grupo de exiliados. En su pedestal puede leerse la siguiente dedicatoria: “A Puerto Rico. Los españoles que aquí encontraron la libertad perdida”.

martes, 8 de agosto de 2023

Oppenheimer, un físico contradictorio

Cualquier persona curiosa y con memoria conoce que los norteamericanos lanzaron desde el avión `Enola Gay´, un bombardero B-29, una bomba atómica, bautizada como Litle Boy, sobre Hiroshima un 6 de agosto de 1945. Y que, no conformes con un solo golpe, tiraron otra sobre Nagasaki varios días después, demostrando así que poseían una nueva arma sumamente terrorífica con la que vencieron y dieron fin, tras la capitulación de Japón, a la Segunda Guerra Mundial. Es probable que esa persona también recuerde que el inventor de aquella primera bomba atómica fue un científico apellidado Oppenheimer. Son hechos históricos que no se olvidan fácilmente.

De ahí que genere gran expectación, entre los memoriosos y, cómo no, los amantes del buen cine, el estreno de un filme norteamericano, escrito y dirigido por Christopher Nolan, que profundiza en los dilemas morales y la compleja personalidad de quien, basándose en teorías e intuiciones antes que en experimentos y trabajos de laboratorio, acabaría figurando en los libros de historia como el "padre de la bomba atómica": el físico Robert Oppenheimer.

Este científico norteamericano, profesor en la Universidad de Berkeley (California) y a la vanguardia de la física cuántica en los años 20 y 30 del siglo pasado, hijo de un empresario textil que emigró a los Estados Unidos desde la Alemania nazi, fue reclutado por el Ejército norteamericano para encabezar, bajo la supervisión del mayor general Leslie R. Grover, del cuerpo de ingenieros, el Proyecto Manhattan, un laboratorio secreto -mejor, una ciudad secreta, habitada por cuatro mil civiles y dos mil militares- en el desierto de Los Álamos (Nuevo México). En esas instalaciones acabaría desarrollándose la primera bomba atómica, usando plutonio como material fisionable, que sería detonada con éxito un 16 de julio de 1945, hace 78 años, liberando una energía equivalente a 19.000 toneladas de TNT. Aquella prueba se denominó Trinity.

Eso permitió al presidente Truman ordenar, apenas dos semanas más tarde, el lanzamiento de sendas bombas atómicas, una de uranio y otra de plutonio, sobre las citadas ciudades japonesas, provocando tal devastación y muertes (se estima que murieron más de 200.000 personas por la explosión y la radiactividad) que el mundo quedó conmocionado, incluido el propio "padre" de las bombas. De estos acontecimientos nos refresca la memoria la extensa película de Nolan, que se basa en una biografía del científico, titulada American Prometheus, escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, ganadora de un Premio Pullitzer en 2006.

Quienes recuerdan estos hechos pero son profanos en física y en los detalles biográficos de una personalidad tan enigmática, descubrirán gracias a la película que Oppenheimer, de azarosa vida personal, fue considerado un héroe, pero al mismo tiempo un elemento peligroso para el FBI, que llegó acusarlo de ser simpatizante del comunismo (hacía donativos a las Brigadas Internacionales que combatían al lado de la República en la Guerra Civil española). Por todo ello, en una humillante audiencia de Seguridad Nacional, se le retiraría la autorización para seguir investigando, lo que afectó a su carrera y prestigio. Nada extraño por aquel entonces, cuando la sociedad norteamericana empezaba a ser objeto de la paranoia de Hoover y la subsiguiente caza de brujas de McCarthy.

Pero es que, además, Oppenheimer, tras relacionarse con Albert Einstein, comenzó a dar pruebas de un progresivo pacifismo. Albergaba el temor de que la nueva tecnología que acababa de descubrir pudiera causar el fin del mundo, al haber puesto en manos de la humanidad el poder de autodestruirse. Llegó a expresar, recordando una frase del Bhagavad Gita, que se había "convertido en la muerte, el destructor de mundos". Le preocupaba que se desatara una proliferación nuclear, por lo que comenzó abogar a favor del control internacional de estas armas y a oponerse al desarrollo de nuevas bombas, como las de hidrógeno. Aun así, bajo su dirección el Proyecto Manhattan, cuyo objetivo era disponer de la bomba atómica antes que la Alemania de Hitler, desarrolló dos de los cuatro modelos de bomba por fisión posibles, debido a las limitaciones de los aviones para transportarla, como explica el divulgador Daniel Marín en su blog Eureka. Sin embargo, poco más tarde, en los años 50, ya sin Oppenheimer al frente del laboratorio, se consiguió construir la bomba de hidrógeno, lo que incrementó considerablemente el poder destructivo del núcleo atómico.

En la actualidad, por desgracia, las peores pesadillas de este científico contradictorio se han hecho realidad: miles de ojivas nucleares, mucho más potentes que la que él construyó, instaladas en misiles y aviones, están listas para ser lanzadas a cualquier parte del mundo en cualquier momento, incluso desde dictaduras como la de Corea del Norte, si al lunático de turno le da por apretar el maldito botón.

Es por ello que ese punto de vista subjetivo, válido para hacer una reflexión sumamente pertinente sobre los dilemas morales y las contradicciones que albergaba la prodigiosa mente privilegiada de Oppenheimer, sea uno de los aciertos de la película de Nolan. Nos muestra a un personaje que, lo sepamos o no, inoculó con su invento el miedo a una época y en nuestras vidas, porque contribuyó a hacer depender la paz de una mutua aniquilación asegurada. Y en esa estamos: angustiados por que Rusia no tire una bomba atómica sobre Ucrania. ¡Qué horror!                

sábado, 5 de agosto de 2023

¿Quién violó qué secreto?

En Huelva, ejercer el periodismo puede acarrear pena de cárcel. Es lo que se colige de una sentencia de la Audiencia de aquella provincia que condena a dos años de cárcel e inhabilitación para el ejercicio de su profesión a la periodista encargada de tribunales de un diario onubense por “revelación de secretos” relacionados con el caso del brutal asesinato de Laura Luelmo, una joven maestra que al poco de instalarse en El Campillo fue violada y asesinada por Bernardo Montoya, autor confeso del crimen y agresor reincidente, castigado con prisión permanente en 2018.

Según la sentencia, la periodista obtuvo información del sumario del caso y la difundió a través de los artículos que elaboraba para el periódico en el que trabajaba. Los jueces consideran que algunos de los detalles revelados eran “innecesarios e irrelevantes” para el interés público y afectaban “a la intimidad de la víctima y su familia”. Por tal motivo, no la condenan por atentar contra la intimidad de la víctima o el honor de la familia, sino por “revelación de secretos” contenidos en un sumario que, paradójicamente, no estaba declarado secreto.

En virtud del  artículo 197.3 del Código Penal, que castiga la revelación de secretos que vulneren la intimidad de las personas y obtengan esa información de manera ilícita, la periodista va a pagar por un delito que se supone cometen quienes tienen la obligación de guardar o custodiar tales secretos. Pero, que se sepa, hasta la fecha no se ha hallado ni ha sido condenado ningún juez, funcionario judicial o profesional del Derecho personado en la causa, único personal  capaz de filtrar o revelar datos e información de los sumarios que manejan, sean secretos o no.

Por otra parte, en el ordenamiento jurídico español no se contempla el castigo a periodistas por revelar informaciones de sumarios judiciales, ya que, por definición, la justicia es pública y la publicidad de los actos procesales está reconocida por la Constitución. De hecho, existen sentencias del Tribunal Constitucional  que se fundamentan en la conveniencia y la necesidad de que la sociedad sea informada sobre sucesos de relevancia penal, con independencia del sujeto privado o personas afectadas por la noticia. Un derecho a la información que ha de prevalecer cuando los delitos cometidos comportan cierta gravedad o han causado un impacto considerable en la opinión pública. Como es el caso.

Causa estupor, por tanto, que una periodista pueda quebrar el secreto de un sumario que, para colmo de contradicciones, ni siquiera era secreto. O que pudiera extraer la información de manera ilícita por cuanto del sumario, al no ser secreto, cualquier implicado podría habérsela facilitado. O que lo difundido a través de sus artículos periodísticos pudiera afectar a la intimidad de la víctima o de sus familiares cuando se trata de un suceso  que ha causado una fuerte  conmoción en la sociedad y cuyas pesquisas policiales (la propia Guardia Civil ofreció numerosos detalles en una rueda de prensa), desarrollo sumarial y la práctica de algunas providencias ya habían sido dadas a conocer con anterioridad a lo publicado por la periodista.

¿Quién violó qué secreto entonces? Es práctica habitual del periodismo que alguna fuente hubiese facilitado a la reportera los pormenores del caso que sirvieron para confeccionar los artículos periodísticos. Valerse de fuentes es, como digo, un método común no solo en periodismo de tribunales, sino también en cuestiones de política, economía, finanzas, cultura o sociedad. Y en cualquiera de estos ámbitos, corresponde a la diligencia periodística valorar qué es relevante para la opinión pública, asegurándose antes que nada de comprobar la veracidad, importancia y trascendencia de la información recabada.

Siempre que tenga ese carácter de interés general y se ajuste a la verdad de los hechos, la información prevalece sobre el derecho a la intimidad. En eso consiste, justamente, la función del periodismo: en descubrir y revelar lo que se pretende mantener oculto y es relevante para conocer lo que sucede en realidad. Sólo así, con información veraz, contrastada y plural, se puede conformar una opinión pública fundada. Y no es ningún juez quien determina qué tiene relevancia pública o no la tiene. Su labor, en todo caso, se circunscribe a ponderar cuál derecho en conflicto ha de prevalecer. Y en el caso que comentamos, tal ponderación jurídica no se ha efectuado con rigor, pues los magistrados que han instruido el sumario han preferido recurrir al supuesto delito de revelación de secretos (¡) para poder condenar a la periodista.

Ello es, precisamente, lo más chocante de esta resolución sin precedentes: el proceso que realiza el tribunal para determinar de los artículos elaborados por la periodista qué información debió omitirse y no hacerse público. En otras palabras, el sumario practica un auténtico acto de censura al estimar, a tenor del criterio de los magistrados, qué información es relevante y cuál no lo es. Incluso siendo datos veraces y legítimamente obtenidos, el juez se arroga la facultad, como en tiempos pretéritos, de establecer lo que el ciudadano puede conocer o ignorar acerca de hechos que le incumben como miembro de una sociedad democrática y al que le asiste el derecho a estar informado.   

Si el contenido de cualquier reportaje sobre un asunto judicial no aborda las declaraciones contradictorias del acusado, omite la existencia de pruebas inculpatorias, elude los datos aportados por la autopsia que corroboran la violencia del crimen y no detalla las diversas providencias practicadas para esclarecer, sin lugar a dudas, la autoría del delito, dicho resultado será cualquier cosa menos un trabajo de información periodística. Si eso es lo que esperaban los magistrados que condenaron a la periodista, no se comprende tampoco qué es lo que entienden sus señorías del periodismo, sea de tribunales u otros ámbitos. Máxime cuando tales artículos, objetos de censura por la Audiencia de Huelva, ya habían sido premiados por la Asociación de la Prensa de Huelva y por la Diputación onubense.

Y aunque es obvio que no siempre se practica una buena praxis en la labor periodística, fundamentalmente en aquella prensa que alimenta el amarillismo y el espectáculo, la deontología profesional de la inmensa mayoría de los periodistas sabe distinguir qué es relevante y pertinente de cualquier información que caiga en sus manos. Cosa distinta es la judicialización de la labor periodística como método espurio para evitar u obstaculizar sus pesquisas en pos de cualquier información de interés general, tanto judicial como empresarial, política, deportiva o social.

La sentencia de Huelva no es la primera imputación a un periodista, pero sí la primera condena basada en la revelación de secretos que, por su gravedad, extiende entre los periodistas la sensación cautelar de la autocensura, lo que es aún más peligroso para una sociedad informada. Los jueces no pueden encarnar una nueva inquisición para el periodismo responsable, riguroso y veraz, por lo que esta sentencia deberá ser recurrida y archivada en la instancia que corresponda. Entre otras cosas, porque en su resolución ningún párrafo responde quién violó qué secreto.

martes, 1 de agosto de 2023

Un julio de miedo

Los meteorólogos aseguran, con datos en la mano, que el mes de julio ha sido el más caluroso de la historia, al menos desde que se tienen registros. Han demostrado que sucesivas olas de calor, que asfixiaban día y noche a la gente, convirtieron el pasado mes en un horno insoportable. Y no solo por las temperaturas máximas sino también por el clima político que padecimos esos días. Se juntaron, así, dos combustibles inflamables que lograron hacer arder al país. El ambiente estaba mucho más que caldeado: era abrasador.

De esas dos mechas, a mi juicio, la que mayor peligro representaba era el comburente político, enriquecido con una pirómana campaña electoral sumamente enrabietada. Tanto fue así que, de hecho, me fui de vacaciones con miedo en el cuerpo. Temía acabar chamuscado por las llamas de la intolerancia y el sectarismo, como las que conocí en una época que creía superada, cuando los derechos y las libertades emanaban de concesiones arbitrarias, según conveniencia, de un dictador. Entonces no era necesario que cometieras un delito, porque delito era cualquier cosa que desagradara al régimen, para que te enchironaran. Muchos libros eran considerados subversivos y estaba prohibido publicarlos. Así como obras de teatro, cinematográficas o musicales. Algunos quieren recuperar esas tijeras a la libertad y volver aplicar aquella censura.

Es lo que sentí a lo largo del pasado mes de julio, cuando algunos de los partidos que competían en las elecciones pretendían que retrocediéramos a los tiempos de la desigualdad, la discriminación y las mordazas, como ya empiezan a hacer en aquellos municipios y comunidades en las que han accedido al gobierno. Intentan imponer una moral indiscutida, una verdad única y un pensamiento adoctrinado. Sólo permitirán los suyos: su moral, su verdad y su pensamiento. No admiten el disenso ni la pluralidad ni la diversidad. Ni siquiera admiten unas autonomías que se asientan en la pluralidad, incluso de lenguas, del país. Y persiguen, para combatirlo y anularlo, el feminismo porque apela a la igualdad en derechos de la mujer respecto del hombre. Clausuran oficinas contra la violencia machista y eliminan toda referencia –y ayudas, por supuesto- a las personas LGTBI. Incluso desprograman obras y espectáculos porque airean ansias de libertad, de tolerancia y de justicia. Por eso tuve mucho miedo.

De hecho, interrumpí mis vacaciones para acudir a votar, recorriendo varios centenares de kilómetros en el trayecto de ida y vuelta, inmerso en temores y sudores. Y no sólo por el calor que registraban los termómetros de los meteorólogos. No empecé a relajarme y dejar de sudar hasta cerca de la medianoche del día 23, cuando, contra el pronóstico de encuestas que no admitían otra posibilidad, el fuego se apagó, el peligró desapareció temporalmente y mi desasosiego disminuyó considerablemente. Sé que nada se ha resuelto satisfactoria y completamente. Quedan muchos rescoldos que podrían volver a prender en cualquier momento, es cierto. Pero aquellas llamas gigantescas que iban a devorar todo  el país, dejándonos otra vez a la intemperie de lo reaccionario, han sido apagadas por los bomberos de las urnas y el agua de los votos. Fue entonces cuando pude respirar más tranquilo. Pero acabé mis vacaciones con la sensación agridulce de habernos librado de un grave peligro por los pelos, casi de no contarlo, porque sólo lo hemos sorteado de milagro. El milagro que consiguen quienes sienten miedo porque tienen memoria, aunque guarden silencio, y no renuncian a la tolerancia, al progreso y a la convivencia.

No estoy contento, sin embargo. El futuro sigue siendo incierto y complicado. Nada se conquista para siempre puesto que todo puede derrumbarse -o quemarse- cuando menos se espera. Los logros alcanzados están continuamente amenazados por el fuego del populismo retrógrado, negacionista, misógino e intolerante que todo lo destruye y convierte en cenizas. Hasta las certezas que anteriormente nos mantenían rectos en nuestras convicciones se diluyen en la  lucidez de las dudas y las desconfianzas. Porque viendo cómo las gastan los pirómanos del progreso y la pluralidad, ninguna parcela de nuestra convivencia en libertad está libre de las llamas. Estos pirómanos son capaces de volver a intentar un incendio social. Da miedo de sólo pensarlo. Y más si para ello no tienen empacho en recurrir a la mentira, la descalificación y el insulto. Se valen de cualquier medio, hasta de poner en duda las instituciones y cuestionar las reglas de la democracia. No se paran en chiquitas. Y con gente así es mejor estar prevenidos y no bajar la guardia. Es lo que tienen las libertades: hay que defenderlas, no sólo disfrutarlas.