martes, 8 de agosto de 2023

Oppenheimer, un físico contradictorio

Cualquier persona curiosa y con memoria conoce que los norteamericanos lanzaron desde el avión `Enola Gay´, un bombardero B-29, una bomba atómica, bautizada como Litle Boy, sobre Hiroshima un 6 de agosto de 1945. Y que, no conformes con un solo golpe, tiraron otra sobre Nagasaki varios días después, demostrando así que poseían una nueva arma sumamente terrorífica con la que vencieron y dieron fin, tras la capitulación de Japón, a la Segunda Guerra Mundial. Es probable que esa persona también recuerde que el inventor de aquella primera bomba atómica fue un científico apellidado Oppenheimer. Son hechos históricos que no se olvidan fácilmente.

De ahí que genere gran expectación, entre los memoriosos y, cómo no, los amantes del buen cine, el estreno de un filme norteamericano, escrito y dirigido por Christopher Nolan, que profundiza en los dilemas morales y la compleja personalidad de quien, basándose en teorías e intuiciones antes que en experimentos y trabajos de laboratorio, acabaría figurando en los libros de historia como el "padre de la bomba atómica": el físico Robert Oppenheimer.

Este científico norteamericano, profesor en la Universidad de Berkeley (California) y a la vanguardia de la física cuántica en los años 20 y 30 del siglo pasado, hijo de un empresario textil que emigró a los Estados Unidos desde la Alemania nazi, fue reclutado por el Ejército norteamericano para encabezar, bajo la supervisión del mayor general Leslie R. Grover, del cuerpo de ingenieros, el Proyecto Manhattan, un laboratorio secreto -mejor, una ciudad secreta, habitada por cuatro mil civiles y dos mil militares- en el desierto de Los Álamos (Nuevo México). En esas instalaciones acabaría desarrollándose la primera bomba atómica, usando plutonio como material fisionable, que sería detonada con éxito un 16 de julio de 1945, hace 78 años, liberando una energía equivalente a 19.000 toneladas de TNT. Aquella prueba se denominó Trinity.

Eso permitió al presidente Truman ordenar, apenas dos semanas más tarde, el lanzamiento de sendas bombas atómicas, una de uranio y otra de plutonio, sobre las citadas ciudades japonesas, provocando tal devastación y muertes (se estima que murieron más de 200.000 personas por la explosión y la radiactividad) que el mundo quedó conmocionado, incluido el propio "padre" de las bombas. De estos acontecimientos nos refresca la memoria la extensa película de Nolan, que se basa en una biografía del científico, titulada American Prometheus, escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin, ganadora de un Premio Pullitzer en 2006.

Quienes recuerdan estos hechos pero son profanos en física y en los detalles biográficos de una personalidad tan enigmática, descubrirán gracias a la película que Oppenheimer, de azarosa vida personal, fue considerado un héroe, pero al mismo tiempo un elemento peligroso para el FBI, que llegó acusarlo de ser simpatizante del comunismo (hacía donativos a las Brigadas Internacionales que combatían al lado de la República en la Guerra Civil española). Por todo ello, en una humillante audiencia de Seguridad Nacional, se le retiraría la autorización para seguir investigando, lo que afectó a su carrera y prestigio. Nada extraño por aquel entonces, cuando la sociedad norteamericana empezaba a ser objeto de la paranoia de Hoover y la subsiguiente caza de brujas de McCarthy.

Pero es que, además, Oppenheimer, tras relacionarse con Albert Einstein, comenzó a dar pruebas de un progresivo pacifismo. Albergaba el temor de que la nueva tecnología que acababa de descubrir pudiera causar el fin del mundo, al haber puesto en manos de la humanidad el poder de autodestruirse. Llegó a expresar, recordando una frase del Bhagavad Gita, que se había "convertido en la muerte, el destructor de mundos". Le preocupaba que se desatara una proliferación nuclear, por lo que comenzó abogar a favor del control internacional de estas armas y a oponerse al desarrollo de nuevas bombas, como las de hidrógeno. Aun así, bajo su dirección el Proyecto Manhattan, cuyo objetivo era disponer de la bomba atómica antes que la Alemania de Hitler, desarrolló dos de los cuatro modelos de bomba por fisión posibles, debido a las limitaciones de los aviones para transportarla, como explica el divulgador Daniel Marín en su blog Eureka. Sin embargo, poco más tarde, en los años 50, ya sin Oppenheimer al frente del laboratorio, se consiguió construir la bomba de hidrógeno, lo que incrementó considerablemente el poder destructivo del núcleo atómico.

En la actualidad, por desgracia, las peores pesadillas de este científico contradictorio se han hecho realidad: miles de ojivas nucleares, mucho más potentes que la que él construyó, instaladas en misiles y aviones, están listas para ser lanzadas a cualquier parte del mundo en cualquier momento, incluso desde dictaduras como la de Corea del Norte, si al lunático de turno le da por apretar el maldito botón.

Es por ello que ese punto de vista subjetivo, válido para hacer una reflexión sumamente pertinente sobre los dilemas morales y las contradicciones que albergaba la prodigiosa mente privilegiada de Oppenheimer, sea uno de los aciertos de la película de Nolan. Nos muestra a un personaje que, lo sepamos o no, inoculó con su invento el miedo a una época y en nuestras vidas, porque contribuyó a hacer depender la paz de una mutua aniquilación asegurada. Y en esa estamos: angustiados por que Rusia no tire una bomba atómica sobre Ucrania. ¡Qué horror!                

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.