De este modo, cualquier acto e iniciativa gubernamental,
parlamentaria o partidaria, a partir de entonces e incluso desde antes, ha
servido para hacer propaganda electoral, donde todos se afanan por presumir de
méritos y bondades propios y en desmentir y desacreditar al adversario. Es
decir, lo habitual en toda competición por el voto ciudadano, en que lo que a
uno le parece bien, al contrincante le parece fatal. Y viceversa. Ya nos tienen
acostumbrados tras más de 40 elecciones generales, autonómicas, municipales o
europeas, desde 2015, y más de 200 si hacemos la cuenta desde la Transición.
Sin embargo, en esta que actualmente estamos soportando, el
clima político es especialmente bronco, como si se pretendiera caldear adrede
el ambiente de cara a las generales del próximo otoño, las que de verdad
importan a las formaciones con posibilidad de gobernar. En semejante contexto,
llama particularmente la atención la ferocidad con que la oposición de derechas
en general, y el PP en particular (Vox e Isabel Díaz Ayuso son caso aparte),
ataca al Gobierno con su argumentario de campaña. Da la impresión de que está
indignada por no ocupar el poder en cualesquiera administraciones en que podría
hacerlo. Va a por todas y con todas las armas a su alcance. Las legítimas y las
ilegítimas. Con verdades y con mentiras. Con todo, incluyendo su capacidad
mediática para obligar a sustituir programas de televisión por otros desde los
que pueda proyectar su estrategia electoral (Rosa Quintana por Sálvame, por
ejemplo).
Todo vale para desalojar, “expulsar”, “echar”, “cercar” o
“derrocar” (entrecomillas los términos utilizados) al socialista Pedro Sánchez
y sus socios “comunistas” de Podemos del Palacio de la Moncloa e impedirles que
se apoyen en una mayoría parlamentaria con independentistas (ERC) y
“terroristas” (Bildu). Esta alianza, que permitió la investidura de Sánchez al
frente del primer gobierno de coalición en España desde que se restauró la democracia,
es, al parecer, insoportable para la irritante “sensibilidad” conservadora, la
única depositaria de las esencias nacionales, patrióticas, constitucionales,
morales y tradicionales de este país, por lo que se indigna hasta el arrebato cuando
no está en el machito dirigiendo el cotarro. Con ese talante resabiado diseña
su campaña electoral. Lo cual es peligroso y despierta mucha desconfianza, por
no decir desafección ciudadana que, por cierto, le conviene.
Y esto es, precisamente, lo que está haciendo el PP cuando
vuelve a enarbolar la bandera de ETA y las “listas manchadas de sangre” en esta
campaña, en vez de enfrentar programas y medidas alternativas a los problemas cotidianos
de pueblos y autonomías, que es justamente de lo que se trata. Y lo hace
mediante medias verdades, tergiversaciones y ocultando lo que no le conviene de
los hechos, a sabiendas de que así promueve actitudes emocionales que obnubilan
el juicio crítico y la capacidad de discernimiento ponderado en los receptores
de sus mensajes.
Saben que, emocionalmente, da asco que antiguos terroristas,
que ya cumplieron condena y están reinsertados en la sociedad, figuren en las
listas electorales de un partido vasco plenamente democrático y legal, cual es
Bildu, heredero de Sortu, vástago a su vez de la vieja Batasuna, brazo político
de los simpatizantes y exmiembros de ETA. Pero que ello sea así, que los que en
el pasado se valieron de la lucha armada y el asesinato por sus ideas
separatistas puedan defenderlas ahora de manera pacífica y democrática en las
urnas, es un triunfo de la democracia del que deberíamos sentirnos
particularmente orgullosos. Costó mucho trabajo, vidas y sangre acabar con el
terrorismo de ETA y para que los violentos asumieran que la única manera de
defender sus ideas es con la palabra y la paz, participando de la política en
democracia. Pero se consiguió: la democracia venció al terrorismo. Y todos los
partidos democráticos que gobernaron España hicieron lo imposible por lograr
tamaña proeza.
No es cuestión, por tanto, de instrumentalizar el dolor de
las víctimas y el recuerdo amargo de aquella época atroz, que todos deseábamos dejar
atrás, por unos réditos o cálculos electorales. Y no lo es, además, porque
todos, incluido el mismo PP que ahora denuncia cualquier relación con el
partido abertzale y exige su ilegalización, han alcanzado acuerdos con los
violentos por conseguir la paz. No hay que tergiversar la historia ni rasgarse
las vestiduras con hipócrita indignación. Porque si Sánchez es un “indecente” al
permitir lo que legalmente es legal y dejar que rehabilitados socialmente, sin
deudas penales pendientes, figuren como elegidos en un partido legal, ¿qué
calificativo merecería José María Aznar, expresidente y todavía referente del
partido que ahora clama al cielo, cuando desde su Gobierno, en 1998 ensalzó a ETA
como “movimiento vasco de liberación”? ¿Y Borja Sémper, el actual portavoz del
PP, cuando en 2013 afirmó que “Bildu no es ETA, lo importante es que ETA se ha
acabado (…) el futuro se tiene que construir también con Bildu”? ¿O el hoy
portavoz en el Senado, Javier Maroto, entonces alcalde de Vitoria, cuando
alardeaba de que “no me tiemblan las piernas por llegar a acuerdos (con
Bildu)”? ¿O el mismísimo PP vasco, cuando votó más de 200 veces junto a Bildu
en el Parlamento de aquella comunidad, mientras su matriz nacional cuestiona ahora
al PSOE por hacer lo mismo?
Estas “artes” electorales de la derecha, en las que
involucra a todos sus sectores de la política, la judicial, la mediática y la
económica, es nauseabunda. Porque no todo vale en unas elecciones, y menos aun
intentar manipular a los ciudadanos al ocultarles hechos y promover actitudes
emocionales para que piensen y decidan con el corazón y no con el cerebro, ateniéndose
a la verdad. Y porque si a todos nos provoca asco que exterroristas puedan ser
elegidos, aunque estén en su derecho, también sentimos repulsión y vergüenza por
la utilización espuria de esos sentimientos -y de las víctimas- por meros intereses
partidistas.
Por mucho que haya en juego, no es digno acceder al poder
sin importar los medios y a cualquier precio. Aunque sea factible. Tales “artes”
son propias de políticos sin escrúpulos ni moral, de los que, desgraciadamente,
tenemos sobrados ejemplos en nuestro país como para permitir que sigan ofendiendo
nuestra inteligencia e intenten manipularnos tan descaradamente. No, así no se
juega.
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