El mundo se debate hoy entre ambas disyuntivas. Europa y EE.
UU. decidieron desde un primer momento enviar armamento al país invadido. China
y Brasil (entre otros) se decantan, con motivos diversos, por hallar la paz
mediante el diálogo y desde una cierta neutralidad. Incluso en el Gobierno de
coalición español, volcado en ayudar con tanques a Ucrania y acoger a
refugiados que huyen de la guerra, existen divergencias entre los socios: PSOE
apoya sin reservas el derecho de los ucranios a luchar contra la invasión y
expulsar al agresor; Podemos, en cambio, es de los partidarios de la paz que
prefieren no socorrer al agredido porque consideran que toda ayuda militar
alimenta el conflicto.
Todos hablan de paz, uno inicia la guerra y otro la sufre en
su territorio. Entre tanto, el enfrentamiento bélico se cronifica y se estanca
en trincheras (como las de Bajmut) que ni avanzan ni retroceden, pero que dejan
un reguero de decenas de miles de víctimas, entre muertos y heridos, que no
para de crecer en ambos bandos. ¿Quién tiene razón? ¿Cuál actitud es más
realista y sensata?
Lo que parece cierto es que, tras más de un año de una
inaudita e inconcebible guerra en el continente europeo, ambos argumentos
albergan su parte de razón y, también, de error. También mucho de hipocresía. Hacer
de ellos una síntesis sería lo deseado si no fueran excluyentes. Se trata, por
tanto, de un dilema de complicada resolución. A ver si logro aclararme.
Por su parte, China, que mantiene estrechas relaciones
comerciales y diplomáticas con Rusia, además de compartir con ella el repudio a
la preponderancia norteamericana no sólo en Occidente sino como garante del
orden mundial, presentó un documento de 17 puntos como base para una posible
negociación. El país asiático desea convertirse en intermediador neutral a
escala internacional (como puso de manifiesto al conseguir, en marzo pasado, la
reanudación de los lazos diplomáticos entre dos archienemigos. Irán y Arabia
Saudí), puesto que ha sido el único de los cinco miembros permanentes del
Consejo de Seguridad de la ONU que ha presentado un plan de paz sobre la mesa.
A pesar de su postura ambivalente, China no oculta sus preferencias, pues llega
a calificar la guerra de simple “crisis”. Sus propuestas de paz no dejan de ser
un catálogo de grandes principios que todos comparten, pero pocos -y menos la
Rusia de esta “crisis”- respetan. Así, afirma, entre otras cosas, que debe
respetarse la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todos
los países. Sin embargo, China, alineada con Rusia, no condena la agresión a la
soberanía, independencia e integridad territorial de Ucrania de manera
explícita. Es verdad que tampoco ha reconocido la anexión rusa de Crimea. Y que
de momento no envía armas a Rusia, aunque le presta todo el apoyo económico,
diplomático y comercial que permite a Putin sortear las sanciones económicas de
Occidente.
El respeto a la integridad territorial y soberanía de los
Estados es, en la arquitectura legal internacional, un principio sagrado e
indiscutible, piedra de bóveda en la que se basan el orden y la estabilidad mundial.
De ahí que la citada Carta de la ONU reconozca el derecho inherente de todos
los Estados a la legítima defensa individual o colectiva, recogido también en
los Principios del Tratado sobre el Comercio de Armas. Socorrer al Estado que
es víctima de una violación de su derecho a la soberanía e integridad
territorial es un deber para quienes defienden la democracia y el imperio de la
ley.
No hay duda, pues, de que Ucrania debe resistir y rechazar
la invasión de su territorio, contando con el derecho a recibir, con tal fin,
toda la ayuda armamentística, financiera, humanitaria y de cualquier tipo que
necesite para su defensa. En ese sentido, Europa está especialmente involucrada
en la reparación de la injusticia y el restablecimiento de la legalidad en Ucrania.
Se juega su razón de ser. Porque, aunque Ucrania no pertenezca -todavía- a la
Unión Europea, es parte integrante de un continente que configura
progresivamente su proyecto de unidad política, lo que la convierte en el
tercer ente económico-político a escala global, tras EE. UU. y China. Y desde
tal punto de vista, Europa no puede dejarse chantajear con esta agresión, entre
otras cosas, porque supondría una muestra de debilidad que la condenaría para
siempre en sus relaciones con el agresor y otras potencias, además de un
escándalo político y moral sin precedentes, contrario a sus intereses
geoestratégicos.
Bajo esta perspectiva, no se puede consentir que Rusia
llegue a considerar, de ningún modo, que ha ganado o puede ganar este pulso a
Occidente, en que el ser de Europa está en juego. Por eso, ayudar a Ucrania a
defenderse es contribuir a proteger a Europa de una agresión injusta, ilegal e
inmoral. Es reparar una injusticia y restablecer la legalidad y el orden
mundial quebrantados. Y evitar males mayores. Porque si cualquier “matón” puede
hacer lo que le antoje, sin atenerse a ley alguna y sin que nadie le pare los pies,
¿cuál sería la siguiente balandronada rusa, su próxima víctima? ¿Georgia,
Moldavia, algún país báltico? ¿Quizá Bielorrusia, si cambia de gobierno?
¿Incluso Finlandia, con frontera con Rusia como Ucrania y que ya, sintiéndose
amenazada, ha ingresado en la OTAN, o Polonia que comparte historia cosaca y
valores con la cultura eslava? Es mucho lo que hay en juego para Europa en la
guerra de Ucrania como para confiar en que solo las palabras y las buenas
intenciones, sin más, detendrán al agresor.
Existe, además, la posibilidad de uso de armas nucleares,
con las que ha amenazado reiteradamente Rusia, lo que conferiría al conflicto
bélico una inmediata magnitud devastadora no solo para Ucrania, sino para el
Centro y Este de Europa por la probabilidad de la lluvia radiactiva (lluvia
ácida) que generan las explosiones atómicas, de persistentes y nocivos efectos
para la población. Un temor que -imagino y deseo- también guarda el mandatario
ruso, a pesar de sus amenazas.
En este dilema entiendo ambas posiciones, pero me inclino
por que sean castigados quienes no respetan el derecho internacional y la
independencia y soberanía de los Estados. El diálogo y la negociación siempre
son preferidos y necesarios, pero especialmente como método para abordar
conflictos y evitar el empleo de la fuerza y la violencia. Cuando estas se
desatan, contraviniendo cualquier ley y todo orden, es prioritario el
restablecimiento de la legalidad y la reparación de la injusticia. De lo
contrario, cualquiera que se sienta poderoso podría aplastar al débil, algo que
es intolerable en democracia, sistema que reconoce a todos los Estados, grandes
y pequeños, el derecho a la inviolabilidad de su soberanía, la independencia y
la integridad de su territorio. Si se transige con el quebranto de estas normas
básicas de convivencia pacífica entre naciones, nadie estará seguro y la
inestabilidad y la desconfianza dominarán el mundo, todavía más que ahora. Y la
diplomacia sería un procedimiento innecesario, por inútil. La civilización
regresaría a la época medieval, cuando la actividad de muchos pueblos era el
saqueo y la conquista.
En definitiva, soy partidario de dialogar y negociar, pero antes de
que se emplee la fuerza o si el agresor renuncia a ella. Mientras persista en la
violencia, hay que hacerle frente para evitar mayores abusos y atropellos, y
para que respete un orden que, tras la segunda guerra mundial, ha traído la paz
y la prosperidad a esta parte del mundo. No sé si me explico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.