domingo, 18 de junio de 2023

Lo que está en juego en las elecciones (II)

Aparte de Sumar, movimiento que agrupa a 15 formaciones de izquierdas (IU, Compromís, Comunes, Más Madrid, Verdes Equo, Podemos y otros) bajo una única etiqueta, los dos partidos que despiertan mayores recelos a la hora de configurar mayorías gubernamentales son EH Bildu y Vox. A los dos se los considera aliados “tóxicos” por los oponentes de cada bando ideológico. Para el PP, Bildu es el brazo político de antiguos terroristas de ETA, mientras que para el PSOE Vox representa el fascismo encarnado en la extrema derecha. ¿Son ambos, pues, igual de peligrosos para el sistema democrático, en general, y para los gobiernos en que participen, en particular? Veámoslo.

Euskal Herría Bildu (Reunir el País Vasco) es un partido que surge en 2012 de los rescoldos del antiguo partido Eusko Alkartasuna –una escisión del PNV liderada por el exlehendakari Carlos Garaikoetxea-, del pacifista Aralar (que condenó explícitamente el terrorismo), de Alternatiba –una franquicia de Izquierda Unida- y de simpatizantes de Sortu –heredero de Batasuna-, el único que puede considerarse “brazo político” de la derrotada y disuelta banda terrorista ETA. Como coalición independentista vasca, es un partido legal, democrático y contrario a la violencia, según sus estatutos, pero que presenta ramalazos de simpatía por los que abrazaron las armas, ofreciéndoles homenajes cuando son puestos en libertad tras cumplir condena como si fueran héroes (iniciativa que ya han suspendido), no acaban de ofrecer un reconocimiento rotundo a las víctimas del terror etarra (lo extienden a “todas” las víctimas) y cometen la  provocación de incluir a exterroristas (libres ya de delitos) en sus listas electorales, que luego rectifican.

Decir que Bildu es sinónimo de ETA o que sus miembros son filoterroristas es confundir malintencionadamente al electorado. Se les podría achacar que son separatistas, como también lo es la catalana ERC, pero es una opción política perfectamente legítima, siempre que se defienda de forma pacífica y por medios democráticos, como efectivamente hacen. Su acatamiento escrupuloso de la Constitución, de la legalidad y del régimen democrático, mediante el diálogo y el voto, convierte a Bildu en un participante del sistema político español tan fiable, digno y respetable como cualquier otro partido. Máxime cuando su mera existencia responde a la estrategia y los objetivos perseguidos durante años por los Pactos de Madrid y de Ajuria Enea para conseguir que ETA dejase las armas y que el nacionalismo abertzale defendiera sus ideas políticas de forma pacífica y por vías democráticas.

Pero, más por lo que son, Bildu debiera valorarse por cómo ejerce la política y por su actuación en el sistema democrático. Según Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional que revisó la calidad de sus estatutos, los de Bildu ofrecen un rechazo inequívoco a la violencia y el compromiso de buscar “un escenario de no violencia con garantías de normalización política progresiva”.  De hecho, Bildu exhibe en el Congreso de los Diputados, a tenor del citado profesor, unas intervenciones que destacan por su calidad y por el respeto a los valores en los que se sustenta la Constitución. Tanto, que no es inhabitual que apoye propuestas de otras fuerzas que benefician a la sociedad en su conjunto y no sólo las que interesan a la circunscripción del País Vasco que representa. Hasta el PP, que lo señala hipócritamente, ha sido beneficiario de los votos de Bildu (han votado juntos hasta en 127 ocasiones en el País Vasco), como también el Gobierno de PSOE-Podemos en el Congreso de los Diputados.

Pero lo que no se cuenta claramente de cara a las próximas elecciones es que Bildu no exige formar parte de ningún gobierno, como pretende Vox, por prestar su apoyo a cuantas medidas legislativas estime merecerlas. Sus aspiraciones u objetivos políticos se limitan a los municipios, diputaciones y ejecutivos de las comunidades vasca y navarra.

En cambio Vox, partido ultraconservador fundado en 2013 por militantes descontentos del PP (su líder Santiago Abascal fue durante años un destacado afiliado que ocupó puestos orgánicos, por designación o electos, tanto del PP vasco como del madrileño), sí busca con insistencia ser parte integrante de gobiernos en todos los niveles del Estado. Como partido, su creación ha sido cuando menos curiosa, pues recibió donaciones de un grupo iraní considerado terrorista y sus cuentas, opacas y falseadas, nunca reflejan la verdadera contabilidad, Muchos de sus dirigentes tienen conductas reprobables o ilegales (Iván Espinosa y Rocío Monasterio han sido condenados por facturas falsas y obras ilegales) o atesoran un historial de acusaciones delictivas o de exacerbado sectarismo y violencia. Incluso lleva en sus listas a una candidata de un pueblo de Madrid que ha sido detenida y acusada de crear una red de narcotráfico y un diputado autónomo por Valencia condenado por violencia de género.

En Vox se concentra lo más radical de la derecha española reaccionaria, desde fanáticos ultracatólicos, nostálgicos del franquismo, retrógrados moralistas, negacionistas de todo pelaje  a supremacistas de vetustos privilegios y rancias tradiciones. Se dicen liberales, pero sólo en lo económico, pues propugnan un neoliberalismo contrario a la reforma laboral, a la subida de las pensiones y del salario mínimo. Toda ayuda o subvención a los más necesitados las considera “paguitas” o “chiringuitos” a suprimir. Eso sí, la supresión del impuesto de donaciones y sucesiones y toda rebaja fiscal a las grandes fortunas, bancos  y empresas le parecen de lo más natural del mundo, así como las subvenciones a la Iglesia Católica y a las corridas de toros.

La intención declarada de Vox es eliminar normas democráticas y derechos ciudadanos conquistados después de años de lucha para imponer su ideario racista, xenófobo, antifeminista y contrario al sistema autonómico y la Unión Europea. Las suyas son las siglas de un ultraconservadurismo populista cada vez más radicalizado que se vanagloria de que sea comparado con el de Le Pen en Francia, el de Meloni y Salvini en Italia, el de Orbán en Hungría, los derrotados de Bolsonaro en Brasil y de Trump en EE UU, entre otras caretas. Es decir, forma parte de una corriente ideológica que propugna un nacionalismo conservador, nativista e iliberal, y que pretende la implosión de la UE,  niega el cambio climático, criminaliza la inmigración, rechaza las políticas de igualdad de género y desea recuperar la centralización del Estado. En palabras de la recién portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Sevilla: su objetivo es combatir “la falsa memoria histórica que desentierra muertos por votos”, acabar con “la propaganda de género”, liquidar el “fanatismo climático” y mantener una lucha decidida en “defensa de la vida”.

Lo malo es que ese discurso se va asumiendo, se está normalizando y ya apenas asusta. Hasta los mismos perjudicados por tales políticas piensan que no es para tanto, a medida que  avanza la integración de Vox, a manos del PP, primero en gobiernos locales y regionales, y más tarde en el de la Nación, si consiguen sumar entre ellos mayoría absoluta, como parece probable. Se aceptan sus propuestas a pesar de que ya sabemos cómo actúan cuando accede a los gobiernos, pues lo han evidenciado con el pin parental que intentó implantar en Murcia, la desregularización de la tuberculosis bovina en Castilla y León o la ley para ampliar regadíos en el entorno sobreexplotado de Doñana, además de recurrir al eufemismo de violencia “intrafamiliar” para negar o invisibilizar la violencia machista, su oposición frontal a la Memoria Histórica, a la eutanasia y al aborto, entre otros ejemplos de su ideario.

Se publicitan con enorme facilidad. Porque la derecha, extrema o no, cuenta, a la hora de edulcorar su imagen y el peligro que representa de regresión en derechos y libertades, con la ingente labor de una potente red de medios de comunicación que continuamente bombardea a la población con mensajes y propaganda que contribuyen a que se asuma, se normalice y se perciba, como una opción más, su oferta. Esa red se la conoce como acorazada mediática o prensa canallesca de la caverna, en la que destacan firmas tan insignes como las de Jiménez Losantos, Alfonso Ussía, Hermann Tertsch, Sánchez Dragó, Isabel San Sebastián, Juan Manuel de Prada, Antonio Burgos o Carlos Herrera, a las que se unen, en un viraje ideológico digno de estudio mental, Fernando Sabater y Juan Luis Cebrián, entre otros conspicuos zapadores, muchos de ellos cuidadosamente descritos en el libro Las Trompetas del Apocalipsis, de José María Izquierdo.

En definitiva, es mucho lo que está en juego en las elecciones. Porque en democracia todo voto es válido. Pero no cualquier voto es digno si es contrario a nuestros intereses y convicciones, si no se deposita con conocimiento de lo que supone y en coherencia con nuestras expectativas e ideas para una convivencia pacífica y tolerante en una sociedad plural y diversa. ¿Y qué es lo que está en juego? Eso es, precisamente, de lo que nos ocuparemos en un próximo artículo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.