jueves, 8 de junio de 2023

Mi cuñado Alberto

Alberto Guerra con su grupo Q
Ha muerto mi cuñado Alberto, arrollado por un mal que sólo necesitó cuatro meses para acabar inmisericordemente con la vida de una persona especial en mi vida. No sólo era el hermano de mi esposa, sino que fue el primer Alberto que pasó a formar parte de mi existencia. Su nombre, por lo que significaba de buena persona, tenaz, leal y cariñosa, lo han heredado su hijo mayor, uno de mis hijos y el hijo de éste, mi nieto.  Cuatro albertos que siempre remitirán a su memoria, a su imagen y a la nobleza de su forma de ser para quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo. Ese es parte del legado que nos deja.

Siempre lo admiré por la determinación con que perseguía sus sueños: la música, pero no a cualquier precio. Fue pianista en grupos y orquestas hasta que esa actividad que tanto anhelaba supuso sacrificios, no para él –dispuesto a hacerlos-, sino para la familia que formó junto a su mujer y sus dos hijos, para los que representaba el pilar de la seguridad y un modelo del que se sentían orgullosos. Nunca dejó a acariciar un teclado, pero la estabilidad que permitía afinar pianos y trabajar en una empresa que facilitaba estos instrumentos a los organizadores de espectáculos, suplió de forma regular su devoción al pentagrama.

En buena medida, mis gustos musicales estuvieron estimulados por él, dándome a conocer grupos rockeros que escapaban de mis primeras aficiones poperas. King Crimson, Uriah Heep, Yes, Jetrhro Tull o Eric Clapton, entre  otros muchos, son discos que conservo en casa, guardados como oro en paño y que me deleito en escuchar con relativa frecuencia, gracias a que me los dio a conocer cada vez que hablábamos de música.

Jamás alzaba la voz ni se enfrentaba con nadie, pero tenía las ideas muy claras sobre sus aficiones y sobre lo que debía hacer en la vida: ser un trabajador honesto e infatigable y un padre ejemplar que anteponía su familia incluso a lo que más amaba, la música. Pero el mal siempre acecha a la buena gente, a las personas nobles y abnegadas, con las que se ensaña sin piedad. Ni siquiera le dejó alcanzar una justa y merecida jubilación para descansar tras tantas obligaciones y sortear tantas renuncias. Con sólo 66 años, Alberto, mi primer Alberto, nos dejó sin pronunciar jamás ninguna queja y minimizando cualquier problema. Estoy convencido de que era consciente de la gravedad de su enfermedad, la única que yo le conocí en toda su vida, pero a la que se enfrentaba diciendo que no era nada, restándole importancia. El vacío que deja en todos, familia y amigos, es insondable. Un vacío doloroso e inconsolable. Se quedaron pendientes tardes prometidas de jam session y de verlo acompañar a su hijo guitarrista y otro amigo común baterista en un escenario. Descansa en paz, cuñado, hermano, tío, amigo.

1 comentario:

  1. Mi más sentido pésame, querido Dan. Y fantástico obituario el que dedicas a tu cuñado. Un abrazo fuerte.

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