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Alberto Guerra con su grupo Q |
Siempre lo admiré por la determinación con que perseguía sus sueños: la música, pero no a cualquier precio. Fue pianista en grupos y orquestas hasta que esa actividad que tanto anhelaba supuso sacrificios, no para él –dispuesto a hacerlos-, sino para la familia que formó junto a su mujer y sus dos hijos, para los que representaba el pilar de la seguridad y un modelo del que se sentían orgullosos. Nunca dejó a acariciar un teclado, pero la estabilidad que permitía afinar pianos y trabajar en una empresa que facilitaba estos instrumentos a los organizadores de espectáculos, suplió de forma regular su devoción al pentagrama.
En buena medida, mis gustos musicales estuvieron estimulados por él, dándome a conocer grupos rockeros que escapaban de mis primeras aficiones poperas. King Crimson, Uriah Heep, Yes, Jetrhro Tull o Eric Clapton, entre otros muchos, son discos que conservo en casa, guardados como oro en paño y que me deleito en escuchar con relativa frecuencia, gracias a que me los dio a conocer cada vez que hablábamos de música.
Jamás alzaba la voz ni se enfrentaba con nadie, pero tenía las ideas muy claras sobre sus aficiones y sobre lo que debía hacer en la vida: ser un trabajador honesto e infatigable y un padre ejemplar que anteponía su familia incluso a lo que más amaba, la música. Pero el mal siempre acecha a la buena gente, a las personas nobles y abnegadas, con las que se ensaña sin piedad. Ni siquiera le dejó alcanzar una justa y merecida jubilación para descansar tras tantas obligaciones y sortear tantas renuncias. Con sólo 66 años, Alberto, mi primer Alberto, nos dejó sin pronunciar jamás ninguna queja y minimizando cualquier problema. Estoy convencido de que era consciente de la gravedad de su enfermedad, la única que yo le conocí en toda su vida, pero a la que se enfrentaba diciendo que no era nada, restándole importancia. El vacío que deja en todos, familia y amigos, es insondable. Un vacío doloroso e inconsolable. Se quedaron pendientes tardes prometidas de jam session y de verlo acompañar a su hijo guitarrista y otro amigo común baterista en un escenario. Descansa en paz, cuñado, hermano, tío, amigo.
Mi más sentido pésame, querido Dan. Y fantástico obituario el que dedicas a tu cuñado. Un abrazo fuerte.
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