domingo, 14 de marzo de 2021

Vivencias de un (casi) enclaustrado (24).

La realidad se nos ha quebrado este el último año, haciendo añicos aquello a lo que estábamos acostumbrados y que nos proporcionaba una seguridad que ahora sabemos que no era tan firme ni sólida. Hace, hoy, exactamente, un año que nos hundimos en la confusión de lo desconocido y el temor a lo peligroso. Aquella rutina de certidumbres y confianza con que afrontábamos cada día se transformó, de buenas a primeras, en jornadas cubiertas por oscuros nubarrones de desasosiego e intranquilidad que han logrado paralizarnos y amordazarnos hasta hoy, sin que la tenue esperanza de unas vacunas nos alivie el espanto.

Porque tal día como hoy, hace justo un año, fue cuando se decretó en España un Estado de Alarma con que se empezó a combatir el avance mortífero de una pandemia que ha asolado medio mundo, cobrándose centenares de vidas diarias en cada país al que impregnaba su letal aliento. Un año de forzosa introspección e insoportable soledad, al tener que aprender a vivir aislados para evitar las relaciones con los demás. Nos vimos abocados a mantenernos enclaustrados en nuestros domicilios, apurando las horas pendientes de nuestros pensamientos y sensaciones, invadidos por la nostalgia pegajosa de una vida que dejamos detrás de las ventanas, en esas calles vacías y establecimientos cerrados.

El país entero se detuvo, escondido tras unas mascarillas que nos protegían de esta nueva cara de la peste, del miedo al otro. Sólo se permitió que los servicios esenciales no interrumpieran su actividad, mientras el resto de la economía se mantuvo en vilo, con la ventilación asistida de los Ertes, para que la pérdida de empleos no fuera devastadora. Ello nos enfrentó a un dilema de imposible solución: o se priorizaba salvar vidas o se protegía la economía, puesto que ambas cosas al mismo tiempo parecían contradictorias. Nadie tenía la receta milagrosa para hacer frente a esta crisis sanitaria sin precedentes. Y se ha hecho lo que se ha podido, salvo en países donde negaron la epidemia y favorecieron el mantenimiento de la actividad económica. La historia registrará en sus páginas el nombre con el que se designa tal actitud antihumanitaria.

Lo cierto es que jamás llegamos a imaginar que una situación como ésta podría sucedernos, tan confiados como estábamos en los avances y certezas que caracterizan al mundo moderno, en el que reina la ciencia y la tecnología. Sin embargo, los contagios y las cuarentenas nos han retrotraído hasta épocas olvidadas de pandemias, supersticiones, mortandad y miseria. Es como si el futuro hubiera aparecido emulando aquel pasado sombrío que creíamos superado, obligándonos a vivir un año distópico. Este último año de pandemia que nos ha alejado unos de otros, a nuestro pesar.  

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