La realidad se nos ha quebrado este el último año, haciendo
añicos aquello a lo que estábamos acostumbrados y que nos proporcionaba una
seguridad que ahora sabemos que no era tan firme ni sólida. Hace, hoy,
exactamente, un año que nos hundimos en la confusión de lo desconocido y el
temor a lo peligroso. Aquella rutina de certidumbres y confianza con que afrontábamos
cada día se transformó, de buenas a primeras, en jornadas cubiertas por oscuros
nubarrones de desasosiego e intranquilidad que han logrado paralizarnos y
amordazarnos hasta hoy, sin que la tenue esperanza de unas vacunas nos alivie
el espanto.
Porque tal día como hoy, hace justo un año, fue cuando se decretó
en España un Estado de Alarma con que se empezó a combatir el avance mortífero
de una pandemia que ha asolado medio mundo, cobrándose centenares de vidas diarias
en cada país al que impregnaba su letal aliento. Un año de forzosa
introspección e insoportable soledad, al tener que aprender a vivir aislados para
evitar las relaciones con los demás. Nos vimos abocados a mantenernos enclaustrados
en nuestros domicilios, apurando las horas pendientes de nuestros pensamientos
y sensaciones, invadidos por la nostalgia pegajosa de una vida que dejamos
detrás de las ventanas, en esas calles vacías y establecimientos cerrados.

El país entero se detuvo, escondido tras unas mascarillas
que nos protegían de esta nueva cara de la peste, del miedo al otro. Sólo se
permitió que los servicios esenciales no interrumpieran su actividad, mientras
el resto de la economía se mantuvo en vilo, con la ventilación asistida de los
Ertes, para que la pérdida de empleos no fuera devastadora. Ello nos enfrentó a
un dilema de imposible solución: o se priorizaba salvar vidas o se protegía la
economía, puesto que ambas cosas al mismo tiempo parecían contradictorias. Nadie
tenía la receta milagrosa para hacer frente a esta crisis sanitaria sin
precedentes. Y se ha hecho lo que se ha podido, salvo en países donde negaron la
epidemia y favorecieron el mantenimiento de la actividad económica. La historia
registrará en sus páginas el nombre con el que se designa tal actitud antihumanitaria.
Lo cierto es que jamás llegamos a imaginar que una situación
como ésta podría sucedernos, tan confiados como estábamos en los avances y
certezas que caracterizan al mundo moderno, en el que reina la ciencia y la
tecnología. Sin embargo, los contagios y las cuarentenas nos han retrotraído hasta
épocas olvidadas de pandemias, supersticiones, mortandad y miseria. Es como si
el futuro hubiera aparecido emulando aquel pasado sombrío que creíamos superado,
obligándonos a vivir un año distópico. Este último año de pandemia que nos ha
alejado unos de otros, a nuestro pesar.
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