miércoles, 1 de septiembre de 2021

Filosofía e Historia

Hablar de Filosofía y hablar de Historia es referirse a disciplinas que paulatinamente van perdiendo peso en la enseñanza reglada de nuestro país, o que han desaparecido ya de ella, como es el caso de la primera. Se tratan de asignaturas troncales que engrosaban el ámbito de las consideradas Humanidades, donde compartían cobijo con Literatura, Geografía, Ética, Arte, las Lenguas Clásicas, etc., materias relegadas casi en su totalidad por la emergencia de una enseñanza utilitarista en la que predominan asignaturas prácticas, útiles para la formación de estudiantes con los conocimientos concretos que demanda el mercado laboral.

En la actualidad, las Humanidades ocupan menos de la cuarta parte del tiempo empleado en el currículo escolar de la Enseñanza Secundaria. Sin embargo, una formación basada sólo en saberes empíricos y técnicos sustrae a la persona del conocimiento integral que le permitiría tener una visión más completa y comprensible de la realidad y de sí mismo como persona individual y social, no sólo productiva. Se le hurtan herramientas para conseguir esa capacidad crítica con la que enfrentarse a los dogmas de lo establecido por mandato de la autoridad, la tradición, las creencias o la simple desidia cultural, cuando no los convencionalismos basados en prejuicios.

La pérdida de la Filosofía ha sido largamente denunciada no sólo por los académicos de la asignatura sino incluso por el alumnado consciente de una amputación formativa que le restará capacidades y oportunidades para enfrentarse a un mundo complejo con argumentos sólidos y racionales, cercenándole la potencialidad de cuestionar dogmas religiosos, sociales, científicos y culturales aceptados sin más por un juicio conformista y nihilista. Y ello, simplemente, por esa tendencia de convertir la educación (fruto de educar: “nutrirse de conocimiento”) en compartimientos estancos o parcelación de saberes condicionados por las necesidades y exigencias del mundo del trabajo, y no para fortalecer nuestra naturaleza de seres pensantes que hacen uso de un raciocinio robustecido por el saber.

Esta marginación de la Filosofía en el sistema educativo, como expone Víctor Gómez Pin en su último libro acerca de El honor de los filósofos, ha sido denunciada en múltiples ocasiones y lugares por todo aquel que percibe esta afrenta a una formación humanística e integral, a pesar de que este clamor por la sabiduría, que tanto admiramos cuando la descubrimos en quienes la cultivan, se pierda en el desierto.

Pero la situación puede ir ar peor, puesto que ya no sólo no se enseña a reflexionar sobre las dudas que nos presenta la existencia, sino que, además, la enseñanza de la Historia, ese relato del pasado que nos impregna como individuos y como sociedad, también está siendo objeto de interpretaciones y fragmentaciones que magnifican o mitifican aspectos relacionados con la raza, la religión, la nación, la lengua o cualquier otra manifestación organicista suprasubjetiva.

La explicación y enseñanza de la Historia, del pasado de las sociedades humanas, ha de ser racional, riguroso, probatorio y demostrativo, es decir, veraz y crítico, para que constituya un antídoto contra la ignorancia que alimenta la imaginación interesada o mistificadora de un pasado mítico. Y esa racionalidad histórica ha de inculcarse como materia educativa en la enseñanza secundaria, cuando los jóvenes desarrollan la capacidad para el pensamiento complejo y el razonamiento abstracto, como advierte Enrique Moradiellos, catedrático de Historia Contemporánea, en un reciente artículo (“La Historia en secundaria: una necesidad cívica”, El País, 27/08/21). 

Las tensiones que sufre la Historia al ser utilizada con intereses ideológicos, nacionalistas o populistas, mediante lecturas sesgadas que subrayan la “identidad” de toda colectividad humana de cualquier índole (ya sea de parentescos, etnias, razas, religiones, etc.), dificultan su enseñanza objetiva, científica y académica en la escuela. Sin una conciencia histórica que nos explique que somos fruto de un tiempo previo y un espacio geográfico, y sin capacidad para reflexionar sobre el presente en el que nos desenvolvemos, difícilmente llegaremos a comportarnos como sujetos libres y responsables, comprometidos con el desarrollo de nosotros mismos y la sociedad de la que formamos parte.

De ahí la importancia de la Filosofía y la Historia en la formación de cada persona, en estos tiempos, precisamente, de “líquidas” convicciones y fáciles ensoñaciones.

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