En la actualidad, las Humanidades ocupan menos de la cuarta
parte del tiempo empleado en el currículo escolar de la Enseñanza Secundaria. Sin
embargo, una formación basada sólo en saberes empíricos y técnicos sustrae a la
persona del conocimiento integral que le permitiría tener una visión más
completa y comprensible de la realidad y de sí mismo como persona individual y
social, no sólo productiva. Se le hurtan herramientas para conseguir esa
capacidad crítica con la que enfrentarse a los dogmas de lo establecido por mandato
de la autoridad, la tradición, las creencias o la simple desidia cultural, cuando
no los convencionalismos basados en prejuicios.
Esta marginación de la Filosofía en el sistema educativo,
como expone Víctor Gómez Pin en su último libro acerca de El honor de los
filósofos, ha sido denunciada en múltiples ocasiones y lugares por todo aquel
que percibe esta afrenta a una formación humanística e integral, a pesar de que
este clamor por la sabiduría, que tanto admiramos cuando la descubrimos en quienes
la cultivan, se pierda en el desierto.
Pero la situación puede ir ar peor, puesto que ya no sólo no
se enseña a reflexionar sobre las dudas que nos presenta la existencia, sino
que, además, la enseñanza de la Historia, ese relato del pasado que nos
impregna como individuos y como sociedad, también está siendo objeto de
interpretaciones y fragmentaciones que magnifican o mitifican aspectos relacionados
con la raza, la religión, la nación, la lengua o cualquier otra manifestación organicista
suprasubjetiva.
Las tensiones que sufre la Historia al ser utilizada con
intereses ideológicos, nacionalistas o populistas, mediante lecturas sesgadas que
subrayan la “identidad” de toda colectividad humana de cualquier índole (ya sea
de parentescos, etnias, razas, religiones, etc.), dificultan su enseñanza objetiva,
científica y académica en la escuela. Sin una conciencia histórica que nos
explique que somos fruto de un tiempo previo y un espacio geográfico, y sin
capacidad para reflexionar sobre el presente en el que nos desenvolvemos,
difícilmente llegaremos a comportarnos como sujetos libres y responsables,
comprometidos con el desarrollo de nosotros mismos y la sociedad de la que
formamos parte.
De ahí la importancia de la Filosofía y la Historia en la
formación de cada persona, en estos tiempos, precisamente, de “líquidas” convicciones
y fáciles ensoñaciones.
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