domingo, 24 de octubre de 2021

¿Último cambio de hora?

El próximo fin de semana (30 de octubre) se realizará el enésimo cambio de hora, ojalá sea el último, con el que se retrasará una hora en el reloj y se volverá al horario de invierno. Con todo, el recuperado horario invernal no coincidirá con el que corresponde al huso horario oficial de nuestro país, el mismo que el de Reino Unido y Portugal, por lo que seguiremos con una hora de adelanto. Sin embargo, este horario de invierno es el más idóneo con la luz solar y los biorritmos orgánicos controlados por nuestro reloj interno, denominado ritmo circadiano, que se coordina con los ciclos de día y noche, es decir, sueño/vigilia. Es por eso que nos entra sueño cuando oscurece, despertamos al amanecer, estamos más activos de día y nos relajamos al anochecer. Cada vez que se modifica la hora el cuerpo lo acusa y tarda en adaptarse, trastornos que suelen afectar más a las personas de mayor edad y a los niños, provocándoles cansancio, problemas digestivos, pérdida de sueño y hasta dolores de cabeza o migrañas, entre otros efectos.

Sin embargo, debido a la latitud geográfica en que se ubica España, al sur de Europa, nunca ha habido justificación real para realizar cambios en el horario que suponen alargar el día hasta las diez de la noche o más, como acontece durante el verano. La crisis energética de 1973, originada por la guerra entre árabes e israelíes, fue la causa para proceder, por primera vez en tiempos de paz, a un cambio horario -horario de verano- que permitía una hora más de luz al día, lo que en teoría debía suponer un ahorro en el consumo de derivados del petróleo. Desde entonces, cerca de 70 países, la mayoría de ellos en el hemisferio norte, practican el cambio de hora. Pero lo que es comprensible para los países del norte, donde oscurece temprano, no resulta conveniente en los del sur, como España, sometidos a una fuerte irradiación solar por su cercanía al ecuador terrestre. En estas latitudes, lo que se ahorra, si es que se ahorra, en bombillas se gasta, multiplicado por cien, en climatizadores de aire. No hay, por tanto, razones claras para imponer a la población dos modificaciones horarias al año que acaban afectando a la salud y la conducta de las personas, a menos que existan otras intenciones no declaradas.

Parece evidente que el horario de verano beneficia, fundamentalmente, a la industria turística y hostelera, no al conjunto de la actividad económica del país. Pero, por mucho que tan inapropiado horario, que no sirve para conseguir un verdadero ahorro energético, permita la máxima rentabilidad del sector mercantil más importante de nuestro país, no deja de ser una iniciativa que supedita el interés general de la población al particular del negocio turístico. Y, lo que es peor, se mantiene durante décadas a pesar de su ineficacia ahorrativa, aunque ocasione perjuicios a gran parte de la población, la más vulnerable, que afectan a su salud y equilibrio psíquico o emocional.

Esperamos, pues, que el próximo sea el último cambio de horario que se produce en España, no sólo por las razones reseñadas, sino también para cumplir con la directiva europea que insta a mantener un horario inalterable todo el año, preferentemente el de invierno. Ojalá el Gobierno siga las recomendaciones de los expertos, como hizo con la pandemia, y nos regale a partir del 31 de octubre un horario permanente más apropiado a nuestras necesidades humanas. Salvo los que tienen sangre de lagartos o intereses de por medio, todos se lo agradecerán.     

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