sábado, 15 de marzo de 2025

Otra vez en el Museo: de Bilbao a Sevilla.

Otra vez visitamos el Museo de Bellas Artes de Sevilla., pero, en esta ocasión, para ver obras pictóricas pertenecientes al Museo de Bellas Artes de Bilbao, que abarcan desde El Greco a Zuloaga, exhibidas en el museo hispalense mientras se remodela la pinacoteca vizcaína. Se trata de la exposición Del Greco a Zuloaga. Obras maestras del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que nos brinda la oportunidad de admirar veintiséis pinturas y dos esculturas que resumen la evolución del arte en España desde el siglo XVI hasta principios del XX.

Y lo primero que llama la atención es un óleo del catalán Mariano Fortuny (1838-1874) sobre la plaza de toros de La Maestranza de Sevilla, pintado en Roma en 1870, en el que este autor costumbrista es capaz de capturar la luz  y una  cuidada atmósfera. En él se representa el coso sevillano de La Maestranza con la Giralda al fondo, sobre un cielo apacible, y un tendido lleno de espectadores, pero sin toro ni matador en el ruedo.  Esta ausencia de elementos taurinos, junto a la sombra sobre el albero, el colorido de la gradería y la Giralda de fondo, denotan elementos narrativos próximos al género del paisaje, además de un manejo moderno de la luz. Como curiosidad, la obra sirve de testimonio que documenta la construcción de La Maestranza, mostrando una plaza sin las gradas superiores que en la actualidad ocultan la visión de la ciudad.

Otro cuadro que atrae la atención, por su asombrosa y cuidada precisión pictórica, de estilo sobrio y elegante, es  el Retrato de Matías Sorzano Nájera, del artista valenciano Vicente López (1722-1850).  La luminosidad del personaje contrasta con la oscuridad del fondo, haciendo resaltar su figura. Con una pincelada suave y precisa, el autor modela volúmenes y texturas con meros toques de luz. Así, reproduce rostros y manos con pasmosa precisión, imprimiendo intensidad en la mirada, donde los parpados caídos o los lagrimales húmedos consiguen transmitir una increíble sensación realista, de presencia vital. El colorido de la obra, con esos tonos terrosos y oscuros, consigue crear un ambiente sereno y tranquilo que contribuye a reflejar la personalidad, con esa expresión serena y digna, de una persona importante en la sociedad de su época.

Y un último lienzo a destacar del conjunto de la exposición. Es La Anunciación, en una de las dos reproducciones que realizó El Greco. Se trata de una versión reducida del gran lienzo conservado en el Museo del Prado que el artista pintó para el retablo de la  iglesia de la Encarnación del Colegio de Doña María de Aragón en Madrid, encargado en 1596. Es una muestra de la costumbre de El Greco de repetir en lienzos de pequeño formato las obras de mayor éxito o que más le gustaban. Existe otra reproducción reducida en el Museo Thyssen Bornemisza. Y nada más ver las figuras inconfundiblemente alargadas del cuadro, identificamos a su autor.

La obra presenta una iconografía innovadora de la Virgen que, sorprendida ante la llegada del arcángel, se pone en pie y se gira hacia él. El autor abandona aquí los postulados naturalistas para presentar el mensaje doctrinal mediante una visión subjetiva y sumamente colorista. Un bello grupo de ángeles músicos ocupa la parte superior y una multitud de querubines abren camino a los rayos de luz de la paloma del Espíritu Santo. El cuadro está pintado con extraordinaria soltura y empleando una gran gama cromática, propia de los últimos años del artista. Para ser una versión en pequeño tamaño de un cuadro mayor, no deja de sorprender el genio artístico de El Greco.

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