jueves, 9 de diciembre de 2021

Virus y lava

Cuando ya la mayor parte de la población está vacunada y empieza a relajar las restricciones adoptadas para prevenir infecciones, recuperando una cierta normalidad en los hábitos sociales, una nueva oleada de contagios hace temer que la pandemia vírica, como el volcán de Canarias, no acaba de extinguirse y sigue causando estragos. Todavía no estamos seguros frente a peligros que distan estar bajo control. Uno expulsa lava desde hace más de 80 días cada vez que se le antoja, dando pequeños descansos que confunden a los geólogos que monitorizan su actividad, y el otro sigue campando entre la población hace cerca de dos años infectando cuanto halla y puede, sean no vacunados, niños o huéspedes con débiles defensas, lo que permite al virus mutar para hacerse más esquivo y contagioso, aunque tal vez no tan patógeno.

Ambas desgracias golpean inmisericordes a la gente y a la economía, afectando gravemente tanto la salud como los medios de vida de millones de personas, muchas de las cuales no consiguen sobrevivir a la enfermedad o superar la pérdida de trabajo y bienes. Una situación que jamás podía imaginarse y menos aún prever, acostumbrados como estamos a vivir de prisa el presente sin pararnos a pensar un futuro más sosegado y equilibrado. Y justo cuando creíamos tener todo controlado, la tierra bajo los pies se sacude de nuestro peso como pulgas y los elementos más rudimentarios de la vida ponen contra las cuerdas al organismo más complejo y pretensioso de la misma, al rey de la creación y viva imagen de su dios imaginado.

Tras esta sexta ola que vuelve a zambullirnos en incertidumbres, quizás haya que reubicar nuestra posición en el mundo, con humildad y lucidez, para hacer compatible la civilización con la naturaleza, dejando de creernos dueños y señores de un planeta que no nos pertenece en exclusiva y en el que hasta los virus se rebelan.               

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