Para mí, no había discusión. Entre Belén o Bosé, no dudé en
elegir el programa de la cadena pública sobre una artista que, en cualquier otro
país, hubiera sido considerada una de las glorias incuestionables del cine, el
teatro y la música, no sólo por sus dotes profesionales, sino también por la
elegancia, la inteligencia y la integridad ética de su persona. Como cabía
esperar, Belén no defraudó, como sí hizo un Bosé instalado en la decadencia de
sus dos identidades, la de Miguel y la de Bosé, la personal y la artística.
Ambos artistas simbolizan con sus trayectorias la historia de nuestro país de
las últimas décadas, desde la irrupción de las libertades con la democracia
hasta la polarización que enerva a la sociedad en la actualidad.
Miguel Bosé, hijo de famosos, también fue un joven que revolucionó
la música moderna española, no sólo por su voz, sino también por la capacidad intencionadamente
ambigua de interpretarla. Una trayectoria artística que, al contrario de la de Ana
Belén, no ha sabido o podido mantener hasta el presente. En los últimos años, de
Bosé sólo se conocen escándalos por su vida íntima o sus declaraciones
negacionistas. En la entrevista con el periodista Jordi Évole, como anunciaba
la publicidad del programa, el cantante se reafirmó en sus teorías de negación
de la pandemia, contra las vacunas, sobre conspiraciones mundiales de políticos,
multimillonarios psicópatas y farmacéuticas por controlar a la gente mediante
virus y vacunaciones y contra aquellas militancias que había practicado en el
pasado. De hecho, negó haberse vuelto conservador, sino más lúcido. Tampoco
aportó prueba alguna de sus denuncias y rehuyó contrastar sus opiniones con
científicos por no considerarse acreditado, pero creyéndose no estar equivocado.
Una sinceridad anulada por la soberbia. Su vida es también paralela a la de un
país que se ha desencantado de la democracia, siempre compleja e imperfecta,
para entregarse a los cantos de sirena de un populismo manipulador que promete
soluciones simples y radicales a cualquier problema.
Si, a través de sus trayectorias, Ana Belén se manifestaba en
sus inicios artísticos por las libertades, Bosé hacía activismo en su declive
artístico contra el uso de las mascarillas, pero eludiendo asistir a tales
convocatorias. Hoy en día, Belén sigue cantando y dando conciertos, y Bosé ha
perdido la voz y se dedica a los bulos negacionistas. Representan dos rumbos
vitales, dos historias, un mismo país. Con toda seguridad, el de Bosé sería el
más visto, pero el de Belén fue el más exquisito, interesante y enriquecedor de
ambos programas. Por todo ello, yo preferí Belén a Bosé.
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