Lo malo es que esa ultraderecha, cuya presencia era minoritaria
en nuestra democracia, ya no es tan testimonial, sino que ha accedido a un gobierno
regional en España con la firme intención de implantar lo que denomina “pin
parental”. Hasta ahora, la ultraderecha sólo se había limitado a favorecer
desde el Parlamento, con su voto, la formación de Ejecutivos conservadores, encabezados
por el Partido Popular en solitario, o en coalición con Ciudadanos, como sucede
en Andalucía, Castilla y León y Murcia. Y es, precisamente, en ésta última
región -y, probablemente, también lo sea en Madrid, si no fallan las encuestas de
las próximas elecciones de mayo- donde la extrema derecha ha entrado a formar
parte del gobierno autonómico murciano con la determinación de desarrollar su
ideario retrógrado. Es decir, ya no es posibilidad sino una realidad la irrupción
de la ultraderecha en el poder en España.
¿Pero qué es el pin parental? Es un eufemismo que disimula
su significado real: un veto a la libertad de cátedra y a la educación pública.
Se trata de dar potestad a los padres para vetar determinadas materias o
contenidos impartidos como actividades extraescolares o complementarias en la
enseñanza reglada. Su objetivo no es otro que impedir que en la escuela se inculque
a los niños el respeto a la diversidad, la igualdad entre hombres y mujeres (lo
que desprecian como ideología feminista), la supremacía de la razón -y la
ciencia- sobre las creencias o la existencia de diversas identidades de género
y orientación sexual distintas de la heterosexual, y tan respetables como esta.
Eso es lo que persigue la ultraderecha en Murcia y en todas
partes, si la dejan: tener capacidad de
regular, desde el poder donde gobierne, la cartera de educación para inocular su
sectarismo dogmático desde las escuelas. Se comporta con la misma intolerancia
que muestra la derecha en su conjunto, al querer imponer sus ideales y valores
a toda la sociedad, como si fueran verdades reveladas o absolutas. Por eso
representa un freno, cuando no un retroceso, para el progreso y las libertades.
La izquierda, en cambio, no obliga que sus conquistas sean aceptadas y asumidas
por todos los ciudadanos. Aborta quien quiere, se divorcia quien lo pretende y contrae
matrimonio igualitario el que lo desea, sin imposición y sin prohibir lo
contrario.
Si los padres que aspiran a que sus hijos sean mejores y con
más posibilidades que las que ellos tuvieron, si la comunidad educativa lo
consiente sin revelarse y si la población en general lo permite con su voto, el
veto parental será pronto una realidad extendida, una vuelta al Antiguo Régimen,
en el que imperaba una educación estamental, sectaria y anquilosante, que condenaba
a la gente a conformarse con las condiciones en las que había nacido. No es,
pues, asunto del que podamos reírnos como si fuera una ocurrencia intrascendente,
sino algo muy serio que compromete nuestro futuro y, lo que es peor, el de
nuestros hijos.
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