miércoles, 28 de abril de 2021

Desencanto con Savater

Me entristece que mis ídolos me defrauden. Desde mi más errabunda juventud, Fernando Savater siempre fue para mí una referencia icónica que me enseñó abrir mi mente a lo que la ignorancia, los prejuicios y los moldes establecidos me tenían vedado. Gracias a él pude conocer, no sólo una ética del compromiso y el deber, sino también a pesimistas tan deslumbrantes como Emil E. Cioran. Incluso el marxismo eclético de mis primeras inquietudes políticas, que me alejaba tanto de los regímenes capitalistas como de los comunistas, parecía estar influenciado por el cuestionamiento del filósofo vasco de cualquier sectarismo ideológico, tan férreo en el comunismo, del identitario, tan común en los nacionalismos, o del político, consustancial a los partidos. Ni que decir tiene, pues, que Savater fue como un faro que alumbró mi camino a través de las ideas del ser y el mundo, previéndome de los dogmatismos.

Pero me ha decepcionado con su último posicionamiento político (Convencido, El País, 24/4), en relación con las elecciones madrileñas al Gobierno regional, que lo llevan a optar por la candidata conservadora y actual presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, quien no descarta coaligarse con la extrema derecha para gobernar, si fuera necesario. No me esperaba que el admirado filósofo de mi devoción completara un giro tan copernicano en su evolución ideológica: desde aquel pensamiento libertario, con el que se mofaba del referéndum constitucional de 1978, hasta este conservadurismo de ultraderecha, que se proclama único intérprete de esta Constitución que hoy nos ampara. Aunque era previsible este viraje ideológico, puesto que ya en 1981 escribía en uno de sus libros: “He sido un revolucionario sin ira, espero ser un conservador sin vileza”, no deja de causar un doloroso desencanto.

Fernando Savater, como todo librepensador, suele ser provocador, irónico e inquieto. Cambia de opinión conforme reconoce errores, aprende y discurre cosas nuevas o cambian las coyunturas. Si hay algo dinámico, de ninguna manera sólido eternamente, son las ideas, siempre subalternas del conocimiento y la realidad. Es, por tanto, normal y necesario que evolucionen. También los pensadores e intelectuales. Mantener actitudes inalterablemente estáticas e inmutables es requisito para llegar a ser arcaico y obsoleto. Es preferible evolucionar en la vida y en las ideas, como hace la ciencia, a permanecer inmóvil e inmutable, como pretenden las religiones, que jamás cambian por mucho que los hechos y el raciocinio rebatan sus dogmas y elucubraciones.

Pero recorrer de parte a parte el arco ideológico de la política, en contradicción con lo que anteriormente se mantenía, no significa vitalidad intelectual, sino pérdida de convicciones. Savater, por circunstancias vitales muy desagradables, no perdona a quienes toleran que antiguos separatistas que defendían el terrorismo se decanten por la política, aunque sí comprende que los herederos del franquismo, que también asesinó indiscriminadamente, ejerzan de intachables y angélicos demócratas, cuya compañía se considere más digna que la de los “separatistas y bolivarianos de guardarropía”. Causa estupor que, después de abogar por que cualquier idea pueda ser defendida pacíficamente en democracia, se alinee uno con los que piensan que la libertad es otra cosa, más relacionada con el patrimonio que con las ideas o la filosofía.

Eso sí, Savater reconoce, al menos, que votar al PP le cuesta. Pero no será tanto, cuando publica estar convencido. “Cosas veredes, amigo Sancho”, se han de ver para que los mitos se nos caigan del guindo. 

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