El descubrimiento de una vacuna (o varias) contra la Covid
en tiempo récord para la ciencia (todavía no ha hecho lo mismo contra el
Sida, por ejemplo), capaz de inmunizar a la población ante la infección
(protege de los casos más graves y mortales de la enfermedad, pero no de la
posibilidad de contagios asintomáticos), ha permitido realizar una
“desescalada” de las restricciones, hasta el extremo de que ya se ha recuperado
la movilidad de la población por todo el territorio, la reapertura sin apenas
limitaciones del comercio y la hostelería (de hecho, de toda la actividad industrial
y mercantil) y se está reactivando el turismo, tan rentable en esta época
estival, en función de las normativas para los viajeros en el país de origen y
las exigencias requeridas en el de destino (visados de vacunación, cuarentenas,
pruebas PCR y de antígenos, etc.). Todo ello ha dado la sensación de que la
enfermedad ha sido vencida y que la normalidad volvía a nuestra cotidianeidad.
Es, por supuesto, una sensación errónea.
En estos momentos, estamos asistiendo a una quinta ola de la
pandemia en España, que afecta principalmente a personas jóvenes y maduras, entre
los 20 y 50 años de edad. Y se culpa de ello a la conducta irresponsable de las más jóvenes y adolescentes, incapaces de reprimir sus impulsos gregarios de
diversión, de ocio entre amigos y de fiestas (ya sea en el interior de
establecimientos o al aire libre). ¿Pero son realmente los jóvenes los
causantes de esta quinta oleada del virus que ha multiplicado exponencialmente
los contagios? Lo dudo, por mucho que se repita este mensaje, acompañado de
imágenes de “botellonas” y aglomeraciones juveniles, a través de los medios de
comunicación.
El reproche a la juventud resulta tanto más injustificado
por cuanto parece obedecer a la búsqueda de un chivo expiatorio ante una
situación descontrolada que no se ha sabido, podido o querido atajar. Y es
injusto porque, en segundo lugar, los jóvenes, simplemente, están pagando las
consecuencias de una actitud poco rigurosa, por expresarlo elegantemente, de
quienes asumen con dudas y vacilaciones (a todos los niveles: estatal,
autonómico y municipal) la responsabilidad de afrontar con contundencia esta
crisis sanitaria, compatibilizando la protección de la salud y el mantenimiento
de la economía. Y, esto, en el mejor de los casos. Porque, en el peor, tampoco se
ha dudado en instrumentalizar y manipular esta grave coyuntura sanitaria para
la confrontación política y el desgaste del adversario, jugando con la salud de
los ciudadanos.
Por tanto, ¿quiénes son los culpables? ¿Los jóvenes, que
salen desbocados a disfrutar de las relajaciones de una desescalada que se les
ha brindado en bandeja, o quienes les facilitan, invitan y estimulan a ejercer esa
“libertad” de calles y cañas en contra de la opresión a que obligan las
restricciones? Hay un componente hipócrita en señalar a los jóvenes por una
quinta ola de la pandemia cuando ni siquiera se les ha vacunado, pero se les ha
abierto las puertas de una “normalidad” que posibilita su desfogue, disfrutando
de aquellas “libertades” que les ofrece el ocio y su negocio.
No son los jóvenes los que determinan las medidas
epidemiológicas a seguir, los criterios de vacunación de la población, las
limitaciones y restricciones de derechos y de la actividad económica y de
cuantas decisiones han sido pertinentes para afrontar la pandemia. Y lo que es más
grave, tampoco son los jóvenes culpables de toda la política sanitaria y de
orden público que posibilita las concentraciones, las fiestas, los viajes y el
consumo colectivo que tanto se cuestionan por considerarlos causantes de esta nueva
ola de contagios.
Y no lo son porque no quisiera creer que se les exige a los
jóvenes que no se comporten como lo que son, afortunadamente jóvenes, para
que los demás sigamos aparentando ser serios y responsables. Una excusa para nuestra
manifiesta mediocridad en la gestión de la pandemia ¡Con lo fácil que resulta echarle
la culpa siempre a otro!
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