Se podrá argüir que el fuerte aumento de la demanda, unido
al incremento del precio del gas que se importa para su producción y una menor
generación de energía procedente de fuentes renovables (solar y eólica) explican
la imparable subida del precio de la luz. Una explicación que se apoya en complicadas
reglas que fijan el coste del megavatio hora, sin atender a ninguna otra razón
más que al beneficio económico y no a la necesidad de los consumidores.
Las compañías eléctricas, que se reparten geográficamente el
suministro energético casi de forma monopolística, aplican unas fórmulas
complejas para determinar mediante subasta el precio final de la energía que ha
de pagar el consumidor doméstico. Evidentemente, tal procedimiento de cálculo
del coste favorece a las empresas generadoras de electricidad, no al cliente
que queda a merced de factores que le son ajenos, extraños, confusos y
adversos. Pero que, en ningún caso, sirven para justificar un incremento
desorbitado de la energía eléctrica precisamente cuando su consumo se incrementa
por causas climatológicas. Tal proceder se asemeja a la misma trampa que
encarece la gasolina cuando más alta es su demanda durante los desplazamientos
vacacionales. En ambos casos, se aprovecha la mayor demanda para encarecer abusivamente
un producto en perjuicio de los usuarios, lo que proporciona pingües beneficios
a las empresas.
No se contentan con vender más, como cualquier negocio, sino
que lo hacen cada vez más caro cuanto más venden. Extraña “lógica” mercantil
que sólo se aplica en aquellos sectores dominados por prácticas monopolistas. Y
esta es la razón, no el mercado, que “explica” los inexplicables incrementos de
precio de determinados productos cuando su demanda es necesaria. No atienden a
la necesidad, sino a la rentabilidad empresarial, aunque sean considerados
servicios o bienes esenciales, básicos para el funcionamiento de la sociedad, y
por ello sometidos a la intervención del Estado para regular, a cambio de otras contrapartidas, su oferta, distribución y coste.
A nadie convencen, pero todos están obligados a someterse a
sus dictados. El Gobierno anuncia estudiar medidas, pero es parte de los
beneficiados con ese proceder tarifario. La mitad de la factura son impuestos
que recauda el Estado, al que no le interesa perder ingresos. Sin embargo, aparenta
estar preocupado por las repercusiones sociales que conlleva la aplicación
estricta de la lógica mercantil. Y promete reformas y buenos propósitos que se
quedan siempre en meras intenciones que sólo sirven para elaborar titulares de
prensa. Mientras tanto, decenas de familias de Cañada Real y otros sitios llevan semanas soportando el rigor del invierno con mantas y fogatas, como
ciudadanos de tercera categoría de un país que margina a su población en
función de su capacidad económica. Y eso que la Constitución, de la que emana
toda la legalidad vigente, lo define como un Estado Social… etc. Estos derechos
constitucionales no son de aplicación cuando las leyes del mercado son
predominantes. Por eso las compañías de electricidad hacen lo que les da la
gana. Es lo que hay.
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