sábado, 30 de enero de 2021

Vivencias de un (casi) enclaustrado (22)

Seguimos siendo vapuleados por la realidad. No somos capaces de superar unas adversidades que no dejan de golpearnos con saña. La vulnerabilidad que padecemos nos acobarda y paraliza. Y nos empuja a enfrentarnos unos a otros, a cuestionar los recursos que hallamos para defendernos y dudar de lo más fiable y seguro que tenemos a nuestra disposición: el raciocinio y la ciencia. Ante la complejidad del reto al que nos enfrentamos, de su difícil comprensión para el profano, recurrimos a las creencias, a los consuelos fáciles y a la cerrazón estéril del obstinado. Así, cada vez son más numerosos los incrédulos que no confían en las vacunas, como si fueran instrumentos de control y negocio y no soluciones terapéuticas contra enfermedades, como la tuberculosis, la poliomielitis, el sarampión, el tétanos, la difteria y otras, que fueron causa de una gran mortandad para la humanidad hace relativamente poco tiempo.

Estos negacionistas resucitan ahora para volver a desconfiar de la investigación y la ciencia porque su ignorancia los hace proclive a la superstición, los infundios, los designios divinos y hasta de las leyendas conspiratorias. Se dejan llevar por manipuladores que les hacen creer en confabulaciones gubernamentales que persiguen atemorizar a la población para arrebatarles o limitarles sus derechos y libertades. Consideran más convincente esa intención autoritaria en gobiernos de todo el mundo que la propagación incontrolada de una epidemia infecciosa, aunque ello suponga el parón de la economía, la pérdida de empleos, la quiebra de muchos negocios y la caída de ingresos en las haciendas públicas. Para cualquier mentalidad racional, se trataría de un despropósito, puesto que el precio a pagar, que empobrece y perjudica a todos, es demasiado elevado en coste social y económico. Pero los obtusos son así, asumen sólo lo que permiten sus limitaciones.

Lo cierto es que la pandemia continúa asolando países con su potencial endemoniado de contagios y muertes. Las primeras vacunas apenas acaban de descubrirse y ya se están distribuyendo, con enorme dificultad, a la población, en una carrera contrarreloj contra la capacidad de mutación y expansión del virus que la provoca. Y mientras se inmuniza a la ciudadanía, sólo queda el recurso del aislamiento personal y la restricción de movimientos e intercambios entre la población para combatir las sucesivas olas de contagios con que se desarrolla la pandemia. Llevamos cerca de un año enfrascados en esta lucha inimaginable contra un virus letal que cohíbe nuestras libertades. Sin embargo, es la única forma de derrotarlo, con ayuda de la ciencia. Es cuestión de paciencia, de infinita paciencia, y sentido común. No los perdamos ahora cuando el final parece más cercano. Y no demos pábulo a los rumores, infundios y mentiras con los que intentan que actuemos de forma emocional, no racional y crítica.            


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