lunes, 1 de febrero de 2021

Soledad digital

Curiosamente, cuanto más "comunicados" pretendemos estar, más aislados nos volvemos, comportándonos como solitarios en una isla desierta a la que intencionadamente hemos huido. Es lo que nos pasa cuando estamos subordinados al teléfono portátil, ese "móvil" que no tiene ruedas, al que concedemos toda preferencia. La tecnología nos ha convertido en enemigos de la cercanía física, del diálogo presencial, del calor sensible de un abrazo y del hechizo estremecedor de una mirada o una sonrisa. Preferimos la frialdad de una imagen perfilada en una pantalla, el sonido emitido por un altavoz, hablarle a un micrófono. Tanto nos hemos acomodado a la copia audiovisual de la realidad que desdeñamos la original. Nos hemos enganchados a la soledad digital, menos comprometida que la compañía personal, hasta el extremo de ignorar a quien nos acompaña, nos habla o nos mira. Nos parece más importante, tanto como para ofrecerle constantemente nuestra atención, un artilugio electrónico que la persona que está materialmente a nuestro lado, compartiendo espacio, tiempo y vida con nosotros.

Nos resulta más fácil pulsar un like que pronunciar un “hola”, leer un tuit que mantener una conversación, captar una foto con el móvil que admirar y disfrutar de un paisaje. Nos hemos vuelto seres maleducados que abandonan a su interlocutor con la palabra en la boca, dejándolos sin nadie a quien mirar o escuchar, por atender el pitido de un cacharro que nos negamos silenciar. Es por eso que me enerva siempre -no lo puedo evitar- ese solitario voluntario que, en vez de estar conmigo, prefiere su naufragio digital. Bastaría que se viera sin sus dispositivos electrónicos para que percibiera lo absurdo de una dependencia que lo aparta y aísla del mundo. Es lo que muestra, de manera artística, el fotógrafo estadounidense Eric Pickersgill con una serie de retratos, como los aquí reproducidos. Nos descubre el rostro ajeno y distante de los solitarios digitales que simulan estar con nosotros cuando están muy lejos, en cualquier otra parte que los distraiga de su soledad buscada.   

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