miércoles, 17 de febrero de 2021

El peso de las palabras, entre Hasél y Margarit.

La libertad de expresión permite hacer uso de las palabras para reflexionar con lírica elegancia acerca del misterio de la existencia o para propalar el enfrentamiento, el insulto y hasta el odio entre los destinatarios de las mismas. Según el significado con que se emplean, no todas las expresiones tienen el mismo valor ni tampoco idéntica justificación legal, al provocar imágenes o pensamientos de altura poética o filosófica o incitar, más que pasiones, pulsiones agresivas o actitudes que no reniegan lo delictivo. Ese distinto peso de las palabras con que nos valemos para expresar libremente nuestro parecer es lo que diferencia a Joan Margarit, el poeta catalán recién fallecido, de Pablo Hasél, el rapero que acaba de ser encarcelado.

A pesar de que no hay comparación posible entre ellos, pueden tomarse de ejemplo de los modos de ejercitar la libertad de expresión desde distintos grados de responsabilidad y respeto a la hora de elaborar aquellos mensajes que pretendemos transmitir, mensajes que, como toda comunicación, se basan en el lenguaje, tanto oral, escrito o cantado, articulado por palabras. Y tal diferencia radica en el peso -ninguna palabra es inocua- que confieren estos autores a las palabras que utilizan. Partiendo de la legitimidad de uso, puesto que las palabras no delinquen, la intención significativa con que las emplean puede suponer una colisión de derechos que habrán de ser ponderados para no causar menoscabo o afrentas a libertades de mayor relevancia individual o social, igualmente reconocidas y protegidas por la Constitución de nuestro país. De lo contrario, tipificaciones penales como las injurias o las calumnias, por ejemplo, carecerían de sentido frente al derecho a una libre expresión sin límites.

Sin embargo, también ha de ser valorado la intención provocativa, más allá de la literalidad, que se persigue con determinadas palabras al objeto de mover a la reacción o la reflexión de unos interlocutores que se ven enfrentados a expresiones que zarandean prejuicios, conformismos y valores dominantes controvertidos o manifiestamente injustos. El mal gusto y la zafiedad no son, por sí mismos, delictivos mientras queden circunscritos a un ámbito cultural y artístico que los utiliza como llamadas de atención con fines cognitivos más ambiciosos que el mero insulto o la insustancialidad.

Bastaría con comparar estos distintos grados de responsabilidad en el uso de la libertad de expresión, sin entrar en otras valoraciones, para discernir el peso de las palabras de las que se valen los autores que nos sirven de ejemplo. Más que el Código Penal es la sensibilidad que exhiben lo que los diferencia, al recurrir uno a eufemismos y apologías de la violencia, y otro a palabras que pesan tanto como el dolor y la memoria que llevamos encima.       

Textos de canciones y tuits de Pablo Hasél:

“Merece que explote el coche de Patxi López!". "¡Que alguien clave un piolet en la cabeza a José Bono!". "No me da pena tu tiro en la nuca, 'pepero'. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, 'socialisto'. Me da pena el que muere en un andamio". "Siempre hay algún indigente despierto con quien comentar que se debe matar a Aznar”.

Poema inédito de Joan Margarit:

“Pensé que me quedaba todavía / tiempo para entender la honda razón / de dejar de existir. Lo comparaba / con el desinterés, con el olvido / con las horas del sueño más profundo, / pensando en esas casas donde un día vivimos / y a las que no hemos vuelto nunca. / Pensaba que lo iba comprendiendo / que me iba liberando del enigma. / Pero estaba muy lejos de saber / que yo no me libero. Me libera la muerte, /permite, indiferente, / que me vaya acercando hasta alguna verdad. / Inexplicablemente, esto me ha emocionado.”

"Conmovedora indiferencia", incluido en Animal de bosque, de próxima aparición en Visor libros.

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