miércoles, 10 de febrero de 2021

La cólera de Díaz Ayuso

Cuando la derecha pierde el poder monta en cólera. Reacciona visceralmente como si le arrebataran algo que le pertenecía legítimamente, que era suyo de forma natural, por derecho histórico. Por eso no tolera que la descabalguen del gobierno -sea central, autonómico o municipal- por el mero resultado de las urnas. En casos extremos, como el de Donald Trump en EE UU, llega incluso a descalificar las elecciones y considerar fraudulentos los resultados que les son desfavorables. No es nada nuevo. Aquí, en España, Javier Arenas, el eterno candidato del Partido Popular en Andalucía (hasta que fue sustituido por Juan Manuel Moreno), se permitió insinuar que unas elecciones autonómicas habían sido manipuladas (“pucherazo” fue el término que empleó) porque había vuelto a perderlas por enésima vez, allá por 1993. Parece, pues, que en buena parte del mundo las derechas son reacias a admitir democráticamente sus derrotas electorales. Y se revuelven coléricamente. Tanto es así que, en aquellos países con escasa tradición democrática, no sólo no reconocen el resultado de la voluntad popular, sino que instigan y apoyan insurrecciones o golpes de Estado con los que recuperan lo que consideran de su propiedad, el poder, como ha sucedido hace unos días en Myanmar, la antigua Birmania. Pero también en EE UU con el asalto al Capitolio.

Afortunadamente, tal uso de la violencia por parte de la derecha se desconoce en España desde la sublevación contra la República del general Francisco Franco, en 1936, que desencadenó una guerra civil con la que implantó una férrea y cruenta dictadura. Ya las derechas hispanas se muestran más civilizadas, aunque no por ello se sustrajeron de intentar una asonada con la irrupción, pistola en ristre, en el Congreso de los Diputados un aciago 23 de febrero de 1981, “efeméride” de la que este mismo mes recordaremos su 40º aniversario. Aquella sería la última vez que nuestro país padecería una reacción violenta de la derecha cuando se le despoja de su “cortijo”, que es como percibe al país que pertenece a todos.

Sin embargo, no es la única forma con la que intenta reconvertir un adverso resultado electoral que no admite. Ahora se vale de la manipulación y de las mentiras más o menos burdas: lo que se conoce como fakenews. El uso tan extendido de esta forma de desinformación ha hecho que, en la actualidad, proliferen quienes la difunden para manipular sin disimulo. Son aquellos populistas, de derechas e izquierdas, que consiguen atraer el voto de los descontentos y desafortunados, que son legión, con promesas fáciles y argumentos emocionales con los que deleitar el oído de sus seguidores. Trump fue, una vez más como buen showman, todo un experto en el arte de mentir con descaro y en contar la realidad en función de sus particulares intereses, provocando una profunda división y el enfrentamiento entre los norteamericanos, además de otros desórdenes en el mundo. Y, cómo no, en España han surgido émulos que combaten entre sí por ver cuál de sus marcas es más radical, vociferante y tergiversadora en el espectro político de la derecha hispana. Incluso, por demostrar quién podría liderar esa derecha intransigente y sectaria, en franca lid de egos que pugna por encarnar las “esencias” del patrioterismo conservador más rancio.

La última figura en llegar ya se postula, desde el primer minuto, para convertirse en la referente ideológica de la derecha cañí. Como se imaginan, me refiero a Isabel Díaz Ayuso, flamante presidenta de la Comunidad de Madrid. En su caso, sigue el ejemplo cercano de su institutriz política, Esperanza Aguirre, pero actualizando sus métodos con las enseñanzas de Trump. Descaro y mentiras, arrogancia y mediocridad, imprudencias e ignorancia. Se vale de estas argucias para parecer la más combativa entre sus pares y confrontar con el Gobierno central, en manos de una coalición de socialistas y comunistas, al que repudia. Esta “cachorra” de la derecha muestra el talante sectario y manipulador que caracteriza a todo populismo que se precie. Así, no duda en utilizar la institución que preside y la gravísima situación por la que atraviesa el país, debido al azote mortífero de la pandemia, para hacer populismo político en beneficio de su interés particular y en pos de los réditos electorales que podría reportarle, sin importarle ni el perjuicio que cause a la ciudadanía ni la falsedad de sus invectivas. Esa es la razón por la que disiente, desobedece y ataca cuantas normas y medidas emanan del Gobierno central, consensuadas en el Consejo Interterritorial de Salud en el que participan todas las comunidades autónomas, por el sólo afán de distinguirse mediáticamente cual abanderada de los damnificados por las restricciones sanitarias. Entre la salud y la economía, ella se posiciona a favor de lo segundo, discutiendo siempre las recomendaciones de los expertos y epidemiólogos, mientras simultáneamente acusa al Gobierno de no actuar con mayor rigor contra la pandemia.

Tal forma de actuar, de primer curso de populismo, le ha llevado, por ejemplo, a no aceptar el ámbito geográfico municipal a la hora de delimitar los confinamientos perimetrales, como hace el resto del país, para sustituirlo por la zona básica de salud, de más difícil control epidemiológico. Esta decisión, más política que sanitaria, le sirve para simular una preocupación por la movilidad de la gente y la viabilidad del comercio.

De igual modo, cuando al inicio de la pandemia el Gobierno procuraba solventar las insuficiencias de abastecimiento sanitario que la Covid-19 puso al descubierto, tras años de austeridad en la inversión pública, pujando en un mercado mundial que apenas podía atender la atropellada demanda, nuestra lideresa madrileña aprovechaba para cuestionar la eficacia gubernamental y anunciar, como contrapartida, el flete de aviones, que nunca llegaron a tiempo, con los que resolvería el avituallamiento sanitario de Madrid, la comunidad que mayor número de hospitales ha privatizado.

Pronto se vio superada por la magnitud de la tragedia, como todo el mundo, a pesar de echar culpas a cualquier responsable, menos a ella ni a su Administración. El desbordamiento y colapso de los hospitales por la avalancha de pacientes hizo que el gobierno que preside negase el traslado e ingreso hospitalario de los ancianos en asilos que enfermaban. Durante la primera ola de la pandemia, más del 80 por ciento de las muertes de estos residentes se produjo en las propias instalaciones donde vivían, al negárseles el tratamiento en hospitales. Desde la Consejería de Salud madrileña se habían cursado instrucciones -o protocolos, como los denomina la propia Díaz Ayuso- para restringir el acceso de los ancianos a los hospitales. Tal proceder no era compartido por todo su gobierno. El consejero de Políticas Sociales confesó haber denunciado que esos criterios “no eran éticos y posiblemente no son legales”, advirtiendo de ello, reiteradamente por escrito, al consejero de Salud. También provocaron un aluvión de ceses y dimisiones, como la de la gerente de Atención Primaria, la responsable de Hospitales de Madrid, la viceconsejera de Asistencia Sanitaria, la del doctor que había sido elegido portavoz del Grupo Covid, la directora de Salud Pública, entre otros.

Isabel Díaz Ayuso ni siquiera está dispuesta a respetar las normas para evitar contagios que se aplican en todo el país en función de la incidencia de cada territorio. Si se limitan los grupos en bares y restaurantes a cuatro personas, ella permite que sean de seis. Si el toque de queda se declara a partir de las once de la noche, ella lo establece a medianoche. Y si se recomienda el confinamiento perimetral o limitar el horario de comercios, ella solicita al Gobierno un cambio legal para endurecer las medidas que, sin embargo, avanza que no las impondrá en su región. Su actitud es la de llevar siempre la contraria, criticar toda decisión que no le convenga a sus particulares propósitos y, de segundo de populismo, presentar un relato alternativo de la realidad que le permita aparecer como la defensora incondicional de la libertad de la gente, una libertad que, por supuesto, está siendo atacada por el Gobierno central al que combate con ira, aunque los madrileños paguen las consecuencias.

Como buen espécimen de la derecha, Díaz Ayuso se comporta movida por los prejuicios propios de su ideología, que hace prevalecer el interés individual sobre el general, antepone los beneficios económicos privados frente a los públicos, la satisfacción mercantil de las necesidades en vez de servicios públicos que corrigen desigualdades y un sistema mercantil y laboral que se basta a sí mismo y no la intervención estatal en su regulación y control que evite abusos. Ella cree representar todo eso y el Gobierno de la Nación, en manos de la izquierda, su más directo oponente. Y emplea desde la demagogia la gestión de la pandemia para descalificarlo, cuestionarlo y combatirlo, posicionándose, al mismo tiempo, como la referente de la derecha con mayor predicamento que existe hoy en nuestro país. Por eso monta en cólera. Es su estrategia. Y, por ahora, le funciona.       

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.