Afortunadamente, tal uso de la violencia por parte de la
derecha se desconoce en España desde la sublevación contra la República del
general Francisco Franco, en 1936, que desencadenó una guerra civil con la que
implantó una férrea y cruenta dictadura. Ya las derechas hispanas se muestran
más civilizadas, aunque no por ello se sustrajeron de intentar una asonada con la
irrupción, pistola en ristre, en el Congreso de los Diputados un aciago 23 de
febrero de 1981, “efeméride” de la que este mismo mes recordaremos su 40º
aniversario. Aquella sería la última vez que nuestro país padecería una
reacción violenta de la derecha cuando se le despoja de su “cortijo”, que es como
percibe al país que pertenece a todos.
Sin embargo, no es la única forma con la que intenta reconvertir
un adverso resultado electoral que no admite. Ahora se vale de la manipulación
y de las mentiras más o menos burdas: lo que se conoce como fakenews. El
uso tan extendido de esta forma de desinformación ha hecho que, en la
actualidad, proliferen quienes la difunden para manipular sin disimulo. Son aquellos
populistas, de derechas e izquierdas, que consiguen atraer el voto de los descontentos
y desafortunados, que son legión, con promesas fáciles y argumentos emocionales
con los que deleitar el oído de sus seguidores. Trump fue, una vez más como buen showman,
todo un experto en el arte de mentir con descaro y en contar la realidad en
función de sus particulares intereses, provocando una profunda división y el enfrentamiento
entre los norteamericanos, además de otros desórdenes en el mundo. Y, cómo no,
en España han surgido émulos que combaten entre sí por ver cuál de sus marcas es
más radical, vociferante y tergiversadora en el espectro político de la derecha
hispana. Incluso, por demostrar quién podría liderar esa derecha intransigente
y sectaria, en franca lid de egos que pugna por encarnar las “esencias” del
patrioterismo conservador más rancio.
Tal forma de actuar, de primer curso de populismo, le ha
llevado, por ejemplo, a no aceptar el ámbito geográfico municipal a la hora de
delimitar los confinamientos perimetrales, como hace el resto del país, para
sustituirlo por la zona básica de salud, de más difícil control epidemiológico.
Esta decisión, más política que sanitaria, le sirve para simular una
preocupación por la movilidad de la gente y la viabilidad del comercio.
De igual modo, cuando al inicio de la pandemia el Gobierno
procuraba solventar las insuficiencias de abastecimiento sanitario que la Covid-19
puso al descubierto, tras años de austeridad en la inversión pública, pujando en
un mercado mundial que apenas podía atender la atropellada demanda, nuestra
lideresa madrileña aprovechaba para cuestionar la eficacia gubernamental y
anunciar, como contrapartida, el flete de aviones, que nunca llegaron a tiempo,
con los que resolvería el avituallamiento sanitario de Madrid, la comunidad que
mayor número de hospitales ha privatizado.
Pronto se vio superada por la magnitud de la tragedia, como
todo el mundo, a pesar de echar culpas a cualquier responsable, menos a ella ni
a su Administración. El desbordamiento y colapso de los hospitales por la
avalancha de pacientes hizo que el gobierno que preside negase el traslado e
ingreso hospitalario de los ancianos en asilos que enfermaban. Durante la
primera ola de la pandemia, más del 80 por ciento de las muertes de estos
residentes se produjo en las propias instalaciones donde vivían, al negárseles
el tratamiento en hospitales. Desde la Consejería de Salud madrileña se habían
cursado instrucciones -o protocolos, como los denomina la propia Díaz Ayuso- para
restringir el acceso de los ancianos a los hospitales. Tal proceder no era
compartido por todo su gobierno. El consejero de Políticas Sociales confesó
haber denunciado que esos criterios “no eran éticos y posiblemente no son
legales”, advirtiendo de ello, reiteradamente por escrito, al consejero de
Salud. También provocaron un aluvión de ceses y dimisiones, como la de la
gerente de Atención Primaria, la responsable de Hospitales de Madrid, la
viceconsejera de Asistencia Sanitaria, la del doctor que había sido elegido
portavoz del Grupo Covid, la directora de Salud Pública, entre otros.
Como buen espécimen de la derecha, Díaz Ayuso se comporta movida
por los prejuicios propios de su ideología, que hace prevalecer el interés
individual sobre el general, antepone los beneficios económicos privados frente
a los públicos, la satisfacción mercantil de las necesidades en vez de servicios
públicos que corrigen desigualdades y un sistema mercantil y laboral que se basta
a sí mismo y no la intervención estatal en su regulación y control que evite
abusos. Ella cree representar todo eso y el Gobierno de la Nación, en manos de
la izquierda, su más directo oponente. Y emplea desde la demagogia la gestión
de la pandemia para descalificarlo, cuestionarlo y combatirlo, posicionándose,
al mismo tiempo, como la referente de la derecha con mayor predicamento que
existe hoy en nuestro país. Por eso monta en cólera. Es su estrategia. Y, por
ahora, le funciona.
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