Su última maniobra, que puede costarle consecuencias
penales, ha sido lanzar a sus huestes al asalto del Capitolio, donde se han
producido cuatro muertes y diversos heridos durante el enfrentamiento de la
turba con la policía. Si tal hecho hubiera acontecido en Venezuela, la
instigación de Trump a los desórdenes ya habría recibido las más enérgicas repulsas
políticas, diplomáticas y hasta económicas, mediante el bloqueo comercial a un
régimen que habría sido calificado de dictadura bananera.
El vergonzoso comportamiento de Trump en sus finales horas
presidenciales puede reportarle consecuencias judiciales, si se demuestra su
participación, como instigador y autor moral, en un suceso que los
norteamericanos jamás hubieran imaginado: el cuestionamiento de su sistema
democrático y la destrucción o desobediencia a sus instituciones, todo ello
impulsado desde la propia Casa Blanca. Nunca antes un presidente norteamericano
había hecho tanto daño a su país, dividiendo a la población y buscando el
enfrentamiento y la crispación social, como el bochornoso Donald Trump.
Ojalá se refugie en sus torres hoteleras de decoración
hortera de nuevo rico y se dedique, hasta el fin de sus días, a sus negocios y
chanchullos empresariales, en los que las trampas, sus modales y su mediocridad
le bastan para enriquecerse. Y que deje que el país sea dirigido por personas
más capacitadas y decentes. Su patochada en la política ha durado demasiado
tiempo, algo insoportable, no sólo para EE UU, sino para el resto del mundo.
Adiós, míster Trump.
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