viernes, 18 de junio de 2021

Nuevos aires en la política mundial

El paroxismo y la polaridad que impregnaban la política en gran parte del planeta parecen haber pasado a mejor vida. Otros aires, frescos de esperanza, soplan en el escenario de la `cosa pública´ a escala y repercusión mundial. Basten, de muestra, dos ejemplos recientes: ni Trump ni Netanyahu propalan ya sus rencores y sectarismos desde las tribunas presidenciales de sus respectivos países, aunque ambos amenacen con un retorno que, no sólo no descartan, sino que preparan concienzudamente en sus cuarteles de invierno, rumiando una venganza que los libere de la humillación de ser vistos como perdedores. Sin embargo, el mundo es mucho mejor, más dialogante y menos imprevisible, por tanto, más seguro, sin ellos. La sola defenestración de estos personajes tan autoritarios como tramposos ha supuesto que nuevos aires, limpios y transparentes al no transportar la polución de la arbitrariedad y la demagogia, renueven la atmósfera política del mundo, trayendo tranquilidad, sensatez, confianza y diálogo en las relaciones internacionales, y lealtad con sus instituciones y organismos.

Joe Biden, en lo que será el último servicio público que prestará en su vida dada su edad (78 años), ha recuperado la Casa Blanca para la alta política basada en la profesionalidad y la honestidad. Su programa se resume en la frase “América ha vuelto” con la que saluda cada encuentro que protagoniza. Pero su mayor triunfo ha sido desalojar a Donald Trump de la cacharrería de Washington en la que se desenvolvía como elefante colérico. Y está empeñado en retomar los usos y costumbres civilizados, educados y dialogantes de la política, en su más noble sentido. Lo está demostrando con el regreso de EE UU a la OMS (Organización Mundial de la Salud), la OMC (Comercio Mundial), al Pacto de París (Contra el calentamiento global) y a los demás acuerdos y compromisos que situaban a su país en la cúspide mundial en la defensa de la democracia y las libertades. De hecho, en su primera salida al exterior, Biden se ha reunido con sus aliados de la Unión Europea y la OTAN para estrechar lazos y enmendar las arbitrariedades de mal recuerdo de Trump, sin desplantes y los malos modos que este acostumbraba.

Pero el reto principal del presidente Biden es, sin duda, luchar contra las desigualdades y la polarización reinantes en su propio país, una sociedad dividida y enfrentada por las políticas sectarias y racistas que implementó su predecesor en la Casa Blanca. El odio y la violencia, puestos de manifiesto con el asalto de las turbas trumpistas al Capitolio, serán difíciles de erradicar en una población sobrealimentada continuamente de intolerancia, egoísmo y supremacismo socioeconómico. Esas heridas nacionales costarán más en cicatrizar que las transfonterizas, donde la diplomacia y el pragmatismo consiguen curas milagrosas. El tratamiento a unas y otras ya se está aplicando sin demoras, lo cual es buena señal de que el cambio ha sido favorable. Soplan, pues, otros aires.

En Israel sucede otro tanto. Tras más de una década (desde 2009) como primer ministro, el conservador Benjamín Netanyahu, el impulsor de iniciativas anexionistas de territorios palestinos, contraviniendo resoluciones de la ONU, e intervencionistas, como poder regional, en las relaciones israelíes con el entorno árabe, ha sido apeado de la poltrona por una coalición de partidos que abarca todo el espectro político. Hasta ocho formaciones de distinto signo, incluida una por primera vez de la minoría árabe, se han conjurado para apartar al incombustible Netanyahu del poder. Había hartazgo de un personaje que se aferraba al sillón gubernamental a cualquier precio. Tenía sus motivos. Porque, más que sus políticas, han sido sus problemas judiciales y la corrupción que ha crecido a su alrededor lo que ha motivado su derrota. Un nacionalista de derechas, Naftali Bennet, acaba de sustituirlo en la jefatura del Gobierno, dando fin a más de dos años de parálisis política en Israel. Una parálisis producida por cuatro elecciones generales en dos años que resultaron inútiles para formar gobierno, un impasse mantenido por la negativa de Netanyahu a abandonar un cargo que le confiere aforamiento e inmunidad ante los problemas que tiene pendientes con la justicia por fraude y soborno. Eso era hasta ahora, en que nuevos aires refrescan Israel.

No se trata, no obstante, de un cambio radical, pero sí de talante, de sensibilidad a la hora de abordar los enormes retos del país hebreo, manteniendo, al mismo tiempo, la firmeza frente a las agresiones y los enemigos. Como demostró sin vacilar el nuevo gobierno al ordenar un ataque sobre Gaza tras el envío de globos incendiarios desde la franja hacia Israel. Sin embargo, ese talante brilló en la promesa del nuevo estadista de abrir “una nueva etapa con los árabes de Israel”, considerados y tratados por Netanyahu como ciudadanos de segunda clase.  También se evidenció al ordenar el desvío del recorrido de una nueva Marcha de las Banderas de zonas palestinas, para evitar enfrentamientos innecesarios, como los sucedidos en ocasiones anteriores. Lo dicho, otros aires.

Otros aires que renuevan una atmósfera contaminada de populismo que trajeron Trump, Netanyahu, Salvini, Orbán o Bolsonaro, entre otros, con sus políticas sectarias, ultranacionalistas, aislacionistas, racistas y unilateralistas. No todos han desaparecido, pero el alivio de esperanza se nota ya en el ambiente. Algo es algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.