Joe Biden, en lo que será el último servicio público que
prestará en su vida dada su edad (78 años), ha recuperado la Casa Blanca para
la alta política basada en la profesionalidad y la honestidad. Su programa se
resume en la frase “América ha vuelto” con la que saluda cada encuentro que
protagoniza. Pero su mayor triunfo ha sido desalojar a Donald Trump de la
cacharrería de Washington en la que se desenvolvía como elefante colérico. Y
está empeñado en retomar los usos y costumbres civilizados, educados y dialogantes
de la política, en su más noble sentido. Lo está demostrando con el regreso de
EE UU a la OMS (Organización Mundial de la Salud), la OMC (Comercio Mundial),
al Pacto de París (Contra el calentamiento global) y a los demás acuerdos y
compromisos que situaban a su país en la cúspide mundial en la defensa de la democracia
y las libertades. De hecho, en su primera salida al exterior, Biden se ha
reunido con sus aliados de la Unión Europea y la OTAN para estrechar lazos y enmendar
las arbitrariedades de mal recuerdo de Trump, sin desplantes y los malos modos que
este acostumbraba.
Pero el reto principal del presidente Biden es, sin duda,
luchar contra las desigualdades y la polarización reinantes en su propio país,
una sociedad dividida y enfrentada por las políticas sectarias y racistas que implementó
su predecesor en la Casa Blanca. El odio y la violencia, puestos de manifiesto con
el asalto de las turbas trumpistas al Capitolio, serán difíciles de erradicar en
una población sobrealimentada continuamente de intolerancia, egoísmo y
supremacismo socioeconómico. Esas heridas nacionales costarán más en cicatrizar
que las transfonterizas, donde la diplomacia y el pragmatismo consiguen curas
milagrosas. El tratamiento a unas y otras ya se está aplicando sin demoras, lo
cual es buena señal de que el cambio ha sido favorable. Soplan, pues, otros
aires.
No se trata, no obstante, de un cambio radical, pero sí de
talante, de sensibilidad a la hora de abordar los enormes retos del país hebreo,
manteniendo, al mismo tiempo, la firmeza frente a las agresiones y los enemigos.
Como demostró sin vacilar el nuevo gobierno al ordenar un ataque sobre Gaza
tras el envío de globos incendiarios desde la franja hacia Israel. Sin embargo,
ese talante brilló en la promesa del nuevo estadista de abrir “una nueva etapa
con los árabes de Israel”, considerados y tratados por Netanyahu como ciudadanos
de segunda clase. También se evidenció
al ordenar el desvío del recorrido de una nueva Marcha de las Banderas de zonas
palestinas, para evitar enfrentamientos innecesarios, como los sucedidos en
ocasiones anteriores. Lo dicho, otros aires.
Otros aires que renuevan una atmósfera contaminada de
populismo que trajeron Trump, Netanyahu, Salvini, Orbán o Bolsonaro, entre otros, con sus
políticas sectarias, ultranacionalistas, aislacionistas, racistas y
unilateralistas. No todos han desaparecido, pero el alivio de esperanza se nota
ya en el ambiente. Algo es algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.