Pero, por segundo año consecutivo, este verano no será exactamente
igual al que consideramos “normal”. Porque lo normal no es tener miedo a estar rodeados
de una multitud que atiborra barras y veladores en bares y restaurantes. Ir a los cines cubriéndonos
el rostro con un tapabocas. Recelar y apartarnos de quien habla muy alto a
nuestro lado, por aquello de los nebulizadores y las gotitas de flugge,
sea eso lo que sea. No estrechar la mano de nadie, salvo de la familia más directa. Hablar de vacunas y tasas de incidencias. Pensar que podemos enfermar
y morir, como si fuera una novedad. Visitar cualquier sitio o lugar guardando
distancias de seguridad. Añadir, además de barritas contra las picaduras, botes
de geles con alcohol para desinfectarnos las manos cada vez que salgamos de
cualquier local. Y los que no estaban habituados, no dejar de lavárselas y
cerrar la portañuela del pantalón cuando hagan uso de los mingitorios públicos
o privados. Y que cualquiera que te atienda en un comercio, lo haga con
mascarilla en el rostro.
Si todo esto nos parece “normal”, es que estamos dispuestos a
que nada nos impida disfrutar del verano como sea. Precisamente, lo que yo
pienso hacer. Por supuesto. Porque, quién sabe lo que sucederá el próximo.
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