lunes, 14 de junio de 2021
El río de mi devenir
Volví a verlo al cabo de más de cuarenta años. Allí estaba
tal y como lo recordaba desde niño en mi memoria. El mismo con el que compartí los
años más felices de mi infancia y donde me refugiaba cada vez que me sentía
solo y aburrido. Seguía igual de modesto y manso, indiferente a un pueblo que
le daba la espalda, que lo despreciaba. En cuanto he vuelto, fui a buscarlo con
la impaciencia de quien se reencuentra con un ser querido, con un amigo de la
niñez. Y sentí que me atraía como entonces, con esa sensación de mutuo afecto y
camaradería. Y no lo pude evitar. Me acerqué a la orilla e introduje mis manos en
sus aguas quietas. Aquel río en el que tantas veces me había bañado cuando
correteaba con pantalones cortos parecía recordarme y me invitaba a sentir silencio y paz, protegido por su líquido abrazo. Las cañas de la ribera aislaban aquel
recodo rocoso del río, formando una especie de oasis acuoso a la salida del
pueblo, al que solamente los más imprudentes e indisciplinados solían acudir.
Como hacía yo cuando nadie quería mi compañía. Y allí permanecía, como
esperándome, el río que tantos recuerdos me despertaba. Tantos que si regresé a
mi pueblo fue para reencontrarme con él. Para reconocer cuánto había influido
en mí hasta el extremo de que su imagen siempre acompañó a mis deseos y añoranzas.
Es un río que no cambia, que permanece como siempre ha sido, pero que ha sido
la causa de todos mis cambios, de mi marcha del pueblo y de mi regreso, incluso
de mi maduración como persona. Cada vez que me bañaba en él, salía con ánimo renovado,
con la voluntad de alcanzar mis sueños. Porque aquel río no me dejaba sentirme apestado
entre mis amigos, incomprendido en la familia o extraño para los adultos. Él,
con su quietud, motivaba mi madurez, mi constante transformación personal. Y si
hoy soy lo que soy, es gracias a ese río que ahí sigue, inmutable e indiferente
a todo, salvo para mí. Al contrario de lo que dijera el filósofo, era yo el que
cambiaba, y no el río, cada vez que me bañaba en sus aguas. El río nunca bañó a
la misma persona que una y otra vez se refugiaba en su lecho. Siempre que me sumergía
en él fui una persona distinta, mientras el río permanecía indiferente, modesto
y manso. Como lo recordaba y como es, siempre el mismo, aunque yo nunca lo era.
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