Se opina de lo que no se sabe a ciencia cierta. A veces, en el
mejor de los casos, nuestro superficial conocimiento, que nos sirve para expresar
un comentario rotundo, procede del bombardeo informativo al que nos someten unos
medios de comunicación que no siempre ofrecen información relevante, contrastada,
completa y veraz. Y otras. en el peor, simplemente nos hacemos eco de insinuaciones,
especulaciones, bulos y hasta mentiras vertidos por manipuladores, improvisados
o profesionales, de datos sin contextualizar, poco homogéneos y rigurosos, o de auténticas
barbaridades aireadas por interesados negacionistas y demás amantes de supuestas
conspiraciones, capaces incluso de cuestionar toda evidencia, incluida la científica.
Lo importante, en cualquier caso, es demostrar que se tiene una opinión, cuanto
más excéntrica mejor, de cada hecho y hablar sin demostrar nada de lo que sea, tanto
de las vacunas como de los indultos y hasta de la última crisis diplomática con
Marruecos.
Pero lo más sorprendente de todo es que, lejos de combatir
esta peste de pseudoautoridad autosuficiente, hasta el mismo Gobierno parece
empeñado en animarla y alimentarla. Es lo que se desprende de la iniciativa de
trasladar a la ciudadanía responsabilidades que no está en condiciones de asumir,
por la formación que se requiere. Me refiero a la posibilidad de que decida, previa
firma del correspondiente consentimiento, por si acaso, entre las marcas de Astrazeneca
y Pfizer a la hora de completar la segunda dosis de su inmunización, cuando ni
los médicos lo tienen claro. Que un profano en medicina, virología, inmunología
o epidemiología asuma tal decisión sanitaria escapa a toda lógica. Más que
criterios científicos o de salud pública, parecen predominar consideraciones políticas
o de amortización del gasto farmacológico. No es de extrañar, por tanto, que
cualquier persona en la calle recomiende a quien le preste oídos una u otra
vacuna, según su particular criterio, sin más fundamento que la mera intuición
y sin más apoyo que, en ciertos casos, su experiencia personal, que a veces ni
eso. Y si esto se produce en temas de carácter científico, en los que se supone
no cabe la discrepancia, es fácil imaginar la que se arma cuando se opina de
asuntos que se brindan a interpretaciones diversas.
Lo mismo sucede con la crisis diplomática con Marruecos, a la que,
para unos, el Gobierno no ha sabido afrontar con la determinación necesaria después
de hacer gestos y tomar decisiones que han sido considerados afrentas y falta
de confianza por el país vecino. Y para otros, un ejemplo más de la arbitraria política
marroquí, capaz de utilizar a su propia población como medida de presión ante
España por su respaldo a resoluciones de la ONU acerca del conflicto del Sáhara
Occidental. Las inevitables relaciones y la codependencia entre países vecinos
exigen una diplomacia de mutuo respeto, franca sinceridad, lealtad y confianza,
cosa que no siempre es tenida en cuenta en las opiniones de los profanos en
política internacional. Tampoco en la de esos patriotas que aprovechan estos enfrentamientos
para socavar la posición de su país y negar todo apoyo al Gobierno aunque después, una vez resuelto
el asunto, se pueda exigir responsabilidades donde procede, en el Parlamento. Desde
“invasión” de España e “incompetencia” del Gobierno para defender las fronteras
hasta el oportuno recordatorio de que aquellas son fronteras europeas, que
hacen que el problema afecte a la UE y a sus acuerdos con el país marroquí, las
opiniones de la gente no se han apartado de los argumentos que la propia clase
política les ha ofrecido, pero sin la debida ponderación de la complejidad de
los hechos. Y es que es más fácil dejarse llevar por la emoción y los
prejuicios que por la valoración racional de los acontecimientos.
De este modo, es comprensible que sea difícil reprimir el
impulso a opinar de cualquier cosa, tanto si nos tiran de la lengua como si no.
En primer lugar, porque tenemos la tendencia a ser charlatanes. Y en segundo
lugar, porque el ambiente nos predispone a elucubrar una opinión propia que nos
distinga del ensordecedor griterío político y mediático al que estamos
expuestos y en el que la disparidad y las contradicciones son, más que
frecuentes, constantes. Puesto que no se ofrece una versión válida y única, al
menos consensuada, de lo que acontece y nos pasa, cada cual construye su propia
opinión, incluso sobre lo que se ignora o desconoce. Esta actitud nos hace,
desgraciadamente, vulnerables a la manipulación y al engaño. Y todo ello puede
ser intencionado, sin ningún género de duda. Por eso, es preferible Informarse
mejor antes de abrir la boca.
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