jueves, 8 de mayo de 2025

Guindas de un negro porvenir

En un comentario anterior me preguntaba qué más podría pasar en nuestro país para intranquilizar aun más a los españoles. Enumeraba entonces una serie de calamidades naturales y políticas que nos abocan a un futuro de sobresaltos, puesto que, a pesar de la larga lista de lo ya soportado hasta la fecha (Dana, guerras, Filomena, erupciones volcánicas, pandemia, crisis económicas, apagón eléctrico, etc.), las cosas todavía podían ir mucho peor si no ponemos de nuestra parte para evitarlo y no destruir lo conseguido. Pero me quedé corto. Porque faltaba indicar que el cielo se nos podía caer encima. Literalmente.

Porque está previsto que caigan, no de la atmósfera sino del espacio sideral, objetos (naturales y artificiales) que podrían ocasionar grandes destrozos y poner en peligro la vida de mucha gente, dependiendo donde acaben estrellándose. Ya no son fenómenos climáticos que nos congelan, achicharran o ahogan con sus arrebatos de ira, ni lava de volcanes que sepulta campos y ciudades dejándolos petrificados, tampoco la ineptitud o mediocridad de políticos incapaces de prever y gestionar catástrofes incluso pronosticadas de antemano, sino enormes y pesados objetos pétreos o metálicos que se precipitarán sin control sobre algún punto del globo, destrozando lo que encuentren.

Uno de esos objetos es un peñasco de 90 metros de diámetro que vaga silente y casi invisible por el Sistema Solar. Hace algún tiempo hablé de él aquí, puesto que su probabilidad no anula la posibilidad de que acabe chocando contra nosotros, allá por el año 2032, según cálculos precisos de los astrónomos. Las órbitas que describe lo acercan progresivamente a nuestro planeta hasta el punto de poder "tropezar" con él. Y dependiendo donde lo haga, sobre todo si es sobre zonas urbanas, podría causar una devastación equivalente a la explosión de mil toneladas de dinamita o, lo que es lo mismo, a una bomba nuclear pequeña capaz de arrasar una ciudad entera. Lo dicho: algo improbable pero no imposible, pero que nos mantiene sobre ascuas por la inseguridad que infunde. Y una guinda más que ensombrece un futuro inquietante.

Pero hay otra. Se trata de un viejo artefacto soviético que ha permanecido en órbita durante más de medio siglo. Un cacharro que está a punto de realizar un reingreso descontrolado en la atmósfera dentro de pocos días, sin que todavía se sepa -cuando escribo estas líneas- dónde acabará cayendo. Es la cápsula Kosmos 482 (nombre preliminar) que se lanzó hacia Venus en marzo de 1972, cinco días después de su gemela, Venera 8 (nombre oficial por resultar una misión exitosa).

Sin embargo, la Kosmos no tuvo suerte. El encendido de la última etapa de su cohete, que debía empujarla en dirección a Venus, duró la mitad del tiempo previsto y la sonda quedó atrapada en una órbita terrestre elíptica, con un apogeo de 9.000 kilómetros de distancia, pero un perigeo muy bajo que la hacía rozar levemente con las capas altas de la atmósfera cada vez que se acercaba a la Tierra. Con los años, la fricción con la atmósfera hizo que la nave fuera descendiendo hasta una altura de unos 150 kilómetros, lo que provocará su caída inminente.

¿Y qué es lo que caerá? Pues la cápsula que debía posarse en Venus, una esfera de unos 600 kilos de peso, fabricada para resistir las temperaturas y presiones de aquel planeta. Por eso es probable que no se destroce ni desintegre al atravesar la atmósfera y caiga como un meteorito a unos 250 kilómetros por hora. Con su peso y esa velocidad, el impacto podría provocar serios daños, sobre todo si es sobre una región poblada. Pero hasta poco antes de la reentrada no se puede calcular con exactitud el lugar de caída. Lo que se sabe es que sucederá entre las latitudes 53 norte y 53 sur; esto es, una franja que recorre Europa, Asia, América y parte de África, aunque las probabilidades se inclinan por que lo haga en el mar o zonas desérticas*. ¡Ojalá!

Como sea, lo que nos faltaba eran esas dos guindas celestiales para enturbiar aun más el inquieto porvenir que nos acecha. Porque, cuando no son catástrofes naturales y desastres políticos, son bólidos siderales los que nos caen encima e impiden que vivamos tranquilos, confiados y en paz en este rincón privilegiado de la Tierra. ¡Vaya siglo llevamos! ¿Qué otra cosa podría pasar?

Menos mal que ya tenemos nuevo papa que pastoree la grey de fieles católicos, para sosiego de millones de personas atribuladas por esta vida y la del más allá. 

Actualización:

*Al final, la sonda ha caído en aguas del Océano Índico, al oeste de Yakarta (Indonesia), a las 6:24 GMT (8:24 hora peninsular española) de hoy sábado, sin ocasionar ningún daño, según Roscosmos, la agencia espacial rusa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Este blog admite y agradece los comentarios de los lectores, pero serán sometidos a moderación para evitar insultos, palabras soeces y falta de respeto. Gracias.