Es, con todo, una vivencia necesaria u oportuna para
constatar cuánto hemos cambiado sin apenas darnos cuenta, en especial, uno
mismo. Y de la velocidad con que transcurre el tiempo, que ya se habrá cobrado
la vida de alguno de los recordados que no ha podido asistir a la convocatoria.
Son reuniones de nostálgicas evocaciones en las que, no obstante, más que
recordar, lo que prevalece es hacer alarde del provecho que hemos sacado de la
semilla que germinó en lo que somos hoy día, triunfadores de nuestra vida y
milagros. Escasean, por tanto, los que consiguen mantener una amistad temprana
a lo largo de la vida, ya que el tiempo sepulta bajo un olvido selectivo lo que
éramos, pensábamos y sentíamos antes de dispersarnos por el mundo adulto, del
que venimos de vuelta.
Porque esa es otra: tendemos a reencontrarnos cuando ya recogemos
velas en la vida. Nos acordamos de los demás cuando ya nos sobra tiempo para
malgastar en añoranzas y, sin fallar a los dictados de la psicología, presentar
un resumen vital en el que destacan los éxitos y se camuflan los fracasos. No
hay maldad en ello, simple conductismo operacional. Siempre hemos actuado del
mismo modo, lavando los paños sucios en casa, y a la hora de hacer balance colectivo
no íbamos a cambiar. Por eso, esas quedadas de antiguos amigos o compañeros se
consumen en fugaces recordatorios existenciales y en bienintencionadas
demostraciones de valía personal. Se empieza por “¿te acuerdas de…?” para
continuar con “yo acabé de…”, que, por lo general, se remata con “disfrutando de
mis nietos”. En definitiva, la vida en dos palabras: soy esto. Lo que he
conseguido ser. Como todos.
Y la manera más rápida de ser consciente del cambio y de exponerlo
a los demás, aparte de la familia, es con estos encuentros de antiguos amigos o
compañeros de nuestra época de bachiller o universidad. Es entonces cuando
tomamos exacta medida del paso del tiempo y de las cicatrices que deja labradas
en cada uno de nosotros. Una experiencia que no todo el mundo tolera porque
evidencia la fugacidad de la existencia y que todos los derroteros conducen a
un único destino, el que aguarda a todos, seamos quienes fuimos y somos. Hijos
de un tiempo que poco falta para que deje de ser presente y se convierta pretérito.
Pero, mientras tanto, lo que reste será cuestión de disfrutarlo, con quedadas fantasmales
o sin ellas.
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