La Europa libre, moderna, avanzada y civilizada ve nacer un
conflicto bélico en sus propias entrañas territoriales y se descubre indefensa
y vulnerable, incapaz de presentar más defensa que la de confiar en que los
acuerdos con Estados Unidos (EE UU), en el marco de la OTAN, consigan frenar una mayor e indeseada escalada, que podría derivar hacia una tercera Guerra
Mundial. De manera súbita, el proyecto federal de la Unión Europea aparece crudamente
mediatizado por las voluntades enfrentadas de EE UU y Rusia, la antigua URSS
que intenta recomponerse a toda costa. Para los primeros, Europa era
beneficiosa comercialmente (cosa que ahora lo será aún en mayor medida), además
de una trinchera que alejaba de sus fronteras al sempiterno enemigo comunista;
y para los segundos, mientras estuviera debidamente “controlada”, representaba asimismo
un rico y dependiente cliente comercial (que menguará con las restricciones) y
un conveniente, hasta ciertos límites, “colchón” neutral que también separaba
al eterno enemigo capitalista. Todo esto ha saltado por los aires abruptamente
con los bombardeos a Ucrania y por los antecedentes de anexión rusa de Crimea y
el conflicto separatista, patrocinado por Moscú, en Donetsk y Lugansk. Tales
son las causas inmediatas del estallido bélico, del rompimiento del statu
quo alcanzado tras la segunda Guerra Mundial.
Porque, que se sepa, ni la URSS antigua ni la Rusia actual
han invadido Europa. Por el contrario, primero Napoleón y luego Hitler intentaron
expandirse hacia los Urales, provocando, como toda guerra, muerte y
destrucción, que sólo el invierno y la resistencia de la población permitieron frenar
y rechazar. Ahora, los restos del desmembrado imperio soviético se siente
amenazado por el avance de las fuerzas defensivas de la Alianza Atlántica hacia
los países de sus viejos dominios, lo que pone nervioso a un dirigente neurótico
y nostálgico del antiguo imperio comunista, justamente cuando ya ni es comunista
ni imperio, pero sí todavía peligrosamente poderoso. Que Rusia esgrima razones
de seguridad y ámbitos de influencia en su reacción frente a las inclinaciones
de Ucrania de adherirse a la Unión Europea y la OTAN, no resultan descabelladas.
Pero son injustificadas para declarar la guerra a un país que sólo es un peón más
en este tablero geoestratégico mundial. Se debería exigir mayor sensatez e inteligencia
a los jugadores de esta diabólica partida de poder para que eviten la muerte y
destrucción en esa parte limítrofe de Europa. Pero también en cualquier parte
del globo. Si la racionalidad distingue a los humanos, la guerra nunca debería ser
opción para resolver nuestros problemas. Exijamos prudencia, sensatez y racionalidad,
no instintos primarios a la hora de resolver las disputas y la convivencia entre
nosotros. Cada imagen que proviene de Ucrania avergüenza e indigna a quien la
contempla, sea de un bando u otro. La guerra es el fracaso de la razón y la
política, no otro medio de imponerlas.
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