En consecuencia, un personaje que promovió, junto a otros
golpistas capitaneados por el general Francisco Franco, un levantamiento
militar contra el régimen legal y democrático de la II República, iniciando una
Guerra Civil que instauró un régimen dictatorial en España durante más de cuarenta
años, no debía continuar en lugar tan preeminente, como si fuera un santo varón
de la iglesia. Es necesario, por tanto, recordar lo que significó este militar
en una historia que se escamotea en la educación a los jóvenes con argumentos tan
peregrinos, nada pedagógicos y en absoluto transparentes y cívicos, como los de
no levantar heridas que quienes las causaron pretenden que sigan en el olvido.
Por ello, no es de extrañar que una gran parte de la
juventud actual desconozca las atrocidades de una guerra fratricida que condenó
España a sufrir una férrea dictadura durante décadas, en la que la arbitrariedad
del poder, la intolerancia y el sectarismo de los vencedores, que impusieron su
ley con sangre y fuego y mantuvieron su régimen mediante la represión, incautaciones
y expropiaciones a los vencidos, constituye una de las páginas más negras y
trágicas de nuestra historia. La única versión permitida de lo sucedido fue la
que contaron los golpistas y simpatizantes en libros, calles, lápidas,
monumentos y otros espacios para la exaltación de sus líderes, como esa tumba
de Queipo de Llano en un templo de Sevilla.
¿Pero, por qué estaba ese militar enterrado allí? Porque fue
uno de los generales que encabezó la sublevación militar contra la República.
Una sublevación que comenzó el 17 de julio de 1936 en Marruecos y se extendió
por la Península a partir del 18, gracias a aviones proporcionados por el
fascista italiano Mussolini para trasladar al ejército colonial de África,
junto a moros y legionarios, en pequeños contingentes. Desde el primer momento,
Queipo de Llano dirigió el levantamiento en Sevilla, por lo que fue nombrado Jefe
del Ejército del Sur y asumió el Gobierno Militar y Civil en la región. Y
enseguida comenzó a infundir odio y terror a través de sus soflamas por la
radio e irradiar más terror y pánico con las órdenes que dictaba para la eliminación
o el encarcelamiento de cualquier persona que por sus ideas, dudas o actos
infundiera sospecha de “rojo” y fuera considerado enemigo de lo que los
insurgentes llamaron Movimiento Nacional.
Queipo no había hecho otra cosa en toda su vida. Fue un militar
que continuamente conspiró contra el poder establecido. Había apoyado al
dictador Primo de Rivera para luego criticarlo. También conspiró contra la
monarquía alfonsina, dirigiendo la Cuartelada de Cuatro Vientos, por lo que
tuvo que exiliarse a Portugal. Declarada la II República, en la que escaló las
más altas magistraturas militares, pronto volvió a mostrar su descontento para unirse
a la sublevación encabezada por Franco desde África. Fue así como dirigió el
levantamiento en Sevilla, perpetrando una cruel represión sobre una población
indefensa en la que causó miles de muertos. Consiguió ser temido por todos y
considerado virrey de Sevilla.
Si estos no fueran motivos suficientes para extraer los
restos de Queipo de Llano de la Macarena, tal vez un verdadero sentimiento
religioso de los que allí profesan su fe podría justificar el deseo y la conveniencia
de que un templo católico sólo acoja las tumbas de almas que han dado ejemplo
de auténtica vida cristiana, conduciéndose de acuerdo a sus creencias: esto es,
sin matar, sin practicar el odio, con humildad, con entrega a los pobres y
necesitados, sin afán de poder, ambición y riquezas. Justo lo contrario de lo
que fue aquel golpista, que participó activamente en una cruel guerra civil que
causó víctimas militares, pero también muchas más víctimas civiles inocentes
debido a la brutal represión durante la dictadura por motivos políticos,
sociales y religiosos. Para que haya reconciliación debe haber justicia. Por eso
su exhumación del templo.
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