miércoles, 9 de noviembre de 2022

Por qué exhumar a Queipo de Llano de una iglesia.

Hace unos días, con menos revuelo de lo esperado, se procedió a exhumar los restos del general Gonzalo Queipo de Llano (1875-1951) de su sepultura en el interior de la Basílica de la Macarena, de Sevilla. Se daba así cumplimiento a la ley de Memoria Democrática, que prohíbe que “los restos mortales de dirigentes del golpe militar de 1936 no pueden ser ni permanecer inhumados en lugar preeminente de acceso público (…) que pueda favorecer la (…) exaltación, enaltecimiento o conmemoración de las violaciones de derechos humanos cometidas durante la Guerra Civil y la Dictadura”. Además, la ley propugna el reconocimiento de quienes padecieron persecución y violencia, por razones políticas, ideológicas, de pensamiento u opinión, de conciencia o creencia religiosa, de orientación o identidad sexual, desde ese período hasta la entrada en vigor de la Constitución de 1978.  

En consecuencia, un personaje que promovió, junto a otros golpistas capitaneados por el general Francisco Franco, un levantamiento militar contra el régimen legal y democrático de la II República, iniciando una Guerra Civil que instauró un régimen dictatorial en España durante más de cuarenta años, no debía continuar en lugar tan preeminente, como si fuera un santo varón de la iglesia. Es necesario, por tanto, recordar lo que significó este militar en una historia que se escamotea en la educación a los jóvenes con argumentos tan peregrinos, nada pedagógicos y en absoluto transparentes y cívicos, como los de no levantar heridas que quienes las causaron pretenden que sigan en el olvido.

Por ello, no es de extrañar que una gran parte de la juventud actual desconozca las atrocidades de una guerra fratricida que condenó España a sufrir una férrea dictadura durante décadas, en la que la arbitrariedad del poder, la intolerancia y el sectarismo de los vencedores, que impusieron su ley con sangre y fuego y mantuvieron su régimen mediante la represión, incautaciones y expropiaciones a los vencidos, constituye una de las páginas más negras y trágicas de nuestra historia. La única versión permitida de lo sucedido fue la que contaron los golpistas y simpatizantes en libros, calles, lápidas, monumentos y otros espacios para la exaltación de sus líderes, como esa tumba de Queipo de Llano en un templo de Sevilla.

Si la veracidad histórica y la dignidad de los vencidos requería que se conociera lo que, en realidad, significó aquella guerra y el régimen dictatorial que aplastó las libertades de los españoles, la exhumación del militar golpista de un lugar de culto constituía una obligación ineludible desde hacía ya mucho tiempo. Y ello, simplemente, en nombre de la paz y la reconciliación verdaderas. Porque no es posible ninguna paz auténtica sin el conocimiento objetivo de los hechos. Ni ninguna reconciliación se consigue sin el reconocimiento de las víctimas y la condena moral de los victimarios. La guerra civil y la dictadura son episodios negros de nuestra historia que sólo podrán asimilarse y superarse con la verdad de lo acontecido, con el perdón a las víctimas y con la restitución del honor y la dignidad de quienes fueron maltratados y violentados por aquellos hechos. Y no sólo para resarcir moralmente a tantos inocentes humillados y muertos, muchos de los cuales siguen aún desaparecidos en fosas comunes y bajo cunetas y tapias, sino para conjurar colectivamente, como sociedad civilizada, ese nefasto período de un pasado reciente y evitar que se repita. Eso es, precisamente, lo que se persigue con la extracción de los restos del general franquista de la Basílica de la Macarena.    

¿Pero, por qué estaba ese militar enterrado allí? Porque fue uno de los generales que encabezó la sublevación militar contra la República. Una sublevación que comenzó el 17 de julio de 1936 en Marruecos y se extendió por la Península a partir del 18, gracias a aviones proporcionados por el fascista italiano Mussolini para trasladar al ejército colonial de África, junto a moros y legionarios, en pequeños contingentes. Desde el primer momento, Queipo de Llano dirigió el levantamiento en Sevilla, por lo que fue nombrado Jefe del Ejército del Sur y asumió el Gobierno Militar y Civil en la región. Y enseguida comenzó a infundir odio y terror a través de sus soflamas por la radio e irradiar más terror y pánico con las órdenes que dictaba para la eliminación o el encarcelamiento de cualquier persona que por sus ideas, dudas o actos infundiera sospecha de “rojo” y fuera considerado enemigo de lo que los insurgentes llamaron Movimiento Nacional.

Queipo no había hecho otra cosa en toda su vida. Fue un militar que continuamente conspiró contra el poder establecido. Había apoyado al dictador Primo de Rivera para luego criticarlo. También conspiró contra la monarquía alfonsina, dirigiendo la Cuartelada de Cuatro Vientos, por lo que tuvo que exiliarse a Portugal. Declarada la II República, en la que escaló las más altas magistraturas militares, pronto volvió a mostrar su descontento para unirse a la sublevación encabezada por Franco desde África. Fue así como dirigió el levantamiento en Sevilla, perpetrando una cruel represión sobre una población indefensa en la que causó miles de muertos. Consiguió ser temido por todos y considerado virrey de Sevilla.

La iglesia católica apoyó sin reservas a los golpistas desde el principio. Una pastoral conjunta del episcopado español, del 1 de julio de 1937, calificaba de “cruzada” la guerra fratricida desatada por Franco y sus correligionarios golpistas. Y durante la posterior dictadura, paseaba al dictador bajo palio. Esa lealtad con los sublevados y su régimen recibiría el “premio” de la confesionalidad del Estado, conocido como el nacionalcatolicismo, en el que quedaban prohibidas las demás religiones. Tal sumisión de la iglesia, como la del resto de estamentos sociales, al poder conquistado con la fuerza de las armas es lo que explica que un asesino tenga cobijo en un templo relevante de Sevilla. Y que, incluso, hermandades de la ciudad hayan adoptado denominaciones derivadas del nombre del golpista o de su esposa como forma en su tiempo de honrarlo, caso de Santa Genoveva o San Gonzalo.

Si estos no fueran motivos suficientes para extraer los restos de Queipo de Llano de la Macarena, tal vez un verdadero sentimiento religioso de los que allí profesan su fe podría justificar el deseo y la conveniencia de que un templo católico sólo acoja las tumbas de almas que han dado ejemplo de auténtica vida cristiana, conduciéndose de acuerdo a sus creencias: esto es, sin matar, sin practicar el odio, con humildad, con entrega a los pobres y necesitados, sin afán de poder, ambición y riquezas. Justo lo contrario de lo que fue aquel golpista, que participó activamente en una cruel guerra civil que causó víctimas militares, pero también muchas más víctimas civiles inocentes debido a la brutal represión durante la dictadura por motivos políticos, sociales y religiosos. Para que haya reconciliación debe haber justicia. Por eso su exhumación del templo.

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